lunes, 26 de febrero de 2018

Técnica y sociedad en el Perú contemporáneo





Ronald Jesús Torres Bringas

En los limites de estos esbozos sobre el desarrollo de la técnica en el Perú se sostiene la conjetura que el modo como ha sido construido y organizado el país desde sus orígenes coloniales ha inhibido hoy más que nunca frente a la sociedad del conocimiento y de las revoluciones tecnológicas la elaboración de una cultura material en directa sintonía con el desarrollo de la ciencia y la constitución de una técnica de urdimbre nacional. El modo como se ha dado forma a nuestra estructura profesional, la desorganización del territorio, la orquestación de una economía improvisada y expoliadora, sin arraigo en las profundos saberes materiales del artesanado y la cultura, y el empotramiento de una cultura organizativa y jurídica que fragmenta nuestro cuerpo social y lo mantiene en la atomización estructural son las señales o abismos históricos que han imposibilitado la formación de una materialidad social en directa correspondencia con el desarrollo de nuestros procesos culturales.

Introducción:

En los últimos años se viene experimentando en diversos lugares del país un proceso de acumulación material importante, que es digámoslo así la base que sostiene nuestra imperfecta democracia liberal y la que explica los profundos cambio culturales y estilos de consumo individual que se aprecian en las ciudades más importantes.
No obstante, este desarrollo económico que ha permitido cierto nivel de modernización de nuestra economía, y que ha mejorado en algo las condiciones de vida de la población, no es una base sino muy frágil que exige reformas radicales y mayor planificación social para su sostenibilidad y legitimidad completa en la sociedad. No sólo se mantiene un modelo de acumulación que no le imprime mayor valor agregado a nuestros sectores de bandera, basándose en el ingreso de divisas por el sector minero, sino que se auspicia y se profundiza un modelo que desarticula aún más nuestra precaria formación social, manteniendo el desarrollo de la economía en una base material muy elemental y abandonando el desarrollo de la sociedad mediante inversiones en educación y salud a lecturas de política social que privilegian el autodesarrollo y la focalización de programas sociales.
El mantenimiento de una forma de desarrollo que desarticula e inhibe el acoplamiento social entre reformas integrales de organización del territorio, la economía y la cultura es la razón que explica el severo divorcio entre las transformaciones materiales de la economía y un proceso cultural desligado de metas de desarrollo social. Es esta desorganización sistémica que favorece la multiplicación de valores individuales del american way of life y que protege los derechos de propiedad con una lectura claramente policiaca y elitista, la que no permite superar las enormes brechas estructurales en cuanto a educación, reforma del estado y tecnología que permitirían darle a este momento de sostenida acumulación material un impulso de franco desarrollo objetivo y social.
En este sentido, esta contribución a modo de ensayo intenta discutir de manera sociológica la lenta génesis de los niveles de tecnificación de nuestra sociedad, con el objetivo de evidenciar las razones sociales, históricas y culturales que han impedido la materialización de una adecuada cultura material en sintonía con los procesos de la economía y la construcción de los tejidos sociales imperantes. Se examina en este ensayo las discordancias entra la constitución accidentada del territorio y la cultura material, y las visiones coloniales del espacio que han desvinculado a la cotidianidad y a las formas de concebir el territorio en las diversas culturas de un férreo compromiso con los siguientes aspectos de la construcción social, como son el sistema productivo y la organización política.
En la segunda sección se examina la relación entre organización política, derecho y construcción histórica de la economía, enfatizando en la observación de la específica experiencia de modernización social que hemos vivido desde los 50s, con el propósito de sostener que la porfiada manutención de técnicas de ingeniería social y política públicas anticuadas y a la vez discretamente coloniales ha impedido la expansión y organización de una economía descentralizada y directamente conectada con la emergencia de los saberes productivos ancestrales, regionales y locales del país.
En una tercera sección se examina las severas discordancias entre una estructura profesional y saberes profesionales sinceramente poco calificados, y una economía de mercado que requiere para dar saltos cualitativos un recurso humano altamente calificado. Se observan los bloqueos institucionales y culturales en la manera como se ha construido históricamente nuestra sociedad del trabajo y las evoluciones estructurales de la economía y la innovación productiva.
En una cuarta sección se examina en clave sistémica el decisivo impacto de las tecnologías de la información en nuestro desarrollo técnico, sosteniendo que las connotaciones culturales que ha provocado en la sociedad, están construyendo una psicología o motivaciones de consumo divorciadas peligrosamente de un desarrollo orgánico e integral de nuestra formación social.
En una quinta sección se observan los riesgos psicológicos que comportan la evolución de una técnica y una formación social completamente desarraigante y o cosificadora de las subjetividades a las que determina. Se piensa una armónica complementación entre la cultura y la tecnología para la sobrevivencia de la sociedad como espacio de bienestar, que domestique los poderes de la economía y de la técnica descarriada.
Y en una sexta sección a modo de conclusión se examinan los aportes de la ciencia social en cuanto a la construcción de una técnica social y un pensamiento social que le de expresiones de preocupación a estas mutaciones culturales y tecnológicas que esta viviendo la sociedad peruana actualmente.

Territorio y cultura material

En esta sección se parte de la premisa que el crecimiento y sofisticación de una cierta relación de las culturas con los objetos, es la condición previa para el desarrollo acumulativo de un sistema de organización material claramente resultado y medio natural de como se expresa y complejiza la cultura social. El error en el que incurre nuestra ingeniería institucional y de ordenamiento territorial de nuestras sociedades es no considerar los vínculos afectivos y los medios de expresión cotidiana que las personas establecen con los medios artificiales y los ambientes que los circundan, empotrando de modo desordenado un sistema de organizaciones que no consigue la conformación de disposiciones culturales congruentes y el compromiso de la cultura con los sistemas de producción material y social, porque desde sus orígenes el diseño de la formación social que ellos proponen resulta una amenaza real para los procesos intersubjetivos y micro-culturales que los actores despliegan para vivir.
Los serios reveses que la economía encuentra para conseguir la legitimidad de sus proyectos de inversión económica en los diversos sistemas de vida en los que ingresa, se deben a que intentan desactivar peligrosamente las relaciones que las culturas establecen con el territorio en el que viven y al que organizan, y por lo tanto, intentan alterar los fundamentos psíquicos e intersubjetivos que bloquean tal cometido.  La fragmentariedad en la que cae el sistema de ordenamiento territorial además de ser una respuesta histórica y coherente que halla la cultura subordinada para evadir los apetitos de expoliación y de expansión de los mercados que la política modernizadora establece, es una consecuencia perjudicial del modo tan caótico y autoritario de como ha sido construido nuestra cultura material.
Aunque la organización del territorio es el aspecto de mayor importancia política que interesa al Estado y  a la empresa privada, muchos de los esfuerzos institucionales y las investigaciones aplicadas en esta dirección no toman en cuenta los solidos y arcaicos lazos culturales que las identidades locales, y sobre todo rurales, desarrollan con el espacio natural. Predomina en el mayor de los casos una lógica instrumental que visualiza al territorio como un espacio de recursos naturales de explotación racional, en el caso descontado de que existan tales riquezas en los ecosistemas de vida, y no una visión de penetración de la lógica moderna que negocie y tome en cuenta los saberes ancestrales que halla en su expansión.

Los saberes productivos ancestrales sobre el territorio son de simbiosis y convivencia existencial con la naturaleza, sistemas de organización y de dones sociales que no la alteran sino que viven devorados por la inmensidad y las regularidades del  medio natural. La inscripción sagrada y alegórica que las economías tradicionales como las de las comunidades campesinas o de las comunidades amazónicas despliegan en su relación con la naturaleza no sólo imposibilita una lectura cosificadora y neutral del territorio circundante, sino que ofrece resistencias culturales, hoy convertidas en movimientos sociales, a los proyectos políticos y económicos que intentan alterar y desestructurar sus medios tradicionales de vida.

A pesar que las lógicas de modernización social vienen erosionando estas alternativas políticas, con la promoción de formas de organización política directamente seculares, como los sistemas de ciudades provinciales, y el bombardeo mediático y comercial de valores de expresión individual burgués, se conservan formas de resistencia material y cultural que aseguran la supervivencia de las culturas populares rurales. La persistencia de formas de producción agrícola y pecuaria rudimentarias en la sierra comunal, en concordancia con las regularidades de los medios naturales, y la subsistencia de un complicado sistemas de religiosidad panteísta de ritos y costumbres, definen la conformación de culturas alejadas y que mantienen reservas de cohesión y de saberes interculturales importantes. En la amazonia estos sistemas de organización económica de aprovechamiento racional del bosque, y de una lenta pero segura comercialización de los recursos de la biodiversidad permiten, no obstante, las amenazas de contaminación y de tala indiscriminada de los bosques un desbordamiento de los saberes culturales y misteriosos de la selva, saberes primitivos que no son aprovechados o convertidos en economías de mayor calado.

Tal vez el mayor desafío que viene vivenciando los sistemas agrícolas y territoriales de la sierra y de la amazonia en los últimos años sean los proyectos de explotación minera y de hidrocarburos que viene implementando, con auspicio del Estado, la empresa privada. La inoperancia al no considerar estos incrustamientos extractivos como sistemas inoportunos que alteran la lógica natural del espacio, expresa la poca importancia que merece para la economía primaria de mercado los legítimos sistemas de vida que se desarrollan en estos remotos lugares. El hecho de que se manifiesten conflictos sociales por el control del territorio, como los acaecidos en Bagua y actualmente en Cajamarca y Cañaris, es el resultado de que no sólo se agreden intereses y medios de vida autónomos que no interesaron históricamente al Estado, sino que se presume desarraigar los tejidos y sistemas de representaciones sociales con el objetivo de empotrar en estos lugares de solidez simbólica valores de consumo y de vida individual que descomponen las bases materiales que permitían el bienestar y el equilibrio de la vida social.

La desorganización generalizada del territorio no solo representa la pérdida sistemática de un patrón de organización espacial nacional, sino además la interpenetración, como primera traba estructural, de un sistema de derecho de  propiedades que introduce una racionalidad del saqueo y del enclave como sistema de explotación de recursos que deshace la naturaleza concreta de la vida, y la entrega a una mentalidad desarraigada y llena de complicaciones. En si las migraciones que son expresión de esta desorganización del territorio desde antaño son además el resultado de una preocupante y pésima distribución poblacional, como segunda traba estructural, concentrada en las ciudades y que en la búsqueda obsesiva por materializar individualidades modernas complican  una construcción adecuada construcción espacial del Estado y de su economía interna.

La lenta e insuficiente infraestructura de caminos y de vías de comunicación, casi inexistentes en la selva, son también expresión de la fuerte desconexión territorial que alimenta el poseer una geografía tan complicada e indomable; aunque en estos últimos años se invierte en la construcción de carreteras y de accesos a localidades lejanas, esta lógica de interconexión física no se piensa en perspectiva de un control soberano del Estado, sino con objetivos claramente de inversión económica privada, y que amenazan la coherencia de los medios de vida indígena que rechazan tales proyecto viales, como la carretera de Purús en Ucayali.

Una tercera traba estructural que permite sostener esta irracional construcción del territorio es el crecimiento desmedido de la propiedad rural agraria en los latifundios privados sin ninguna conexión con la seguridad alimentaria y la demanda interna, y dirigida particularmente a la exportación, y el problema de la pulverización parcelaria de la propiedad agraria que no sólo no permite el uso intensivo de los terrenos destinados a la producción agropecuaria sino que es además la razón del bloqueo de una adecuada reforma agraria productiva.

Una cuarta traba estructural que no permite y que ha confundido la orquestación de una dinámica territorial en directa sintonía con un ausente proyecto de país, es la inorgánica y disparatada instauración de una política de descentralización nacional. En su búsqueda de desconcentrar los poderes del Estado y permitir un mayor control y presencia del Estado en los territorios donde se pensó albergar formas democráticas de desarrollo se esparció la ineficiencia del centralismo burocrático, lo que entre otras cosas, imprimió una administración del territorio que no ha mejorado cualitativamente la histórica ausencia de la autoridad estatal. Este diseño legal y administrativo de la cultura material regional y local no obedece a una correcta  manejo social de nuestra geografía accidentada, y en mejor de los casos ha reproducido los mismos males estructurales que nuestros gobiernos han heredado: mayor fragmentación y reproducción de culturas locales desconectadas unas de otras.

En este sentido, he bosquejado una crítica general del modo desordenado como se ha construido nuestra formalidad territorial. Ahora toca pasar revista a los severos impactos culturales, subjetivos y en la conformación de los cuerpos que esta anárquica y deficitaria organización del espacio nacional ha ocasionado. La premisa de la que parto es: la consecución social de una técnica propia implica el compromiso emocional y cognitivo de la cultura material con el desarrollo del sistema social. Por diversos motivos que aquí sólo ensayaré se ha provocado un abismo histórico entre la cultura material de los espacios cotidianos y los niveles más sofisticados de la cultura productiva y tecnológica porque las directas propiedades espaciales de los nichos cotidianos han sido invadidos por racionalidades del espacio y de la construcción de los objetos que niegan y aplastan la construcción de hábitat privados descolonizados. Si existe una frustrada conciliación entre la cultura material de las unidades familiares, sus sistemas urbanos de ciudades, y la coherente edificación de una economía y tecnología avanzada, es porque este modo criollo y de confortabilidad existencial que ha imprimido nuestra cultura del consumo postmoderna ha inhibido las mutaciones y acumulaciones en red necesarias para provocar el nacimiento de formas de vida  y esferas de conciencia cotidiana cercanas a la innovación productiva y hacia la formación de una cultura de hacedores.
La construcción de la personalidad requiere la existencia de un mundo de objetos y de sistemas de objetos, que son la garantía y el marco de realidad donde se despliega cierto nivel de desarrollo de la subjetividad y la cultura civilizada. Los objetos, y las construcciones cada vez más complejos de mecanismos y materias organizadas a nuestro alrededor son sistemas de apropiación y de reconocimiento donde la persona se siente pertenecida y referida a algo familiar y conocido. El desarrollo de una técnica propia y familiar, arraigada en la cultura es la condición para la coherencia en la construcción de una estructura de profesiones y de saberes especializados acopladas y que potencien esta técnica y su arraigo en el sistema social. La ciudad que representa la esfera de relaciones humanas y de ecosistemas de vida no sólo es expresión de las maneras como se objetivizan y toman forma espacial estas relaciones sociales, organizadas en conocimientos prácticos y en diversas manifestaciones contingentes de la cultura, sino que es la organización espacial y territorial de una sistema urbano de comunicaciones y de instituciones públicas, un escenario donde la cultura individual se expresa y se siente protegida para crecer y expandirse con creatividad, a partir de un complicadísimo y digamos caótico sistema de procedimientos y de objetos que es la condición de toda cultura humana.
Por diversas razones la ciudad en la actualidad se ha convertido en un sistema de gestión de espacios privados y de escenarios de conflictos. Los objetos en ella, y la transformación de una arquitectura cada vez más desconectada del curso de una cultura que también se fragmenta y se privatiza brutalmente, han ocasionado que ya la experiencia social se sienta arrancada a un espacio que sólo contiene la existencia de cada quien, pero que no permite la realización pública de la cultura social. Cada vez es más un hecho de que la desorganización y la violencia que cunde en la ciudad es la manifestación de una cultura que no se siente protegida y familiar en un mundo de objetos cada vez más ajenos y decididamente tecnificados. El desarraigo que producen las tecnologías de la información, y su impacto específico en una conciencia invadida por estímulos y por momentos de explosión disgregantes ha hecho de que los espacios urbanos no sean sino espacios donde predomina el anonimato y la desconfianza. La ciudad se ha vuelto en concordancia con esta confusión de caracteres y de mentalidades en un mundo de vigilancias y de controles marcados,  donde impera el accidente y el riesgo de perderse en la soledad de la muchedumbre.
Los sistema de objetos que nos envuelven ya no son en la ciudad proyecciones objetivas de acuerdos y contratos sociales en una cultura de paz y desarrollo social, sino diseños arquitectónicos que enfatizan la funcionalidad y la celeridad. Aunque hay que advertirlo en el país el crecimiento de las ciudades en mecanismos de gestión y de desarrollo económico, no es sino un proceso que esta desterritorializando a la cultura de toda referencia a una identidad macro-nacional. La transitoriedad que se imprime a la vida, sin capacidad para detenerse y dedicarse a lo esencial, y la falta de espacios públicos que afirmen la presencia de lo conocido y familiar en la ciudad, están generando un espacio de convulsiones y de agresividad objetiva que licua a las culturas y las pierde en el sinsentido de la vida y en el extrañamiento y la descomunicación. Es una ciudad que estresa y que se convierte en una amenaza para la vida, la que empuja a las personas a vivir una vida expulsada de la técnica, como supuesto de civilidad, y los objetos y los sistemas de procedimientos de que esta plagada se convierten en jaulas administrativas y selvas de organizaciones que empujan a la anarquía y a toda separatidad cultural con la formación racional de procesos técnicos, a través de la coordinación de los saberes en acumulaciones de ciencia y tecnología.
En este primer estadio de la naturaleza de los objetos, y de la espacialidad vinculada a todos sistema de producción de la vida social, se constata que cierta organización de la vida humana y de sus relaciones tienen fuerte condicionamiento, en el modo como se ha organizado los espacios habitacionales internos, y en directa correspondencia los sistemas de gestión de ciudades. Si no existe un sólido compromiso de la cultura que subsiste es estos espacios micro, y de las ciudades, es porque la hegemonía caótica en la que se organiza el espacio y los ordenamientos territoriales privados y violentados, se convierte en un espacio que excluye y que fragmenta la identidad y toda psicología colectiva asociada a el. Si bien en el campo este tema es menos agresivo, se puede sostener que ya la decisiva penetración de las formaciones de ciudades y de sus organizaciones territoriales, en base a cierto sistema de extracción y de enclave están desterritorializando las culturas locales, y las están disociando, des coordinando a estos regímenes de acumulación de toda armonía con la naturaleza, e ingresando a contaminarla, y a distorsionarla.
Si la ciudad no es la expresión colectiva de cierto nivel de la tecnificación, sino el espacio impactado por cierto volúmenes de tecnología transferidas, que desorganizan a los cuerpos y a las mentalidades de toda referencia civilizada, se puede sostener también, que en el nivel doméstico, en los hogares, la cultura de los objetos que predomina también es un factor para la construcción de una psicología anárquica y emocional. Y la manifestación más relevante de estos espacios impactados es que no existe desde los hogares, mayormente desestructurados y lugares de reposo y de mucho desorden casero, una directa sincronización entre la construcción de la sexualidad, de las pautas del carácter y las referencias sociales más amplias. La socialización que promueven tímidamente los marcos de socialización más externos, como la escuela pública y el sector laboral, no cumplen los objetivos de civilidad porque los sistemas de objetos que predominan en los hogares, como TV, cable, servicios básico, dormitorios, Equipo de sonido, celulares, organización de la cocina, son elementos que están divorciados de toda afirmación de la identidad, y más bien domestican y conforman la fuerza de desarrollo de la psicología individual. Estos objetos que nos rodean, si bien cumplen el papel de darle ubicación a nuestro carácter son en el medida que la experiencia de la vida es arriesgada y empobrecida, espacios de descanso y de refugio sobreprotector que reprimen la sustancia y las decisiones, desorganizando la vida, los tiempos, y volviéndose espacios de tristeza y de ociosidad declarada.
Aunque los objetos que nos rodean nos ahorran esfuerzo, y están al servicio de la conformación de placeres y dispendio, la verdad es que el modo en que impactan no se corresponde con la vida y los rituales que pensamos como sociedad, sino que nos desorganizan internamente y hacen depender la construcción de la sexualidad y de la vida de la relaciones íntimas de momentos de accidente y desgobierno, que hacen de la vida interna algo autodestructivo y atomizado. Si la vida es en parte insegura, es porque los niveles de modernización cínica que vive el país, y la casi solvencia generalizada de la anomia y la trasgresión han alcanzado a los sistemas formales de espacio privado y público que nos envuelven. Pero extrañamente este contexto, de territorios de transito, y de presencia espectrales, de violencia y soledad son la premisa de la libertad negativa en las personas, son algo legitimado por la población, aunque valgan verdades estos cuerpos desestabilizados y sobresaturado de estímulos y de emocionalidades, no permiten el involucramiento de la cultura y de las psicologías civiles con la agregación y la conformación de sistemas científicos y de técnica propia.
Como idea debe existir la construcción social de un espacio cotidiano, urbano y rural en donde las obligaciones y responsabilidades del sujeto con el sistema productivo no sólo se paguen en dinero, sino que se consiga el compromiso de la cultura individual  en un sistema espacial donde el individuo se sienta como parte de una comunidad colectiva.
Organización y sistema productivo
La historia del desarrollo de las organizaciones en este país, sin una clara concepción del uso del territorio, ha parido en concomitancia una selva de organizaciones y de sistemas privados de organizaciones que han estado divorciados desde el vamos, de los procesos culturales y de toda orientación intelectual e inteligencia política. Nuestra experiencia organizativa no sólo ha aplastado toda capacidad organizativa propia de convocar a las subjetividades plurales y sus saberes productivos, sino que ha servido como un mecanismo complejo de funciones y dispositivos en red que ha desbaratado y domesticado toda posibilidad del surgimiento de una identidad autónoma y nacional. Si bien en sus orígenes republicanos, y aún mas tarde desarrollistas estas formas organizativas han intentado edificar estructuras coherentes en sintonía y como marco de bienestar para el progreso de la civilidad cultural, con el tiempo han debilitado y triturado esta misma posibilidad histórica dando el escenario perfecto para el afloramiento de organizaciones agresivas y funcionalistas, donde la materia que gerencian, y los recursos que buscan con voracidad han descompuesto a los sistemas de vida, modelando a su antojo las disposiciones culturales que nos rodean. Nuestra vida organizativa se atreve a producir y a destruir aquello que nos promete, ante la indiferencia cínica de la vida que habita en la emocionalidad y en el misticismo más absurdo.
Si en parte la formación del Estado ha sido una historia plagada de desencuentros de carencia de institucionalidad soberana y democrática, es porque la misma naturaleza del diseño organizativo que planteo el republicanismo ha erosionado los lazos culturales que presumiblemente deberían sostener dicha institucionalidad. Plantear un Estado sin presencia efectiva en las regiones del país, sin contrapesos organizativos seculares en los diversos niveles de poder de la población, y sin una capa de profesionales y técnicos capaces de volverlo operativo, han granjeado en parte su vieja fama de que no posee soberanía y que esta penetrado por intereses privados y parciales. Pero en mi estimación, el poder no es sino la punta de iceberg: la razón fundamental del porqué el Estado no ha cuajado en nuestra territorialidad y cultura es porque ha colisionado con una sociedad carente de la cultura política para darle aprobación y  progreso normativo, pues se ha querido dotar a la sociedad de tales dones ciudadanos, cuando nuestra cultura y saberes tradicionales han vivido enmarcados en sistemas de administración y en complejos políticos en red y en forma de enclaves, en respuesta a las dificultades geográficas y de recursos que representan nuestro cuerpo social.
El haberse obstinado en empotrar una institucionalidad elemental, arrogante y antinatural con la lectura real de nuestros procesos políticos internos en la ruralidad y en las ciudades coloniales, no consiguió desestructurar la herencia colonial martirizada, como bloqueo al desarrollo nacional, sino que permitió su reforzamiento, como más tarde lo haría el desarrollismo populista. Nuestra organicidad política no sólo es un amasijo variopinto de improvisaciones y de diseños forzados a una realidad muy heterogénea y que se ha vuelto irracional, sino que es una arquitectura de procesos jurídicos, y administrativos que disfrazó el poco compromiso real de nuestras elites y de nuestra población con una propuesta de organización la cual resultaba risible y pura retórica, pero frente a la cual se carecía de la suficiente capacidad del hombre genérico, en los términos de Marx, para dotar al cuerpo social de los funcionarios y de las técnica de gobierno para darle gestión una soberanía que se ha desmantelado y que nunca tuvo la coherencia de una nación.
Si no existe una directa red de instituciones públicas, como expresión de un contrato social que haya reconocido los despliegues culturales y los intereses específicos de cada nacionalidad al interior de nuestros territorios, es porque la técnica de gobierno, y los diseños burocráticos que se han empleado para dar forma a una formación estatal soberana y moderna han violentado y no se han depositado sobre la  convivencia y regulación de las tradiciones culturales del país. En su lugar ha existido una definición de ciudadano, y de sus contextos organizativos que buscó remodelar las culturas locales y homogeneizar la construcción de una identidad común, siendo el resultado el empotramiento de un sistema de organizaciones burocráticas deficientes, y sumamente regulativas a las que no se les acompaño de una cultura organizativa típica de nuestro perfil social. En vez de eso se han bosquejado  en forma de ingeniería política rimbombantes dispositivos de gobernabilidad y de gestión social  que han sido bloqueados por una cultura de funcionarios y de vidas organizativas mafiosas que han inhibido la conformación de una tecnocracia propia.
El intentó más autóctono de dotar a la formación social de un sistema político que tejiera sus redes institucionales hasta la misma base de las culturas locales, y que modelara una real cultura de ciudadanos se concitó hacia las épocas del desarrollismo populista. En la medida que el Estado latinoamericano era el agente más organizado para generar el cambio estructural se favoreció la multiplicación acendrada de las organizaciones de base, lo cual permitió cierto nivel de democratización. Pero la hipótesis que explica el desordenamiento posterior y la captura de las organizaciones de base por intereses privados y de enclaves, es que el planteo de dotarles de una formalidad moderna y secular, cohibió la tendencia expresa a conseguir un típico sistema de organizaciones populares a  varios niveles, lo cual dejó sin base a las política de Estado, y arruinó todo contacto legítimo de las culturas locales con un Estado cada vez más sofisticado, pero ajeno a la cultura popular. La lectura de asentar un desarrollo estatal a la usanza de Europa en los niveles socialistas y luego neoliberal garantizo es cierto la demolición política de la estructuras señoriales y retrógradas que predominaban en el campo, y en los niveles de poder de la ciudad, pero  coaccionó por apresurar el proceso de un sistema político moderno, las propiedades emergentes y organizativas que de forma autóctona se empezaron a dar de forma nacional y en red.
El marxismo estatocéntrico, es cierto, permitió el ingreso de la cultura en las coordenadas de poder de un mundo cada vez más global, de modo productivo, y luego de modo psicológico pero descompuso los arraigos corporales de las culturas migrantes y movilizadas de los sistemas productivos en marcha, concitando luego de que se comprobara su impracticabilidad un fuerte divorcio y decepción de los actores y sistemas de representación cultural. El desarrollismo si bien imprimió un cambio de modo orgánico y estructural, produjo el desgobierno posterior y eclipsó toda su posibilidad, pues le dotó al cambio organizacional de una propiedad excesivamente confrontacional y divisionista que nunca se comprometió con un pensamiento político integrado de nación, y que si cohibió en la figura de las organizaciones sindicales y los actuales movimientos sociales toda acumulación de una formación técnica, y de saberes profesionales. La propuesta organizativa socialista atribuyo todo cambio estructural a un voluntarismo romántico y de política democrática, sin dotar a esta savia emergente de una estructura sofisticada y competitiva de formaciones tecnocrática. En ciernes, el funcionario del desarrollismo, no poseía una cultura organizativa propia, ni contaba con las disposiciones morales en el fondo para trabajar de modo técnico y acumulativo, pues se orientaba por coordenadas anarquistas de organización, y su formación sólo ideológica anulaba todo rigor, y operatividad de lo que pregonaba.
Aunque el ajuste estructural tuvo sus raíces en la cultura del desarrollismo anterior, sirvió para imponerle un orden lógico a todo el desorden y anomia institucional en que se había convertido el sistema político del país. La violencia política, y el colapso casi absoluto de los fundamentos estructurales del contrato social moderno, significaron un severo retroceso en la conformación de la institucionalidad democrática, la cual perdió arraigo en las transformaciones organizativas de la base social, y se sostuvo desde entonces sobre un régimen de poder que no articulo al organismo social, sino que lo penetró de relaciones caóticas de mercado y que lo mantuvo en los completos rudimentos organizativos y en la violencia objetiva. La idea de poner orden en la casa significo el desarticulamiento violento de toda nuestra estructura política de modo social y democrático, y con el tiempo, el estandarte psicológico para el despliegue de una cultura en red, de un individualismo estructural, cuya expresión máxima es un Estado lento y de control policiaco que no existe de modo real en el territorio nacional. A pesar de la juridicidad tan sofisticada y de los avances en el manejo tecnocrático del Estado, estos espacios de poder privado y legaliforme son en el fondo desbrozamiento exagerados de procedimientos y formalidades sin ningún contacto con la cultura real. En el mejor de los casos sólo favorecen la reproducción de saberes profesionales que sólo se ubican en Lima, y que son diseños forzados a nuestra realidad, un amasijo de coordinaciones inútiles que no tienen real impacto en la formación de un Estado moderno.
El fujimorismo por medio de la modernización neoliberal del Estado planteo el imperativo de una nueva legión de técnicos, pero  estas capas tecnocráticas se concentraron en ciertos espacios privados de poder, y fueron el resultado de un sistema de educación superior capturada y sólidamente elitizado. La no descentralización de la cultura tecnocrática de funcionarios elitizó los conocimientos claves de la gobernabilidad, y desarraigo a las competencias y talentos técnicos y en formación de la sociedad de toda posibilidad de construir un Estado y una cultura estatal distribuida y soberana por todo el territorio político del país. Esta primera generación de técnicos en todas las disciplinas surtieron al modelo de desarrollo de una dinámica propia, y lo gerenciaron en sus niveles tan elementales, que este tipo de Estado está bloqueando por incapacidad y de mayor planificación las reformas más integrales de la formación estatal y productiva.
Los perfiles, de ingenieros y de administradores, especialistas en la coordinación y la conservación de una pastoral elitista y de exitismo inculto, le otorgaron a la formación de la economía nacional un dinamismo basado en la reproducción delincuencial de una cultura trasgresora, pero arrancaron a los espacios públicos de todo compromiso de las energías profesionales con el respeto a un desarrollo más ordenado e institucional. En este sentido, una ruta de la técnica de gobierno más anclada en las bases sociales, y que logre el involucramiento de las capas profesionales y la mano de obra sería la premisa para un desarrollo más integral y que logre la productividad de los recursos humanos, pero la verdad es que existe un abismo en este sentido, pues la hegemonía de esta modernización tecnocrática, de capas de funcionarios toscos y resultadistas, estas ahogando la generación de una técnica social, que concite la participación de los ciudadanos más allá del dinero.
Pero este giro en la naturaleza de la técnica de gobierno no depende sólo del arribo de un poder que le de una utilidad a la capacidad instalada del Estado en ese sentido, se requiere, por lo tanto, un cambio en la esencia de la técnica, en la actitud  de sus capas de ingenieros políticos, y en la conformación de un reservorio de recursos jurídicos y administrativos que sean la expresión legal e institucional de  decisiones históricas y planificadas. Pero este cambio es muy complicado y representa una ausencia en las bases del conocimiento profesional y burocrático donde se gesta. En primera instancia, se asegura que una de las complicaciones que halla toda renovación política para ser operativa y aterrizar en políticas históricas de gobierno reside en que el Estado esta capturado por clientelas y grupos de poder que lo han arrodillado a intereses privados, y que no empujan a ese cambio que tanto se aguarda del Estado porque es la expresión de una pésima preparación de sus cuadros técnicos.
Una segunda razón que cohíbe este cambio, es que el conocimiento que le daría tal empalme es residual y poco sofisticado en los espacios de la educación superior, pues se promueve la formación de una técnica que no hace cambios a largo plazo, que no planifica y que sólo reproduce y amontona ajustes para remozar aquello que no cambia y que se vuelve obsoleto. A este segundo cambio, se le agrega que no existen en nuestra formación tecnocrática sólo gerentes que deciden sobre la base de criterios muy elementales, y sobre lo que se acostumbra, y no hay diseñadores, no existen funcionarios atrevidos en operar cambios a gran escala. Y en tercera instancia, al estar este saber tecnocrático capturado por las capas sociales más cercanas a los grupos de poder se genera una severa desconexión de sus prerrogativas tecnocráticas de toda la sociedad, siendo la técnica que se opera no un resultado de las decisiones distribuidas en la formación de los actores e identidades plurales de la sociedad, sino una drástica imposición de juicios y criterios sumamente ajenos a las alteraciones que se suceden en la política real. Una técnica de derecha, y su elitización forzada hace que las gestiones en materia de política pública no se ejecuten pensando en el bienestar público sino estén razonadas en base a estimaciones muy particulares, y que por lo tanto, dicha técnica no sirva para dinamizar de modo orgánico el cuerpo del Estado, sino que se tienda al atascamiento y a la atrofia burocrática.
Si bien esta reforma del servicio civil que actualmente se piensa operar, esta buscando una modernización de las decisiones técnicas, y romper las mafias que tienen atrasado y privatizado su trabajo, no representa sino un ejercicio que refuerza el elitismo de la técnica de gobierno, pues el real problema es la naturaleza y la dirección que posee el diseño de Estado, muy ajeno a convocar el compromiso de una cultura organizativa capaz de darle vida y savia a sus organismos internos. Y además aunque dicho destrabamiento del Estado esta buscando enfatizar los marcos legales y políticos para darle mayor viabilidad y garantías a las inversiones privadas, la verdad es que no basta con asegurar políticamente la multiplicación de los agentes privados, lo que hace falta es introducir diseños de Estado local y regional que armonicen con los capitales a todo nivel, y los reorienten con el criterios de no destruir las mismas condiciones que lo hacen posible y que lo legitiman en seno de las organizaciones sociales. El estado debe cumplir su labor de recapitalizar la fuerza de trabajo que el capital expulsa de sus espacios de competencia y conocimiento, e intentar modelar, sin atorar la naturaleza de los negocios, los perfiles profesionales que lo van dinamizar y aflorar en las bases de la sociedad.
Por ello, en este sentido, es importante revisar a grandes rasgos la experiencia empresarial en el Perú. Una de las razones que ha generado el desconcierto institucional en el país, entre otras razones, es que la consecución de nuestros proyectos empresariales ha ido desligada, y en muchos casos han atrofiado el progreso de los indicadores del desarrollo social. Desde las empresas de gran calado en nuestra tardía experiencia industrial, hasta las grandes corporaciones, y los intereses de las pequeñas empresas populares todo el arraigo social y legítimo de los intereses privados y productivos ha estado desconectado de una apreciación progresista de las realidades sociales y ambientales donde han asentado sus proyectos económicos. En el peor de los casos estas economías industriales y ahora de naturaleza extractiva han violentado las estructurales sociales, e introducido una fuerte confusión en las identidades colectivas y populares, penetrando las mentalidades de pastorales organizativas y de técnicas administrativas que han arruinado el desarrollo de la inteligencia emocional y de las bases sentimentales de los saberes sociales. No sólo la organización empresarial ha estado a espaldas de una correcta armonización y entendimiento de las condiciones culturales y territoriales a donde ha penetrado, sino que ha reproducido y reforzado el desgobierno estructural de nuestro cuerpo social, debido a que su concepción instrumentalista y economicista de los proyectos productivos se ha incrustado en nuestras representaciones políticas, y en nuestro tejido social privatizándolo y en el peor de los casos degradándolo.
Nuestra empresa interna, no sólo esta desenfocada de una correcta orientación social y de inversión social de las culturas locales, sino que a través de su penetración caótica y casi belicista de los territorios a donde ubica sus intereses productivos infiltra y divide a las sociedades, arrodillando a los poderes locales a su servicio, y trastornando de modo delictivo las socializaciones y las gestiones sociales con las que se encuentra. Si hablamos de un impulso moderno en los últimos años la presencia de las experiencias empresariales esta licuando y fragmentando brutalmente los complejos culturales y tradicionales del campo y la ciudad, introduciendo una mentalidad de la competencia, pero también una psicología autodestructiva y nihilista, que sólo se sostiene sobre la base del egoísmo y del mayor cinismo cultural. La expresión de esta caotización en la que nos vemos envueltos es que todos los niveles de poder, ha donde ingresa esta mentalidad del riesgo modernizante están preñados de corrupción y de mafias locales que negocian y representan los grandes intereses.
La severa disolución en marcha de nuestras culturas locales, y de su compenetración con la naturaleza, produciendo contaminación y alterando los ecosistemas regionales no sólo deshace  a la sociedad en sus organicidad interna, sino que hace del desarrollo una concepción meramente economicista y de ingeniería pura, tornando las reformas educativas y del alma en proyectos irrelevantes, y repletos de desorganización y que tienen que velar por sí mismas. La identidad golpeada por una modernización agresiva y que fomenta la destrucción de las conciencias sociales, se revierte en una vida completamente encerrada en la emocionalidad más patética e indiferente. La enfermedad de nuestra sociedad pasa por la definición de que el modelo de acumulación que nos convoca y nos devora también nos violenta, y en el fondo no produce ningún tipo de desarrollo objetivo.
Al no  asentarse nuestra precaria economía en una estrecha comunicación y vínculo productivo con las sociedades en donde halla su recurso humano, y al no buscar asentar sus raíces en una directa sincronización estructural y convivencia lógica con los sistemas de vida que halla a su paso, su sola hegemonía descansa en la retransformación permanente, de sus diseños organizativos en curso, tornando en este sentido, toda la técnica que emplea en esquemas de trabajo y de destrezas sin apoyos legítimos en los saberes productivos ancestrales de la sociedad, y sin lograr, por lo tanto, el directo compromiso cognoscitivo de las inteligencias y de los saberes profesionales, a los cuales deprecia e infravalora. Mayormente nuestra empresa está gobernada por un sistema de poder que involuciona el progreso acumulativo de las industria, inhibiendo de modo legal y en otras político todo proyecto de acumulación orgánica de nuestros capitales e inversiones internas, adaptándose como hemos dicho a un medio de trasgresiones y de desgobierno social al cual hace florecer aún más y que es curiosamente la base cultural de su crecimiento y expansión social. En un medio desorganizado y envuelto de violencia estructural estas multiplicaciones organizativas del gran capital y las diversas formas populares de economía social se tornan en proyectos que transitan por las sociedades y sus culturas locales destruyéndolas e invadiéndolas de relaciones de dominación y de vigilancia policiaca.
Nuestra definición económica, en este sentido, es en una valoración política un proyecto de poder que es enemiga a muerte de la sociedad, y que solo busca reducirla a un reservorio de recursos y mercado granjeado para sus productos y mercancías. En tanto estas concepciones empresariales no consigan apoyos legítimos en la sociedad, en base al desarrollo de sus bases civilizacionales no conseguirán dar o plantearse saltos cualitativos en la conformación de economías de mayor valor agregado y de complejidad, pues la base para conseguir saberes y conocimiento tecnológicos en los diversos campos científicos pasa por  redefinir los fundamentos culturales de nuestras tecnologías internas, y no sólo importar modelos y prototipos organizativos que no tienen ningún asidero real en nuestra particular cultura técnica. El desarrollo social como resultado de una experiencia empresarial más responsable y con un claro objetivo de movilizar la mano de obra y las capacidades con las que cuenta la sociedad, es la condición para diseñar una ciencia propia, con aplicaciones de ingeniería y de industrialización en directa correspondencia con los procesos culturales en marcha. Y esta búsqueda es no en línea moderna, sino un proceso que debe releer y hacer expresivo en forma técnica las diversas tecnologías andinas y amazónicas que existen: un cruce de magia y ciencia con trasvases en la ciencia y las humanidades, que dote a la sociedad de una formación técnica y económica que la movilice de modo orgánico. El medio técnico que se proyecte, en este sentido, será la realización normativa de nuestros mitos y heterogeneidades culturales, un tipo de industrialización intercultural que edifique un orden social, y no lo violente y lo torne alienado y extrañado.

Estructura profesional y economía de mercado

En la actualidad se discute, con aplomo y  a veces con indiferencia  de la población, la ley del servicio civil en el tema específico de las capas profesionales de la burocracia estatal. Aunque no toca al servicio privado, sino a  largo plazo, la ejecución de esta ley busca remodelar, evaluar y aprovechar en cuanto a la gestión del modelo de desarrollo el recurso humano con que cuenta la nación, en base a un criterio netamente tecnocrático y empresarial. El modelo de acumulación y los que los conducen necesitan dicha ley para provocar la urgente diversificación productiva y la industrialización a partir del nicho minero y los sectores claves de la economía. En este sentido, conservar un Estado atrasado y capturado por mafias locales e internas representa ya una traba para conseguir estos resultados cualitativos en el progreso técnico y material de la economía. De no aprobarse dicha ley significaría arrebatar al sector productivo  las condiciones legales, administrativas y las creatividades profesionales que necesita para darle mayor brío, y generación de capital al sector privado; y con el tiempo dejarnos al acecho de una formación social que involuciona rápidamente y que no es capaz de reconvertir el ingreso de divisas y el boom de crecimiento en un desarrollo sostenible y sofisticado.

 De cierta manera su aprobación hubiera significado la redefinición salvaje de las subjetividades profesionales, caracterizadas por la baja calificación, por oficios elementales, y por una ética del trabajo diletante que se protege en prerrogativas exclusivas y grupos de interés que condenan a la atrofia productiva a la nación. Ingresar en este sentido un criterio de evaluación y competitividad representa en el fondo involucrar a los talentos y destrezas dormidas en una división del trabajo social más compleja, y que a la larga el trabajo represente la base de los logros y la realización. Pero dicho objetivo de no consumarse es la prueba de que en este país no estamos más que obligados a trabajar para sobrevivir y no por ideales más allá de nuestra insignificancia de consumidores y exhibicionistas virtuales.

Las urgencias de contar con un capital humano adecuadamente distribuido en el territorio nacional y directamente conectado con una idea de nación y de un programa operativo han encontrado severas resistencias en el modo histórico-cultural como ha sido construida la experiencia profesional y científica en el Perú. Todas las reestructuraciones legales y tecnocráticas que se han obturado con el objetivo de subordinar las energías profesionales y las destrezas locales a una compleja y descentralizada división del trabajo han hallado su coacción en una cultura que no ubica en el trabajo un sentido de realización específico sino que es una traba sensorial para la expansión de una cultura festiva y tradicional que siempre se las ha arreglado para truncar y parasitar sectorialmente cada ámbito donde reinen las mafias y los grupos de interés local. No ha habido una reforma profesional del país no solo porque nunca hemos podido contar con un diseño formal de aprovechamiento de la mano de obra calificada sino porque las singularidades territoriales y la imbricación de una específica valoración negativa a cerca del trabajo han obstruido toda productividad y rendimiento laboral en función de metas colectivas, lo cual atiza la idea que en esta formación social las relaciones sociales de producción han sido una gran traba para dar saltos cualitativos en la conformación y administración de una necesaria economía nacional. Siempre ha primado una idea sagrada de conformismo y falta de superación que ha valorado la disciplina y el resultado productivo como una carga insoportable para todo proyecto de realización y de expansión esotérica del cuerpo; inútilmente, se ha identificado libertad con falta de compromiso y de irresponsabilidad anarca, sin percibir que estas actitudes muchas de ellas individuales y rezagos de una ética de la esperanza a lo único que han conducido es a criar una cultura de funcionarios y de operadores políticos que hallan en la mediocridad y en la falta de objetivos estratégicos el caldo de cultivo para sus maniobras clientelares y corruptas.

Esta cultura festiva y diletante ha conseguido a través de la historia sobrevivir como ética de realización y de felicidad. Si bien ahora en el mundo de las simulaciones y de la multiplicación de estímulos se valora una idea agresiva de sensorialidad y de apertura erotizada que despotencia al trabajo como lugar de expresión y de crecimiento personal, esta descalificación de la praxis laboral como represión y perdida de libertad halla a nuestra formación social en un momento inadecuado para convertir al trabajo y el esfuerzo productivo en construcción de civilidad y de integración social. Es esta terquedad vitalista, esotérica y existencialista de no valorar el trabajo responsable como espacio de dignificación y de incremento de la persona la que no sólo erosiona la misma idea de interioridad y de crecimiento espiritual que tanto se añora, sino que hace de la obligación de entregar productos y de cumplir con procedimientos una carga que deteriora y atenta contra la misma idea de personalidad que se prejuzga. A larga este silencioso no compromiso con las metas del trabajo y con la identidad de una institución hacen que no se busque la superación y el aprendizaje constante sino que se construyan culturas de la holgazanería y del parasitismo burocrático que hacen todo los posible por desangrar la cultura institucional en función de intereses particulares e ideas criminales de favorecimiento y de abusos personales. Es el no haber podido desactivar esta cultura de  “los caballeros de la capa” o no haber podido diseñar en función del tiempo histórico una cultura del trabajo que logre la adhesión del pueblo profesionalizado la que ha disuelto toda alianza entre la cultura y la economía, y la que ha hecho condicionar la mirada que toda tecnificación es un retroceso humano, una alienación impostergable.

En este sentido, este ethos barroco y colonial ha concitado un mal aprovechamiento de la savia profesional y es la razón por otra parte, de la inexistencia de innovación científica y tecnológica en las disciplinas profesionales. El sostenimiento de transferencias tecnológicas en la medicina, en la industria, y en el mundo informático que no se casan con una lectura acertada de las necesidades culturales de nuestra civilidad multicultural ha hecho de que se cometan restricciones de orden cultural y estereotipos que no permiten un adecuado diálogo y sinergias profesionales entre las diversas disciplinas; se ha empotrado un mercado laboral que responde a los intereses y demandas de reproducción de un cierto tipo de desarrollo, pero estas capacitaciones y expansión de saberes profesionales que promueven son la razón de que no se consiga un desarrollo que vaya más allá de la sola concepción de dar condiciones de vida seculares y modernas. La praxis de estos saberes arruina toda idea de hacer nacer un organismo integrado y conciliado con las expectativas de realización y reconocimiento social que existen porque de plano su ejecución en aislamiento y sin diálogo humano se hace sobre los escombros de la sociedad a la que anhela proteger. En ese sentido, sostengo, nuestras energías profesionales son deficientes e impertinentes porque no se despliegan en respeto de nuestras culturas y tradiciones profundas, sino que atentan contra las mismas bases de bienestar y desarrollo sostenible que pregonan proteger. Nuestra profesionalidad es conformista y privada porque no hallamos en el éxito y en el confort, a pesar de tantos sacrificios las respuestas esenciales a un corazón que  busca referencias de sentido en los exteriores de una sociedad que rápidamente se desmantela. Esta desazón encubierta en el despilfarro y la desesperación festiva hace que no se provoque un trabajo que en coordinación genere acumulaciones de saberes, y de bases para construir una tecnificación y una ciencia que sea el producto de nuestra cultura específica y de nuestro trabajo social sostenido.

Nuestra ciencia no es sino un amasijo espantoso de propuestas y postulados gaseosos, ucronías y sueños que no es sino la proyección de una cultura intelectual en la que ha primado el ocio y el esnobismo, más allá de la crítica emancipatoria y las buenas intenciones. No se puede contar con una industria y con sus aplicaciones en tecnologías diversas en la sociedad si es que no se produce investigación y modernización de nuestras disciplinas que hagan posible el desarrollo de saberes complejos y técnicas sofisticadas. En otras palabras, no puede haber medicina profesional que combata el poder escurridizo de las patologías si es que al mismo tiempo no se produce un movimiento sofisticado de las ciencias anexas a este proyecto clínico, en cuanto a investigación y adiestramientos profesionales, lo cual relativiza el accidente y el desperdicio de funciones. De forma similar no puede haber ciencia administrativa, jurídica y hasta técnica social si es que no se lee el procedimiento científico en función de nuestra construcción cognoscitiva particular, de acuerdo a cada cultura y territorio, lo cual señala la idea que hay que dejar atrás esas actitudes y costumbres intelectualistas y apolíticas que no buscan una directa intervención de la ciencia en el gobierno de la realidad. Toda nuestra inteligencia no puede estar al servicio de un mercado laboral de servicios y profesiones blandas que malgastan nuestros talentos, y nos cohíben toda genialidad e innovación productiva. Es necesario reintroducir al interior de la estructura profesional no solo un principio de competencia sino un programa de sociedad y de cultura científica que proporcione un progreso y expresión autónoma de nuestras misteriosas nacionalidades multiculturales; de esta manera se producirá el compromiso de la cultura, y dejara de haber un profesional que no aporte y que sea solo un retraso para el despliegue y realización de nuestra sociedad

Una economía que consiga el involucramiento de la cultura a la que provee es el resultado de una sociedad integrada a un organismo social que controle dichos saltos económicos. Nuestra economía hasta el momento ha sido edificada a espaldas de nuestras verdaderas necesidades, creando y generando en sustitución de estas urgencias expectativas y falsas personalidades con necesidades que se basan en el vicio y la autodestrucción de sí mismas. No se ha proyectado el desarrollo de la sociedad como mundo técnico y a la vez orgánico, porque han primado intereses y maquinarias productivas que han despegado a las culturas territoriales de sus oriundas herencias, haciendo hegemónica una cultura técnica endeble, elemental y sumamente perniciosa para la específica concepción de hombre que deberíamos concebir.

 A pesar que la tecnología actualmente nos programe, nos produzca y nos devore, se debe concebir toda resistencia de la vida a sus inconmensurables instalaciones en las ciudades y hoy en el mundo casi antropologizado de la tecnología digital porque de no hacerlo se estará renunciando a toda idea de sociedad, y el espacio donde esta ya no esté se convertirá en un mundo de violencia y de soledad vociferante,  de lenguajes insignificantes y de mascaras estéticas, que a lo único que conducirán es la grito cada vez más organizado de las masas y a la creación de un individuo emocionalizado y completamente destruido por sus pulsiones. Este mundo en donde la técnica y sus decisivas ramificaciones digitales y sensoriales anida es un espacio donde toda la promesa del hombre autónomo y racional se deshace rápidamente, pues capturado por el hechizo de mundos paralelos y esquizofrénicos a los cuales sonreímos y nos entregamos se nos mutila en realidad la acción, y toda nobleza y deseo consumado de felicidad queda engarrotado en la deliciosa vigilancia.



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