La necesidad de la izquierda
.
El avance incontenible del
proceso de globalización que arruina las economías nacionales, la ahistoricidad
consumista en que es encarcelada la cultura como consecuencia del impacto del
esquema individualista, y la privatización descarada de la agenda del
desarrollo, sin que la política pueda negociar las ventajas más racionales para
las sociedades, pone en el ojo de la tormenta la necesidad estrecha de refundar
un discurso de izquierdas que sea capaz de superar cualitativamente esa metafísica
del mercado que subordina la existencia a un estado de guerra permanente[1],
y que arrebata a la vida la oportunidad de concretizar su crecimiento ilimitado
sin que la desigualdad y la arbitrariedad del poder posterguen taimadamente la
felicidad del espíritu social. Más allá de los caprichos interminables que
esbozan las identidades privadas para no socializar las ventajas económicas que
ofrece el aparato productivo, más allá
del desprecio racista que mantienen incólumes los sofisticados monopolios
culturales, y más allá de la instrumentalización desvergonzada del trabajo
político, que la rebaja a ser una actividad oscura marcada con el sello de lo
vil, creemos que la elaboración de un programa conciliado con el bien público
es urgente en un momento donde el divisionismo ideológico y la corrupción de
las oligarquías financieras desanima a la subjetividad a vulnerar
victoriosamente la fluctuante y ubicua gramática del poder[2].
La izquierda en este contexto de violencia y de desalmada competencia
organizativa se convierte en el espacio de formación y de agrupamiento de las
identidades populares no para conseguir un adoctrinamiento enceguecedor que
siembre el rencor y el resentimiento, sino para representar un salto cualitativo
de transformación de los saberes sometidos, en un escenario cultural donde todo
afán de reconocimiento esté compensado por una redistribución productiva de la
riqueza social.
Si la propuesta de
izquierdas enfrenta la multiplicidad de los dispositivos del poder a través de
un solo relato que deposite la confianza del progreso en la dureza y sagacidad
de un actor único, colisionará indefectiblemente con una realidad compleja en
la que la agresividad del mecanismo de la historia alcanza una prolijidad
asombrosa para desterritorializarse y despedazarse en micrologías cotidianas.
En la medida que la praxis combativa y la predisposición para derrotar las
inmanencias existenciales se propongan extraer del quietismo narcisista toda la
creatividad histórica y la solidaridad suficiente para desterrar la
indiferencia, será mas sencillo entender que la búsqueda de una mentalidad
progresista significa combinar simultáneamente un ejercicio transcultural con
una política económica que reorganice la propiedad privada en función del
bienestar social, sin renunciar la desarrollo económico.
Actualmente que el poder de
los conglomerados económicos subordina las complejas estructuras sociales para
desmantelarlas o simplemente despolitizarlas, se hace necesario equilibrar el
poder del capital como una primera condición para flexibilizar y amenguar la
racionalidad técnica, para posteriormente, trastocarla en una lógica de la
responsabilidad y del cuidado ético[3]
que signifique defender la vida de los riesgosos procesos de abstracción social
que la atrapan en un mecanismo de excesiva exclusión y explotación económica.
El derrumbe del estado populista como productor de lo real cede su lugar a la
fabricación digital del ser que deslocalizando el funcionamiento de las economías
regionales supedita la constitución de
la identidad a procedimientos
desvergonzadamente mercantiles, en un contexto en que la vida naufraga
irremediablemente entre la locura social y la impavidez tecnocrática. Ahora que
la subjetividad esta atrincherada en la desidia hedonista o en la retirada a la
barbarie, es urgente reinscribirla en la conformación de una práctica
emancipada que suponga comprometer a la mentalidad subalterna en la discusión
acalorada de las problemáticas sociales con el propósito de aperturar el
sistema político a la inclusión productiva de las mayorías. Esto no significa
sobredimensionar la capacidad del Estado como ámbito de resolución de
conflictos o encarnación de una verdad absoluta que aplasta las diferencias –
lo cual acarrearía un severo problema de inestabilidad democrática- sino
entender que le verdadero cambio social implica reorientar las fuerzas de la
inversión privada a través de una política que la contrarreste y la obligue a
identificar rentabilidad empresarial con desarrollo humano.
Mientras que la violencia
ontológica de la razón occidental vigila compulsivamente nuestros esfuerzos por
concienciar sobre los efectos catastróficos del cambio climáticos y del daño
ecológico, creemos que un discurso de izquierda debe ubicarse en el necesidad
de redefinir su paradigma de la planificación industrial, porque de no hacerlo
seguirá siendo responsable del acrecentamiento de un consumismo irresponsable
que bajo el rostro de la masificación de la satisfacción social escande una visión
instrumental de la naturaleza, convertido en una despensa del apetito del voraz
progreso material. La necesidad de defender la vida -definida como aquella
dulce película que se moviliza en base a ensoñaciones y proyectos de felicidad-
de las desviaciones genéticas y programadas de la maquinaria global resulta
imprescindible porque de no hacerlo no
sólo la vigencia del discurso contestatario resultaría inútil, sino que además
su humanismo bohemio se tornaría en una perorata reaccionaria y esnobista que derramaría
por le mundo el fundamentalismo y la desadaptación a los cambios tecnológicos.
La búsqueda incesante de una compensación civilizatoria a la
trasnacionalización del capital se ha de sostener necesariamente sobre la
complejización de pactos sociales en donde el objetivo imprescindible sea la
introducción solidaria y democrática para la creación de conocimiento, de la
cual se deriva urgentemente un cuidado clínico de las diversas manifestaciones
de la vida social. No basta con celebrara la socialización de los bienes
económicos sino que hay que perseguir constituir subjetividades radicales que
sean capaces del leer y deconstruir apropiadamente las trampas cosificadotas y
la degradación del poder.
Crítica del individualismo:
Es difícil ponerse a argumentar
que la realización de los sueños colectivos que las identidades populares
despliegan implica desechar como anacrónico e inmoral aquel visceral
individualismo, que supone frente a todas las críticas el eje ontológico
alrededor del cual se autoconforma la producción de lo real. Si bien como
argumentaba Durkheim, la complejidad de la división social del trabajo asegura
temporalmente que la trayectoria privada se ancle al interior de un proyecto de
desarrollo compartido[4],
la verdad es que en realidades atravesadas por severos cuadros de anomia y de
subjetividades transgresoras esta enfrente la decisión de desligarse
forzadamente de permanencia de referentes generales, porque de ello depende la
preservación de su integridad física y simbólica.
A grandes rasgos la
conjetura que se maneja es que la sofisticación del éxito individual, la
realización de la existencia privada, coacciona el desarrollo de una cultura de
la solidaridad, porque la inexistencia de mecanismos institucionales y de
agendas comunes de prosperidad que estrechen la felicidad particular con el
bienestar colectivo obliga la sujeto carente de una ética social a decidir por
su beneficio privado. Es la ausencia de una moralidad individual que consiente
un mínimo de respeto por le bienestar del otro, debido a la normatividad
salvaje de la economía de mercado, que considera como descartable todo discurso que implique un
gasto innecesario de cursilerías humanoides, lo que ocasiona que las energías
productivas sean utilizadas en función de intereses privados. Mäs allá de que
exista una peculiaridad bondadosa en toda personalidad, no erosionada por la
instrumentalización del mercado, creemos que este resto de ideología limosnera
no representa un sistema de creencias capaz de contener la corrosión de la
marejada cosificadora, ya que dicha envestidura estratégica se impone como un
conjunto de reglas soterradas que aplana cualquier iniciativa comunitarista
como condición única para dar validez a la sobrevivencia individual.
No queremos condenar al ostracismo
toda alternativa de equilibrio civilizado al capitalismo descarriado, pero en
las sociedades periféricas esta opción no representa, ni desea proponer una
serie de modificaciones reformistas a la ideología del mercado, porque se
considera inviable un tránsito acordado hacia una economía social por el
terrible poder macroeconómico que el
capital privado ostenta en las estructuras sociales híbridas de las regiones
periféricas. En alguna medida el derrotero de la individuación y los procesos
socializadores que fabrican el perfil psicológico de las conductas tipológicas
exhiben enormes cantidades de disconformidad con un ambiente de estereotipos
socialistas porque perciben que estos elementos ideológicos representan un gran costo social y económico para ser
ensayado con éxito. En una cultura cargada de reglas de juego mercantiles que
producen individuaciones desconectadas de la reproducción de agendas comunes,
la única garantía para conseguir no renunciar a problemáticas de interés
público es previamente aprender a sobrevivir en una realidad saturada de
esfuerzos y conductismos, aún cuando dicha habilidad se termina por convertir
en una virtud que obstruye la promesa de luchar por la conservación de la
totalidad social. La corrosión de espíritu social por obra de individualidades
que buscan a toda costa predominar antológicamente en el ámbito cambiante de
las posiciones sociales, provoca una socialización que va perfilando
subjetividades que observan como algo natural instrumentalizar los bienes de la
sociedad, lo cual significa que la producción de la biografía típica legitima
la injusta distribución de los recursos cognoscitivos.
A medida que la sociedad
plantea la urgencia de explicitar, sólo en el discurso, el desarrollo de
subjetividades democráticas, tanto más estas se tornan en protagonismos
atómicos que percibe el proselitismo de izquierda como una agresión en contra
de la misma integridad del individuo que tanto lo necesita. Es decir, al
profusión de lenguajes moralizadores y de toda una coyuntura ideológica de
granes movimientos que persiguen la transvaloración de los significados, choca
indefectiblemente con una metafísica que se ha disgregado en el corazón mismo
de las contingencias individuales, la cual impacta en la autocultura personal
como una barrera que presenta la transformación social como un estúpido e
irresponsable sacrificio. Quizás, en sentido sólo especulativo la inviabilidad
de construir una alternativa que logre resignificar y tener una cultura
apropiada de capitalismo desterritorializado no se debe a la existencia de un
defecto estructural que el error histórico evidencie, sino a que la prueba de
una asimilación irresistible de la organicidad compleja delata la expresión
cínica profunda de una individualización que nunca supo hacerse cargo de elaborar un relato común del destino
histórico nacional. La fragmentación despótica de escenarios culturales, sin
que estos lograran consolidar una síntesis antropológica que superara el
empobrecimiento del significado ideológico que la subjetividad inventó para
esquivar la recesión de la identidad, precipitó en los senderos de la historia
una personalidad que siempre se autoconstituyó a la zaga de las gigantescas
ficciones civilizatorias que proyectaba, sin la suficiente valentía para asumir
el costo de revolucionar drásticamente la mentalidad acomplejada y hundida en
el miedo y en la esclavitud de sí mismo.
Como quiera que sea, la
facilidad que halla la globalización capitalista para arrancarnos el derecho de
edificar nuestra propia objetividad, no reposa en la perfección desmesurada de
los sistemas disciplinarios sino en las varias cárceles epistémicos que hemos
ido diseñando, con el propósito de atribuirnos cierta estabilidad simbólica
cuando la empresa de autoconcebirnos estructuralmente se presenta como una
responsabilidad demasiado difícil y aburrida de cumplir. Lo que quiero decir es
que en la trayectoria de ser la unidad que expresa la diversidad las
identidades colectivas se han decidido por vivir la fantasía de una gran
síntesis cultural, sin comprometerse seriamente con llevar a la práctica todos
los ingeniosos saberes que está prometió, porque el espíritu de nuestros
pueblos careció de la necesaria energía cósmica para enfrentar la falsa
totalidad. En la medida que nos hemos acostumbrado a presenciar reprimidos el
holocausto de nuestros vencidos, y a sorprendernos cuando otros pueblos del
mundo alcanzan la cumbre de su expresión histórica, ha dada avances importantes
una subjetividad subterránea y sincrética, que si bien evadió la responsabilidad
de transculturizar la rémora de nuestro desarrollo social, porque rechazo de
plano el historicismo evolucionista del pensamiento monocultural, permite
mantener renovadas esperanzas de que no se quede varada en una
sobrediferenciación absurda y mezquina sino que progrese hacia la conformación
de una conciencia pluridimensional que consiga realizar todos los saberes que
la maquinaria de flujos oscurece y mantiene olvidados. Creemos que en tanto la
heterogeneidad sociogenética asfixie el desarrollo de las infinitas
singularidades, la individuación ontológica no dejará de ser una odisea
transitiva, incapaz de superar el escollo ideológico que representa una
realidad sin una auténtica base económica, y por consiguiente, atrapada en el
vicio de adormecerse con toda una trama de mentiras y falsedades que sustituyen
hábilmente la emancipación, y que sentencian a la personalidad a no saber
disimular con audacia los padecimientos objetivos.
En una individualidad que
disfraza el empobrecimiento histórico de no controlar a cabalidad la producción
de la realidad material la que facilita
la imposición de un discurso cuyo ámbito de construcción se ubica en la
administración simulada de l caos cultural, sin llegar a comprometerse
seriamente con trastocar afirmativamente una formación sociocenómica atrofiada
por una ideología elitista y privatizadora. Mientras la biografía individual no
consiga vincularse progresistamente con la responsabilidad compartida de
preservar la normatividad social, mientras el discurso de felicidad signifique
aceptar como lago natural el predominio de la razón de mercado, que en el corto
plazo sólo otorga autoconservación provisional, y mientras toda improvisación y
pragmatismo social represente un obstáculo que oscurece la urgente visualización
reflexiva de las amenazas sociales, será muy difícil concretar la elaboración
de una poropuesta reconciliada con el destino de la comunidad, porque
paradójicamente la transmutación benéfica de la realidad social depende del
constante deterioro de las reglas del juego democrático que nadie obedece. El
divorcio abismal entre una singularidad que aprende las habilidades suficientes
para defenderse de la violencia de la maquinaria social, una realidad que ante
el desampara de los esfuerzos individuales se licua dramáticamente, entrega la
producción de las psicologías colectivas al constante reacomodamiento de sus
reservorios culturales ante las convulsiones de la diferenciación sistémica, y
ante los desequilibrios funcionales que provoca la imposición del desarrollo
capitalista. En la medida que la expresión de lo real es el producto agresivo de una organización
compleja se deshacen las posibilidades de construir integraciones lingüísticas
exteriores a la imposición administrativa, porque no existen internalizados de
manera compleja raíces ontológicas respetuosas de la integridad psicoafectiva
de los otros, que son vistos como meras mercancías y objetos de
instrumentalización. No es, en otras palabras, la propagación de una metafísica
mercantil en las conciencias individuales la que ocasiona la obstrucción de la
particularidad civilizatoria de nuestra identidad, sino una agresiva
sincronización ideológica con el relato superestructural del consumo y de la
relatividad cultural la que explica el atrofiamiento y el carácter inconcluso
de nuestra peculiar antropología social, que no se halla comprometida con
urgentes cambios estructurales que ponen en riesgo su falso y mediocre
felicidad individual.
Puestas las cartas en al
mesa, el riesgo de configurar salidas colectivas que impliquen sacrificar
ventajas individuales, en un contexto donde el cambio social es imprescindible,
es percibido como una empresa de orates que con el propósito de evadir el
peligro de la nada termina por precipitar la dolorosa evidencia de un mundo que
hace del veneno del vacío el sustrato de su realización social. El carácter
anómico que experimenta la interacción cotidiana no sólo desdibuja y vuelve
irrepresentable las condiciones sociales de una
gran transformación colectiva, sino que además persuade a las
singularidades a difundir arbitrariamente la institucionalización de tal
realidad transgresiva, porque la supervivencia de la subjetividad subalterna
depende del ataque y degradación infinita de los lenguajes y repertorios culturales
comunes, que son sustituidos por una lógica de omnirelatos simbólicos que no
aseguran para nada asumir discursos de acción y estrategias de sentido común.
No quisiera que de mi
realismo ontológico se desprendiera una soberana apología a la reproducción de
una complejidad cultural que no admite ni desea tener puntos de contacto con
edificios estructurales que perjudican y dificultan que las ideas que afianzan
la identidad se tornen en programas de acción concretos. Nada más alejado de la
realidad que describo. En síntesis, creo que el divorcio que existe entre una
estructura social fragmentada e involucionada que es desamparada y se diluye
cuanto más su corporalidad material es manipulada y absorbida por la
mundialización de la economía, y una delgada película de discursos que se
aglomeran alrededor de la descarada y desigual distribución del conocimiento
social que nada quiere saber de responsabilidades organizacionales, a las
cuales solo instrumentaliza, es un rasgo, digamos, socio-estructural que recorre
todos los esfuerzos ontológicos por reconstruir un discurso histórico coherente
y reconciliado con el bien común de nuestras sociedades. A medida que el
carácter social es descuidado y se evapora en el biopoder hegemónico y
subalterno, que enmascara el rezago de circunstancias que se conciben
tradicionales de modo ideológico e inapropiado, es difícil concebir proyectos
alternativos comunes, debido a que el divorcio ontológico del que hablamos
torna complicado el reconocimiento de núcleos patológicos que correctamente
reconstruidos podrían consolidar singularidades capaces de alterar significados
que los esclavizan y los hacen morar en el miedo. Hoy en que las realidades periféricas se desterritorializan
y consumen los pocos cimientos objetivos donde hacer descansar la sensación de
existir plenamente, la clave para hacer retroceder el impacto del cuerpo sin
órganos, es ubicar la liberación en la adaptación permanente a la amenaza de la
estandarización y del desierto del mercado, de tal modo que la identidad logre
apropiarse y reprogramar el peso de las ideologías que lo someten y los
engarrotan en el conformismo y en la soledad absoluta.
Deseconomización de la cultura crítica:
En las reflexiones que teje
Perry Anderson a cerca del marxismo occidental
se desprende que el giro cultural, filosófico y epistemológico que
adoptó éste en las sociedades de los capitalismo más avanzados supuso un
retroceso ontológico con respecto a la edad del marxismo clásico economicista
anterior a
Talvez el marxismo
occidental – sobre todo las posturas críticas de la escuela de Frankfurt-
subestimó la capacidad de respuesta de las cultura oprimidas, aplastadas por la
jaula burocrática, sin embargo, su aristocratismo estético significó un aporte
considerable para la posterior recepción y manifestación de un materialismo
cultural que tuvo una lectura apropiada de la desmaterialización de la
estratificación social y de la conformación de una sociedad compleja con
valores y sistema de creencia postmateriales. En tránsito de la sociedad
planificada y de la producción disciplinaria de la subjetividad a una sociedad
donde el deseo y la experiencia de los escenarios postmodernos influyen en la
fabricación de estilo de consumo y de una variedad de mercados especulativos
que ponen énfasis en al delineación de bienes culturales y redes fluidas en
constante cambio, ocasionan la urgencia de una recolocación estratégica de la
cultura crítica posicionada en la premisa que el proceso de personalización,
del que habla Lipovestky, inaugura la consolidación de ideologías y micro-narrativas
de la dominación menos coercitivas y más democráticas, no obstante, capaces de
alienar con mayor sofisticación y productividad social. Este totalitarismo
líquido e individualista del que habla Ubilluz, en su libro “Los nuevos súbditos”
expulsa de la política económica a los actores emergentes que se demuestran
incapaces de revertir y apropiarse la naturaleza despiadada de códigos
plásticos y de mayor elasticidad, debido a que estos moldes simbólicos, estos
laboratorios de la innovación y de al creación de conocimiento productivo,
consolidan monopolios y oligarquía culturales que arrebatan y elitizan las
condiciones sociales donde se produce una corporalidad y subjetividad
consciente de su papel social en al estructura social. En la medida que el
avance de la desrealización ontológica cohíbe el desarrollo de salidas
coherentes con el bienestar de la comunidad, en la medida que el atascamiento
de la identidad variada crea rutas de desahogo más vinculadas a divorciarse de
la infraestructura económica, se induce la fortalecimiento del dominio de los
sistemas abstractos y de una complejidad organizada que arroja al significado
en el campo de expresión de una metafísica que decide desvanecerse en el olvido
e y en los vestíbulos de la precariedad y de la irracionalidad mercantil. Es la
recaída de la subjetividad social en la licuación de las inmanencias y del
deseo desbordado lo que provoca la absorción de las formas de producción
material y simbólica por un proceso de personalización periférico y subalterno
que liquida todo contacto responsable con el destino estructural del país, lo
cual acelera a validez del saqueo trasnacional y coloca la producción material
en un escenario de enclaves extractivos, servicios inmateriales y economías
informales y de la solidaridad que constituye una severa restricción para un
desarrollo real de nuestra particularidad civilizatoria.
Más allá de que la cultura
crítica interna no halla logrado evolucionar un relato hábil y escurridizo para
cuestionar y desocultar el predominio de un biopoder que coacciona la
revolución expectante de la vida cotidiana y que ubica el sometimiento de los
aparatos de control, en el degradamiento intencionado de las instituciones,
creemos que este defecto no significa que dejen de existir lecturas avezadas y
comprometidas de la realidad capitalista, que revelen el saludable
reposicionamiento del discurso negativo al interior de u espacio de entropías
comunicativas y de infinidad de discursos y máquinas deseantes. Es difícil
decirlo pero es el fantasma de la revolución y el desarrollismo sólido la que
afinca la terquedad del relato de izquierda en la desaceleración de un
resentimiento asfixiante e irresponsable que se niega a adoptar una postura más
coherente y honrada con respecto a la naturaleza compleja de las clases
postergadas. Mientras el empuje de las subjetividades subalternas no consiga
dar forma a una teoría que acepte que hoy la dominación se juega en la
culturización irreversible de los lenguajes y de la experiencia social y no en
hacer estallar con una sublevación general el cimiento estructural del
desarrollo social, será muy difícil
persuadir a la cultura popular a desactivar y reconstruir desde su propia
práctica cotidiana la gramática de una
dominación ciertamente autoritaria y empobrecedora.
Hoy más que nunca que el
pensamiento negativo está obligado a tejer audazmente una interpretación
desideologizada de la realidad, que e permita, a su vez, hacer evolucionar una
síntesis emancipada de las multitudes y de los organismos reticulares, sin que
tal tarea signifique abandonar las temáticas clásicas del marxismo, sino en
reparar que el poder se descentraliza patológicamente como un virus astuto y
evasor que paraliza la realización y atrinchera la identidad en una estandarización
estúpida e inconsecuente. Creemos que de la
transvaloración de las gramáticas de la dominación y de las esferas de
la descarada explotación y exclusión social se debe avanzar hacia una posición
más ambiciosa y total de los problemas de las sociedades periféricas, lo cual
provea a la razón subalterna de un control expectante de los sistema abstractos
y de su tendencia a extraviarse en el caos de las ideologías globales y en la
metafísica anárquica del mercado. La mundialización de la economía que supera
las distorsiones políticas que los flujos económicos impusieron al crecimiento
de las organizaciones capitalistas desdibuja en un santiamén los acuerdos y la
vigilancia democrática que los Estados-nación consiguieran imponer al capital
descarriado, lo cual a la larga significa el derrumbe implícito de los procesos
de socialización que confeccionaron relativamente un individuo conciliado con
el interés general. La decadencia del proteccionismo económico que sirvió de
cimiento objetivo para que la naturaleza apropiadora de los organismos
individuales no se desviara de la legitimación a la industrialización, facilitó
la multiplicación de diferencias y ghetos culturales que en tensión permanente
con el propósito unidimensional de construir una modernidad sólida
representaron el resguardo del sentido en corazas y estrategias de
supervivencia populares que expulsados de la premisa de una ciudadanía
proletaria se lanzaron a la consecución
de formas de producción microempresariales, y de redes de subsistencia que
sirvieron para dar validez a las mutaciones subalternas que el impacto de la
lógica del mercado obliga a realizar.
Es en el contexto de una
economía culturizada que incorpora elementos de resistencia productiva en la
informalidad, que la razón populista debe ingeniárselas para reactivar la
noción de un desarrollismo económico en franca cercanía con programas de largo
aliento, que inserten toda la creatividad se los sectores productivos y de la
fragmentación microempresarial en una política económica que sostenga su
eficacia en un modelo de industrialización compleja que se valga de su alianza
con la explosión de a cultura popular y de las sabidurías tradicionales.
Creemos que la persecución ontológica que padece el conocimiento emancipador
por obra de una metafísica mercantil, utilizando en su provecho la savia
creativa de las subjetividades populares para justificar el poder del
capital financiero y el saqueo de los
saberes de la biodiversidad, debe combatirse desde las entrañas mismas de la
interioridad domesticada. Liberar la mente de las singularidades conformistas y
empobrecedoras debe convertirse en el principal objetivo del relato de
izquierdas, porque sin ese poder reconstructor y sin una apropiada lectura del
engarrotamiento del desarrollo social, no se podrá concretar válidamente las
urgentes transformaciones estructurales de un cuerpo social profundamente
fracturado, asimétrico y enajenado con respecto al mecanismo de la propiedad
privada. Pero téngase en cuenta lo siguiente: una real transmutación de los
valores sociales no pede alcanzar identidades libres en tanto la presión
revolucionaria no desactive de forma histórica el mecanismo intemporal de la trasnacionalización, confeccionando una
sólida base económica que concretice el voluntarismo cultural de las
subjetividades emancipadas. Hay que saber descifrar el poder de la
estandarización con una política coherente de las potencialidades periféricas,
para que de este adecuado diagnóstico se desprendan un variado abanico de
posibilidades de imaginación histórica, que proporcionen la vida deteriorada de
una capacidad de reconstruir la corrupción de los rostros de la dominación, que
son valga el énfasis, demasiado desvergonzados en un intento de reducir o
simplificar las ingentes destrezas que es capaz de expresar los saberes
sometidos.
El socialismo o la nación:
La nueva
internacionalización de los movimientos sociales después de ser aplastados por
el desmantelamiento del Estado de Bienestar y de las diversas luchas
antiimperialistas de las sociedades de la periferia capitalista, conducen a la
razón revolucionaria atener que desenvolver su accionar teórico y práctico al
interior de una marejada de organismos globales y culturas desterritorializadas
que confrontan directamente la estrategia de su nacionalismo metodológico, que
concebía la captura del Estado como un primer paso para reformular as
directrices de las políticas públicas que eran percibidas como claramente
antipogresistas. Las nuevas coordenadas de palucha contrahegemónica en un
espacio social donde los aparatos del Estado sirven para garantizar la
administración policiaca de los agentes privados, bien llamados por Chomsky,
“Estados canallas”, visualizan objetivamente que la transformación de la
complejidad capitalista y de las varias redes nerviosas del biopoder deben ser
combatidas desplegando una respuesta alternativa de carácter global, que
persiga la reconstrucción acelerada de las injustas y multidimensionales
relaciones coloniales de poder, lo que permitirá, a su vez, la manifestación de toda la riqueza cultural y biográfica de las
identidades subordinadas. Si bien la táctica de ejercer un equilibrio
ontológico desde las subjetividades rebeldes comporta debilitar la eficacia de
las luchas de reivindicación a nivel nacional se evidencia una interconexión
creciente de las organicidades contraglobalizadoras que en su afán de dinamizar
el control de la vida democrática por sobre los flujos descentralizados del
poder global, enfocan sus pougnas por fuera de los necesarios cambios regionales
y locales de las identidades sometidas, descuidando ciertamente los escenarios
microlocales donde se inscribe el biopoder. A larga el fortalecimiento de la
experiencia cosmopolita de izquierda, desamparando los conflictos internos y
cotidianos de las múltiples nacionalidades empobrecidas, establecen una
inteligencia aristocrática del pensamiento negativo que olvida y toma como
irrelevante las rutas de construcción nacional, pues considera que la respuesta
es eminentemente a nivel de la
globalidad.
Aunque en la vulgata
revolucionaria existe una real preocupación por las realidades particulares de
cada nación, la fuerza que imprimen los
movimientos sociales se ubica en la contienda por desactivar las
envestiduras coloniales del poder global, sin resguardar sensatamente el
cuidado de temáticas socioeconómicas que son percibidas como problemas de
gestión redistributiva o resueltas por conformaciones reticulares de una
economía solidaria. Al desconectarse contundentemente la colonialidad del poder
se cree ciegamente que se conseguirá una disposición simbólica y democrática
para consolidar formas de producción económica que articuladas a un toda
sistémico logre resolver la pobreza estructural, además de otorgar condiciones
sociales para el cambio afirmativo de los índices de desarrollo humano y
social. Lo que no se visualiza con certidumbre es que la inyección líquida de
capital a formaciones micro-empresariales que no tiene la expectativa de
integrarse a una heterogeneidad productiva nacional, y la inversión exclusiva
en consolidar actitudes y economías de pequeña escala, evaden la
responsabilidad de afirmar y sostener un cambio socio-estructural que no
signifique perder autonomía política con respecto a los intereses de las
grandes corporaciones económicas, sino que en la reconstrucción política de los
circuitos macro-regionales se hilen los centros nerviosos de una economía
política que represente una sólida capacidad de negociación social con al
mundialización e interdependencia de los flujos económicos.
En la medida que los
actores subalternos comprendan que el afianzamiento mancomunado de un robusto
mercado nacional acrecienta un abanico mayor de posibilidades reafirmación
socioeconómica, que a largo plazo beneficia que el conocimiento social sea
mejor redistribuido y no confiscado por los grandes monopolios tecnocráticos,
se entenderá que la tendencia maligna hacia el engarrotamiento ideológico debe
ser combatida con el aprendizaje de una pedagogía de la crisis social que sepa
leer que el poder económico no resiste la reinterpretación de su discurso
simplificador cuando la subjetividad y la condición simbólica se propone
revertir con plasticidad la tendencia a la homogeneización social Queramos o no
pero la defensa coherente de la comunidad imaginada nacional deja de ser la
finalidad teleológica de la razón populista para convertirse en la
consolidación de un poder público que negocie racionalmente el despegue de las
identidades nacionales que alcancen destrezas globales sin que tal segmentación
y desintegración sistémica signifique la atrofia o perjuicio del bien común,
sino que exista una coordinación reflexiva de los actores de una geocultura
nacional.
Creemos que la síntesis
histórica que inspiró los proyectos de una cohesión nacional deben ser
desideologizados de tal modo que esta hegemonía febril y estandarizada acepte
que su rol estratégico significa constituir eventualmente coaliciones
nacionales que protejan las circunstancias sociales en que se originan las
socializaciones organizativas y económicas que legitiman el crecimiento del
mercado interno. En al medida que el crecimiento y desarrollo tiendan a la
atomización y a la degradación de los vínculos de solidaridad, porque el éxito
exige una competencia efectiva y desleal, no se podrá corregir, ni siquiera
detener, la dispersión interesada de los intereses económicos y la propagación
de una moral tecnocrática que manipula los residuos sociales en función de la
configuración de una cultura de las relaciones públicas y de los afectos, que
desestructuran y diluyen los marcos de socialización en donde se protege el
desarrollo de la personalidad. El rol del Estado y el secreto de su autonomía
efectiva residen en la habilidad que expresa no dejarse arrebatar el espacio
público donde se despliega la lucha de intereses diversos, porque sino lo
mantiene lejos de la corrosión de la privatización ontológica la vida es
invadida por una instrumentalización descarada que erosiona los sistemas de
protección comunitarios y los sistema de creencias tradicionales e híbridos. La
descomposición de la realidad social debe ser el proceso perverso que la ética socialista debe
contener como un primer paso para que la identidad agote las condiciones
sociales que el estado ofrece, y así pueda aprender a reaccionar ante las
convulsiones económicas que desconectan las solidaridades y arruinan la vida
doméstica. Lo social no es sólo asunto de los esfuerzos de una rala, pero
combatible, sociedad civil organizada sino el producto obligado de las síntesis
identitarias del Estado-nación, porque de no defenderse la creatividad
colectiva y la metáfora “sociedad” no se podrá garantizar a ciencia cierta el
desarrollo de productos singulares exitosos pero reconciliados con el cuidado y
respeto por la vida social. La sociedad deja de ser el punto de partida que va
desapareciendo lentamente del escenario de la globalización sistémica, para
pasar a convertirse en al culminación perfecta de las luchas y convergencias
ideológicas y recíprocas de los variados proyectos alternativos, es decir, el
desarrollo de un consenso ideal que proteja y expanda la vida social hacia
aquellas actividades donde la interconexión es sólo instrumental y
descaradamente funcional.
El estado-nación es, en
otras palabras, la sagrada encarnación de los anhelos progresistas y de
vanguardia, la institución imaginaria donde se preparan y traducen
afirmativamente los intereses diversos para concretar una antropología
socialista que entienda que la estrategia es ahora revolucionar los complejos
ideológicos donde se desperdicia u liquidan los deseos coherentes de la
sociabilidad. El propósito es ir respropiándose de los micropoderes y de la
astucia conspirativa para revertir la tendencia que demuestra la desrealización
a expulsar del manejo estructural a las identidades que sufren el impacto
negativo de la mercantilización y de la socialización crónica. Hay que avanzar
de una defensa nacionalista de las condiciones soberanas – lo que implicaría
ceder el poder a absurdas aventuras autocráticas- hacia un planteamiento
inteligente que sumerja la potencialidad de dicha soberanía en el control
fluido y negociado de las convulsiones lingüísticas que desafían toda
negligencia sedentaria o modorra ideológica.
Ecología y discurso negativo.
La maximización de la
sociedad de consumo y la multiplicación de las necesidades complejas, difíciles
de ser procesadas por un sistema político que fundamentó la generación del
desarrollo social en el acrecentamiento del patrón de acumulación dirigista del
Estado de bienestar, se confronta con la amenaza de que el sometimiento de la
naturaleza extrahumana, con todos sus recursos y sistema de biodiversidad,
provocaría una crisis medioambiental que involucra el peligro de destruir las
condiciones de existencia global de la humanidad. Cuanto más el sistema de consumo
trastoca y desfigura el abastecimiento de la naturaleza en provecho del
insaciable apetito de los estilos de vida artificiales y extravagantes. Como
condición para despolitizar la subjetividad, tanto menos respuestas
participativas demuestra la debilitada tradición democrática para detener el
avance destructivo del capital industrial. El hundimiento de la complejidad
biográfica de la personalidad burguesa en los laberintos del consumo y las
sintonías híbridas de las culturas orales en la proyección mediática y
cibernética de los organismos sociales, lo que condiciona el ritmo irreversible
de la explotación de la naturaleza, y lo que esta provocando, por consiguiente,
la aceleración de la contaminación y degradación del medio ambiente. La
exageración de una vida que sólo se reconoce y sobrevive atrapada en sus
invenciones lingüísticas, siempre encarnadas en tecnologías del goce y de la
recreación irresponsable, conducen a la ceguera de las escandalosas mutaciones
materiales que los agentes privados llevan adelante originando una mentalidad
que concibe la realización únicamente a través del constante equilibrio que
logra concretar la afirmación individual, despejando el camino a un monstruo
tecnológico que vive asediando la vida y haciendo deliciosa la instrumentalización.
El riesgo de la entropía civilizatoria conoce el mismo destino que el
agigantamiento de la insignificancia y la infravaloración de la cultura. Es la
proliferación celebratoria y apocalíptica de los discursos la que torna oscura
la fuerza democratizadora para reconocer, a fin de cuentas, que el imparable
progreso del capitalismo resulta una desviación cósmica que debe detenerse en
su actual remitologización abstracta. Un reencuentro coexistencial y débil con
los poderes arcaicos de la naturaleza desdibujaría el complot majestuoso que
prepara el capital para asemejarse unitariamente con la vida, con el uno
primordial, con el devenir, y así naturalizar cínica y publicitariamente las
relaciones coloniales de dominación que se mantienen intactas.
Es un hecho de que las varias empresas depredadoras de la
naturaleza, celebradas por los desordenados y pretorianos Estados canallas,
como son las multinacionales que están atrás de las sabidurías locales, la
despensa de los recursos minerales y bióticos, y la barata y expuesta fuerza de
trabajo, están ocasionando vilmente alteraciones indetenibles en las sociedades
tradicionales, originando la decadencia delincuencial y la migración forzada de
los últimos residuos no globalizados de las cultura vernaculares, para extraer
las riquezas de los organismos naturales que justifiquen y perfeccionen la
persecución cosmética y simbólica que padece la vida interior. La legitimidad
que busca sembrar en la opinión pública es que el actor estratégico de estos
cambio bruscos tiene la sensata intención de superar una visión tradicional y
obsoleta del aprovechamiento territorial para introducir una dinámica
modernizadora que integre a las poblaciones en un desarrollo sostenible que
beneficie, finalmente, a la comunidad afectada por una mentalidad excesivamente
negativa hacia la inversión capitalista. Sin embargo, esta ideología
presuntamente desarrollista no es confirmada en la práctica, debido a que la
forma administrativa que empela para extraer los recursos es incrustar
fortalezas fabriles, enclaves productivos, que no desarrollan conexiones
comerciales, ni institucionales con el mercado interno, lo que sólo se compensa
legalmente con el pago a la comunidad de regalías, por ejemplo, mineras, que
nos son pagadas realmente por las empresas mineras, que financian obras
infraestructurales y de calificación de la mano de obra que nada tienen que ver
con las intenciones económicas de los
asentamientos rurales o comuneros. En la medida que las comunidades campesinas
se les arrebatan la posibilidad para reproducir sus economías de pequeña
escala, que representan la habilidad en vivir en armonía ecológica con el
territorio donde viven, se los empuja a ser sólo plusvalor material de empresas
económicas a las que les importa muy poco confirmar la propuesta alternativa de
un desarrollo sostenible. Es el conflicto entre sistemas de creencias que
suponen un freno a una sensata modernización nacional, un cuerpo sin órganos
que condene a la comunidad, sustentada en relaciones de reciprocidad a la
muerte civilizatoria, la que empuja a las poblaciones rurales a abrazar
ideologías regresiva y soluciones económicas delictivas como el narcotráfico,
que buscan hacer tropezar y deslegitimar el sistema de enclaves productivos,
que de alguna u otra manera acaba con el desarrollo endógeno de los pueblos.
En cierta manera lo que
evidencia esta contradicción entre una vida que se niega a desaparecer con un
sistema capitalista que succiona la savia de los pueblos ruarles, es la severa
materialización de una lucha desigual e irresoluble, que como van las cosas,
culmina en la controversial privatización de la propiedad comunal, y en la
mutación imprevisible de luchas de resistencia armada y economías delictivas
que solo justifican la represión de los sitema de control policiaco. Me parece
que la clave para detener el avance de los organismos privados en el espacio de
economías populares desprotegidas y frágiles, es subirse a la marea de la
modernización con un proyecto de desarrollo ecológico que controle y varíela
lógica depredadora del capital en
función de las urgencias de los actores locales y de las identidades
rurales. Esto se logrará si previamente cambia notablemente el discurso sólo
compensatorio y provisional del impacto ambiental por una organicidad popular
que negocie y coordine a través de las instituciones específicas un programa de
desarrollo nacional sostenible, que exija que la inversión privada se
responsabilice del desarrollo de los circuitos regionales y locales, como
principal actor económico que es, para que esta armonice su rentabilidad con
las cosmovisiones del desarrollo subalterno de las comunidades rurales.
Conclusiones.
De todo lo que venimos
sosteniendo se desprende que hay que abandonar el presunto esencialismo
revolucionario que dirigió las luchas contra el imperialismo económico- debido
a que se pensaba que la unidimensionalidad debías ser combatida con las
interrelaciones explosivas de un actor exterior, como el movimiento obrero- por
una estrategia que consista ontológicamente las ramificaciones biopolíticas que
despliega el poder del entramado organizacional, no para administrarlo en
función de la soberanía de los gobernados sino para desactivar la tendencia
mistificadora que comportan, haciéndolas más cercanas, flexibles y adaptadas a
las necesidades diversas de la población. No hay que confiar en que una
autoridad fuerte y autocrática puede resolver en un espacio disciplinado las
enormes demandas que la democracia consumista despierta, sino en que la
participación productiva, descentralizada y especializada de los actores
democráticos restituya una práctica política que anule la tendencia a la
formación de oligarquías y grupos de interés que limitan y manipulan las
instituciones de la democracia. La izquierda debe enfrentar el peligro del
estatismo monolítico y autocentrado con el desarrollo creativo de una
institucionalidad y organizaciones que creen una cultura cívica coherente con
el desenvolvimiento de las diversas historias individuales. La política es
todavía una actividad noble en donde se desafía la naturalización del poder, es
un espacio de convergencia donde debe resolverse el descrédito mismo de la
opción revolucionaria para convertir la democracia en un espacio de
coordinación, contención e instrucción de una libertad negativa reconciliada
con el bienestar general de los pueblos. La gestión del poder debe eliminar el
realismo interesado de la profesionalización tecnocrática, con el sacrificio
inherente a recompensas de carácter colectivo que desbaraten la envidia, las
apariencias y las desviaciones del poder.
Creemos que la razón
tecnológica y la expansión desmesurada del yo pueden ser desactivadas si lo
subalterno se atreve a coexistir con un mundo saturado de invenciones
cibernéticas y de dispositivos técnicos. Domar el capital significa, a su anarquía y probabilística de flujos
busátiles agregarles un decisionismo democrático, que este alerta frente a las
trampas veloces e imperceptibles de las desviaciones ideológicas con la
determinación de democratizar la resistencia al cansancio y la vida que vive en
lo peligroso. El significado siempre es más fuerte que las torpes máscaras que
nos embisten, hay que creer en nosotros mismos.
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