Técnica y sociedad en el Perú contemporáneo
Ronald
Jesús Torres Bringas
En los limites de estos esbozos sobre
el desarrollo de la técnica en el Perú se sostiene la conjetura que el modo
como ha sido construido y organizado el país desde sus orígenes coloniales ha
inhibido hoy más que nunca frente a la sociedad del conocimiento y de las
revoluciones tecnológicas la elaboración de una cultura material en directa
sintonía con el desarrollo de la ciencia y la constitución de una técnica de
urdimbre nacional. El modo como se ha dado forma a nuestra estructura
profesional, la desorganización del territorio, la orquestación de una economía
improvisada y expoliadora, sin arraigo en las profundos saberes materiales del
artesanado y la cultura, y el empotramiento de una cultura organizativa y
jurídica que fragmenta nuestro cuerpo social y lo mantiene en la atomización
estructural son las señales o abismos históricos que han imposibilitado la
formación de una materialidad social en directa correspondencia con el desarrollo
de nuestros procesos culturales.
Introducción:
En los últimos años se viene
experimentando en diversos lugares del país un proceso de acumulación material
importante, que es digámoslo así la base que sostiene nuestra imperfecta
democracia liberal y la que explica los profundos cambio culturales y estilos
de consumo individual que se aprecian en las ciudades más importantes.
No obstante, este desarrollo económico
que ha permitido cierto nivel de modernización de nuestra economía, y que ha
mejorado en algo las condiciones de vida de la población, no es una base sino
muy frágil que exige reformas radicales y mayor planificación social para su
sostenibilidad y legitimidad completa en la sociedad. No sólo se mantiene un
modelo de acumulación que no le imprime mayor valor agregado a nuestros
sectores de bandera, basándose en el ingreso de divisas por el sector minero,
sino que se auspicia y se profundiza un modelo que desarticula aún más nuestra
precaria formación social, manteniendo el desarrollo de la economía en una base
material muy elemental y abandonando el desarrollo de la sociedad mediante inversiones
en educación y salud a lecturas de política social que privilegian el
autodesarrollo y la focalización de programas sociales.
El mantenimiento de una forma de
desarrollo que desarticula e inhibe el acoplamiento social entre reformas
integrales de organización del territorio, la economía y la cultura es la razón
que explica el severo divorcio entre las transformaciones materiales de la
economía y un proceso cultural desligado de metas de desarrollo social. Es esta
desorganización sistémica que favorece la multiplicación de valores
individuales del american way of life y que protege los derechos de propiedad
con una lectura claramente policiaca y elitista, la que no permite superar las
enormes brechas estructurales en cuanto a educación, reforma del estado y
tecnología que permitirían darle a este momento de sostenida acumulación
material un impulso de franco desarrollo objetivo y social.
En este sentido, esta contribución a
modo de ensayo intenta discutir de manera sociológica la lenta génesis de los
niveles de tecnificación de nuestra sociedad, con el objetivo de evidenciar las
razones sociales, históricas y culturales que han impedido la materialización
de una adecuada cultura material en sintonía con los procesos de la economía y
la construcción de los tejidos sociales imperantes. Se examina en este ensayo
las discordancias entra la constitución accidentada del territorio y la cultura
material, y las visiones coloniales del espacio que han desvinculado a la
cotidianidad y a las formas de concebir el territorio en las diversas culturas
de un férreo compromiso con los siguientes aspectos de la construcción social,
como son el sistema productivo y la organización política.
En la segunda sección se examina la
relación entre organización política, derecho y construcción histórica de la
economía, enfatizando en la observación de la específica experiencia de
modernización social que hemos vivido desde los 50s, con el propósito de
sostener que la porfiada manutención de técnicas de ingeniería social y
política públicas anticuadas y a la vez discretamente coloniales ha impedido la
expansión y organización de una economía descentralizada y directamente
conectada con la emergencia de los saberes productivos ancestrales, regionales
y locales del país.
En una tercera sección se examina las
severas discordancias entre una estructura profesional y saberes profesionales
sinceramente poco calificados, y una economía de mercado que requiere para dar
saltos cualitativos un recurso humano altamente calificado. Se observan los
bloqueos institucionales y culturales en la manera como se ha construido
históricamente nuestra sociedad del trabajo y las evoluciones estructurales de
la economía y la innovación productiva.
En una cuarta sección se examina en
clave sistémica el decisivo impacto de las tecnologías de la información en nuestro
desarrollo técnico, sosteniendo que las connotaciones culturales que ha
provocado en la sociedad, están construyendo una psicología o motivaciones de
consumo divorciadas peligrosamente de un desarrollo orgánico e integral de
nuestra formación social.
En una quinta sección se observan los
riesgos psicológicos que comportan la evolución de una técnica y una formación
social completamente desarraigante y o cosificadora de las subjetividades a las
que determina. Se piensa una armónica complementación entre la cultura y la
tecnología para la sobrevivencia de la sociedad como espacio de bienestar, que
domestique los poderes de la economía y de la técnica descarriada.
Y en una sexta sección a modo de
conclusión se examinan los aportes de la ciencia social en cuanto a la
construcción de una técnica social y un pensamiento social que le de
expresiones de preocupación a estas mutaciones culturales y tecnológicas que
esta viviendo la sociedad peruana actualmente.
Territorio
y cultura material
En esta sección se parte de la premisa
que el crecimiento y sofisticación de una cierta relación de las culturas con
los objetos, es la condición previa para el desarrollo acumulativo de un
sistema de organización material claramente resultado y medio natural de como
se expresa y complejiza la cultura social. El error en el que incurre nuestra
ingeniería institucional y de ordenamiento territorial de nuestras sociedades
es no considerar los vínculos afectivos y los medios de expresión cotidiana que
las personas establecen con los medios artificiales y los ambientes que los
circundan, empotrando de modo desordenado un sistema de organizaciones que no
consigue la conformación de disposiciones culturales congruentes y el
compromiso de la cultura con los sistemas de producción material y social,
porque desde sus orígenes el diseño de la formación social que ellos proponen
resulta una amenaza real para los procesos intersubjetivos y micro-culturales
que los actores despliegan para vivir.
Los serios reveses que la economía
encuentra para conseguir la legitimidad de sus proyectos de inversión económica
en los diversos sistemas de vida en los que ingresa, se deben a que intentan
desactivar peligrosamente las relaciones que las culturas establecen con el
territorio en el que viven y al que organizan, y por lo tanto, intentan alterar
los fundamentos psíquicos e intersubjetivos que bloquean tal cometido. La fragmentariedad en la que cae el sistema
de ordenamiento territorial además de ser una respuesta histórica y coherente
que halla la cultura subordinada para evadir los apetitos de expoliación y de
expansión de los mercados que la política modernizadora establece, es una
consecuencia perjudicial del modo tan caótico y autoritario de como ha sido
construido nuestra cultura material.
Aunque la organización del territorio
es el aspecto de mayor importancia política que interesa al Estado y a la empresa privada, muchos de los esfuerzos
institucionales y las investigaciones aplicadas en esta dirección no toman en
cuenta los solidos y arcaicos lazos culturales que las identidades locales, y
sobre todo rurales, desarrollan con el espacio natural. Predomina en el mayor
de los casos una lógica instrumental que visualiza al territorio como un
espacio de recursos naturales de explotación racional, en el caso descontado de
que existan tales riquezas en los ecosistemas de vida, y no una visión de
penetración de la lógica moderna que negocie y tome en cuenta los saberes
ancestrales que halla en su expansión.
Los saberes productivos ancestrales
sobre el territorio son de simbiosis y convivencia existencial con la
naturaleza, sistemas de organización y de dones sociales que no la alteran sino
que viven devorados por la inmensidad y las regularidades del medio natural. La inscripción sagrada y
alegórica que las economías tradicionales como las de las comunidades campesinas
o de las comunidades amazónicas despliegan en su relación con la naturaleza no
sólo imposibilita una lectura cosificadora y neutral del territorio
circundante, sino que ofrece resistencias culturales, hoy convertidas en
movimientos sociales, a los proyectos políticos y económicos que intentan
alterar y desestructurar sus medios tradicionales de vida.
A pesar que las lógicas de
modernización social vienen erosionando estas alternativas políticas, con la
promoción de formas de organización política directamente seculares, como los
sistemas de ciudades provinciales, y el bombardeo mediático y comercial de
valores de expresión individual burgués, se conservan formas de resistencia
material y cultural que aseguran la supervivencia de las culturas populares
rurales. La persistencia de formas de producción agrícola y pecuaria
rudimentarias en la sierra comunal, en concordancia con las regularidades de
los medios naturales, y la subsistencia de un complicado sistemas de
religiosidad panteísta de ritos y costumbres, definen la conformación de
culturas alejadas y que mantienen reservas de cohesión y de saberes interculturales
importantes. En la amazonia estos sistemas de organización económica de
aprovechamiento racional del bosque, y de una lenta pero segura
comercialización de los recursos de la biodiversidad permiten, no obstante, las
amenazas de contaminación y de tala indiscriminada de los bosques un
desbordamiento de los saberes culturales y misteriosos de la selva, saberes
primitivos que no son aprovechados o convertidos en economías de mayor calado.
Tal vez el mayor desafío que viene
vivenciando los sistemas agrícolas y territoriales de la sierra y de la
amazonia en los últimos años sean los proyectos de explotación minera y de
hidrocarburos que viene implementando, con auspicio del Estado, la empresa
privada. La inoperancia al no considerar estos incrustamientos extractivos como
sistemas inoportunos que alteran la lógica natural del espacio, expresa la poca
importancia que merece para la economía primaria de mercado los legítimos
sistemas de vida que se desarrollan en estos remotos lugares. El hecho de que
se manifiesten conflictos sociales por el control del territorio, como los
acaecidos en Bagua y actualmente en Cajamarca y Cañaris, es el resultado de que
no sólo se agreden intereses y medios de vida autónomos que no interesaron
históricamente al Estado, sino que se presume desarraigar los tejidos y
sistemas de representaciones sociales con el objetivo de empotrar en estos
lugares de solidez simbólica valores de consumo y de vida individual que
descomponen las bases materiales que permitían el bienestar y el equilibrio de
la vida social.
La desorganización generalizada del
territorio no solo representa la pérdida sistemática de un patrón de
organización espacial nacional, sino además la interpenetración, como primera
traba estructural, de un sistema de derecho de
propiedades que introduce una racionalidad del saqueo y del enclave como
sistema de explotación de recursos que deshace la naturaleza concreta de la
vida, y la entrega a una mentalidad desarraigada y llena de complicaciones. En
si las migraciones que son expresión de esta desorganización del territorio
desde antaño son además el resultado de una preocupante y pésima distribución
poblacional, como segunda traba estructural, concentrada en las ciudades y que
en la búsqueda obsesiva por materializar individualidades modernas
complican una construcción adecuada
construcción espacial del Estado y de su economía interna.
La lenta e insuficiente infraestructura
de caminos y de vías de comunicación, casi inexistentes en la selva, son
también expresión de la fuerte desconexión territorial que alimenta el poseer
una geografía tan complicada e indomable; aunque en estos últimos años se
invierte en la construcción de carreteras y de accesos a localidades lejanas,
esta lógica de interconexión física no se piensa en perspectiva de un control
soberano del Estado, sino con objetivos claramente de inversión económica
privada, y que amenazan la coherencia de los medios de vida indígena que
rechazan tales proyecto viales, como la carretera de Purús en Ucayali.
Una tercera traba estructural que
permite sostener esta irracional construcción del territorio es el crecimiento
desmedido de la propiedad rural agraria en los latifundios privados sin ninguna
conexión con la seguridad alimentaria y la demanda interna, y dirigida particularmente
a la exportación, y el problema de la pulverización parcelaria de la propiedad
agraria que no sólo no permite el uso intensivo de los terrenos destinados a la
producción agropecuaria sino que es además la razón del bloqueo de una adecuada
reforma agraria productiva.
Una cuarta traba estructural que no
permite y que ha confundido la orquestación de una dinámica territorial en
directa sintonía con un ausente proyecto de país, es la inorgánica y
disparatada instauración de una política de descentralización nacional. En su
búsqueda de desconcentrar los poderes del Estado y permitir un mayor control y
presencia del Estado en los territorios donde se pensó albergar formas
democráticas de desarrollo se esparció la ineficiencia del centralismo
burocrático, lo que entre otras cosas, imprimió una administración del
territorio que no ha mejorado cualitativamente la histórica ausencia de la
autoridad estatal. Este diseño legal y administrativo de la cultura material
regional y local no obedece a una correcta
manejo social de nuestra geografía accidentada, y en mejor de los casos
ha reproducido los mismos males estructurales que nuestros gobiernos han heredado:
mayor fragmentación y reproducción de culturas locales desconectadas unas de
otras.
En este sentido, he bosquejado una
crítica general del modo desordenado como se ha construido nuestra formalidad
territorial. Ahora toca pasar revista a los severos impactos culturales,
subjetivos y en la conformación de los cuerpos que esta anárquica y deficitaria
organización del espacio nacional ha ocasionado. La premisa de la que parto es:
la consecución social de una técnica propia implica el compromiso emocional y
cognitivo de la cultura material con el desarrollo del sistema social. Por
diversos motivos que aquí sólo ensayaré se ha provocado un abismo histórico
entre la cultura material de los espacios cotidianos y los niveles más
sofisticados de la cultura productiva y tecnológica porque las directas
propiedades espaciales de los nichos cotidianos han sido invadidos por
racionalidades del espacio y de la construcción de los objetos que niegan y
aplastan la construcción de hábitat privados descolonizados. Si existe una
frustrada conciliación entre la cultura material de las unidades familiares,
sus sistemas urbanos de ciudades, y la coherente edificación de una economía y
tecnología avanzada, es porque este modo criollo y de confortabilidad
existencial que ha imprimido nuestra cultura del consumo postmoderna ha
inhibido las mutaciones y acumulaciones en red necesarias para provocar el
nacimiento de formas de vida y esferas
de conciencia cotidiana cercanas a la innovación productiva y hacia la
formación de una cultura de hacedores.
La construcción de la personalidad
requiere la existencia de un mundo de objetos y de sistemas de objetos, que son
la garantía y el marco de realidad donde se despliega cierto nivel de
desarrollo de la subjetividad y la cultura civilizada. Los objetos, y las
construcciones cada vez más complejos de mecanismos y materias organizadas a
nuestro alrededor son sistemas de apropiación y de reconocimiento donde la
persona se siente pertenecida y referida a algo familiar y conocido. El
desarrollo de una técnica propia y familiar, arraigada en la cultura es la
condición para la coherencia en la construcción de una estructura de
profesiones y de saberes especializados acopladas y que potencien esta técnica
y su arraigo en el sistema social. La ciudad que representa la esfera de
relaciones humanas y de ecosistemas de vida no sólo es expresión de las maneras
como se objetivizan y toman forma espacial estas relaciones sociales,
organizadas en conocimientos prácticos y en diversas manifestaciones contingentes
de la cultura, sino que es la organización espacial y territorial de una
sistema urbano de comunicaciones y de instituciones públicas, un escenario
donde la cultura individual se expresa y se siente protegida para crecer y
expandirse con creatividad, a partir de un complicadísimo y digamos caótico
sistema de procedimientos y de objetos que es la condición de toda cultura
humana.
Por diversas razones la ciudad en la
actualidad se ha convertido en un sistema de gestión de espacios privados y de
escenarios de conflictos. Los objetos en ella, y la transformación de una
arquitectura cada vez más desconectada del curso de una cultura que también se
fragmenta y se privatiza brutalmente, han ocasionado que ya la experiencia
social se sienta arrancada a un espacio que sólo contiene la existencia de cada
quien, pero que no permite la realización pública de la cultura social. Cada
vez es más un hecho de que la desorganización y la violencia que cunde en la
ciudad es la manifestación de una cultura que no se siente protegida y familiar
en un mundo de objetos cada vez más ajenos y decididamente tecnificados. El
desarraigo que producen las tecnologías de la información, y su impacto
específico en una conciencia invadida por estímulos y por momentos de explosión
disgregantes ha hecho de que los espacios urbanos no sean sino espacios donde
predomina el anonimato y la desconfianza. La ciudad se ha vuelto en
concordancia con esta confusión de caracteres y de mentalidades en un mundo de
vigilancias y de controles marcados, donde
impera el accidente y el riesgo de perderse en la soledad de la muchedumbre.
Los sistema de objetos que nos
envuelven ya no son en la ciudad proyecciones objetivas de acuerdos y contratos
sociales en una cultura de paz y desarrollo social, sino diseños
arquitectónicos que enfatizan la funcionalidad y la celeridad. Aunque hay que
advertirlo en el país el crecimiento de las ciudades en mecanismos de gestión y
de desarrollo económico, no es sino un proceso que esta desterritorializando a
la cultura de toda referencia a una identidad macro-nacional. La transitoriedad
que se imprime a la vida, sin capacidad para detenerse y dedicarse a lo
esencial, y la falta de espacios públicos que afirmen la presencia de lo
conocido y familiar en la ciudad, están generando un espacio de convulsiones y
de agresividad objetiva que licua a las culturas y las pierde en el sinsentido
de la vida y en el extrañamiento y la descomunicación. Es una ciudad que
estresa y que se convierte en una amenaza para la vida, la que empuja a las
personas a vivir una vida expulsada de la técnica, como supuesto de civilidad,
y los objetos y los sistemas de procedimientos de que esta plagada se
convierten en jaulas administrativas y selvas de organizaciones que empujan a
la anarquía y a toda separatidad cultural con la formación racional de procesos
técnicos, a través de la coordinación de los saberes en acumulaciones de
ciencia y tecnología.
En este primer estadio de la naturaleza
de los objetos, y de la espacialidad vinculada a todos sistema de producción de
la vida social, se constata que cierta organización de la vida humana y de sus
relaciones tienen fuerte condicionamiento, en el modo como se ha organizado los
espacios habitacionales internos, y en directa correspondencia los sistemas de
gestión de ciudades. Si no existe un sólido compromiso de la cultura que
subsiste es estos espacios micro, y de las ciudades, es porque la hegemonía caótica
en la que se organiza el espacio y los ordenamientos territoriales privados y
violentados, se convierte en un espacio que excluye y que fragmenta la
identidad y toda psicología colectiva asociada a el. Si bien en el campo este
tema es menos agresivo, se puede sostener que ya la decisiva penetración de las
formaciones de ciudades y de sus organizaciones territoriales, en base a cierto
sistema de extracción y de enclave están desterritorializando las culturas
locales, y las están disociando, des coordinando a estos regímenes de
acumulación de toda armonía con la naturaleza, e ingresando a contaminarla, y a
distorsionarla.
Si la ciudad no es la expresión
colectiva de cierto nivel de la tecnificación, sino el espacio impactado por
cierto volúmenes de tecnología transferidas, que desorganizan a los cuerpos y a
las mentalidades de toda referencia civilizada, se puede sostener también, que
en el nivel doméstico, en los hogares, la cultura de los objetos que predomina
también es un factor para la construcción de una psicología anárquica y
emocional. Y la manifestación más relevante de estos espacios impactados es que
no existe desde los hogares, mayormente desestructurados y lugares de reposo y
de mucho desorden casero, una directa sincronización entre la construcción de
la sexualidad, de las pautas del carácter y las referencias sociales más
amplias. La socialización que promueven tímidamente los marcos de socialización
más externos, como la escuela pública y el sector laboral, no cumplen los
objetivos de civilidad porque los sistemas de objetos que predominan en los
hogares, como TV, cable, servicios básico, dormitorios, Equipo de sonido,
celulares, organización de la cocina, son elementos que están divorciados de
toda afirmación de la identidad, y más bien domestican y conforman la fuerza de
desarrollo de la psicología individual. Estos objetos que nos rodean, si bien
cumplen el papel de darle ubicación a nuestro carácter son en el medida que la
experiencia de la vida es arriesgada y empobrecida, espacios de descanso y de
refugio sobreprotector que reprimen la sustancia y las decisiones,
desorganizando la vida, los tiempos, y volviéndose espacios de tristeza y de
ociosidad declarada.
Aunque los objetos que nos rodean nos
ahorran esfuerzo, y están al servicio de la conformación de placeres y
dispendio, la verdad es que el modo en que impactan no se corresponde con la
vida y los rituales que pensamos como sociedad, sino que nos desorganizan
internamente y hacen depender la construcción de la sexualidad y de la vida de
la relaciones íntimas de momentos de accidente y desgobierno, que hacen de la
vida interna algo autodestructivo y atomizado. Si la vida es en parte insegura,
es porque los niveles de modernización cínica que vive el país, y la casi
solvencia generalizada de la anomia y la trasgresión han alcanzado a los
sistemas formales de espacio privado y público que nos envuelven. Pero
extrañamente este contexto, de territorios de transito, y de presencia
espectrales, de violencia y soledad son la premisa de la libertad negativa en
las personas, son algo legitimado por la población, aunque valgan verdades
estos cuerpos desestabilizados y sobresaturado de estímulos y de
emocionalidades, no permiten el involucramiento de la cultura y de las
psicologías civiles con la agregación y la conformación de sistemas científicos
y de técnica propia.
Como idea debe existir la construcción
social de un espacio cotidiano, urbano y rural en donde las obligaciones y
responsabilidades del sujeto con el sistema productivo no sólo se paguen en
dinero, sino que se consiga el compromiso de la cultura individual en un sistema espacial donde el individuo se
sienta como parte de una comunidad colectiva.
Organización
y sistema productivo
La historia del desarrollo de las
organizaciones en este país, sin una clara concepción del uso del territorio,
ha parido en concomitancia una selva de organizaciones y de sistemas privados
de organizaciones que han estado divorciados desde el vamos, de los procesos culturales
y de toda orientación intelectual e inteligencia política. Nuestra experiencia
organizativa no sólo ha aplastado toda capacidad organizativa propia de
convocar a las subjetividades plurales y sus saberes productivos, sino que ha
servido como un mecanismo complejo de funciones y dispositivos en red que ha
desbaratado y domesticado toda posibilidad del surgimiento de una identidad
autónoma y nacional. Si bien en sus orígenes republicanos, y aún mas tarde
desarrollistas estas formas organizativas han intentado edificar estructuras
coherentes en sintonía y como marco de bienestar para el progreso de la
civilidad cultural, con el tiempo han debilitado y triturado esta misma
posibilidad histórica dando el escenario perfecto para el afloramiento de
organizaciones agresivas y funcionalistas, donde la materia que gerencian, y
los recursos que buscan con voracidad han descompuesto a los sistemas de vida,
modelando a su antojo las disposiciones culturales que nos rodean. Nuestra vida
organizativa se atreve a producir y a destruir aquello que nos promete, ante la
indiferencia cínica de la vida que habita en la emocionalidad y en el
misticismo más absurdo.
Si en parte la formación del Estado ha
sido una historia plagada de desencuentros de carencia de institucionalidad
soberana y democrática, es porque la misma naturaleza del diseño organizativo
que planteo el republicanismo ha erosionado los lazos culturales que
presumiblemente deberían sostener dicha institucionalidad. Plantear un Estado
sin presencia efectiva en las regiones del país, sin contrapesos organizativos
seculares en los diversos niveles de poder de la población, y sin una capa de
profesionales y técnicos capaces de volverlo operativo, han granjeado en parte
su vieja fama de que no posee soberanía y que esta penetrado por intereses
privados y parciales. Pero en mi estimación, el poder no es sino la punta de iceberg:
la razón fundamental del porqué el Estado no ha cuajado en nuestra
territorialidad y cultura es porque ha colisionado con una sociedad carente de
la cultura política para darle aprobación y
progreso normativo, pues se ha querido dotar a la sociedad de tales
dones ciudadanos, cuando nuestra cultura y saberes tradicionales han vivido
enmarcados en sistemas de administración y en complejos políticos en red y en
forma de enclaves, en respuesta a las dificultades geográficas y de recursos
que representan nuestro cuerpo social.
El haberse obstinado en empotrar una
institucionalidad elemental, arrogante y antinatural con la lectura real de
nuestros procesos políticos internos en la ruralidad y en las ciudades
coloniales, no consiguió desestructurar la herencia colonial martirizada, como
bloqueo al desarrollo nacional, sino que permitió su reforzamiento, como más
tarde lo haría el desarrollismo populista. Nuestra organicidad política no sólo
es un amasijo variopinto de improvisaciones y de diseños forzados a una
realidad muy heterogénea y que se ha vuelto irracional, sino que es una
arquitectura de procesos jurídicos, y administrativos que disfrazó el poco
compromiso real de nuestras elites y de nuestra población con una propuesta de
organización la cual resultaba risible y pura retórica, pero frente a la cual
se carecía de la suficiente capacidad del hombre genérico, en los términos de
Marx, para dotar al cuerpo social de los funcionarios y de las técnica de gobierno
para darle gestión una soberanía que se ha desmantelado y que nunca tuvo la
coherencia de una nación.
Si no existe una directa red de
instituciones públicas, como expresión de un contrato social que haya
reconocido los despliegues culturales y los intereses específicos de cada
nacionalidad al interior de nuestros territorios, es porque la técnica de
gobierno, y los diseños burocráticos que se han empleado para dar forma a una
formación estatal soberana y moderna han violentado y no se han depositado sobre
la convivencia y regulación de las
tradiciones culturales del país. En su lugar ha existido una definición de
ciudadano, y de sus contextos organizativos que buscó remodelar las culturas
locales y homogeneizar la construcción de una identidad común, siendo el
resultado el empotramiento de un sistema de organizaciones burocráticas
deficientes, y sumamente regulativas a las que no se les acompaño de una
cultura organizativa típica de nuestro perfil social. En vez de eso se han
bosquejado en forma de ingeniería
política rimbombantes dispositivos de gobernabilidad y de gestión social que han sido bloqueados por una cultura de
funcionarios y de vidas organizativas mafiosas que han inhibido la conformación
de una tecnocracia propia.
El intentó más autóctono de dotar a la
formación social de un sistema político que tejiera sus redes institucionales
hasta la misma base de las culturas locales, y que modelara una real cultura de
ciudadanos se concitó hacia las épocas del desarrollismo populista. En la
medida que el Estado latinoamericano era el agente más organizado para generar
el cambio estructural se favoreció la multiplicación acendrada de las
organizaciones de base, lo cual permitió cierto nivel de democratización. Pero
la hipótesis que explica el desordenamiento posterior y la captura de las
organizaciones de base por intereses privados y de enclaves, es que el planteo
de dotarles de una formalidad moderna y secular, cohibió la tendencia expresa a
conseguir un típico sistema de organizaciones populares a varios niveles, lo cual dejó sin base a las
política de Estado, y arruinó todo contacto legítimo de las culturas locales
con un Estado cada vez más sofisticado, pero ajeno a la cultura popular. La
lectura de asentar un desarrollo estatal a la usanza de Europa en los niveles
socialistas y luego neoliberal garantizo es cierto la demolición política de la
estructuras señoriales y retrógradas que predominaban en el campo, y en los
niveles de poder de la ciudad, pero
coaccionó por apresurar el proceso de un sistema político moderno, las
propiedades emergentes y organizativas que de forma autóctona se empezaron a
dar de forma nacional y en red.
El marxismo estatocéntrico, es cierto,
permitió el ingreso de la cultura en las coordenadas de poder de un mundo cada
vez más global, de modo productivo, y luego de modo psicológico pero descompuso
los arraigos corporales de las culturas migrantes y movilizadas de los sistemas
productivos en marcha, concitando luego de que se comprobara su
impracticabilidad un fuerte divorcio y decepción de los actores y sistemas de
representación cultural. El desarrollismo si bien imprimió un cambio de modo
orgánico y estructural, produjo el desgobierno posterior y eclipsó toda su
posibilidad, pues le dotó al cambio organizacional de una propiedad
excesivamente confrontacional y divisionista que nunca se comprometió con un
pensamiento político integrado de nación, y que si cohibió en la figura de las
organizaciones sindicales y los actuales movimientos sociales toda acumulación
de una formación técnica, y de saberes profesionales. La propuesta organizativa
socialista atribuyo todo cambio estructural a un voluntarismo romántico y de
política democrática, sin dotar a esta savia emergente de una estructura
sofisticada y competitiva de formaciones tecnocrática. En ciernes, el
funcionario del desarrollismo, no poseía una cultura organizativa propia, ni
contaba con las disposiciones morales en el fondo para trabajar de modo técnico
y acumulativo, pues se orientaba por coordenadas anarquistas de organización, y
su formación sólo ideológica anulaba todo rigor, y operatividad de lo que
pregonaba.
Aunque el ajuste estructural tuvo sus
raíces en la cultura del desarrollismo anterior, sirvió para imponerle un orden
lógico a todo el desorden y anomia institucional en que se había convertido el
sistema político del país. La violencia política, y el colapso casi absoluto de
los fundamentos estructurales del contrato social moderno, significaron un
severo retroceso en la conformación de la institucionalidad democrática, la
cual perdió arraigo en las transformaciones organizativas de la base social, y
se sostuvo desde entonces sobre un régimen de poder que no articulo al
organismo social, sino que lo penetró de relaciones caóticas de mercado y que
lo mantuvo en los completos rudimentos organizativos y en la violencia objetiva.
La idea de poner orden en la casa significo el desarticulamiento violento de
toda nuestra estructura política de modo social y democrático, y con el tiempo,
el estandarte psicológico para el despliegue de una cultura en red, de un
individualismo estructural, cuya expresión máxima es un Estado lento y de
control policiaco que no existe de modo real en el territorio nacional. A pesar
de la juridicidad tan sofisticada y de los avances en el manejo tecnocrático
del Estado, estos espacios de poder privado y legaliforme son en el fondo
desbrozamiento exagerados de procedimientos y formalidades sin ningún contacto
con la cultura real. En el mejor de los casos sólo favorecen la reproducción de
saberes profesionales que sólo se ubican en Lima, y que son diseños forzados a
nuestra realidad, un amasijo de coordinaciones inútiles que no tienen real
impacto en la formación de un Estado moderno.
El fujimorismo por medio de la
modernización neoliberal del Estado planteo el imperativo de una nueva legión
de técnicos, pero estas capas
tecnocráticas se concentraron en ciertos espacios privados de poder, y fueron
el resultado de un sistema de educación superior capturada y sólidamente
elitizado. La no descentralización de la cultura tecnocrática de funcionarios
elitizó los conocimientos claves de la gobernabilidad, y desarraigo a las
competencias y talentos técnicos y en formación de la sociedad de toda
posibilidad de construir un Estado y una cultura estatal distribuida y soberana
por todo el territorio político del país. Esta primera generación de técnicos
en todas las disciplinas surtieron al modelo de desarrollo de una dinámica propia,
y lo gerenciaron en sus niveles tan elementales, que este tipo de Estado está
bloqueando por incapacidad y de mayor planificación las reformas más integrales
de la formación estatal y productiva.
Los perfiles, de ingenieros y de
administradores, especialistas en la coordinación y la conservación de una
pastoral elitista y de exitismo inculto, le otorgaron a la formación de la
economía nacional un dinamismo basado en la reproducción delincuencial de una
cultura trasgresora, pero arrancaron a los espacios públicos de todo compromiso
de las energías profesionales con el respeto a un desarrollo más ordenado e
institucional. En este sentido, una ruta de la técnica de gobierno más anclada
en las bases sociales, y que logre el involucramiento de las capas
profesionales y la mano de obra sería la premisa para un desarrollo más
integral y que logre la productividad de los recursos humanos, pero la verdad
es que existe un abismo en este sentido, pues la hegemonía de esta
modernización tecnocrática, de capas de funcionarios toscos y resultadistas,
estas ahogando la generación de una técnica social, que concite la
participación de los ciudadanos más allá del dinero.
Pero este giro en la naturaleza de la
técnica de gobierno no depende sólo del arribo de un poder que le de una
utilidad a la capacidad instalada del Estado en ese sentido, se requiere, por
lo tanto, un cambio en la esencia de la técnica, en la actitud de sus capas de ingenieros políticos, y en la
conformación de un reservorio de recursos jurídicos y administrativos que sean
la expresión legal e institucional de
decisiones históricas y planificadas. Pero este cambio es muy complicado
y representa una ausencia en las bases del conocimiento profesional y
burocrático donde se gesta. En primera instancia, se asegura que una de las
complicaciones que halla toda renovación política para ser operativa y
aterrizar en políticas históricas de gobierno reside en que el Estado esta
capturado por clientelas y grupos de poder que lo han arrodillado a intereses
privados, y que no empujan a ese cambio que tanto se aguarda del Estado porque
es la expresión de una pésima preparación de sus cuadros técnicos.
Una segunda razón que cohíbe este
cambio, es que el conocimiento que le daría tal empalme es residual y poco
sofisticado en los espacios de la educación superior, pues se promueve la
formación de una técnica que no hace cambios a largo plazo, que no planifica y
que sólo reproduce y amontona ajustes para remozar aquello que no cambia y que
se vuelve obsoleto. A este segundo cambio, se le agrega que no existen en
nuestra formación tecnocrática sólo gerentes que deciden sobre la base de
criterios muy elementales, y sobre lo que se acostumbra, y no hay diseñadores,
no existen funcionarios atrevidos en operar cambios a gran escala. Y en tercera
instancia, al estar este saber tecnocrático capturado por las capas sociales
más cercanas a los grupos de poder se genera una severa desconexión de sus
prerrogativas tecnocráticas de toda la sociedad, siendo la técnica que se opera
no un resultado de las decisiones distribuidas en la formación de los actores e
identidades plurales de la sociedad, sino una drástica imposición de juicios y
criterios sumamente ajenos a las alteraciones que se suceden en la política
real. Una técnica de derecha, y su elitización forzada hace que las gestiones
en materia de política pública no se ejecuten pensando en el bienestar público
sino estén razonadas en base a estimaciones muy particulares, y que por lo
tanto, dicha técnica no sirva para dinamizar de modo orgánico el cuerpo del
Estado, sino que se tienda al atascamiento y a la atrofia burocrática.
Si bien esta reforma del servicio civil
que actualmente se piensa operar, esta buscando una modernización de las
decisiones técnicas, y romper las mafias que tienen atrasado y privatizado su
trabajo, no representa sino un ejercicio que refuerza el elitismo de la técnica
de gobierno, pues el real problema es la naturaleza y la dirección que posee el
diseño de Estado, muy ajeno a convocar el compromiso de una cultura
organizativa capaz de darle vida y savia a sus organismos internos. Y además
aunque dicho destrabamiento del Estado esta buscando enfatizar los marcos
legales y políticos para darle mayor viabilidad y garantías a las inversiones
privadas, la verdad es que no basta con asegurar políticamente la
multiplicación de los agentes privados, lo que hace falta es introducir diseños
de Estado local y regional que armonicen con los capitales a todo nivel, y los
reorienten con el criterios de no destruir las mismas condiciones que lo hacen
posible y que lo legitiman en seno de las organizaciones sociales. El estado
debe cumplir su labor de recapitalizar la fuerza de trabajo que el capital
expulsa de sus espacios de competencia y conocimiento, e intentar modelar, sin
atorar la naturaleza de los negocios, los perfiles profesionales que lo van
dinamizar y aflorar en las bases de la sociedad.
Por ello, en este sentido, es
importante revisar a grandes rasgos la experiencia empresarial en el Perú. Una
de las razones que ha generado el desconcierto institucional en el país, entre
otras razones, es que la consecución de nuestros proyectos empresariales ha ido
desligada, y en muchos casos han atrofiado el progreso de los indicadores del
desarrollo social. Desde las empresas de gran calado en nuestra tardía
experiencia industrial, hasta las grandes corporaciones, y los intereses de las
pequeñas empresas populares todo el arraigo social y legítimo de los intereses
privados y productivos ha estado desconectado de una apreciación progresista de
las realidades sociales y ambientales donde han asentado sus proyectos
económicos. En el peor de los casos estas economías industriales y ahora de
naturaleza extractiva han violentado las estructurales sociales, e introducido
una fuerte confusión en las identidades colectivas y populares, penetrando las
mentalidades de pastorales organizativas y de técnicas administrativas que han
arruinado el desarrollo de la inteligencia emocional y de las bases
sentimentales de los saberes sociales. No sólo la organización empresarial ha
estado a espaldas de una correcta armonización y entendimiento de las
condiciones culturales y territoriales a donde ha penetrado, sino que ha
reproducido y reforzado el desgobierno estructural de nuestro cuerpo social,
debido a que su concepción instrumentalista y economicista de los proyectos
productivos se ha incrustado en nuestras representaciones políticas, y en
nuestro tejido social privatizándolo y en el peor de los casos degradándolo.
Nuestra empresa interna, no sólo esta
desenfocada de una correcta orientación social y de inversión social de las
culturas locales, sino que a través de su penetración caótica y casi belicista
de los territorios a donde ubica sus intereses productivos infiltra y divide a
las sociedades, arrodillando a los poderes locales a su servicio, y
trastornando de modo delictivo las socializaciones y las gestiones sociales con
las que se encuentra. Si hablamos de un impulso moderno en los últimos años la
presencia de las experiencias empresariales esta licuando y fragmentando
brutalmente los complejos culturales y tradicionales del campo y la ciudad,
introduciendo una mentalidad de la competencia, pero también una psicología
autodestructiva y nihilista, que sólo se sostiene sobre la base del egoísmo y
del mayor cinismo cultural. La expresión de esta caotización en la que nos
vemos envueltos es que todos los niveles de poder, ha donde ingresa esta
mentalidad del riesgo modernizante están preñados de corrupción y de mafias
locales que negocian y representan los grandes intereses.
La severa disolución en marcha de
nuestras culturas locales, y de su compenetración con la naturaleza,
produciendo contaminación y alterando los ecosistemas regionales no sólo
deshace a la sociedad en sus organicidad
interna, sino que hace del desarrollo una concepción meramente economicista y
de ingeniería pura, tornando las reformas educativas y del alma en proyectos
irrelevantes, y repletos de desorganización y que tienen que velar por sí
mismas. La identidad golpeada por una modernización agresiva y que fomenta la
destrucción de las conciencias sociales, se revierte en una vida completamente
encerrada en la emocionalidad más patética e indiferente. La enfermedad de
nuestra sociedad pasa por la definición de que el modelo de acumulación que nos
convoca y nos devora también nos violenta, y en el fondo no produce ningún tipo
de desarrollo objetivo.
Al no
asentarse nuestra precaria economía en una estrecha comunicación y vínculo
productivo con las sociedades en donde halla su recurso humano, y al no buscar
asentar sus raíces en una directa sincronización estructural y convivencia
lógica con los sistemas de vida que halla a su paso, su sola hegemonía descansa
en la retransformación permanente, de sus diseños organizativos en curso,
tornando en este sentido, toda la técnica que emplea en esquemas de trabajo y
de destrezas sin apoyos legítimos en los saberes productivos ancestrales de la
sociedad, y sin lograr, por lo tanto, el directo compromiso cognoscitivo de las
inteligencias y de los saberes profesionales, a los cuales deprecia e
infravalora. Mayormente nuestra empresa está gobernada por un sistema de poder
que involuciona el progreso acumulativo de las industria, inhibiendo de modo
legal y en otras político todo proyecto de acumulación orgánica de nuestros
capitales e inversiones internas, adaptándose como hemos dicho a un medio de
trasgresiones y de desgobierno social al cual hace florecer aún más y que es
curiosamente la base cultural de su crecimiento y expansión social. En un medio
desorganizado y envuelto de violencia estructural estas multiplicaciones
organizativas del gran capital y las diversas formas populares de economía
social se tornan en proyectos que transitan por las sociedades y sus culturas
locales destruyéndolas e invadiéndolas de relaciones de dominación y de
vigilancia policiaca.
Nuestra definición económica, en este
sentido, es en una valoración política un proyecto de poder que es enemiga a
muerte de la sociedad, y que solo busca reducirla a un reservorio de recursos y
mercado granjeado para sus productos y mercancías. En tanto estas concepciones
empresariales no consigan apoyos legítimos en la sociedad, en base al
desarrollo de sus bases civilizacionales no conseguirán dar o plantearse saltos
cualitativos en la conformación de economías de mayor valor agregado y de
complejidad, pues la base para conseguir saberes y conocimiento tecnológicos en
los diversos campos científicos pasa por redefinir los fundamentos culturales de
nuestras tecnologías internas, y no sólo importar modelos y prototipos
organizativos que no tienen ningún asidero real en nuestra particular cultura
técnica. El desarrollo social como resultado de una experiencia empresarial más
responsable y con un claro objetivo de movilizar la mano de obra y las
capacidades con las que cuenta la sociedad, es la condición para diseñar una
ciencia propia, con aplicaciones de ingeniería y de industrialización en
directa correspondencia con los procesos culturales en marcha. Y esta búsqueda
es no en línea moderna, sino un proceso que debe releer y hacer expresivo en
forma técnica las diversas tecnologías andinas y amazónicas que existen: un
cruce de magia y ciencia con trasvases en la ciencia y las humanidades, que
dote a la sociedad de una formación técnica y económica que la movilice de modo
orgánico. El medio técnico que se proyecte, en este sentido, será la
realización normativa de nuestros mitos y heterogeneidades culturales, un tipo
de industrialización intercultural que edifique un orden social, y no lo
violente y lo torne alienado y extrañado.
Estructura
profesional y economía de mercado
En la actualidad se discute, con aplomo
y a veces con indiferencia de la población, la ley del servicio civil en
el tema específico de las capas profesionales de la burocracia estatal. Aunque
no toca al servicio privado, sino a
largo plazo, la ejecución de esta ley busca remodelar, evaluar y
aprovechar en cuanto a la gestión del modelo de desarrollo el recurso humano
con que cuenta la nación, en base a un criterio netamente tecnocrático y
empresarial. El modelo de acumulación y los que los conducen necesitan dicha
ley para provocar la urgente diversificación productiva y la industrialización
a partir del nicho minero y los sectores claves de la economía. En este
sentido, conservar un Estado atrasado y capturado por mafias locales e internas
representa ya una traba para conseguir estos resultados cualitativos en el
progreso técnico y material de la economía. De no aprobarse dicha ley
significaría arrebatar al sector productivo las condiciones legales, administrativas y las
creatividades profesionales que necesita para darle mayor brío, y generación de
capital al sector privado; y con el tiempo dejarnos al acecho de una formación
social que involuciona rápidamente y que no es capaz de reconvertir el ingreso
de divisas y el boom de crecimiento en un desarrollo sostenible y sofisticado.
De cierta manera su aprobación hubiera significado la redefinición salvaje de las subjetividades profesionales, caracterizadas por la baja calificación, por oficios elementales, y por una ética del trabajo diletante que se protege en prerrogativas exclusivas y grupos de interés que condenan a la atrofia productiva a la nación. Ingresar en este sentido un criterio de evaluación y competitividad representa en el fondo involucrar a los talentos y destrezas dormidas en una división del trabajo social más compleja, y que a la larga el trabajo represente la base de los logros y la realización. Pero dicho objetivo de no consumarse es la prueba de que en este país no estamos más que obligados a trabajar para sobrevivir y no por ideales más allá de nuestra insignificancia de consumidores y exhibicionistas virtuales.
De cierta manera su aprobación hubiera significado la redefinición salvaje de las subjetividades profesionales, caracterizadas por la baja calificación, por oficios elementales, y por una ética del trabajo diletante que se protege en prerrogativas exclusivas y grupos de interés que condenan a la atrofia productiva a la nación. Ingresar en este sentido un criterio de evaluación y competitividad representa en el fondo involucrar a los talentos y destrezas dormidas en una división del trabajo social más compleja, y que a la larga el trabajo represente la base de los logros y la realización. Pero dicho objetivo de no consumarse es la prueba de que en este país no estamos más que obligados a trabajar para sobrevivir y no por ideales más allá de nuestra insignificancia de consumidores y exhibicionistas virtuales.
Las urgencias de contar con un capital
humano adecuadamente distribuido en el territorio nacional y directamente
conectado con una idea de nación y de un programa operativo han encontrado
severas resistencias en el modo histórico-cultural como ha sido construida la
experiencia profesional y científica en el Perú. Todas las reestructuraciones
legales y tecnocráticas que se han obturado con el objetivo de subordinar las
energías profesionales y las destrezas locales a una compleja y descentralizada
división del trabajo han hallado su coacción en una cultura que no ubica en el
trabajo un sentido de realización específico sino que es una traba sensorial
para la expansión de una cultura festiva y tradicional que siempre se las ha
arreglado para truncar y parasitar sectorialmente cada ámbito donde reinen las
mafias y los grupos de interés local. No ha habido una reforma profesional del
país no solo porque nunca hemos podido contar con un diseño formal de
aprovechamiento de la mano de obra calificada sino porque las singularidades
territoriales y la imbricación de una específica valoración negativa a cerca
del trabajo han obstruido toda productividad y rendimiento laboral en función
de metas colectivas, lo cual atiza la idea que en esta formación social las
relaciones sociales de producción han sido una gran traba para dar saltos
cualitativos en la conformación y administración de una necesaria economía
nacional. Siempre ha primado una idea sagrada de conformismo y falta de
superación que ha valorado la disciplina y el resultado productivo como una
carga insoportable para todo proyecto de realización y de expansión esotérica
del cuerpo; inútilmente, se ha identificado libertad con falta de compromiso y
de irresponsabilidad anarca, sin percibir que estas actitudes muchas de ellas
individuales y rezagos de una ética de la esperanza a lo único que han
conducido es a criar una cultura de funcionarios y de operadores políticos que
hallan en la mediocridad y en la falta de objetivos estratégicos el caldo de
cultivo para sus maniobras clientelares y corruptas.
Esta cultura festiva y diletante ha
conseguido a través de la historia sobrevivir como ética de realización y de
felicidad. Si bien ahora en el mundo de las simulaciones y de la multiplicación
de estímulos se valora una idea agresiva de sensorialidad y de apertura
erotizada que despotencia al trabajo como lugar de expresión y de crecimiento
personal, esta descalificación de la praxis laboral como represión y perdida de
libertad halla a nuestra formación social en un momento inadecuado para
convertir al trabajo y el esfuerzo productivo en construcción de civilidad y de
integración social. Es esta terquedad vitalista, esotérica y existencialista de
no valorar el trabajo responsable como espacio de dignificación y de incremento
de la persona la que no sólo erosiona la misma idea de interioridad y de
crecimiento espiritual que tanto se añora, sino que hace de la obligación de
entregar productos y de cumplir con procedimientos una carga que deteriora y
atenta contra la misma idea de personalidad que se prejuzga. A larga este silencioso
no compromiso con las metas del trabajo y con la identidad de una institución
hacen que no se busque la superación y el aprendizaje constante sino que se
construyan culturas de la holgazanería y del parasitismo burocrático que hacen
todo los posible por desangrar la cultura institucional en función de intereses
particulares e ideas criminales de favorecimiento y de abusos personales. Es el
no haber podido desactivar esta cultura de
“los caballeros de la capa” o no haber podido diseñar en función del
tiempo histórico una cultura del trabajo que logre la adhesión del pueblo
profesionalizado la que ha disuelto toda alianza entre la cultura y la
economía, y la que ha hecho condicionar la mirada que toda tecnificación es un
retroceso humano, una alienación impostergable.
En este sentido, este ethos barroco y
colonial ha concitado un mal aprovechamiento de la savia profesional y es la
razón por otra parte, de la inexistencia de innovación científica y tecnológica
en las disciplinas profesionales. El sostenimiento de transferencias
tecnológicas en la medicina, en la industria, y en el mundo informático que no
se casan con una lectura acertada de las necesidades culturales de nuestra
civilidad multicultural ha hecho de que se cometan restricciones de orden
cultural y estereotipos que no permiten un adecuado diálogo y sinergias
profesionales entre las diversas disciplinas; se ha empotrado un mercado
laboral que responde a los intereses y demandas de reproducción de un cierto
tipo de desarrollo, pero estas capacitaciones y expansión de saberes
profesionales que promueven son la razón de que no se consiga un desarrollo que
vaya más allá de la sola concepción de dar condiciones de vida seculares y
modernas. La praxis de estos saberes arruina toda idea de hacer nacer un
organismo integrado y conciliado con las expectativas de realización y
reconocimiento social que existen porque de plano su ejecución en aislamiento y
sin diálogo humano se hace sobre los escombros de la sociedad a la que anhela
proteger. En ese sentido, sostengo, nuestras energías profesionales son
deficientes e impertinentes porque no se despliegan en respeto de nuestras
culturas y tradiciones profundas, sino que atentan contra las mismas bases de
bienestar y desarrollo sostenible que pregonan proteger. Nuestra
profesionalidad es conformista y privada porque no hallamos en el éxito y en el
confort, a pesar de tantos sacrificios las respuestas esenciales a un corazón
que busca referencias de sentido en los
exteriores de una sociedad que rápidamente se desmantela. Esta desazón
encubierta en el despilfarro y la desesperación festiva hace que no se provoque
un trabajo que en coordinación genere acumulaciones de saberes, y de bases para
construir una tecnificación y una ciencia que sea el producto de nuestra
cultura específica y de nuestro trabajo social sostenido.
Nuestra ciencia no es sino un amasijo
espantoso de propuestas y postulados gaseosos, ucronías y sueños que no es sino
la proyección de una cultura intelectual en la que ha primado el ocio y el
esnobismo, más allá de la crítica emancipatoria y las buenas intenciones. No se
puede contar con una industria y con sus aplicaciones en tecnologías diversas
en la sociedad si es que no se produce investigación y modernización de
nuestras disciplinas que hagan posible el desarrollo de saberes complejos y
técnicas sofisticadas. En otras palabras, no puede haber medicina profesional
que combata el poder escurridizo de las patologías si es que al mismo tiempo no
se produce un movimiento sofisticado de las ciencias anexas a este proyecto
clínico, en cuanto a investigación y adiestramientos profesionales, lo cual
relativiza el accidente y el desperdicio de funciones. De forma similar no
puede haber ciencia administrativa, jurídica y hasta técnica social si es que
no se lee el procedimiento científico en función de nuestra construcción
cognoscitiva particular, de acuerdo a cada cultura y territorio, lo cual señala
la idea que hay que dejar atrás esas actitudes y costumbres intelectualistas y
apolíticas que no buscan una directa intervención de la ciencia en el gobierno
de la realidad. Toda nuestra inteligencia no puede estar al servicio de un
mercado laboral de servicios y profesiones blandas que malgastan nuestros
talentos, y nos cohíben toda genialidad e innovación productiva. Es necesario
reintroducir al interior de la estructura profesional no solo un principio de
competencia sino un programa de sociedad y de cultura científica que
proporcione un progreso y expresión autónoma de nuestras misteriosas nacionalidades
multiculturales; de esta manera se producirá el compromiso de la cultura, y
dejara de haber un profesional que no aporte y que sea solo un retraso para el
despliegue y realización de nuestra sociedad
Una economía que consiga el
involucramiento de la cultura a la que provee es el resultado de una sociedad
integrada a un organismo social que controle dichos saltos económicos. Nuestra
economía hasta el momento ha sido edificada a espaldas de nuestras verdaderas
necesidades, creando y generando en sustitución de estas urgencias expectativas
y falsas personalidades con necesidades que se basan en el vicio y la
autodestrucción de sí mismas. No se ha proyectado el desarrollo de la sociedad
como mundo técnico y a la vez orgánico, porque han primado intereses y
maquinarias productivas que han despegado a las culturas territoriales de sus
oriundas herencias, haciendo hegemónica una cultura técnica endeble, elemental
y sumamente perniciosa para la específica concepción de hombre que deberíamos
concebir.
A pesar que la tecnología actualmente nos programe, nos produzca y nos devore, se debe concebir toda resistencia de la vida a sus inconmensurables instalaciones en las ciudades y hoy en el mundo casi antropologizado de la tecnología digital porque de no hacerlo se estará renunciando a toda idea de sociedad, y el espacio donde esta ya no esté se convertirá en un mundo de violencia y de soledad vociferante, de lenguajes insignificantes y de mascaras estéticas, que a lo único que conducirán es la grito cada vez más organizado de las masas y a la creación de un individuo emocionalizado y completamente destruido por sus pulsiones. Este mundo en donde la técnica y sus decisivas ramificaciones digitales y sensoriales anida es un espacio donde toda la promesa del hombre autónomo y racional se deshace rápidamente, pues capturado por el hechizo de mundos paralelos y esquizofrénicos a los cuales sonreímos y nos entregamos se nos mutila en realidad la acción, y toda nobleza y deseo consumado de felicidad queda engarrotado en la deliciosa vigilancia.
A pesar que la tecnología actualmente nos programe, nos produzca y nos devore, se debe concebir toda resistencia de la vida a sus inconmensurables instalaciones en las ciudades y hoy en el mundo casi antropologizado de la tecnología digital porque de no hacerlo se estará renunciando a toda idea de sociedad, y el espacio donde esta ya no esté se convertirá en un mundo de violencia y de soledad vociferante, de lenguajes insignificantes y de mascaras estéticas, que a lo único que conducirán es la grito cada vez más organizado de las masas y a la creación de un individuo emocionalizado y completamente destruido por sus pulsiones. Este mundo en donde la técnica y sus decisivas ramificaciones digitales y sensoriales anida es un espacio donde toda la promesa del hombre autónomo y racional se deshace rápidamente, pues capturado por el hechizo de mundos paralelos y esquizofrénicos a los cuales sonreímos y nos entregamos se nos mutila en realidad la acción, y toda nobleza y deseo consumado de felicidad queda engarrotado en la deliciosa vigilancia.
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