El odio de los intelectuales
Los intelectuales de diversas maneras han estudiado la realidad no para mejorarla, sino para empeorar la, ahí donde esa realidad no ha estado bajo su control. Lo que se manifestó como un espíritu intramundano que ha perfilado la realidad de la civilización actual, ha sido de muchos modos interpretado por los pensadores para ponerlo bajo el control del hombre. Y lo que se consiguió fue divorciar a la vida humana de los procesos materiales y abstractos de la realidad capitalista, provocando un mundo cada vez más inmanejable donde lo reflexivo es solo un momento soberbio de la razón humana, y no una identidad resignificada que haya buscado humanizar la vida. En su irracionalidad el mundo de la razón no ha sido dirigido para introducir sensatez y pacificación al mundo social, sino que en manos del poder esa racionalidad ha sido usada para perfilar la ingeniería social de un mundo cada vez más mortificante y demencial. El propósito ha sido hacer del pensamiento y de esta ingeniería social una razón de Estado para hacer prevalecer su dominio a costa de las grandes mayorías. El yugo sobre la sociedad ha tomado la forma del sistema, donde el estudio y observación de los que se sublevan ha sido dirigido para destruir ese sistema y construir una parodia de la liberación, dónde la pobreza de lo pensado odia la iniciativa privada. Lo practico para vivir, que desde siempre es el espíritu de lo empresarial es perseguido por la enfermedad de los que no quieren esforzarse. El pragmatismo de la economía, la iniciativa privada para poder figurarla es aplastada por la envidia de los intelectuales que ven en el trabajo la fuente de las divisiones sociales y del dominio objetivador del capital. El esfuerzo para entender la realidad ha ido acompañada del castigo de no ser valorado en el mercado, lo que ha traído poca honestidad y si mucho odio. La incomprensión de la sociedad ante el esfuerzo del filósofo ha sido pagada con más violencia y destrucción civilizatoria, ejemplificada en la veneración de utopías que han traído sino mucha desolación y miseria.
En sus orígenes el intelecto ha tomado la forma de un intento por entender, controlar y redireccionar la realidad y mejorar así el mundo social. Cuando el hombre se apartó del mito para explicar su existencia, respondió ante el desmoronamiento de la tradición con una práctica racional que busco redefinir las formas del Estado, y así escapar a la crisis que la razón política trajo sobre el mundo. La política fue el intento asesorado de introducir ecuanimidad en el gobierno de la ciudad cuando la descomposición del mundo sacerdotal y religioso trajo consigo guerra y confusión. Desde que el político intenta resolver los problemas de la razón de forma técnica el intelectual halla su sentido en comprender la realidad para diseñarla y así darle al mundo social sentido y experiencia. La razón es el vehículo de los rebeldes e inconformes con una realidad llena de guerra y caos. Su existencia es la fuerza del espíritu por emparejarse con la realidad fáctica y así realizarla. Sin embargo, este abismo entre el poder y el pensamiento ha traído consigo más incertidumbre y desorden moral. La anomia y violencia de la realidad es el síntoma de una cabeza que ha tenido la actitud de reprimir los sentidos y los instintos de su cuerpo con el objetivo de traer orden y justificar el yugo de los poderosos. En su ineptitud una mente solitaria ha desconocido las otras dimensiones de la experiencia que el mito contaba, y ha hecho que la vida del hombre quede enceguecida ante el poder del espíritu. La negación de los sentidos y las dimensiones de la conciencia ha sido el precio que se ha tenido que pagar para que el hombre sobreviva en medio de tanta locura y muerte. La mente ha abandonado el mito donde el espíritu resplandecía lleno de vigor, y ha insertado una experiencia empobrecida y cosificada que se lleva como orgullo y poder. El intelectual es el que se ha divorciado de lo sagrado para resignificarlo y así abandonarlo en el Estado. Pero tal hazaña heterónoma ha alejado al pensamiento racional de su cercanía con lo vivo, construyendo un intelectual donde pervive orgulloso el filosofar de lo metafísico y formalizado. La forma es el destino del dominio pero la ceguera y desconocimiento de lo que se quiere pensar y así dominar.
La razón no ha sido introducida en un mundo de guerra y fanatismo. El haberlo hecho habría traído por un tiempo estabilidad y control histórico. Cuando la irracionalidad del dominio trae más anarquía que prosperidad se recae en el arcaísmo como un remedio ante las culpas de una razón que justifica la fuerza y la violencia. Es ahí donde en la barbarie y el paganismo el mensaje cristiano- judaico trajo el derecho de lo humano sobre el Estado de naturaleza. Este humanismo consiguió que se presentará la cultura como un primer momento de riqueza espiritual, pero a la vez trajo consigo mayor debilidad e ignorancia. La tradición cívica de la antigüedad, el filosofar inquietante se eclipsaron con la consecuencia que el espíritu se confundió con abstinencia y mortificación de lo instintivo. El dolor del mundo fue negado con más dolor en la mente y lo santificante. Es este extrañamiento, está salida del mundo la que provoca que la razón del intelectual se ponga al servicio de la religión y el pensar quede atrapado en la justificación de la represión sobre lo sensible. La fe sigue el camino de la abstracción y de todo lo que olvide las dimensiones más internas de la conciencia. Se cree que torturando se y olvidándose es el camino seguro de la gracia, cuando en realidad ha Sido desde siempre el ropaje de los hipócritas e insensibles. Todo lo que no puede vivir lleva el nombre de la represión y el fanatismo. Todo lo que no puede ser pensado las vestimentas de lo eclesiástico y la superstición. Es sin lugar a dudas, el desfiguramiento del mensaje cristiano lo que se usa en contra de la libertad humana, un mensaje que buscaba superar las fronteras de los procesos mentales pero que fue desfigurado en la autoflagelación y barbarie. Si los intelectuales hubieran conservado el vitalismo del mito hubieran comprendido que el pensar es un momento de la conciencia. Que está encierra poderes que se experimentan cuando se abandonan las rutas del pensar y cuando el hombre se abandona a la experimentación sin prejuicios de la vida.
Al sumergirse el pensamiento en las oscuridades del mundo medieval y religioso se asiste a un retroceso de la herencia antigua. El redescubrimiento de los clásicos en el seno del mundo mediterráneo, con características cercanas a una sensibilidad renacentista, consiguieron liberar al intelectual de sus cadenas monacales. La religiosidad convivio con la memoria racional y pagana, recreando un tiempo de libertad y sentido antropocéntrico. Es el libertinaje y la expresión de lo sensual y grotesco lo que hicieron que el renacimiento del arte y de un estilo de vida libre fueran rechazados y negados por una inteligencia reaccionaria dónde la fe de la Biblia sirvió para recrear un cristianismo palpitante y radical. Es la herencia protestante y la lucha de las confesiones religiosas las que sumieron a Europa en un caos de guerra y desorden social. Es el nacimiento del Estado absolutista y la imposición de la razón política para superar el Estado de naturaleza hobbesiano la que traerán consigo un intelectual que piensa los fundamentos del Estado y justifica la aparición del individuo y la propiedad privada como rasgos de la libertad burguesa. El pensamiento filosófico se obsesionara en escrutar los cimientos de los asentamientos humanos y bajo la figura del contrato social dará a lo social un tinte artificial por fuera de las relaciones osificadas de la tradición. Los intelectuales luego del fenómeno de las guerras de religión y la aparición del Estado absoluto discutirán las posibilidades de una ilustración donde la razón es el instrumento de lo humano para pernear la realidad y someterla a los dictados de la razón. Es este optimismo racional por hacer coincidir el pensamiento y la vida la que traerán el empuje de la práctica industrial y el crecimiento de la economía como fenómenos que se sujetan al bienestar e intereses de la sociedad. La técnica será pensada por los intelectuales del s.XVIII y principios del s XIX como una fuerza que desmantela la certeza y significado existencial del mundo tradicional y trae nihilismo y desorden moral. Es Burke como De Maistre intelectuales que negaran los beneficios de la técnica y rechazaran los sinsabores culturales y ontológicos de la explotación capitalista. Es Marx quien reconocerá los efectos perversos en la sociedad del capital, pero de modo progresista será consciente de que está fuerza podría acabar con la pobreza y conseguir desarrollo humano. El es quien por medio de una confesión profana como fue su pensamiento propondrá una utopía socialista como promesa cuasi religiosa de un mundo sin conflictos y violencia. Es esta promesa la que traerán toda la conformación de un horizonte cultural e intelectual que en sus límites dibujara una pseudo práctica de activismo y herencia doctrinaria que esconde lo peor del odio de las intelectuales hacia la vida burguesa. La reproducción purista de los epígonos del marxismo ha generado una Praxis ideológica que escuda una conducta delincuencial y destructiva que ya estaba sugerida en la biografía personal de Carlos Marx. En el comunismo del s XIX se sugiere la posterior decadencia de la metafísica de los intelectuales que en sus ulteriores intervenciones será la expresión de un comportamiento de oportunistas y tiranos.
Es a mediados del SXIX con la pastoral del positivismo y la rebelión de la vida contra el materialismo y el cientificismo, que se criticara la labor ilustrada y racionalista del intelectual. El sacerdocio de los intelectuales recreará en la honestidad una crítica radical en contra de aquellos que niegan la vida. Nietzsche en nombre de las potencias vitales del hombre cuestionara el crecimiento de los desiertos industriales que se levantaron a favor del capitalismo. Toda dialéctica en la que se expande el capital niega el carácter mutador de la vida, la explota y esclaviza. Formalizar la vida en los perfiles del sistema ha Sido lo mismo que renunciar a la libertad de hacer cada quien su felicidad, por doctrinas políticas e ideologías que prometen el cielo en la tierra. Tanto la modernización racionalista como las alternativas dialécticas que se han edificado en contra del capitalismo han arrojado muerte y desolación a la vida individual, alejándola de sus nobles sueños y caminos personales. El intelectual que defiende la vida desde Nietzsche y los vitalistas posteriores escribirán a favor de una vida que pueda ser vivida con honestidad y goce interno. Tanto el sistémico como la dialéctica historicista que intenta sustituirlo son los dos rostros de una misma enfermedad: la de no poder vivir con honradez la vida y trastocar esa falencia en un poder que persigue todo lo vital y estéticos. Los procesos intelectuales de principios del s XX se producirán en compromiso con la vida. Ya sea en la dialéctica marxista que tendrá la legitimidad de las fuerzas proletarias para modelar la realidad, o ya sea en los planteamientos liberales o conservadores que defienden las posibilidades del individuo frente al mercado y el Estado, siempre el comportamiento del intelectual será alejarse de validar las fuerzas del sistema capitalista. La civilización burguesa será pensada para mejorarla o superarla, y en nombre de estas posturas será olvidada el carácter concreto y practico de la vida: el mundo de la vida de las personas. Es en estás épocas dónde los esfuerzos de los intelectuales aún plantearán posiciones creíbles y realistas al sistema, pero no dejara de ser cierto el desarrollo de un pensamiento practico y nefasto que negara la actividad reflexiva y a la cultura . Es un tipo de Anti sistema que no se subleva con promesas de solución , sino que intenta convencer al hombre de que nada es posible y que es mejor la aniquilación y el poder de la violencia. Es el poder de las pandillas y las tribus tomando por asalto el Estado como en los nazis y en las economías ilegales de hoy que está reflexión desaparece en la aparición de una ideología que no piensa sino incendia el mundo solo como deporte.
Siempre ha sido el odio al individuo burgués y su capacidad para crear riqueza lo que despertó el odio de los intelectuales. En la antigüedad se pensaba la realidad y la política en el ágora en desprecio de la economía y el trabajo. Se daba valor a la libertad estética del pensar porque la reproducción de la economía se gastaba por fuera de la política y los valores estéticos. Dedicarse al trabajo de crear valor no era lo suficientemente grande como para independizarse del control del Estado y la política. Este proceso se expandió hasta el medioevo y el cristianismo en dónde la búsqueda del espíritu y mayor conciencia iban en los extramuros de una actividad que aún no conseguía la sofisticación de la industria y la técnica moderna. Cuando la economía empezó a crecer producto de las revoluciones tecnológicas el intelectual ha sentido como ese valor para pensar hasta lo más profundo la existencia no ha ido acompañado de reconocimiento y valor en el mercado. Alejado de la vida plena reflexionar la sociedad con pasión siempre ha sido lo mismo que sufrir en soledad lo que pocos entienden pero muchos rechazan en la creación asfixiante de mercancías. El carácter único del filosofar ha acrecentado el resentimiento de lo que demuestra compromiso y sensibilidad creando no pocas veces una oscuridad donde la reflexión permite la violencia y el abandono de si mismo. La irracionalidad de lo que solo existe ha acercado a los intelectuales a sembrar lo absurdo y la miseria del ser, en formas de pensamiento que coquetean con locura y la demencia criminal. La imposibilidad de generar valor de mercado o solo ser escuchados ha acercado a los intelectuales a la tiranía o a la destrucción de todo lo que jugaron defender. Lo maldito ha Sido el sello desde siempre de una filosofía sentenciada a la inutilidad.
Hoy lo alternativo y vital se han trastocado en un problema más de la vida actual. La escuela de pensamiento que hoy más que otras, el comunismo, se ha vuelto en una enfermedad más de la civilización. Y está premisa es la consecuencia necesaria de ese daño en solitario que el filosofar ha recibido de una realidad anegada por la ideología de mercado. Destruir el sistema es igual que imaginar un mundo sin dolor. Aunque cueste creerlo la nobleza del pensar o tan solo imaginar lo alternativo justifica la criminalidad de sus epígonos que manipulan el discurso de la pobreza en favor de sus intereses privados. Cuando la revolución no consigue lo que busca está se convierte en todo aquello que jura destruir; en una criminalidad que hace de la descomposición adrede de la sociedad, llamada por ellos burguesa, la marca de su tiranía y un pecaminoso negocio. Toda la energía vital de libertad y bienestar desemboca en más crueldad y atraso. El marxismo tal como lo fue en la biografía de Marx, es el esfuerzo de superar al capital sin esforzarse por responsabilizarse de si mismo. En esa convicción de la mente por empujar los sueños los marxistas han olvidado más que todos las otras escuelas del pensamiento en hurgar siquiera un poco en los abismos sensibles de la conciencia, donde creer en el espíritu fue descartado como superchería. Mientras el marxismo no evalúe su compromiso con las expectativas de espiritualidad del mundo seguirá el mismo camino en que la frialdad de la ciencia cae: el objetivismo de la guerra. Hoy los intelectuales carecen de toda objetividad por entender que la pastoral del comunismo no es otra cosa que un mal sueño. Y eso debería darles la fuerza para resignificar su ciencia y no convertirse en la ideología de los criminales y déspotas que han hecho de sus economías ilegales una forma de destruir y escapar al sistema capitalista. Está confesión profana que es el marxismo es la mala evolución de todo intelectual. Quien desea ser libre no puede caer en la necesidad o en las pulsiones hechas derechos sociales, sino en ir más allá de la ciencia objetiva y animar los sentidos, para alcanzar la evolución espiritual. Y está enfermedad de la izquierda también la viven quienes intentan resucitar el conservadurismo radical. Solo que los fascistas de hoy aman la violencia y son Anti intelectuales, capaces de quemar los libros y desaparecer el conocimiento en nombre de los más fuertes y poderosos. En ambos lados del espectro no se distingue el poder del individuo en la búsqueda del mundo interior, sino que se reduce al hombre a un consumista y esclavo del trabajo. El no reconocer la fuerza del espíritu lleva a no creer en algo más allá que solo razón o mente, y esa es la cosecha de la época: el servilismo de lo material y presuntamente científico.
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