jueves, 8 de octubre de 2020

La necesidad de la izquierda

 


 


.

 

 

El avance incontenible del proceso de globalización que arruina las economías nacionales, la ahistoricidad consumista en que es encarcelada la cultura como consecuencia del impacto del esquema individualista, y la privatización descarada de la agenda del desarrollo, sin que la política pueda negociar las ventajas más racionales para las sociedades, pone en el ojo de la tormenta la necesidad estrecha de refundar un discurso de izquierdas que sea capaz de superar cualitativamente esa metafísica del mercado que subordina la existencia a un estado de guerra permanente[1], y que arrebata a la vida la oportunidad de concretizar su crecimiento ilimitado sin que la desigualdad y la arbitrariedad del poder posterguen taimadamente la felicidad del espíritu social. Más allá de los caprichos interminables que esbozan las identidades privadas para no socializar las ventajas económicas que ofrece el aparato productivo,  más allá del desprecio racista que mantienen incólumes los sofisticados monopolios culturales, y más allá de la instrumentalización desvergonzada del trabajo político, que la rebaja a ser una actividad oscura marcada con el sello de lo vil, creemos que la elaboración de un programa conciliado con el bien público es urgente en un momento donde el divisionismo ideológico y la corrupción de las oligarquías financieras desanima a la subjetividad a vulnerar victoriosamente la fluctuante y ubicua gramática del poder[2]. La izquierda en este contexto de violencia y de desalmada competencia organizativa se convierte en el espacio de formación y de agrupamiento de las identidades populares no para conseguir un adoctrinamiento enceguecedor que siembre el rencor y el resentimiento, sino para representar un salto cualitativo de transformación de los saberes sometidos, en un escenario cultural donde todo afán de reconocimiento esté compensado por una redistribución productiva de la riqueza social.

 

Si la propuesta de izquierdas enfrenta la multiplicidad de los dispositivos del poder a través de un solo relato que deposite la confianza del progreso en la dureza y sagacidad de un actor único, colisionará indefectiblemente con una realidad compleja en la que la agresividad del mecanismo de la historia alcanza una prolijidad asombrosa para desterritorializarse y despedazarse en micrologías cotidianas. En la medida que la praxis combativa y la predisposición para derrotar las inmanencias existenciales se propongan extraer del quietismo narcisista toda la creatividad histórica y la solidaridad suficiente para desterrar la indiferencia, será mas sencillo entender que la búsqueda de una mentalidad progresista significa combinar simultáneamente un ejercicio transcultural con una política económica que reorganice la propiedad privada en función del bienestar social, sin renunciar la desarrollo económico.

 

Actualmente que el poder de los conglomerados económicos subordina las complejas estructuras sociales para desmantelarlas o simplemente despolitizarlas, se hace necesario equilibrar el poder del capital como una primera condición para flexibilizar y amenguar la racionalidad técnica, para posteriormente, trastocarla en una lógica de la responsabilidad y del cuidado ético[3] que signifique defender la vida de los riesgosos procesos de abstracción social que la atrapan en un mecanismo de excesiva exclusión y explotación económica. El derrumbe del estado populista como productor de lo real cede su lugar a la fabricación digital del ser que deslocalizando el funcionamiento de las economías regionales supedita la constitución de  la identidad a  procedimientos desvergonzadamente mercantiles, en un contexto en que la vida naufraga irremediablemente entre la locura social y la impavidez tecnocrática. Ahora que la subjetividad esta atrincherada en la desidia hedonista o en la retirada a la barbarie, es urgente reinscribirla en la conformación de una práctica emancipada que suponga comprometer a la mentalidad subalterna en la discusión acalorada de las problemáticas sociales con el propósito de aperturar el sistema político a la inclusión productiva de las mayorías. Esto no significa sobredimensionar la capacidad del Estado como ámbito de resolución de conflictos o encarnación de una verdad absoluta que aplasta las diferencias – lo cual acarrearía un severo problema de inestabilidad democrática- sino entender que le verdadero cambio social implica reorientar las fuerzas de la inversión privada a través de una política que la contrarreste y la obligue a identificar rentabilidad empresarial con desarrollo humano.

 

Mientras que la violencia ontológica de la razón occidental vigila compulsivamente nuestros esfuerzos por concienciar sobre los efectos catastróficos del cambio climáticos y del daño ecológico, creemos que un discurso de izquierda debe ubicarse en el necesidad de redefinir su paradigma de la planificación industrial, porque de no hacerlo seguirá siendo responsable del acrecentamiento de un consumismo irresponsable que bajo el rostro de la masificación de la satisfacción social escande una visión instrumental de la naturaleza, convertido en una despensa del apetito del voraz progreso material. La necesidad de defender la vida -definida como aquella dulce película que se moviliza en base a ensoñaciones y proyectos de felicidad- de las desviaciones genéticas y programadas de la maquinaria global resulta imprescindible porque de  no hacerlo no sólo la vigencia del discurso contestatario resultaría inútil, sino que además su humanismo bohemio se tornaría en una perorata reaccionaria y esnobista que derramaría por le mundo el fundamentalismo y la desadaptación a los cambios tecnológicos. La búsqueda incesante de una compensación civilizatoria a la trasnacionalización del capital se ha de sostener necesariamente sobre la complejización de pactos sociales en donde el objetivo imprescindible sea la introducción solidaria y democrática para la creación de conocimiento, de la cual se deriva urgentemente un cuidado clínico de las diversas manifestaciones de la vida social. No basta con celebrara la socialización de los bienes económicos sino que hay que perseguir constituir subjetividades radicales que sean capaces del leer y deconstruir apropiadamente las trampas cosificadotas y la degradación del poder.

 

Crítica del individualismo:

 

Es difícil ponerse a argumentar que la realización de los sueños colectivos que las identidades populares despliegan implica desechar como anacrónico e inmoral aquel visceral individualismo, que supone frente a todas las críticas el eje ontológico alrededor del cual se autoconforma la producción de lo real. Si bien como argumentaba Durkheim, la complejidad de la división social del trabajo asegura temporalmente que la trayectoria privada se ancle al interior de un proyecto de desarrollo compartido[4], la verdad es que en realidades atravesadas por severos cuadros de anomia y de subjetividades transgresoras esta enfrente la decisión de desligarse forzadamente de permanencia de referentes generales, porque de ello depende la preservación de su integridad física y simbólica.

 

A grandes rasgos la conjetura que se maneja es que la sofisticación del éxito individual, la realización de la existencia privada, coacciona el desarrollo de una cultura de la solidaridad, porque la inexistencia de mecanismos institucionales y de agendas comunes de prosperidad que estrechen la felicidad particular con el bienestar colectivo obliga la sujeto carente de una ética social a decidir por su beneficio privado. Es la ausencia de una moralidad individual que consiente un mínimo de respeto por le bienestar del otro, debido a la normatividad salvaje de la economía de mercado, que considera como     descartable todo discurso que implique un gasto innecesario de cursilerías humanoides, lo que ocasiona que las energías productivas sean utilizadas en función de intereses privados. Mäs allá de que exista una peculiaridad bondadosa en toda personalidad, no erosionada por la instrumentalización del mercado, creemos que este resto de ideología limosnera no representa un sistema de creencias capaz de contener la corrosión de la marejada cosificadora, ya que dicha envestidura estratégica se impone como un conjunto de reglas soterradas que aplana cualquier iniciativa comunitarista como condición única para dar validez a la sobrevivencia individual.

 

No queremos condenar al ostracismo toda alternativa de equilibrio civilizado al capitalismo descarriado, pero en las sociedades periféricas esta opción no representa, ni desea proponer una serie de modificaciones reformistas a la ideología del mercado, porque se considera inviable un tránsito acordado hacia una economía social por el terrible poder  macroeconómico que el capital privado ostenta en las estructuras sociales híbridas de las regiones periféricas. En alguna medida el derrotero de la individuación y los procesos socializadores que fabrican el perfil psicológico de las conductas tipológicas exhiben enormes cantidades de disconformidad con un ambiente de estereotipos socialistas porque perciben que estos elementos ideológicos representan un  gran costo social y económico para ser ensayado con éxito. En una cultura cargada de reglas de juego mercantiles que producen individuaciones desconectadas de la reproducción de agendas comunes, la única garantía para conseguir no renunciar a problemáticas de interés público es previamente aprender a sobrevivir en una realidad saturada de esfuerzos y conductismos, aún cuando dicha habilidad se termina por convertir en una virtud que obstruye la promesa de luchar por la conservación de la totalidad social. La corrosión de espíritu social por obra de individualidades que buscan a toda costa predominar antológicamente en el ámbito cambiante de las posiciones sociales, provoca una socialización que va perfilando subjetividades que observan como algo natural instrumentalizar los bienes de la sociedad, lo cual significa que la producción de la biografía típica legitima la injusta distribución de los recursos cognoscitivos.

 

A medida que la sociedad plantea la urgencia de explicitar, sólo en el discurso, el desarrollo de subjetividades democráticas, tanto más estas se tornan en protagonismos atómicos que percibe el proselitismo de izquierda como una agresión en contra de la misma integridad del individuo que tanto lo necesita. Es decir, al profusión de lenguajes moralizadores y de toda una coyuntura ideológica de granes movimientos que persiguen la transvaloración de los significados, choca indefectiblemente con una metafísica que se ha disgregado en el corazón mismo de las contingencias individuales, la cual impacta en la autocultura personal como una barrera que presenta la transformación social como un estúpido e irresponsable sacrificio. Quizás, en sentido sólo especulativo la inviabilidad de construir una alternativa que logre resignificar y tener una cultura apropiada de capitalismo desterritorializado no se debe a la existencia de un defecto estructural que el error histórico evidencie, sino a que la prueba de una asimilación irresistible de la organicidad compleja delata la expresión cínica profunda de una individualización que nunca supo hacerse cargo  de elaborar un relato común del destino histórico nacional. La fragmentación despótica de escenarios culturales, sin que estos lograran consolidar una síntesis antropológica que superara el empobrecimiento del significado ideológico que la subjetividad inventó para esquivar la recesión de la identidad, precipitó en los senderos de la historia una personalidad que siempre se autoconstituyó a la zaga de las gigantescas ficciones civilizatorias que proyectaba, sin la suficiente valentía para asumir el costo de revolucionar drásticamente la mentalidad acomplejada y hundida en el miedo y en la esclavitud de sí mismo.

 

Como quiera que sea, la facilidad que halla la globalización capitalista para arrancarnos el derecho de edificar nuestra propia objetividad, no reposa en la perfección desmesurada de los sistemas disciplinarios sino en las varias cárceles epistémicos que hemos ido diseñando, con el propósito de atribuirnos cierta estabilidad simbólica cuando la empresa de autoconcebirnos estructuralmente se presenta como una responsabilidad demasiado difícil y aburrida de cumplir. Lo que quiero decir es que en la trayectoria de ser la unidad que expresa la diversidad las identidades colectivas se han decidido por vivir la fantasía de una gran síntesis cultural, sin comprometerse seriamente con llevar a la práctica todos los ingeniosos saberes que está prometió, porque el espíritu de nuestros pueblos careció de la necesaria energía cósmica para enfrentar la falsa totalidad. En la medida que nos hemos acostumbrado a presenciar reprimidos el holocausto de nuestros vencidos, y a sorprendernos cuando otros pueblos del mundo alcanzan la cumbre de su expresión histórica, ha dada avances importantes una subjetividad subterránea y sincrética, que si bien evadió la responsabilidad de transculturizar la rémora de nuestro desarrollo social, porque rechazo de plano el historicismo evolucionista del pensamiento monocultural, permite mantener renovadas esperanzas de que no se quede varada en una sobrediferenciación absurda y mezquina sino que progrese hacia la conformación de una conciencia pluridimensional que consiga realizar todos los saberes que la maquinaria de flujos oscurece y mantiene olvidados. Creemos que en tanto la heterogeneidad sociogenética asfixie el desarrollo de las infinitas singularidades, la individuación ontológica no dejará de ser una odisea transitiva, incapaz de superar el escollo ideológico que representa una realidad sin una auténtica base económica, y por consiguiente, atrapada en el vicio de adormecerse con toda una trama  de mentiras y falsedades que sustituyen hábilmente la emancipación, y que sentencian a la personalidad a no saber disimular con audacia los padecimientos objetivos.

 

En una individualidad que disfraza el empobrecimiento histórico de no controlar a cabalidad la producción de la realidad  material la que facilita la imposición de un discurso cuyo ámbito de construcción se ubica en la administración simulada de l caos cultural, sin llegar a comprometerse seriamente con trastocar afirmativamente una formación sociocenómica atrofiada por una ideología elitista y privatizadora. Mientras la biografía individual no consiga vincularse progresistamente con la responsabilidad compartida de preservar la normatividad social, mientras el discurso de felicidad signifique aceptar como lago natural el predominio de la razón de mercado, que en el corto plazo sólo otorga autoconservación provisional, y mientras toda improvisación y pragmatismo social represente un obstáculo que oscurece la urgente visualización reflexiva de las amenazas sociales, será muy difícil concretar la elaboración de una poropuesta reconciliada con el destino de la comunidad, porque paradójicamente la transmutación benéfica de la realidad social depende del constante deterioro de las reglas del juego democrático que nadie obedece. El divorcio abismal entre una singularidad que aprende las habilidades suficientes para defenderse de la violencia de la maquinaria social, una realidad que ante el desampara de los esfuerzos individuales se licua dramáticamente, entrega la producción de las psicologías colectivas al constante reacomodamiento de sus reservorios culturales ante las convulsiones de la diferenciación sistémica, y ante los desequilibrios funcionales que provoca la imposición del desarrollo capitalista. En la medida que la expresión de lo real  es el producto agresivo de una organización compleja se deshacen las posibilidades de construir integraciones lingüísticas exteriores a la imposición administrativa, porque no existen internalizados de manera compleja raíces ontológicas respetuosas de la integridad psicoafectiva de los otros, que son vistos como meras mercancías y objetos de instrumentalización. No es, en otras palabras, la propagación de una metafísica mercantil en las conciencias individuales la que ocasiona la obstrucción de la particularidad civilizatoria de nuestra identidad, sino una agresiva sincronización ideológica con el relato superestructural del consumo y de la relatividad cultural la que explica el atrofiamiento y el carácter inconcluso de nuestra peculiar antropología social, que no se halla comprometida con urgentes cambios estructurales que ponen en riesgo su falso y mediocre felicidad individual.

 

Puestas las cartas en al mesa, el riesgo de configurar salidas colectivas que impliquen sacrificar ventajas individuales, en un contexto donde el cambio social es imprescindible, es percibido como una empresa de orates que con el propósito de evadir el peligro de la nada termina por precipitar la dolorosa evidencia de un mundo que hace del veneno del vacío el sustrato de su realización social. El carácter anómico que experimenta la interacción cotidiana no sólo desdibuja y vuelve irrepresentable las condiciones sociales de una  gran transformación colectiva, sino que además persuade a las singularidades a difundir arbitrariamente la institucionalización de tal realidad transgresiva, porque la supervivencia de la subjetividad subalterna depende del ataque y degradación infinita de los lenguajes y repertorios culturales comunes, que son sustituidos por una lógica de omnirelatos simbólicos que no aseguran para nada asumir discursos de acción y estrategias de sentido común.

 

No quisiera que de mi realismo ontológico se desprendiera una soberana apología a la reproducción de una complejidad cultural que no admite ni desea tener puntos de contacto con edificios estructurales que perjudican y dificultan que las ideas que afianzan la identidad se tornen en programas de acción concretos. Nada más alejado de la realidad que describo. En síntesis, creo que el divorcio que existe entre una estructura social fragmentada e involucionada que es desamparada y se diluye cuanto más su corporalidad material es manipulada y absorbida por la mundialización de la economía, y una delgada película de discursos que se aglomeran alrededor de la descarada y desigual distribución del conocimiento social que nada quiere saber de responsabilidades organizacionales, a las cuales solo instrumentaliza, es un rasgo, digamos, socio-estructural que recorre todos los esfuerzos ontológicos por reconstruir un discurso histórico coherente y reconciliado con el bien común de nuestras sociedades. A medida que el carácter social es descuidado y se evapora en el biopoder hegemónico y subalterno, que enmascara el rezago de circunstancias que se conciben tradicionales de modo ideológico e inapropiado, es difícil concebir proyectos alternativos comunes, debido a que el divorcio ontológico del que hablamos torna complicado el reconocimiento de núcleos patológicos que correctamente reconstruidos podrían consolidar singularidades capaces de alterar significados que los esclavizan y los hacen morar en el miedo. Hoy en que las  realidades periféricas se desterritorializan y consumen los pocos cimientos objetivos donde hacer descansar la sensación de existir plenamente, la clave para hacer retroceder el impacto del cuerpo sin órganos, es ubicar la liberación en la adaptación permanente a la amenaza de la estandarización y del desierto del mercado, de tal modo que la identidad logre apropiarse y reprogramar el peso de las ideologías que lo someten y los engarrotan en el conformismo y en la soledad absoluta.

 

Deseconomización de la cultura crítica:

 

En las reflexiones que teje Perry Anderson a cerca del marxismo occidental  se desprende que el giro cultural, filosófico y epistemológico que adoptó éste en las sociedades de los capitalismo más avanzados supuso un retroceso ontológico con respecto a la edad del marxismo clásico economicista anterior a  la Primera guerra Mundial, que había ponderado la necesidad de construir teoría vinculado estrechamente con el trabajo político de las organizaciones obreras y sindicales. Si bien se comparte su explicación que este viraje sociológico y refilosofante se debió a la difuminación de las posibilidades de revolución política en las sociedades del capitalismo tardío, creemos que dicha culturización de la hermenéutica crítica buscó multiplicar el análisis social a cuestiones y áreas de la realidad social que eran soslayadas por el marxismo ortodoxo, y que correctamente exploradas atorgarían a la reflexión crítica una capacidad de maniobra y de ataque a una vida estandarizada que había perfeccionado la imposibilidad de la liberación humana. Debemos estar de acuerdo con Anderson que esta ruptura con el marxismo economicista significó el atrincheramiento del análisis social en un a crítica destructiva al proceso de racionalización, que había sido amortiguado por una superestructura cultural dirigida por la estandarización del consumo y de la cultura de masas, y que  tal crítica dejaba un pesimismo ontológico incapaz de elaborar un proyecto de emancipación a la inconmensurabilidad de la maquinaria social. En lo que no estoy de acuerdo con Anderson es que su argumentación no fue capaz de visualizar que este esnobismo y espiritualismo cultural representó una inspección ambiciosa del proceso de evaporación de la estructura económica que dio centralidad a una diferenciación cultural caótica y esquizofrénica.

 

Talvez el marxismo occidental – sobre todo las posturas críticas de la escuela de Frankfurt- subestimó la capacidad de respuesta de las cultura oprimidas, aplastadas por la jaula burocrática, sin embargo, su aristocratismo estético significó un aporte considerable para la posterior recepción y manifestación de un materialismo cultural que tuvo una lectura apropiada de la desmaterialización de la estratificación social y de la conformación de una sociedad compleja con valores y sistema de creencia postmateriales. En tránsito de la sociedad planificada y de la producción disciplinaria de la subjetividad a una sociedad donde el deseo y la experiencia de los escenarios postmodernos influyen en la fabricación de estilo de consumo y de una variedad de mercados especulativos que ponen énfasis en al delineación de bienes culturales y redes fluidas en constante cambio, ocasionan la urgencia de una recolocación estratégica de la cultura crítica posicionada en la premisa que el proceso de personalización, del que habla Lipovestky, inaugura la consolidación de ideologías y micro-narrativas de la dominación menos coercitivas y más democráticas, no obstante, capaces de alienar con mayor sofisticación y productividad social. Este totalitarismo líquido e individualista del que habla Ubilluz, en su libro “Los nuevos súbditos” expulsa de la política económica a los actores emergentes que se demuestran incapaces de revertir y apropiarse la naturaleza despiadada de códigos plásticos y de mayor elasticidad, debido a que estos moldes simbólicos, estos laboratorios de la innovación y de al creación de conocimiento productivo, consolidan monopolios y oligarquía culturales que arrebatan y elitizan las condiciones sociales donde se produce una corporalidad y subjetividad consciente de su papel social en al estructura social. En la medida que el avance de la desrealización ontológica cohíbe el desarrollo de salidas coherentes con el bienestar de la comunidad, en la medida que el atascamiento de la identidad variada crea rutas de desahogo más vinculadas a divorciarse de la infraestructura económica, se induce la fortalecimiento del dominio de los sistemas abstractos y de una complejidad organizada que arroja al significado en el campo de expresión de una metafísica que decide desvanecerse en el olvido e y en los vestíbulos de la precariedad y de la irracionalidad mercantil. Es la recaída de la subjetividad social en la licuación de las inmanencias y del deseo desbordado lo que provoca la absorción de las formas de producción material y simbólica por un proceso de personalización periférico y subalterno que liquida todo contacto responsable con el destino estructural del país, lo cual acelera a validez del saqueo trasnacional y coloca la producción material en un escenario de enclaves extractivos, servicios inmateriales y economías informales y de la solidaridad que constituye una severa restricción para un desarrollo real de nuestra particularidad civilizatoria.

 

Más allá de que la cultura crítica interna no halla logrado evolucionar un relato hábil y escurridizo para cuestionar y desocultar el predominio de un biopoder que coacciona la revolución expectante de la vida cotidiana y que ubica el sometimiento de los aparatos de control, en el degradamiento intencionado de las instituciones, creemos que este defecto no significa que dejen de existir lecturas avezadas y comprometidas de la realidad capitalista, que revelen el saludable reposicionamiento del discurso negativo al interior de u espacio de entropías comunicativas y de infinidad de discursos y máquinas deseantes. Es difícil decirlo pero es el fantasma de la revolución y el desarrollismo sólido la que afinca la terquedad del relato de izquierda en la desaceleración de un resentimiento asfixiante e irresponsable que se niega a adoptar una postura más coherente y honrada con respecto a la naturaleza compleja de las clases postergadas. Mientras el empuje de las subjetividades subalternas no consiga dar forma a una teoría que acepte que hoy la dominación se juega en la culturización irreversible de los lenguajes y de la experiencia social y no en hacer estallar con una sublevación general el cimiento estructural del desarrollo social, será  muy difícil persuadir a la cultura popular a desactivar y reconstruir desde su propia práctica  cotidiana la gramática de una dominación ciertamente autoritaria y empobrecedora.

 

Hoy más que nunca que el pensamiento negativo está obligado a tejer audazmente una interpretación desideologizada de la realidad, que e permita, a su vez, hacer evolucionar una síntesis emancipada de las multitudes y de los organismos reticulares, sin que tal tarea signifique abandonar las temáticas clásicas del marxismo, sino en reparar que el poder se descentraliza patológicamente como un virus astuto y evasor que paraliza la realización y atrinchera la identidad en una estandarización estúpida e inconsecuente. Creemos que de la  transvaloración de las gramáticas de la dominación y de las esferas de la descarada explotación y exclusión social se debe avanzar hacia una posición más ambiciosa y total de los problemas de las sociedades periféricas, lo cual provea a la razón subalterna de un control expectante de los sistema abstractos y de su tendencia a extraviarse en el caos de las ideologías globales y en la metafísica anárquica del mercado. La mundialización de la economía que supera las distorsiones políticas que los flujos económicos impusieron al crecimiento de las organizaciones capitalistas desdibuja en un santiamén los acuerdos y la vigilancia democrática que los Estados-nación consiguieran imponer al capital descarriado, lo cual a la larga significa el derrumbe implícito de los procesos de socialización que confeccionaron relativamente un individuo conciliado con el interés general. La decadencia del proteccionismo económico que sirvió de cimiento objetivo para que la naturaleza apropiadora de los organismos individuales no se desviara de la legitimación a la industrialización, facilitó la multiplicación de diferencias y ghetos culturales que en tensión permanente con el propósito unidimensional de construir una modernidad sólida representaron el resguardo del sentido en corazas y estrategias de supervivencia populares que expulsados de la premisa de una ciudadanía proletaria se lanzaron a  la consecución de formas de producción microempresariales, y de redes de subsistencia que sirvieron para dar validez a las mutaciones subalternas que el impacto de la lógica del mercado obliga a realizar.

 

Es en el contexto de una economía culturizada que incorpora elementos de resistencia productiva en la informalidad, que la razón populista debe ingeniárselas para reactivar la noción de un desarrollismo económico en franca cercanía con programas de largo aliento, que inserten toda la creatividad se los sectores productivos y de la fragmentación microempresarial en una política económica que sostenga su eficacia en un modelo de industrialización compleja que se valga de su alianza con la explosión de a cultura popular y de las sabidurías tradicionales. Creemos que la persecución ontológica que padece el conocimiento emancipador por obra de una metafísica mercantil, utilizando en su provecho la savia creativa de las subjetividades populares para justificar el poder del capital  financiero y el saqueo de los saberes de la biodiversidad, debe combatirse desde las entrañas mismas de la interioridad domesticada. Liberar la mente de las singularidades conformistas y empobrecedoras debe convertirse en el principal objetivo del relato de izquierdas, porque sin ese poder reconstructor y sin una apropiada lectura del engarrotamiento del desarrollo social, no se podrá concretar válidamente las urgentes transformaciones estructurales de un cuerpo social profundamente fracturado, asimétrico y enajenado con respecto al mecanismo de la propiedad privada. Pero téngase en cuenta lo siguiente: una real transmutación de los valores sociales no pede alcanzar identidades libres en tanto la presión revolucionaria no desactive de forma histórica el mecanismo intemporal  de la trasnacionalización, confeccionando una sólida base económica que concretice el voluntarismo cultural de las subjetividades emancipadas. Hay que saber descifrar el poder de la estandarización con una política coherente de las potencialidades periféricas, para que de este adecuado diagnóstico se desprendan un variado abanico de posibilidades de imaginación histórica, que proporcionen la vida deteriorada de una capacidad de reconstruir la corrupción de los rostros de la dominación, que son valga el énfasis, demasiado desvergonzados en un intento de reducir o simplificar las ingentes destrezas que es capaz de expresar los saberes sometidos.

 

El socialismo o la nación:

 

La nueva internacionalización de los movimientos sociales después de ser aplastados por el desmantelamiento del Estado de Bienestar y de las diversas luchas antiimperialistas de las sociedades de la periferia capitalista, conducen a la razón revolucionaria atener que desenvolver su accionar teórico y práctico al interior de una marejada de organismos globales y culturas desterritorializadas que confrontan directamente la estrategia de su nacionalismo metodológico, que concebía la captura del Estado como un primer paso para reformular as directrices de las políticas públicas que eran percibidas como claramente antipogresistas. Las nuevas coordenadas de palucha contrahegemónica en un espacio social donde los aparatos del Estado sirven para garantizar la administración policiaca de los agentes privados, bien llamados por Chomsky, “Estados canallas”, visualizan objetivamente que la transformación de la complejidad capitalista y de las varias redes nerviosas del biopoder deben ser combatidas desplegando una respuesta alternativa de carácter global, que persiga la reconstrucción acelerada de las injustas y multidimensionales relaciones coloniales de poder, lo que permitirá, a su vez,  la manifestación de toda la  riqueza cultural y biográfica de las identidades subordinadas. Si bien la táctica de ejercer un equilibrio ontológico desde las subjetividades rebeldes comporta debilitar la eficacia de las luchas de reivindicación a nivel nacional se evidencia una interconexión creciente de las organicidades contraglobalizadoras que en su afán de dinamizar el control de la vida democrática por sobre los flujos descentralizados del poder global, enfocan sus pougnas por fuera de los necesarios cambios regionales y locales de las identidades sometidas, descuidando ciertamente los escenarios microlocales donde se inscribe el biopoder. A larga el fortalecimiento de la experiencia cosmopolita de izquierda, desamparando los conflictos internos y cotidianos de las múltiples nacionalidades empobrecidas, establecen una inteligencia aristocrática del pensamiento negativo que olvida y toma como irrelevante las rutas de construcción nacional, pues considera que la respuesta es eminentemente  a nivel de la globalidad.

 

Aunque en la vulgata revolucionaria existe una real preocupación por las realidades particulares de cada nación, la fuerza que imprimen los  movimientos sociales se ubica en la contienda por desactivar las envestiduras coloniales del poder global, sin resguardar sensatamente el cuidado de temáticas socioeconómicas que son percibidas como problemas de gestión redistributiva o resueltas por conformaciones reticulares de una economía solidaria. Al desconectarse contundentemente la colonialidad del poder se cree ciegamente que se conseguirá una disposición simbólica y democrática para consolidar formas de producción económica que articuladas a un toda sistémico logre resolver la pobreza estructural, además de otorgar condiciones sociales para el cambio afirmativo de los índices de desarrollo humano y social. Lo que no se visualiza con certidumbre es que la inyección líquida de capital a formaciones micro-empresariales que no tiene la expectativa de integrarse a una heterogeneidad productiva nacional, y la inversión exclusiva en consolidar actitudes y economías de pequeña escala, evaden la responsabilidad de afirmar y sostener un cambio socio-estructural que no signifique perder autonomía política con respecto a los intereses de las grandes corporaciones económicas, sino que en la reconstrucción política de los circuitos macro-regionales se hilen los centros nerviosos de una economía política que represente una sólida capacidad de negociación social con al mundialización e interdependencia de los flujos económicos.

 

En la medida que los actores subalternos comprendan que el afianzamiento mancomunado de un robusto mercado nacional acrecienta un abanico mayor de posibilidades reafirmación socioeconómica, que a largo plazo beneficia que el conocimiento social sea mejor redistribuido y no confiscado por los grandes monopolios tecnocráticos, se entenderá que la tendencia maligna hacia el engarrotamiento ideológico debe ser combatida con el aprendizaje de una pedagogía de la crisis social que sepa leer que el poder económico no resiste la reinterpretación de su discurso simplificador cuando la subjetividad y la condición simbólica se propone revertir con plasticidad la tendencia a la homogeneización social Queramos o no pero la defensa coherente de la comunidad imaginada nacional deja de ser la finalidad teleológica de la razón populista para convertirse en la consolidación de un poder público que negocie racionalmente el despegue de las identidades nacionales que alcancen destrezas globales sin que tal segmentación y desintegración sistémica signifique la atrofia o perjuicio del bien común, sino que exista una coordinación reflexiva de los actores de una geocultura nacional.

 

Creemos que la síntesis histórica que inspiró los proyectos de una cohesión nacional deben ser desideologizados de tal modo que esta hegemonía febril y estandarizada acepte que su rol estratégico significa constituir eventualmente coaliciones nacionales que protejan las circunstancias sociales en que se originan las socializaciones organizativas y económicas que legitiman el crecimiento del mercado interno. En al medida que el crecimiento y desarrollo tiendan a la atomización y a la degradación de los vínculos de solidaridad, porque el éxito exige una competencia efectiva y desleal, no se podrá corregir, ni siquiera detener, la dispersión interesada de los intereses económicos y la propagación de una moral tecnocrática que manipula los residuos sociales en función de la configuración de una cultura de las relaciones públicas y de los afectos, que desestructuran y diluyen los marcos de socialización en donde se protege el desarrollo de la personalidad. El rol del Estado y el secreto de su autonomía efectiva residen en la habilidad que expresa no dejarse arrebatar el espacio público donde se despliega la lucha de intereses diversos, porque sino lo mantiene lejos de la corrosión de la privatización ontológica la vida es invadida por una instrumentalización descarada que erosiona los sistemas de protección comunitarios y los sistema de creencias tradicionales e híbridos. La descomposición de la realidad social debe ser el proceso  perverso que la ética socialista debe contener como un primer paso para que la identidad agote las condiciones sociales que el estado ofrece, y así pueda aprender a reaccionar ante las convulsiones económicas que desconectan las solidaridades y arruinan la vida doméstica. Lo social no es sólo asunto de los esfuerzos de una rala, pero combatible, sociedad civil organizada sino el producto obligado de las síntesis identitarias del Estado-nación, porque de no defenderse la creatividad colectiva y la metáfora “sociedad” no se podrá garantizar a ciencia cierta el desarrollo de productos singulares exitosos pero reconciliados con el cuidado y respeto por la vida social. La sociedad deja de ser el punto de partida que va desapareciendo lentamente del escenario de la globalización sistémica, para pasar a convertirse en al culminación perfecta de las luchas y convergencias ideológicas y recíprocas de los variados proyectos alternativos, es decir, el desarrollo de un consenso ideal que proteja y expanda la vida social hacia aquellas actividades donde la interconexión es sólo instrumental y descaradamente funcional.

 

El estado-nación es, en otras palabras, la sagrada encarnación de los anhelos progresistas y de vanguardia, la institución imaginaria donde se preparan y traducen afirmativamente los intereses diversos para concretar una antropología socialista que entienda que la estrategia es ahora revolucionar los complejos ideológicos donde se desperdicia u liquidan los deseos coherentes de la sociabilidad. El propósito es ir respropiándose de los micropoderes y de la astucia conspirativa para revertir la tendencia que demuestra la desrealización a expulsar del manejo estructural a las identidades que sufren el impacto negativo de la mercantilización y de la socialización crónica. Hay que avanzar de una defensa nacionalista de las condiciones soberanas – lo que implicaría ceder el poder a absurdas aventuras autocráticas- hacia un planteamiento inteligente que sumerja la potencialidad de dicha soberanía en el control fluido y negociado de las convulsiones lingüísticas que desafían toda negligencia sedentaria o modorra ideológica.

 

Ecología y discurso negativo.

 

La maximización de la sociedad de consumo y la multiplicación de las necesidades complejas, difíciles de ser procesadas por un sistema político que fundamentó la generación del desarrollo social en el acrecentamiento del patrón de acumulación dirigista del Estado de bienestar, se confronta con la amenaza de que el sometimiento de la naturaleza extrahumana, con todos sus recursos y sistema de biodiversidad, provocaría una crisis medioambiental que involucra el peligro de destruir las condiciones de existencia global de la humanidad. Cuanto más el sistema de consumo trastoca y desfigura el abastecimiento de la naturaleza en provecho del insaciable apetito de los estilos de vida artificiales y extravagantes. Como condición para despolitizar la subjetividad, tanto menos respuestas participativas demuestra la debilitada tradición democrática para detener el avance destructivo del capital industrial. El hundimiento de la complejidad biográfica de la personalidad burguesa en los laberintos del consumo y las sintonías híbridas de las culturas orales en la proyección mediática y cibernética de los organismos sociales, lo que condiciona el ritmo irreversible de la explotación de la naturaleza, y lo que esta provocando, por consiguiente, la aceleración de la contaminación y degradación del medio ambiente. La exageración de una vida que sólo se reconoce y sobrevive atrapada en sus invenciones lingüísticas, siempre encarnadas en tecnologías del goce y de la recreación irresponsable, conducen a la ceguera de las escandalosas mutaciones materiales que los agentes privados llevan adelante originando una mentalidad que concibe la realización únicamente a través del constante equilibrio que logra concretar la afirmación individual, despejando el camino a un monstruo tecnológico que vive asediando la vida y haciendo deliciosa la instrumentalización. El riesgo de la entropía civilizatoria conoce el mismo destino que el agigantamiento de la insignificancia y la infravaloración de la cultura. Es la proliferación celebratoria y apocalíptica de los discursos la que torna oscura la fuerza democratizadora para reconocer, a fin de cuentas, que el imparable progreso del capitalismo resulta una desviación cósmica que debe detenerse en su actual remitologización abstracta. Un reencuentro coexistencial y débil con los poderes arcaicos de la naturaleza desdibujaría el complot majestuoso que prepara el capital para asemejarse unitariamente con la vida, con el uno primordial, con el devenir, y así naturalizar cínica y publicitariamente las relaciones coloniales de dominación que se mantienen intactas.

 

Es un hecho de que las  varias empresas depredadoras de la naturaleza, celebradas por los desordenados y pretorianos Estados canallas, como son las multinacionales que están atrás de las sabidurías locales, la despensa de los recursos minerales y bióticos, y la barata y expuesta fuerza de trabajo, están ocasionando vilmente alteraciones indetenibles en las sociedades tradicionales, originando la decadencia delincuencial y la migración forzada de los últimos residuos no globalizados de las cultura vernaculares, para extraer las riquezas de los organismos naturales que justifiquen y perfeccionen la persecución cosmética y simbólica que padece la vida interior. La legitimidad que busca sembrar en la opinión pública es que el actor estratégico de estos cambio bruscos tiene la sensata intención de superar una visión tradicional y obsoleta del aprovechamiento territorial para introducir una dinámica modernizadora que integre a las poblaciones en un desarrollo sostenible que beneficie, finalmente, a la comunidad afectada por una mentalidad excesivamente negativa hacia la inversión capitalista. Sin embargo, esta ideología presuntamente desarrollista no es confirmada en la práctica, debido a que la forma administrativa que empela para extraer los recursos es incrustar fortalezas fabriles, enclaves productivos, que no desarrollan conexiones comerciales, ni institucionales con el mercado interno, lo que sólo se compensa legalmente con el pago a la comunidad de regalías, por ejemplo, mineras, que nos son pagadas realmente por las empresas mineras, que financian obras infraestructurales y de calificación de la mano de obra que nada tienen que ver con  las intenciones económicas de los asentamientos rurales o comuneros. En la medida que las comunidades campesinas se les arrebatan la posibilidad para reproducir sus economías de pequeña escala, que representan la habilidad en vivir en armonía ecológica con el territorio donde viven, se los empuja a ser sólo plusvalor material de empresas económicas a las que les importa muy poco confirmar la propuesta alternativa de un desarrollo sostenible. Es el conflicto entre sistemas de creencias que suponen un freno a una sensata modernización nacional, un cuerpo sin órganos que condene a la comunidad, sustentada en relaciones de reciprocidad a la muerte civilizatoria, la que empuja a las poblaciones rurales a abrazar ideologías regresiva y soluciones económicas delictivas como el narcotráfico, que buscan hacer tropezar y deslegitimar el sistema de enclaves productivos, que de alguna u otra manera acaba con el desarrollo endógeno de los pueblos.

 

En cierta manera lo que evidencia esta contradicción entre una vida que se niega a desaparecer con un sistema capitalista que succiona la savia de los pueblos ruarles, es la severa materialización de una lucha desigual e irresoluble, que como van las cosas, culmina en la controversial privatización de la propiedad comunal, y en la mutación imprevisible de luchas de resistencia armada y economías delictivas que solo justifican la represión de los sitema de control policiaco. Me parece que la clave para detener el avance de los organismos privados en el espacio de economías populares desprotegidas y frágiles, es subirse a la marea de la modernización con un proyecto de desarrollo ecológico que controle y varíela lógica depredadora del capital en  función de las urgencias de los actores locales y de las identidades rurales. Esto se logrará si previamente cambia notablemente el discurso sólo compensatorio y provisional del impacto ambiental por una organicidad popular que negocie y coordine a través de las instituciones específicas un programa de desarrollo nacional sostenible, que exija que la inversión privada se responsabilice del desarrollo de los circuitos regionales y locales, como principal actor económico que es, para que esta armonice su rentabilidad con las cosmovisiones del desarrollo subalterno de las comunidades rurales.

 

Conclusiones.

 

De todo lo que venimos sosteniendo se desprende que hay que abandonar el presunto esencialismo revolucionario que dirigió las luchas contra el imperialismo económico- debido a que se pensaba que la unidimensionalidad debías ser combatida con las interrelaciones explosivas de un actor exterior, como el movimiento obrero- por una estrategia que consista ontológicamente las ramificaciones biopolíticas que despliega el poder del entramado organizacional, no para administrarlo en función de la soberanía de los gobernados sino para desactivar la tendencia mistificadora que comportan, haciéndolas más cercanas, flexibles y adaptadas a las necesidades diversas de la población. No hay que confiar en que una autoridad fuerte y autocrática puede resolver en un espacio disciplinado las enormes demandas que la democracia consumista despierta, sino en que la participación productiva, descentralizada y especializada de los actores democráticos restituya una práctica política que anule la tendencia a la formación de oligarquías y grupos de interés que limitan y manipulan las instituciones de la democracia. La izquierda debe enfrentar el peligro del estatismo monolítico y autocentrado con el desarrollo creativo de una institucionalidad y organizaciones que creen una cultura cívica coherente con el desenvolvimiento de las diversas historias individuales. La política es todavía una actividad noble en donde se desafía la naturalización del poder, es un espacio de convergencia donde debe resolverse el descrédito mismo de la opción revolucionaria para convertir la democracia en un espacio de coordinación, contención e instrucción de una libertad negativa reconciliada con el bienestar general de los pueblos. La gestión del poder debe eliminar el realismo interesado de la profesionalización tecnocrática, con el sacrificio inherente a recompensas de carácter colectivo que desbaraten la envidia, las apariencias y las desviaciones del poder.

 

Creemos que la razón tecnológica y la expansión desmesurada del yo pueden ser desactivadas si lo subalterno se atreve a coexistir con un mundo saturado de invenciones cibernéticas y de dispositivos técnicos. Domar el capital significa, a  su anarquía y probabilística de flujos busátiles agregarles un decisionismo democrático, que este alerta frente a las trampas veloces e imperceptibles de las desviaciones ideológicas con la determinación de democratizar la resistencia al cansancio y la vida que vive en lo peligroso. El significado siempre es más fuerte que las torpes máscaras que nos embisten, hay que creer en nosotros mismos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] HARDT y NEGRI. Multitud

[2]

[3] LEVINAS Inmanuel. Totalidad e infinito.

[4] DURKHEIM Emile. La división social del trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La desunion de una familia

  Hace unos meses conversaba con una vecina que es adulto mayor. Le decía que a pesar de tener 75 años se le veía muy conservada y fortaleci...