El Lenguaje y las formas. Las trampas de la objetividad.
Ronald Jesús Torres Bringas
ronsubalterno@gmail.com
Hablar ha sido
desde siempre una forma de otorgar sentido a las cosas que nos rodeaban. Ahí
donde había conciencia de lo que existía el lenguaje ha sido y es un reservorio
de figuras y significados con los que se sabe de una cultura, esta conoce y se
afirma en un mundo cada vez más misterioso e imprevisible. El afán de seguridad
ha ido de la mano con la certeza, y con la búsqueda de la objetividad en el
saber. Cada decisión es el producto de una interpretación sobre el mundo, un
mapa de procedimientos que nos permite
guiarnos entre cosas y materiales que nos sorprenden y que asemejamos a
lo conocido. El lenguaje en cada cultura es la fuente de su idiosincrasia y de
su lucha con una naturaleza indomable. El lenguaje es el instructivo con el que
el hombre interactúa con lo existente, lo interpreta e interviene en él. Su
urgencia por reafirmarse a cada instante y esquivar el accidente del que se
cuida ha hecho que las palabras sean formas de conjurar y domesticar lo que
acecha como una amenaza contra la existencia. El lenguaje es la red de sonidos
y canciones en las que las personas retratan la red de energías y aires del que
han sido arrojados, y de modo paradójico los sistemas complejos de iconos y
representaciones con las que preserva su deseo de imponerse y cambiar una
realidad a la que no conoce más allá de una razón instrumental. Conocer sigue
siendo un acto de hechicería que ha extraviado su amistad con la tierra sorda y
actúa desde la ceguera del poder para seguir aferrándose a ella.
Pensar y hablar
eran lo mismo. En la inocencia las palabras eran sonidos musicales con los que
se hablaba con las cosas que nos respondían. El lenguaje y sus expresiones eran
música y devenir que narraba muchas historias pero a la vez hablaba de un mismo
punto. El lenguaje era el canto con el que las culturas se conectaban y
conservaban en una unidad viviente pero que tomaba muchas formas y rostros sin
que se tuviera conciencia de ello. La tierra de la que somos tierra con vida
creaba los sonidos con los que nos movíamos en ella, el lenguaje eran sonidos
que emanaban de nuestros roces y conexiones emocionales con la tierra, eran
parte de un cortejo con todo lo vivo. Cada palabra imitaba el sonido que la
naturaleza ensayaba, era un recital de sonidos y guturaciones producto de la
mimesis con las plantas y animales. Primero no fue el verbo, sino las emociones
sonoras que nos permitieron estar entre seres vivientes que también resonaban y
rondaban por ahí. Hablar y sentir eran parte de una misma psicología. Las cosas
cantaban y reían, jugaban y acontecían. El lenguaje no era un reservorio ni una
tecnología para diseñar y hallarse en el mundo, sino la sinfonía con que cada
singularidad y pueblo se conectaba con el cosmos, y a la vez vivía entre dioses
y hombres. Hablar era sentir como parte de la piel. El sonido mediaba a la vida
con las capas y los misterios de un mundo cargado de sueños y era un modo de
dialogar con el y transmitir y cambiar las cosas sin alterar su eterna
integridad vital. Oralidad y cuerpo eran cercanos a una amistad con otros
cuerpos a los que se les amaba y se jugaba con inocencia.
En un mundo
donde el hablar era centralizado en un origen sin espacio y tiempo no se
pensaba lo que se hablaba. Pensar seria luego un acto de ciegos tratando de
recobrar lo perdido. Identificar lo que ya no se siente o se avergüenza de
sentir haría del habla un acto de nombrar formas y por tanto de fragmentar la
vida ya no como un sujeto con vida y que grita. Hablar y pensar sería un acto
de cirujanos y de carniceros en búsqueda del combustible de la vida, o de la
piedra filosofal que ya no se puede ver.
Desde aquel entonces el miedo formaría sacerdotes especializados en cultivar
conceptos como expresión rizomática y soberbia de disociar la vida, de
analizarla y de descomponerla para rencontrar sus secretos y hallar, de este
modo, las mezclas precisas que nos descubran la magia de los orígenes perdidos.
Analizar lleva la premisa de volver a re ensamblar y potenciar lo orgánico. De
cierto modo el ingreso en la regresión espiritual de los occidentales partió de
alteraciones erradas producto de mezclas prohibidas, de enemistad entre
elementos que desorganizaron los ecosistemas y produjeron las atmósferas
hediondas y virulentas que se respiran en la sociedad de consumo. El hambre de
sentido hace que los elementos extraídos del mundo natural, inanimados,
cosificados sean convocados en forma de conceptos, medios iconográficos mediante
los cuales se administra lo que se escabulle y se torna misterioso. La
naturaleza al ser redescubierta como materia de consumo es disociada y
estudiada para dar de tragar a los desiertos industriales, donde cada insumo
arrancado arma ambientes y estructuras artificiales donde la necesidad es sanar
un cuerpo que es resultado de dicha disociación. El concepto que es
acercamiento a un algo que se pierde, produce en su búsqueda obsesiva por
evitar la descomposición de los organismos enfermos, mas enfermedad que sólo se
reequilibra con más destrucción de lo natural en forma de tratados y
taxonomías. La saciedad de la que proviene todo sistema de consumo compulsivo,
provoca con sus mezclas impropias y desordenadas un éxtasis de serenidad que se
troca en toxicidad y exposición de la vida a un ecosistema enfermo y en
constante guerra contra la vida.
De cierto modo
impensar la vida inmediata conllevo a sentir el todo como una unidad sintiente.
El inicio del pensar, es decir de cosificar la vida en forma de nombres, iconos
y representaciones supuso la personificación de un poder, de un cuerpo que se
diferencio de un mundo en el que se sintió por encima de la creación vital. Esa
soledad enmascarada de soberbia y superioridad condujo a la necesidad de
entender la vida como cargada de formas inagotables, de insumos y materiales
que podían ser manipulados y mezclados
al libre antojo de una entidad que sufre por ese arrojamiento la epidemia de
formas en que se pierde y se vuelve insignificante. En el lenguaje el nombre ha
sido la tecnología que ha presumido de fetichizar la vida incognoscible, y con
ello ha multiplicado de conceptos y formas interminables a una sociedad
artificial, donde cada invocación a las cosas no vivientes reposa en una
seguridad acechada por el caos, y la destrucción permanente. Las formas que
viven de lo que se debe ver y probado no han insinuado ningún entendimiento de
ese todo huidizo e irrespetado, sino que al alterarlo en pos de la
productividad implacable han simulado penetrarlo y concebir su lógica. Ese
acceso que ha reposado sobre formas unilaterales y simples de aprecio del todo,
han realmente forzado la complejidad de la vida sobre la garantía de saberes
superficiales que han pulverizado la armonía natural. De la curiosidad
misteriosa de los alquimistas que intentaban recrear las configuraciones
complicadas del mundo sagrado estropeado pasamos a la locura de la química de
los estupefacientes incesantes, donde el experimento sobresaturado e
inconsciente consume a los hombres en deliciosos venenos que prometen un placer
que asesina la vida. Las mezclas intransigentes en las que descansa orgullosa
la técnica nuclear, las principales multinacionales farmacéuticas, o la
ingeniería genética modifican la vida en pos del control total de los secretos
mágicos de la biología. Su real propósito es retratar el mito perdido como
negocio de felicidad simulada, sobre el sitio de monstruosidades y alteraciones
de vida muerta que sean completamente ignoradas por una conciencia que hace de
su destrucción su mayor beneplácito paradójico. Una infinidad de formas
producidas en laboratorios, en las ciudades y en los sistemas de conocimiento
secular expresan la ignorancia para hallar el camino a mezclas apropiadas que
nos acerquen al origen. Todo el desorden actual que es exagerado por negocio
sucio se originó en una concepción materialista de la vida que le quitó a la
naturaleza su armonía ancestral. La soledad y el hambre de sentido de un homo
sapiens que requería calmantes para su desamor inacabable le ha llevado a
construir por una megalomanía demencial y belicista a hacer del planeta y a los
propios seres humanos en un laboratorio gigantesco de aberraciones y
suplantaciones solo por producir, apropiar y comer desmesuradamente.
Como un
comentario aparte el interés de este ensayo no es exactamente conversar sobre
el origen de las morfologías en las sociedades humanas. De cierto modo
consciente o inconscientemente las culturas son formas complejas sustraídas al
curso misterioso y profuso del mundo natural, pero es en las sociedades
avanzadas, es decir, en aquellas donde la locura de hacer de cada milagro que
nace en la vida una formación descomunal, inexplicable y descontrolada de
civilización, donde la terrible necesidad de recrear el origen perdido conoce desordenes
tan peligrosos que la misma idea de forma o de orden ha desaparecido con el
sentido que esta alardea proporcionarnos. Matar el espacio o suplantarlo en
formas cibernéticas de vida artificial como el internet, el cine o la
simulación a gran escala que intenta desterrar la fantasía de nuestros cuerpos,
llamada industrialización, es a groso modo el remedio de conjurar el paso
indetenible del tiempo. La conciencia sobre la muerte, sobre la corrosión de un
mundo vital donde incurrimos en graves alteraciones sacrílegas nos ha hecho
vivir en velocidades asfixiantes y laboriosas como síntoma de que las formas
extrañas y amenazantes en las que vivimos no consiguen por ningún medio
regresarnos esa ignorancia originaria donde la aniquilación de lo vivo era tal vez
una imposibilidad como algo irrelevante. Un ser que ha hecho su inteligencia y
su supremacía en base a la tortura de los animales y las plantas, de la tierra
y sus dioses solo puede ser el castigo de la muerte como parte de la gran
ignorancia de lo que es y puede llegar a ser. Una concepción distinta de las
formas, una sensación distinta sobre su presencia alrededor de nosotros puede
quebrar el aliento fétido del tiempo y de la nada como el fin de una ridícula
fábula historia y antropocentrismo humano.
La forma promete
que el contenido que vive en ella viva de nuevo. De cierto modo esa fue la
promesa de la ciencia en Grecia, en las soledades psicológicas de Descartes, en
la concepción epistémica de Kant, en Hegel y Marx. La vuelta a la patria
originaria no era algo en discusión sino las fórmulas que llevaban a ello. La
modernidad que arranca del concepto como forma central de administrar y
expresar ese contenido vital, es de cierto modo el camino de grandes urbes y
simulaciones consumistas donde ese origen esencial es buscado con ahínco. El
poder actual como el de ayer halla su legitimidad en endulzarnos con ese
corazón escondido, así como de detener su hallazgo o manipularlo para muy
pocos. Hoy como ayer la concepción real de cómo retornar a esa esencia perdida,
donde el mito es el destino, es desconstruir las formas complejas y añejas en
que vive atrapado con modorra nuestro ser excepcional. Y no creer que la
movilización de la totalidad como sistema organizado hacia un poder
irreconocible e inconmensurable digamos también organizado y vigilante puede
regresarnos sobre los escombros de luchas interminables y antagonismos
demagógicos a ese punto inicial de paz y de equilibrio.
Una vida
encerrada sobre formas extrañas y sofisticadas sólo puede ser de una dialéctica
ilustrada y tecnificada reproducciones miniaturizadas de sistemas de control y
de aprovisionamiento interminable de energía, en tanto esas vidas no decidan
conectarse y mover esas formas y principios de realidad alterados, donde sus
secretos vitales se desperdician en la locura administrada. Rebasar las formas
y recrearlas es hacer que el ambiente como las conexiones vitales que le dan
matiz y colorido animado expresen el espíritu expulsado y armonioso de una
época. La promesa de la forma conceptual como la de los lenguajes y la
Dialéctica de la Ilustración es la desnudez como punto de llegada a la
realización de una vida cansada, reprimida y harta de no poder vivir sin
límites y reglas, de levitar en el espacio sólo con desearlo. El
desconocimiento de sí mismo como reproducción de una historia de abstinencias y
de guerras estúpidas, ha llevado a que el olvido de lo extraordinario que
reside en el ser humano se traduzca en saberes y sistemas de conocimiento que
nos han alejado de la tierra y de nuestros cuerpos, sólo por hallar en la
velocidad del esfuerzo productivo llamado tiempo infernal o en los sistemas
inmunológicos de las urbes definido como espacio, contaminados y extraños, una
medicina falsa a la idea y sensación de que cada época muere con todas sus
promesas, y nosotros con ella. Es Lógico y a la vez absurdo que la restauración
de todo equilibrio en las sociedades descanse en corroerlo en base a la muerte
y a la indigencia de la vida. Es como escuche de un indígena el mundo esta
hecho al revés, porque perdió su pureza.
Pero el camino
que me ha llevado hasta aquí es hacer comentarios más precisos sobre el porque
el conocer se aleja de lo que promete regular. En esencia el problema de
hallarnos en laberintos de artefactos y de espectacularidades y sentirnos a
pesar de todo tan solos y arrojados al abismo de la nada, exánimes, sin haber
vivido con honestidad, es que el nombrar y asemejarlo a lo que representa se ha
vuelto una trampa que nos pulveriza en el tiempo, y nos deja sin bailar y
escuchar la música sin la que la vida sería imposible. Haber decantado en las
formas y no poder ser más que una decoración de los habitáculos donde nuestras
vidas pasan y se refugian responde a una mala lectura, a un error, a una
ilusión de poder y de seguridad que nadie enfrenta y que se ha olvidado como
parte de un Yo saturado de egoísmo. Como narre en mi ensayo “El Sujeto y la
máscara” el desprecio de lo sagrado, del mana vital del que procede lo vivo, y
a su vez el miedo a que retorne como amor contra el poder, ha permitido que la sabiduría y la curiosidad
por rescatar ese saber sagrado mediante conceptos, y teorías halla succionado
los néctares de las flores en las carcasas productivas del Estado y sus poderes
agresivos. En esa aventura secreta de matar lo vivo para hacerlo objeto de uso,
o tal vez para devorarlo como piel jugosa ha residido el despertar de lo
diferente, de lo que es no igual a mí. Y eso sólo pudo surgir de la debilidad
como de la envidia de no ser como un niño y un león lúdico, de haber tenido que
cubrirse para abusar y saciar su soledad y terror originario. Representar ha
sido un acto de atrapar lo vivo como algo estático, sin importar que esta viva,
cambie y se mueve. El primer error de los sacerdotes y de los amantes de la
inmortalidad fue contar la historia fatal de que se puede detener lo vivo. En
esa seguridad en el saber y en cambiarlo sin respetarlo y saber como danza y juega
ha residido la obsesión de los filósofos y de los oráculos por mentir y
demostrar certeza. La identidad entre formas y vida es algo genuina cuando lo
vivo se expande en la piedra, y la sangre clama vigor y animalidad. En ello
conceptos como libertad, y luz partían de una naturaleza que se aventuraba a
crecer y diversificarse con grandeza, porque lo nombrado era amigo de lo vivo,
era su emisario a que los Dioses y lo hombres vivirían entre iguales.
El alejamiento
de los nombres y lo vivo se inicio cuando la personificación del poder requería
conservar su supremacía sobre lo que amaba y desdeñaba al mismo tiempo. El racismo
y las diversas formas de discriminación y antagonismo han sido trucos para
explotar lo que se deseaba con locura pero no se podía cautivar con una
sonrisa. Perder la energía de la alegría ha conducido a las fronteras, a los
Estados y a la guerra como forma de controlar lo deseado, de defenestrarlo para
saborear sus aromas secretos. Los débiles, los despreciables cambiaron en base
a la coacción las interpretaciones sobre lo que se redescubría y a la vez los
métodos con los que se presumía conocer lo vivo. Ese atentado contra la vida
forma legiones de escribanos y expertos en escribir sobre lo que no existe, y
de desviar la inteligencia de la vida que se espanta de los maltratos y huye
hacia lo más bello y accidentado. Lo que se esconde del poder no es sólo la
coartada de lo vivo de que lo sagrado siga haciendo travesuras, es también
parte de la negligencia y miseria de los pensadores de esconder lo excepcional
y ocultar la vileza de la humanidad. Lo fuerte ha existido desde siempre, para
acallar los talentos y los milagros, y siempre tendrá rapsodas y escribanos
dispuestos a crear mundos que no existieron, así como ha modificar nuestras
concepciones sobre nuestros cuerpos y riquezas para ser sólo soldados o el
aserrín después de los grandes banquetes de la simulación y del cinismo. En
este clima la vida halló en lo privado algo que es el surgir de la conciencia
en base al sufrimiento de no poder ser alguien genuino. Y a través del tiempo
por miedo o por simple venganza a lo que no deja vivir, por corrupción o porque
cree que la máscara es fuerza y goce seguro también cambia lo que sucedió, y
las fragancias que rodearon las épocas. En ese mundo los nombres y los
conceptos han sido el resultado de mentiras convenidas, como de la desvergüenza
de los rumores y los chismes por hallar un poco de protagonismo en una selva
donde los hombres han perdido el valor para amar con originalidad y decencia.
Los extravíos de
saberes esenciales, como las regresiones cognoscitivas en las que cae la
historia de las civilizaciones han
mancillado la grandeza del hombre en lo absurdo que resulta que el poder y
ciencia sean la mancuerna que gobierna nuestra vida y sus alimentos. Lo
cartesiano y las concepciones antropocéntricas de las que parte lo clásico como
lo puritano han perseguido desde siempre matar la vida entre códices y enigmas
de erudición pensante, de detener lo romántico y lo que tiene la osadía de
contagiar la desnudez en base al control experimental y analítico de la
naturaleza como un almacén de insumos inertes. Los arquitectos del contrato
social, esos aguafiestas de lo vivo, así como los ingenieros de las relaciones
sociales y la revolución política han partido de la evidencia, y de la
contrastación empírica como formas de ahogar que la vida ría y haga el amor
nuevamente. Los antiguos piratas y ladrones de los tesoros del mundo urdieron
la idea de un amanecer del orden y progreso, de domesticación y de madurez. Su
ciencia sacrosanta no fue como sugieren los amantes de la solidaridad una
búsqueda curiosa por escuchar los regalos de la creación divina de otro modo
sin faltarle al todopoderoso, sino el arma de la inteligencia para hacer de
Europa el destino de una especie que se ha sentido desde tiempos inmemoriales
poseedora del gobierno sobre la tierra llena de pecado y de pasión. En esa
reacción lo científico de la guillotina, de las invenciones artesanales, si
bien nacieron de los músculos y filamentos de un pueblo necesitado de higiene y
de renacimiento pronto las grandes ideas han sido colecciones del poder, así
como han reclutado a sus sacerdotes y su ingenio técnico para divorciar a la
vida de cualquier pensamiento que reoriente a la ciencia hacia el mito y
conviva con el.
Esa invención de la interioridad y
exterioridad…. Cartesiana de marca…. Esa idea, “vi hacia adentro y encontré un
mundo” frase realmente de cobardes, y esa soberbia idea de que la razón se
respiraba en la pólvora de los marselleses y los revolucionarios franceses,
como si fuera un espíritu que resurgiera de siglos y siglos de barbarie, es la
expresión de como estados de ánimo que abrazan el poder y lo aconsejan han
confeccionado métodos y técnicas de investigación que han reforzado la
cosificación de la naturaleza, y han aplastado los ardientes deseos de lo
sagrado. El mito de Europa es haber encontrado en la ciencia un método de
dominación del mundo, para no sentirse perseguida por los fantasmas de su
traumático error heredado, y haber contado la historia muy divertida que ellos
son la cúspide de la historia y la encarnación de la razón. El control político
de los saberes, como de las técnicas, y de los programas tecnológicos para
modificar la tierra en base a una idea de dominio, y a una imagen execrable de
odio, ha cometido el delito de asesinar la genialidad del mundo, y de convertir
todo lo que es único y maravilloso en materia que mejora los rendimientos
imparables de la producción. Ahí donde el progreso obedece a dar de tragar y
hacer supervivir lo que tiene miedo, lo que se enorgullece de su fealdad, se
desarrolla un mundo de campos y academias de saberes tradicionales,
asalariados, y creyentes en desperdicios de vehemencia y rebeldía que tapan los avances despegados de una ciencia
cada vez menos controlada e ignorada por la sociedad repleta de circos y adicciones.
Lo técnico como lógica libre de regularidad social se aleja de aquello que con
afán busca conocer y hacer suvenires, Y en ese fracaso sus logros y
experimentos a medias son las chatarras que sirven para involucionar los
sentidos y la inteligencia de los subordinados que viven como rebaño de idiotas
llenos de orgullo y excitación en los ordenadores.
A modo de
síntesis y de reordenamiento he contado que el origen de que la técnica y sus
hallazgos estropeen la tierra para embellecer las ciudades y sus cuarteles de
placer, reside en que 1. La identificación entre concepto y vida reposa en una
limitación miserable que entiende la vida como inerte e inmóvil. La tierra
cambia y es impredecible. Esta viva, y en la medida que esto se ignora los
nombres se alejan de lo nombrado y pierden sentido para las personas. 2. He
sostenido que el control político del saber así como la degradación de los
enfermos de la historia a no poder vivir ni dejar vivir han extraviado joyas y
jardines con los que la vida humana ha seguido presa de la indigencia y de la
corrupción. Esa mancuerna entre ciencia y poder, que es la fuerza de los que
han insultado a la Madre tierra no sólo hace del progreso una idea vacía y
fétida sino que nos ha arrebatado de que la ciencia y sus piedras preciosas
lleven impregnadas nuestros sueños y nuestras grandes preguntas por ser plenos
y volver a la inocencia, a armonía de la inmortalidad. Lo dicho a cerca del
mundo, la forma y sus técnicas para producir saber, así como las herramientas
complejas para hacer de la sociedad una forma superior de naturaleza ¡ que buen
chiste! Donde la ciudad es la cueva donde los ciegos quieren seguir siendo
ciegos, las personas ya no son personas sino los artefactos y ambientes sin los
que no podrían existir, sin los que no son nada. El extrañamiento del mundo es
a no dudarlo el resultado de que las culturas no se sienten en sus herramientas
y piedras, estas junglas de cemento no
son parte de su sangre y sus risas. 3. Y en esa alteración que el poder
ejerce sobre lo vivo, la vida huye, porque los ambientes y sus ecosistemas se
derruyen y fisionan, no se derraman como emociones sedimentadas en proyectos
institucionales de pueblos unidos y organizados.
El mundo
molecular y los secretos más energéticos de la vida, como la electricidad y el
porque los aires y los cuerpos se mueven, es hoy el real propósito de la
multidisplinariedad, pero lo estudiado cambia, en la medida que se lo
disecciona o se le descubre. Todo lo
que tocas lo cambias, porque la vida sensible y amenazada se pervierte y ataca
a lo que considera una herida en su centro vital. Cuanto más se accede al mundo
para tragárselo el poder se ve gobernando desiertos sin oasis, islas de
náufragos donde el aburrimiento y la muerte lo desfiguran y conforman. Hoy se
busca con ahínco lo que antes se desechó y temió, sin renunciar a los
infiernos. Y de cierto modo esa idea que todo problema que la tecnología genera
se resuelve de modo técnico, es similar a la idea más sabia que el
comportamiento del homo sapiens, ósea de los planchaditos europeos y sus
bastardos, es como el del virus que hoy nos ataca: “llegan a un lugar y agotan
los recursos y luego se van en busca de otros mundos” (Agente Smith). No
desarrollan un equilibrio con el medio de modo natural. El remedio esta en que
la técnica se reencuentre con las emociones, se redefina en ella, que lo social
y sus nuevas sensibilidades refresquen la frialdad de lo cibernético, sin que
la iniciativa y las invenciones del trabajo se pierdan.
En mi país gran
parte de esta enfermedad es que los sistemas de conocimiento en los que se
apoya las simulaciones del gobierno peruano, las ideas fuerza que la historia
ha contado, y las epistemias desde las que se investiga y forma ejércitos de
profesionales sin ninguna afinidad afectiva con una idea de organismo social,
han constituido desde antaño una tecnología de administración del espacio
nacional que lo desintegra y lo entrega a la privatización del poder más
nefasto. Si hoy es fácil que La bonanza como el cáncer convivan en esta tierra
increíble, es que nuestra inteligencia así como sus compinches han
infravalorado y desconocido los orígenes míticos de donde procedemos. Desde los
cronistas, hasta los mercenarios del conocimiento el poder ha corroído el amor
por esta tierra. Y si hay algo que debo presumir es que la obligación de que lo
ganado y nuestros tesoros indescriptibles no se pierdan en las lágrimas del
tiempo pasa por la responsabilidad de que la noble tarea del leer y escribir
repiense al Perú desde el estado de ánimo exacto. Que genere las emociones y
los sentimientos originales que fundamenten un espíritu que se osifique en nuevas
formas de representación organizada, cultura material, economía y régimen de
gobierno. Un nuevo lenguaje donde el peruano reviva la fuerza de una geología
de quebradas y junglas donde se respira el eco de un remedio para el mundo. Lo
paradójico de hoy es que el peruano ha perdido ese sentimiento original, lo
desprecia y se avergüenza de él, y vive dividido entre infamias y leyendas
estúpidas. Nuestra identidad y el pueblo pasan porque se vuelva a sentir cantar
a las piedras pero con el respeto de un guerrero alegre que sabe que debe
luchar contra la gangrena que trajeron los barbones….
23 de
Mayo del 2014
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