De activistas y operadores.
Resumen:
Lo que narro en estas páginas
es la historia cultural del movimiento estudiantil y de sus dilemas
estructurales y psico-históricos. En sus límites, es con el divorcio político
de la universidad y de las juventudes del sistema democrático donde se hallan
concitados el mayor de nuestros males y donde se origina nuestra habitual
descomposición y desencanto civilizatorio. El hecho de que las luchas generacionales
hayan sucumbido ante falsas luchas y ideologías, demuestra la tesis de que se
esta matando el origen de una nueva
época, donde la sociedad del conocimiento y de celeridad de la vida nos
arrastran como los vencidos o no de la historia. Se describe también la
relación cultura de los operadores y sistema universitario
Palabras
claves: Movimiento estudiantil, postmodernidad, conflicto
generacional, cultura de operadores, reforma universitaria, modernización, violencia política.
Hipótesis
general:
En los límites de este
artículo se narra la historia de una ola generacional, de su consecuente
agotamiento y de la incapacidad ahistórica y reaccionaria de una época para
permitir el nacimiento de nuevos actores comprometidos con la reconstrucción
social y programática de una nueva nación. A lo largo de estas explicaciones
posibles se intenta describir el compromiso de la juventud y del movimiento
estudiantil con la realización de determinados proyectos históricos, y como la
liquidación de estos planes heterodoxos e integrales ha hecho caer en el
desencanto y en el cansancio de la cultura postmoderna a crecientes nuevas
generaciones de jóvenes divorciados de la escena pública y de metas de largo
plazo. El movimiento estudiantil que estuvo a la vanguardia de estos cambios ha
sufrido el deterioro cualitativo de su entorno de acción y de organización
política como es la universidad pública. Devaluación estructural que le ha
hecho perder contacto con la sociedad y con la discusión del modelo de
desarrollo que esta requiere, produciéndose el repliegue conservador hacia la
universidad, y hacia la defensa declaratoria de la reforma universitaria, que
en la práctica no se ingenia ni nadie es capaz de implementar.
En ciernes, el debilitamiento
severo de las luchas estudiantiles y de su activismo político, que curiosamente
desmerece todo camino político de largo aliento, obedece a una historia y a un
cierto origen cultural donde se hallan las causas estructurales para la
agravante separación entre política y juventud, siendo esta última capturada
hoy en día por la sociedad de consumo y las estrategias de reafirmación
individual. De acuerdo a esto, la
hipótesis que persigue este ensayo es que el desmoronamiento político del
Estado postoligárquico y de su intrincada red institucional, ha erosionado la
legitimidad social, intelectual y ontológica del movimiento estudiantil,
acechado actualmente por la seducción mediática y una realidad desorganizada
que lo fragmenta y lo despolitiza. Esto como parte de un proceso histórico quiere
decir, como corolario impensado, que el desmantelamiento de la sociedad moderna
que la generación de los 70s ayudó a perfilar hace que la eticidad rebelde que
vive en las juventudes ingrese en un escenario en donde se carece de bases
estructurales que modificar, y donde las coordenadas hegemónicas del nuevo
poder se hallan brutalmente desmaterializadas y esfumadas de todo control
socio-democrático. Ahí donde se vive en un mundo sin base, la juventud abandona
la referencia política no sólo por el descrédito cultural de ésta, sino porque
las grandes decepciones estructurales de las generaciones juveniles anteriores
empujan al joven a optar por la cultura
del éxito y de emprendedores individuales, como una manera de rechazar
vitalmente una historia repleta de miseria y desencuentros.
La
reforma de Córdoba y el movimiento estudiantil.
En primera instancia, es
lícito rastrear los orígenes históricos de las luchas estudiantiles en los
inicios del s XX, específicamente la Reforma de Córdoba de 1918, para detectar
en ella continuidades y rupturas en relación al contexto actual. Como sabemos,
dichos embates iniciales al viejo orden oligárquico heredado del s XIX,
hallaron eco rápido en las experiencias universitarias de Perú, Cuba y Chile,
donde los reclamos por la renovación
académica y organizativa de la universidad expresaron la severa crítica
a un orden político estatal por parte de los nuevos sectores emergentes, como
las clases medias y el movimiento obrero. Sin obviar lo sucedido en Argentina,
se puede decir que el secuestro de la esclerótica y anacrónica universidad de
Córdoba por fuerzas clericales y conservadoras, era incompatible con la
aparición de nuevas sensibilidades modernistas e intelectuales, que no cuajaban
con un poder reaccionario y pasadista instalado en el seno de la organización
universitaria.
La visión de esta revolución
espiritual y de recambio generacional nació combatiendo el hispanismo de las
elites conservadoras, rescatando de las entrañas del mecanicismo positivista,
en boga hasta inicios del s XX, una concepción orgánica e idealista de nuestra
historicidad latinoamericana como expresó el Ariel, del ensayista José Enrique
Rodó. Muy a pesar que se seguía definiendo la universidad pública como la
formadora y dadora de las capas profesionales que urgía la expansión del Estado
del s XX, lo cierto es que esta generación inicial de luchas estudiantiles,
proporcionó el contexto social para el surgimiento de una primera ola
generacional que discutiera los perfiles socioculturales de nuestra formación
social, y que sería capaz de delinear el ethos cultural, a partir del cual se
orientarían las posteriores luchas sociales en pos del cambio social. Según mi
hipótesis de trabajo, esta nueva
mentalidad libertaria nacería en el seno de las casas de estudios en toda
América Latina, teniendo como sujeto histórico originario a las generaciones
estudiantiles. A diferencia de Europa donde el sujeto de cambio se depositaba
en el movimiento obrero y en su radicalismo socialista, en las regiones periféricas
las tímidas mutaciones estructurales provocarían el surgimiento de
sensibilidades progresistas, que conectarían en un solo esfuerzo de cambio el
discurso intelectual, la organización política y un programa ideológico y
operativo de cambio. Si prestamos eco a esta ruptura espiritual con los
enclaves clericales del pasado podremos entender a la Reforma de Córdoba como
el nacimiento de la generación modernizadora de América Latina, emancipadora y
anticolonialista, capaz de irrumpir con los bríos de un pensamiento y práctica
revolucionaria que se prolongaría por dos generaciones más hasta el
desarrollismo cepalista.
En las proclamaciones de
libertad de cátedra, cogobierno universitario y reforma administrativa se
afincaba las urgencias de hallar un espacio para la crítica y el crecimiento de
las subjetividades democráticas. Pero en esta generación de los Mariátegui,
Haya de La Torre, Basadre, Luis Alberto Sánchez, Víctor Andrés Belaunde,
agitaba resplandeciente el intento de conocer a cabalidad las complejidades de
este mítico país; y aún cuando sus lecturas no despegarían del ensayismo
erudito y historicista, su intuicionismo arielista sirvió para dotar a las
generaciones siguientes en las artes y en la clase política de las legítimas
ideas fuerza que acompañaban la paulatina construcción de un Estado nacional.
Es con la adopción de estos criterios espiritualistas a la usanza de las
tradiciones y saberes populares que esta legión de anarquistas, indigenistas y
socialistas concebirían las coordenadas ideológicas donde reposaría la
posterior sistematización cientificista
de las ciencias sociales, y donde se depositaría los cimientos doctrinarios,
aunque en son de consigna, para la lenta conformación de las grandes organizaciones
políticas, centrales sindicales y partidos de masa. Además de la influencia filosófica
social de esta generación, su talante esteticista conectaría con el desarrollo
mágico realista de la literatura y de las artes plásticas, reproduciendo un
humanismo bohemio y una vanguardia a la altura de los grandes despertares
culturales de la región. El esfuerzo de José Carlos Mariátegui de expresar esta
síntesis de diversas tendencias políticas, culturales y artísticas en la
Revista Amauta, manifiesta la percepción de esta generación por examinar de forma
integral un país profundamente desarticulado, y de dar forma a una propedéutica
lógica para actuar en él.
A pesar que el impulso
renovador de la reforma universitaria sería ahogado por el feudalismo
recalcitrante de los pésimos administradores de las universidades peruanas de
ese entonces, este despertar ideológico en el seno del movimiento estudiantil
permitiría la conformación de un programa social acorde con las vicisitudes
iconoclastas de la formación social. El entusiasmo político de la juventud por
avanzar desde un rechazo moralista,
hacia una visión holística de este enigmático país, quedaría amedrentada por la
política represiva de los gobiernos de ese entonces, y por las pésimas
incongruencias políticas de una juventud politizada que no entendía que las
luchas de clase en contra de un poder anacrónico y feudal, en el fondo eran
contiendas por la subsistencia de un
nuevo espíritu moderno y secular, acorde con los nuevos tiempos
faústicos. Esta generación del 900 en sus tímidos esfuerzos cumplió el rol
histórico de preparar los cimientos ideológicos para lecturas integrales del
país, como fueron el ensayismo conjunto del socialismo indoamericano de
Mariátegui, el Aprismo de Haya de la Torre y la democracia cristiana de Víctor
Andrés Belaunde, pero no pudo avanzar hacia una revolución histórica de lo que
su pluma altisonante denunciaba y cuestionaba, debido a las limitaciones
epocales y políticas de un movimiento reformador que aún no era un buen rival
para el conservadurismo oligárquico. Correspondería a nuevos actores sociales,
embebidos de sus premisas sociológicas, y respaldados por las erosiones
estructurales de un poder oligárquico que ahora si se tambaleaba, implementar
las visiones holísticas de nación moderna que estos reformadores soñaron, en un
período de configuraciones socialistas más resolutas, y de nacimientos
estructurales de una economía nacional y moderna.
Resta concluir, que el
movimiento estudiantil de la Reforma de Córdoba generó el ethos ideológico para
la conformación de miradas integrales del país, y preparó las condiciones
sociales para la acumulación de fuerzas políticas que renovarían los
fundamentos anacrónicos de un poder antiguo que se resistió a desaparecer. Es
en América latina donde se puede señalar que las vanguardias ideológicas y
políticas, propiamente fueron dirigidas por generaciones juveniles, en donde el
entusiasmo rebelde y la política de grandes intenciones se congregaban en un
solo poder transformador. El discurso de lucha, más allá de los matices
socialistas y anarquistas era de la liberación de un nuevo ethos generacional,
antagonista de un espíritu aristocrático y autoritario, que no permitía el
conocimiento y la construcción articulada de un ser nacional, es decir, el
proselitismo era de cuño estudiantil y generacional, aunque con las
formalidades de oponerse a un poder sólido que impedía el surgimiento de
una nueva época. Ahí donde el movimiento
obrero era incipiente, y las movilizaciones campesinas estaban atrapadas en los
márgenes reticulares de los extensos latifundios, el pensamiento social de las
luchas estudiantiles conseguirían preparar el terreno ideológico para el
cancelamiento histórico del gamonalismo rural y del orden oligárquico absurdo
de la siguiente generación política.
La reforma universitaria,
cuyas conquistas se atrofiarían con el tiempo, debido al predominio de un
pensamiento y moralidad vetusta en el seno de la universidad, en cuanto a
formas pedagógicas y administrativas, no dejaría de ser una premisa inicial
para posteriores dimensiones de la lucha política, y el necesario cimiento
transcultural a partir del cual se ensayaría una relectura de nuestra tradición
cultural. Para los estudiantes de la Reforma universitaria, no significó un
pretexto localista para ambiciones políticas de mayor calado, sino una gesta
por acceder a la gestión del conocimiento, que
orientaría las posteriores luchas por el control del Estado. Liberar a
la universidad del control obsoleto de la inteligencia conservadora, era un fin
en sí mismo, conquista ideológica y concreta que aseguraba no sólo el
reclutamiento de cuadros políticos, que dirigían las diferentes orientaciones
del movimiento popular, sino además el control por sobre la génesis de las
tesis ideológicas que alimentarían el espíritu de las fuerzas políticas. Ser el
foco de las ideas y de la crítica permitía al movimiento estudiantil discutir e
intervenir de modo racional, sin embargo, la insipiencia de este, debido a las
políticas represivas de los gobiernos oligárquicos y dictatoriales, que
desarticularían esta organicidad, y a la
pequeña influencia de la protesta estudiantil, facilitarían el posterior
eclipsamiento del discurso generacional, por obra y gracia del discurso gremial
y retrógrado, que vería a la universidad como espacio de adoctrinamiento
político, dejando de la lado la importancia de la reforma de la universidad.
Los
70s y el dogma de la lucha armada.
Corresponde a la segunda ola
generacional de los 70s la implementación práctica y científica de las promesas
intelectuales que los arielistas elaborarían con erudición e intuicionismo. Más
allá que las gigantescas transformaciones cualitativas como la
industrialización, la acelerada urbanización y las mutaciones en el orden de la
cultura, aceleraban la compatibilidad con las premisas de la sociología del
desarrollo, y por lo tanto se verificaba, de modo aparente, las increíbles
especulaciones ideológicas de la filosofía social anterior, lo cierto es que este cientificismo no consiguió
sino una lectura sobreideologizada de las profundas alteraciones estructurales
de ese entonces, concibiéndose como un consenso ortodoxo, que persiguió representar
la emergencia de un nuevo sujeto histórico, pero en función, que duda cabe, de
una versión distorsionada de la historia, arraigando esta mentalidad de la
agresión apocalíptica en el conjunto de organizaciones gremiales y populares
del país. Subordinando por consiguiente, las ricas interpretaciones reflexivas,
provenientes del pensamiento social al culto a una versión ontológica que
aspiraba al poder supremo.
En otras palabras, los
sedimentos modernizadores que estaban floreciendo hacia fines del 60s de modo
oriundo y espontáneo, aunque imperceptiblemente, fueron modificados
cruentamente por un proyecto político que no sólo leyó mal la realidad que
devenía, sino que la alteró y la distorsionó para acomodarla violentamente a
las pesadillas ideológicas que sus mejores cuadros inculcaron en el seno de la
vida social. Ahí donde el salto cualitativo hubiese sido que el desarrollismo
cepalista y el marxismo ortodoxo aseguraran y regularan estas lentas mutaciones
del mundo cultural, lo que hicieron fue esclavizar las expectativas de
modernización y de despertar nacional a un constructo político que
confundió a las clases populares, y les
hizo reemplazar los antiguos dioses del régimen antiguo por una autoritaria
secularidad revolucionaria que fracturó dolorosamente sus vidas en la regresión
y en la estupidez política de las grandes utopías.
No deseo sino contar la historia
reciente de nuestros desencuentros y algarabías ideológicas. Con ello persigo
el objetivo de demostrar que al haberse desplazado una manera democrática y
culturalista de pensar el país y de construirlo en el orden a sus
organizaciones y tejido sociopopular, se ingresó en la vorágine siniestra de
descarriadas mentiras y de proezas soberbias, que no sólo desbarataron
lógicamente la solidez feudal, pero a la vez alegórica del mundo anterior, sino que hicieron ingresar a la vida
expoliada a la veneración de una religión de la violencia y del valle de
lágrimas, con el disparatado objetivo de convertirlo en una sociedad moderna a
semejanza de los paradigmas eurocéntricos y racionalistas. No deseo abrazar una
suerte de arcaísmo sobredimensionado, o una crítica destructiva de nuestra supuesta
decisión colectiva de modernizarnos, pero al haberse dejado que ese discurso
gremialista y conflictivo se apoderara de la dirección política de nuestras
organizaciones sindicales y populares, se fomentó tanto en el terreno de la
inteligencia y en las culturas populares una suerte de ideología exagerada que
se deshizo de aquella concepción culturalista
y peruanizada de comprender al Perú, y que nutrió a las mentalidades colectivas de un discurso
reivindicacionista y de la miseria que los despotenció y los mediocrizó.
La ficción de haber hallado la
fórmula salvadora para nuestros desvaríos civilizatorios en un marxismo leído a
la altura del dogma insecular y de la acumulación de ira, produjo un sujeto
político que disfrazó sus habituales desestabilizaciones emocionales con
actitudes políticas megalomaniacas, sin haberse podido percatar, debido a su
idílica politización que tal errónea aventura de secularizar eurocéntricamente
el país, a pesar de su enorme complejidad territorial, a lo único que condujo fue
a dotar al posterior ajuste neoliberal de la lógica cultural que lo legitimaría
y lo reproduciría. Sin habérselo propuesto, o tal vez por las ocultas
ambiciones de poder supremo que acallaban sus enormes desafecciones de una
estructura psíquica mezquina y reprimida, es lo que originó estas oleadas de
clasismo y revolución, fue darle la espalda a las sincréticas aspiraciones de
reconocimiento y de modernidad que había expresado el movimiento de pobladores
y el movimiento campesino; orientando estos períodos de anomia y esperanza a la creencia en una cultura de
la negación y de la reacción racionalista, que no sólo construyó
psicológicamente a los sujetos populares, sino que les dotó de un árido
programa de lucha y de revancha, en cuya hostilidad recreció con nuevos bríos
ese anarquismo y patriarcalismo indómito que se alardeaba la modernidad
anularía.
Las oleadas de migrantes en la
búsqueda de una autonomía moderna, el descabezamiento político producto de los
movimientos campesinos y de la reforma agraria, y la confusión liquidadora del mundo andino
Inkarri, que predijo Arguedas, en los laboratorios urbanos, acarrearían que los
tempranos asociativismos sindicales y clasistas dieran inicialmente una base
cultural a las grandes transformaciones industriales que operaban los actores
políticos del Velasquismo. Pero es el desaceleramiento ontológico de estos
cambios, es decir, el sorpresivo no respaldo sociocultural a las grandes
reformas, cuya culminación conseguiría dar un orden social popular, debido a
los aromas de negación totalitaria de las singularidades y de la diferencia
étnico-cultural en pos de clasismo homogeneizante, lo que produciría un
estallido organizativo y cultural de este sistema de progreso indefinido;
provocando asimismo, en el Perú informal de las sorprendentes subjetividades
subalternas, un espíritu de anomia y decepción, un individuo desarraigado y extraño a todo
acuerdo, que reventaría en la miseria, la descomposición social y en la
violencia política.
Ahí donde la modernización
prometió otorgarle a un Perú fracturado y feudalizado un sistema plural y la
vez integrado, lo que ocasionó fue licuar realmente los viejos órdenes de
solidaridad andinos y populares. Debido a que desde el principio su proyecto
dialéctico desconoció por su colonialismo militante y por las ambiciones de
poder político las extremas complejidades, y los diversos espacios-tiempos productivos del Perú, el programa de
transformar cualitativamente en una patria socialista al país, se convirtió en
una realidad anarquizada donde la vida se despegaría de los referentes
materiales e intersubjetivos, y se culturalizaría brutalmente en los
laboratorios del mestizaje urbano y en el deseo siempre falso y al vez real de ser un individuo autorrealizado.
Cuanto más las configuraciones materiales del Perú informal huirían hacia los
márgenes del sistema político, donde cunde la corrupción y la impotencia
política, tanto más las clases dominantes conseguirían la legitimidad
ideológica suficiente para trastocar y paralizar a un antojo la economía
nacional.
Ahí donde la cultura de un
mundo sin base y sin soberanía política
se atrinchera en las dimensiones ontológicas de los saberes populares, tanto
más el afán de reconocimiento sociocultural se construye superponiéndose e
ignorando cínicamente este poder objetivo, intentando vivir sus experiencias
barriales y sus latidos de crecimiento profesional y empresarial a pesar de
todo, aunque se sabe íntimamente que este desorden estructural nos hace
infelices y nos aleja de toda posibilidad de construir una comunidad política y
comunicativa.
En orden a este discurso se
puede argumentar que fueron cuatro las razones generales que impidieron un
feliz connubio entre el pensamiento social hegemónico y la naturaleza de las
cosas vivientes:
1. Hubo lo
que se dice una lectura errada, soberbia y a la vez regresiva de lo que era el
país. No sólo el marxismo ortodoxo, sino el funcionalismo de aquella época, y
tal vez el cepalismo desarrollista, no consiguieron sino alcanzar una visión
mixtificada e incompatible de ese mundo
heterogéneo en el que se había conservado un poderoso pensamiento arcaico y
ancestral. Al haber planteado el cambio social como la violenta transición de
la tradición a la modernidad se menosprecio el enorme pasado que somos en la
ambigua y retrógrada categoría de feudalismo, y se sobresaltó la tesis de que
la cultura material e intersubjetiva transitaba a una irreversible
modernización sistémica. El reduccionismo sociologista con el que se leyó esta
etapa de grandes cambios sociales no permitió la potencialidad y naturaleza
real de estas alteraciones, por lo cual se expuso el desarrollo de la teoría
desarrollista a estereotipos y prejuicios doctrinarios y proselitistas, que a lo
único que condujeron es a la fundación de una ciencia social sinceramente
ideologizada que permitió la influencia y la manipulación de los intereses
políticos en juego. En ciernes, este sincero apasionamiento conceptual y
positivista no se explica sino porque se consumió un marxismo empobrecido y
rudimentario, los famosos “manuales” como influencia de la Rusia Soviética y la
Revolución China, cuyo decurso neurótico se apoderó del razonamiento político
de las organizaciones gremiales y populares, y ascendió al orden de la creatividad intelectual, deteriorándola
en función de los vaivenes y las aventuras políticas. El no haber roto con la
metafísica religiosa y patrimonialista del régimen antiguo al que enfrentaban, reconvirtió
la objetividad de su ciencia en una religión acendrada de radicalismo y
voluntad salvífica, ahí donde la inseguridad y la incertidumbre de las grandes
cambios hacia creer en verdades absolutas.
2. Al
haber colisionado con el arielismo literario y supuestamente acientífico de los
grandes pensadores sociales, esta oleada
generacional de ethos marxista minaron equivocadamente el curso natural de
nuestras ideas sociales, predisponiendo a que el campo intelectual embullera
una forma de razonar espartaqueana y de conflicto ideológico, útil para
diseminar ideas fuerza a los grupos y partidos organizados, pero reducida a una
consigna categorial incapaz de ver las variaciones de la realidad. La
politización de las doctrinas que aparentemente leían el cambio social sirvió
para la eternización política y mitológica de los principales cuadros,
provocando un consenso cultural que poco a poco no permitiría el adecuado
recambio generacional y académico. Debo sostener que la subordinación de los
resultados académicos de las ciencias sociales, a la politización encarnizada
empobreció la noble teoría de pensar, y poco a poco degradaría la moral y el
estado de ánimo alrededor del derecho de pensar y escribir.
3. Una
tercera razón, no subestimable corresponde al terreno de la ejecución de la
modernización. A pesar que inicialmente las intrincadas alteraciones que
produjeron en las bases de las culturas populares, hallaron en los conceptos
banderas de la izquierda las representaciones políticas exactas para apostar
por la construcción de una patria socialista, pronto los profundos cambios
secularizadores y de naturaleza clasista urbana, provocó un divorció de las
culturas populares de origen sacrificial y ritualista, con respecto al ethos
modernista-racionalista-obrero. Debido a que no había forma de conciliar los experimentos
materiales de la industrialización con las embrionarias disposiciones técnico
productivas de nuestra desarticulada formación social de ese entonces, y que
esta intención faústica de industrializar se apoyaba en un voluntarismo
político sin conexiones orgánicas y descentralizadas con el territorio y las
economías regionales, se produjo una explosión de realidades económicas
heterogéneas. Ahí donde se desplegaban los centros industriales en forma de
enclaves, en un universo con poca calificación de estructuras agrarias y
oficios diversos, se fue incubando una red profusa de economías de la
subsistencia, talleres y pequeña producción mercantil, debido a la falta de
empleo y a una razón de naturaleza intercultural desconocida por la economía
del desarrollo.
4. Una
cuarta razón no descansa en los complots políticos de la oligarquía o de sus
secuaces ideológicos. De algún modo la cancelación del gamonalismo y el golpe
militar debilitó la influencia política de las clases dominantes. Mas bien la
razón que argumento es de naturaleza psicohistórica para explicar las causas de
la infección pseudomarxista. Que la juventud universitaria haya iniciado estos
cambios en el seno de las universidades públicas y haya montado un abundante
mecanismo organizativo de células partidarias en todos los niveles de la
estructura social, corresponde a la empresa de pensar y sentirse parte de la
emancipación del espíritu racional, de una razón moderna en ruptura con la
oscuridad feudal. El ser parte de una generación que cancelaba el mundo antiguo
y que era capaz de comunicar la modernidad hasta las bases populares respondió
a la estrategia psicoanalítica de acabar con el gran padre metafísico, cancelar
la filosofía antigua, y fundar nuevos valores a partir de la construcción de una
economía dirigida. El problema de que esta ideología económica no haya cuajado
en el seno de las bases populares como relaciones de producción, se debe a que
secretamente el radicalismo de izquierda escondía una piscología amedrentada y
prebendataria, que manipulaba los discursos de izquierda, y a las poblaciones
movilizadas en función de sus intereses y cálculos personales. Y esta doble
moral que reproducía la psicología del criollo que alardeaba atacarla se daba
así porque los basamentos antropológicos de nuestra avanzada cultural han
correspondido a líderes de clase media urbana, perfiles caracterológicos que
siempre se han mostrado reacios al poder, dirigiendo a las masas subalternas,
pero que se han servido de estas energías e intenciones en función de sus
intereses personales. Con el tiempo esta piscología de la rebelión y del cálculo
a la vez se ha expandido a todos los sectores de la sociedad, dando origen a
una cultura de operadores y de las clientelas, que han asegurado, a la vez, la
construcción de un sistema político de organizaciones que neutralizan el cambio
renovador y toda democratización interna. Aunque las bases que han creído en la
dirección de esta clase media – hacia la
cual eran justificadas las desconfianzas de Mariátegui y Arguedas- se han
comportado de modo distinto, las resistentes jerarquía de clan que subsisten en
la izquierda evitan cualquier desdogmatización y recambio generacional,
manteniendo generalmente una base ideologizada y sin grandes calificaciones.
Es esta vanguardia cultural
que se instalo en las entrañas de la producción de subjetividad popular, lo que
preparó las condiciones ideológicas para el inicio de la lucha armada (ILA) que
concretamente aplico Sendero Luminoso. El endurecimiento de las verdades
absolutas que prodigaba el marxismo, causado por el desbaratamiento objetivo
del mundo feudal, y de su continuación religiosa: el populismo clasista es lo
que hizo caer a la juventud politizada en un arreciamiento de sus creencias
violentistas, dando los argumentos palpables para tomar las arma en cualquier
momento. Como dijo Zenón de Paz, no hay que ser indulgentes al tener que
aceptar que cualquier agrupación de izquierda a fines de los 70s habría abrazado
la salida militar, pues al estar cerca el agotamiento del modelo hetorodoxo
populista, y al ingresar las culturas populares en una severa descomposición
social lo más lógico parecía hacer estallar el bloque de fuerzas dominantes,
que resguardaba y garantizaba la liquidación del populismo izquierdista. Aunque
nadie lo ha explorado de este modo, soy de la idea que la parálisis política de
un sistema de instituciones sociales que garantizaba el desarrollo social bajo
el control soberano de los peruanos, originó un gran descontento en los sueños
colectivos de toda una generación de dirigentes jóvenes idealistas. Y que
tal realismo político ante el cual se
congregarían para atenuar su radicalismo y apoyar la democracia de los 80s, fue
considerada y sentida como una traición a todo lo que creían, originando a
nivel de las bases una profunda decepción y escepticismo colectivo hacia todo
lo que sobrevendría luego.
A pesar que no apoyo de
ninguna manera una racionalización de la violencia como salida a nuestros desencuentros,
soy de la idea que la liquidación política del populismo, debió ser la
liquidación de una forma de vivir un ideal de haber creído que construían algo
cercano a una nación popular; liquidación y destrucción de una ontología
utopista con la cual sobrevendría un cruel relativismo y desocialización
estructural. Todo esto en parte originaría la crisis de valores de la década
perdida, que arrojó a la violencia a muchos jóvenes, como una forma de
restituir el paraíso perdido, o tal vez hacer estallar la nueva vida que ellos
no aceptaban. Tal vez la democracia liberal funcionó como una ruptura
ontológica desequilibrada con el orden social anterior, alteración política que
nos sólo desmanteló abruptamente el desarrollismo,
sino que se tiro abajo los referentes socioculturales en que muchas poblaciones
depositaron su amor y confianza, ingresando, por lo tanto, nuestro espíritu
nacional en una escandalosa descomposición y anomia doliente.
Los
colectivos y el cambio cultural.
¿Frente a qué procesos históricos
se disuelve el movimiento estudiantil? ¿En qué momento se disocian clase y
juventud, y surgen propiamente las necesidades juveniles? ¿En qué momento las
juventudes empezaron a menospreciar la política y se lanzan al arte y a las
movidas culturales? Responderá a estas interpelaciones con el ánimo de un
joven.
La juventud organizada es
propiamente un fenómeno universitario. En ella se origina en base a la génesis
de generaciones notables todo lo que conocemos como grandes narraciones e ideas
fuerza. De ahí mi argumento que nuestra historia ha sufrido cambios de realidad
en base a luchas generacionales, y que también lo más espantoso de nuestra
historia surgió en el seno de una universidad como fue la San Cristóbal de
Huamanga (UNSCH). No deseo ahondar en este sencillo argumento, que respaldo en
la filosofía de Ortega y Gassett, sino proponer un nuevo examen histórico de
nuestras escisiones culturales ahí donde la juventud potenció al movimiento de
clases, y como posteriormente se divorció de él a medida que la política se
corrompió y se alejó de los intereses generales.
La conjetura que desarrollo en
este sentido, es que el reduccionismo y determinismo político con el que fue
asumido el cambio cultural en la sociedad populista, colisionó contra el
surgimiento paulatino de las expectativas de realización individual de la
juventud, que los medios de comunicación de primera generación (TV, Radio,
Cine) ayudaron a definir. En la medida que el degradación de la política se
enquistaba en el seno de las organizaciones populares, debido al colapso de la
propuesta socialista y a las desavenencias partidarias al interior de las
izquierdas, que fueron acompañados en
todo el sistema político de argucias y corrupción política, las generaciones
juveniles le arrebataron todo su respaldo cultural al sistema de partidos,
generando una severa crisis de legitimidad y nuevos valores propiamente
irrepresentables para el viejo orden populista. El rechazo hacia la política y
la desafección cívica posterior obedece a que la esfera pública se convirtió en
un terreno de enfrentamientos y de cruentas traiciones que erosionaron toda
pasión por discutir y comunicarse públicamente. Se puede decir, que la escisión
política-juventud no sólo provocó la destrucción perpetua del sistema político
sino que además originó en el contexto de la exclusión y la descomposición
sociocultural la huida de la juventud hacia la anomia y la frivolidad estética.
En este sentido, como diría
Nietzsche, nuestra esquizoide decadencia civilizatoria, nuestra miseria y la
violencia como causalidad inevitable germinaron una huida hacia el hecho
estético, hacia el arte como ideología y praxis cultural. Aunque a la larga
esta sabiduría musical (la movida subte) los teatros populares y la extensa
animación sociocultural, de las que habla Sandro Venturo, tienen su origen en
las majestuosas revueltas de Mayo de 1968 que acontecieron en diversas
universidades del mundo, y que tuvieron el legado de cambiar el espíritu frio
de la modernidad liberal, como argumentaba Wallerstein, lo cierto es que en
nuestra formación social el escape hacia el arte y la seducción consumista
responden al descrédito de la política y a una surrealista actitud de
desmaterialzar la experiencia cotidiana, la vida, en el fondo de una estructura
económica que se hacia añicos y que se desorganizaba. Se puede argumentar que
la juventud al nacer en una realidad separada del hecho político, reproduce y
pesa sobre ella la enorme exclusión intergeneracional que su intervención y
apoyo político concitaron en un período anterior. El descrédito hacia la
política, cuyo mayor ejemplo fue el
conflicto interno y la corrupción pública de los 80s, es también
el empiezo del descrédito y la sospecha hacia la juventud. Ese estigma hacia
una juventud sediciosa alcanzaría a todas las actividades vitales de las
organizaciones juveniles siendo marginados y construidos a la usanza de una
cultura paternal que los vigila y los violenta.
No deseo provocar una
enfrentamiento hacia la cultura de los padres a gran escala, ni criticar por
concomitancia a la generaciones de adultos que dieron su vida y esfuerzo por el
país, pero hay que reconocerlo, se ha fraguado sobre los jóvenes una
indescriptible moratoria social que los arroja del espacio público, de la
historia y de todo aquello que resulta verdaderamente realizador. Es esta
exclusión intergeneracional a la juventud, lo que la empuja muchas veces a la
delincuencia juvenil, las drogas y la deserción escolar, por la incomprensión
hacia sus necesidades sentido de la vida, en el seno de instituciones que los
agreden y los modelan autoritariamente (familias disfuncionales, cultura
escolar, cultura barrial) lo que los descabeza del suficiente liderazgo y
racionalidad para transformar la cultura que los domina. Yo sostendría que es
tan represiva la hegemonía adulta, que recae sólidamente sobre una juventud
desorientada, que se hace casi imposible que la subjetividad democrática,
eticista y los nuevos valores de los jóvenes que han surgido en todo este
tiempo de envejecimiento de salidas populistas y de la democracia
delegativa-neoliberal, logren concretar un real recambio generacional y así una
renovación de nuestras instituciones políticas.
Al haberse convertido el eticismo de los
jóvenes en una energía que se diluye en las fauces de la cultura del consumo y
del gigantesco mundo digital, existe tanto miedo a lo que pueda hacer
históricamente la juventud que se ha montado una dinámica de la dominación
transcultural que ha logrado ahogar toda expectativa de organicidad y de
pensamiento, provocando que se reproduzca y se refuerce la habitual trasgresión
de nuestra cultura urbana y se entregue a los sectores sociales con el tiempo
del campo y la ciudad a la sistemática implosión atomizadora de nuestra
sociedad. Al detener el cambio cultural que yace encapsulado en las capas
sociales del espectáculo y la frivolidad de los alucinógenos se produce el
resquebrajamiento violento de nuestros vínculos y lazos sociales, lo que
significa que el sentido de la vida huye lentamente hacia las prótesis
sensoriales del internet y del mundo de la publicidad, entregando el espacio
social a una gran inseguridad y violencia irracional.
La hiperrealidad de la que habla Baudrillard,
en nuestro país es tanto más virulenta debido a que la desilusión que ha
recogido el discurso social marxista, y su antaño incomprensible violencia
política como fue Sendero Luminoso y el MRTA, arrojaron la creatividad de los
peruanos a las caóticas selvas del lenguaje e imágenes virtuales como una
manera de olvidar y mitigar la guerra cultural que el Estado y hoy el mercado
ejecutan con total barbarie. Tal vez el problema con esto es que se ha
levantado una gran jungla postmoderna que separa fácticamente a los individuos
de la historicidad de la base material, y que se ha convertido también en un
muro ontológico y gramatical que asfixia la realización de los sujetos que
culminan extraviados e inmaduros en una realidad contextual donde todo es
simulacro y ficción espantosa. La celeridad con que nos devora el mundo digital
mantiene en la atrofia material a nuestra formación social dirigiendo las vidas
desperdiciadas, de la que habla Bauman, hacia una moral de la irresponsabilidad
y la disidencia libidinal que halla su comprobación en la ridiculez de la
farándula televisiva y en el culto a una juventud transgresora y sin límites morales.
Se puede decir, que al igual
que en los centros avanzados la separación entre la vanguardia estética y el
real marxismo autoritario de la Rusia Soviética, cuya mayor prueba recae en las
desavenencias entre el movimiento estudiantil del Mayo francés (1968) y el
movimiento obrero, produjo la fuga de los nuevos valores radicales el
“prohibido prohibir” al centro de la sociedad de la moda y del espectáculo desenfrenado, neutralizando
su novedad e iniciando el desencanto de la modernidad, donde el arte no sólo se
elitiza y se hace incomprensible, sino que además se consigue hacer musical y
democrática la cruenta explotación social y las infamias del capitalismo. De
forma similar las presiones religiosas en cuanto a la negación de siglos de
sufrimiento y explotación contenidas en la escatología marxista se escondieron
del arte popular, provocando una fuga del significado y de las expectativas
realizadoras hacia las regiones de la ideología estética, sobre todo en el Rock
y en el ecléctico y frívolo vanguardismo y postmodernidad de nuestro arte
actual. Donde arte y política convivían existía una realización modernista de
las esperanzas de redención y reconciliación del placer y la revolución,
pero estos mundos se divorciaron cuando
el terror de la violencia política hizo cambiar de paradigma cultural y praxis
política a las clases medias politizadas, huyendo hacia un subjetivismo
hermenéutico que se ha revelado como el otro rostro de la amargura y la rigidez
conservadora: un deseo ardiente y mesocrático, de ser bohemio y auténticamente
cultural. Por eso no extraña que aunque este concierto de movidas rockeras y de
teatros populares de los 80s haya insurgido en la cultura popular de los
jóvenes, como respuesta a la exclusión y
a la miseria social que se padecía, guardaba un cierto matiz mesocrático
que la elitización del arte posterior incorporarían, neutralizando sus rasgos
contraculturales.
En este sentido se podría
lanzar como hipótesis, que los orígenes de nuestra postmodernidad cultural
hallan sus raíces en este desconcierto y descomposición social que padeció la
década de los 80s. Trasladando esos valores de la trasgresión moral y
frivolidad balbuciente al terreno de la psicología postmoderna de este tiempo,
han conseguido disfrazar frenéticamente de belleza y de consumo comercial la
enorme barbarie cultural que sigue latente en nuestros lazos sociales, siendo
la ideología estética desde siempre un terreno ontológico que las luchas
revolucionarias no quisieron tocar debido a su concepción economicista de la
cultura. En ciernes, aunque el ethos estético de la actualidad haya podido
neutralizar los afanes disidentes de la
juventud, desviándola a las regiones abstractas e hiperreales de la cultura, no
ha podido refutar ciertamente los anhelos emancipatorios de los colectivos
juveniles, que manifiestan la hegemonía de un pluralismo ideológico y estético,
y que hallan en la ética de la postmodernidad los motivos perfectos para
rechazar el conservadurismo pietista y la vez hipócrita de nuestras clases
criollas. Cuando se habla de la liberación y socialismo en los colectivos de
estos tiempos no sólo se recoge un rechazo visceral y eticista al capitalismo,
sino que se busca renovar el espíritu
instrumental y mercantilista de nuestras culturas oficiales, aunque pienso, que
esta particularidad es la que ha impedido la seriedad de hallar programas de
renovación políticas coherentes y viables.
Más allá del furor solidario
de estas juventudes organizadas de la protesta determinada no se constata en la
vida de las universidades una renovación tajante de una cultura autoritaria y
patrimonialista, que las envuelve, y eso debido a que se ha conseguido
encontrar en las cáscaras de la rebeldía y el desasosiego festivo los espacios
perfectos para vivir su inmanencia y vida cotidiana, pero al precio de alejarse
de toda racionalidad política en cuya maniobrabilidad esta depositada la
realización y renovación concreta de sus singularidades individuales. Aunque
muchos jóvenes ya no hallen adecuadamente en la organización política un ethos
en el que realizarse y autodefenderse del menosprecio y negatividad de las
culturas oficiales, lo cierto es que los caminos individuales que se han
ensayado como el de emprendedores y mano de obra precaria son un síntoma de la
expansión de la ideología mercantil en el seno de las clases populares; síntoma
que ciertamente con una ética del trabajo refulgente puede llegar a sustituir
el supuesto rol ideal público de nuestras juventudes, pero que mutila de los
valores cívicos y de la solidaridad histórica a nuestras identidades juveniles,
reproduciendo a la larga esa falta reconocimiento cultural y violencia
simbólica que subsiste en nuestra cultura moderna. Ahí donde la crueldad
civilizatoria ha replegado a la cultura comunitaria al lugar de las
experiencias barriales y al carácter todavía
arcaico de nuestros pueblos indígenas, se desarrolla una terrible
indiferencia estructural y egoísmo maximalista hacia el destino y porvenir de
la sociedad, en la que la juventud despolitizada demuestra un deseo ardiente de
superar las barreras sociales, pero a través de un descorazonada actitud
indulgente que pisotea indirectamente derechos sociales y deja sin fuerzas al
intento de salvar las relaciones sociales de toda fragmentación y atomización
indiscriminada.
“No se puede ser libre si los
demás no lo son”, reza el dicho. Y aunque la vieja receta del liberalismo
económico propagandee que no existe realmente la sociedad, y que toda la
realidad es un agregado competitivo de esfuerzos individuales, es este precepto
inclemente el que ha disuelto los lazos sociales en la experiencia urbana,
entregando el cuerpo social mutilado a una violencia desenfrenada que arruina
el porvenir de futuras generaciones y que se extiende como la panacea del
desarrollo social a todo aquello que conserva un tufillo de solidaridad y
tradición étnico-cultural. De algún modo para no desviarme del tema, es la
reproducción de esta crueldad naturalizada de las juventudes, y sobre todo del
ejército juvenil de emprendedores, crueldad que es inconsciente y que se
defiende en el núcleo de una personalidad materialista e inmanente, es lo que
no permite la conformación de un programa de renovación de la cultura
dominante, ya que sólo se ataca los signos totémicos del gran capital, pero no
se hace una crítica severa a los valores decadentes que compartimos todos y que
nos dividen. El sólo defender la dignidad de generalidades abstractas como “la
democracia”, “los derechos humanos”, o “la solidaridad social” no permite las
raíces más profundas y detalladas del poder que nos engloba, y es esta la razón que en cierta manera permite el arraigo de
consignas y de un pensamiento de etiqueta que no son verdaderamente críticos a
la pastoral moral y esteticista del huidizo poder.
No pienso desvirtuar el cambio
cultural que se ha operado en esta sociedad globalizada y multicultural, pero
el modo como las fuerzas sociales se han aferrado a este mundo del lenguaje y
de la hiperrealidad sensible, es lo que no permite la solidez organizativa e
institucional de nuestra sociedad.
Inundada de una anomia sociocultural el tejido social es reacio a una
edificación civilizada del orden social. Ya que la lógica cultural que hace
posible la acumulación del capital desde las empresas hasta lo límites más
estables de la formación productiva es un ethos transgresor o anómico, puedo
sostener que las relaciones sociales y las representaciones sociales más
consistentes de esta sociedad unida por el mercado y el dinero, también están
determinados por este mecanismo fragmentador y divisor que no permite la
viabilidad de valores comunes. Al ser la juventud, el campo sociocultural donde
reposa esta anomia sistémica, debido a
la decepción que recoge de una cultura oficial represora y degradada que empuja
a los jóvenes a los márgenes de la cultura y al subjetivismo estético, esta expresa
el aroma postmoderno de una época, pero confirma a la vez, el reforzamiento de
la cultura criolla que su eticismo contestatario noblemente cuestiona. La
desorientación y el desarraigo emocional que padecen las juventudes obedece a
que su exclusión de la esfera política de las organizaciones juveniles; es
decir, la inestabilidad que se cierne sobre las familias, la cultura escolar y
las experiencias barriales, se propaga a los esfuerzos de organización
política, impidiendo que los colectivos políticos y socioculturales salgan de su sectarismo “alpinchista” y puedan
unificar a la juventud bajo criterios constructivos y de viabilidad ideológica.
En suma quisiera ofrecer algunas conclusiones de este acápite para pasar a
analizar la cultura autoritaria parroquial de la universidad pública, un
abanico de conclusiones que describe los problemas histórico-estructurales de
los colectivos juveniles en el Perú contemporáneo:
1. Un
primer problema que detecto en el seno de los colectivos juveniles es su
concepción antipartido. Aunque es innegable el desprecio a una esfera pública
llena de transfuguismo y corrupción, lo cierto es que esta autoexclusión y
separación infringida por las gerontocracias partidarias a la vez perjudica a
la larga la consolidación y sobrevivencia de estas liminales agrupaciones. El
descrédito hacia la política no permite que todo ese voluntarismo moralista se
convierta en doctrina y acción organizada, no por falta de experiencia sino
porque se carece de una mentalidad autoconstructiva de los saberes y expectativas
juveniles que no se vean en los espejos de los padres y del patriarcado
universitario. Al no saber traducir toda esa vehemencia y desobediencia cívica
en praxis política indirectamente aseguran que se escurra en sus organizaciones
esa cultura de operadores y ese espíritu de clises que cunden en el escenario
político, asumiendo muchas veces estos caracteres y reproduciendo un discurso
político antipolítico y autoritario que aleja a la juventud de la necesidad
pública de ingresar en la política.
2. Un segundo
problema que obstruye una real crítica al sistema política desde los colectivos
es que su presión contestataria carece de una concepción intelectual autónoma
de sus propias condiciones sociales. Tal vez este problema no se ubica en la
enorme complejidad que significa ser joven, sino que las generaciones juveniles
recogen en forma de consignas banderas de lucha que no permiten sino una
crítica ideologizada y generalista del poder capitalista. En otras palabras, al
verse con los anteojos de doctrinas políticas que respondían a otras
condiciones históricas, no sólo obstaculiza la renovación de esos idearios
políticos sino que además son asimiladas como si fueran catecismos irrefutables
que generan cohesión y simplificación política, porque son íntimamente sentidas
como rezagos religiosos de imágenes santificadas o símbolos de fe que dan
afirmación y sentido compartido Al igual que antaño, la niebla de la
religiosidad, de verdades absolutas, que se ciernen sobre el pensamiento de
etiqueta de los colectivos estos reproducen los mismos problemas de
profundización reflexiva de sus situaciones sociales concretas, ya que persiste
la secreta posición psicológica de imitar el mismo mundo de la vida que
tenuemente no son capaces de observar. Esta falta de profundidad teorética o
siquiera de juicio, y de como contrarrestarla en la forma de proyectos
alternativos es lo que hace que los jóvenes inconscientemente coincidan con la
ética postmoderna de socialización de la vida cotidiana, no magullando sino la
forma como se explicita el poder, y no precisamente sus ramificaciones
sensoriales a la que todos nos envuelven.
3. Un tercer problema que he observado en los
colectivos juveniles es su creciente segmentación organizativa y esa separación
cuasiclasista con las juventudes de los sectores populares. No sólo existen con
el tiempo separaciones de matiz mesocrático con respecto a la supuesta barbarie
e indiferencia cultural que inunda a las categorías populares, sino que se las
piensa y convoca, se las califica y menosprecia, en función de estereotipos
moralistas, sin tratar de ejercer un trabajo social democratizador en sus
entrañas, o tener la decencia de verlas más allá de esa compasión o lástima
clasemediera que tiene un origen claramente religioso y burgués. No quiero decir
que este argumento sea infalible o que descanse en una personalización
acelerada de mis experiencias, lo que trato de diagnosticar a profundidad es
que su trabajo de recuperación que se ejerce cada vez menos en los sectores
urbano-populares, y en los pueblos originarios, responde a una visión
paternalista y representativa de las culturas domesticadas que no pueden hablar
por sí mismas. Tal vez la pasividad política que se exhibe en los sectores
populares obliga a construir precariamente estas representaciones, pero se hace
sin llegar a movilizar las reales potencialidades de estos sectores sociales, y
privilegiando un manejo clientelar de operadores que no constituye real poder
popular, pero que si se permite la captación segura de simpatizantes y líderes
sociales. Tal vez una propuesta que unifique ambos mundos (el universitario y
de las juventudes populares) descansaría en una cercana interacción de
vivencias, que permita la comunicación y el aprendizaje mutuo.
4. Un
cuarto problema que ubico en los colectivos es que permiten ser el origen de
mercenarios y operadores políticos. En la medida que se percibe que el sistema
de organizaciones y representaciones de
izquierda esta preñado de una moralidad no sólo reaccionaria sino además
dudosamente proba, lo que vemos es una crítica ambigua con respecto a esta
estructura deficiente, naturalizando y legitimando indirectamente esta cultura
autoritaria que a larga corroe las buenas intenciones y propuestas positivas de
los espíritus nuevos. No sólo se contiene con esta estructura psicológica
reaccionaria el recambio ideológico y generacional sino que además se impone
como madurez y realismo práctico, que la sabiduría escéptica, que la criollada
es el locus natural a través del cual se consigue objetivos y se puede predominar
como un elemento valorable, sin darse cuenta que es la conservación de esta
cultura de amargados y de criollos políticos lo que canibaliza el reclutamiento
de nuevos valores, destruyendo la conexión entre las agrupaciones políticas y
la sociedad. Creo que la posibilidad de que exista una nueva izquierda pasa por
una crítica y censura concreta de esta cultura de operadores y sus
ramificaciones institucionales, ya que vuelvo a incidir en ello, su
conservación no permite la conexión sentimental entre las clases populares y
las ideas fuerza de la izquierda, ya que sostengo se percibe una abusiva
manipulación de las unidades de base en función de intereses electoreros. No
seria sólo una crítica moralista sino una tarea institucional
Universidad,
cultura autoritaria y cambio generacional.
He reservado este acápite para
examinar algunos rasgos de la cultura universitaria, porque creo que en la
viabilidad o no de la universidad pública se esta jugando el control del
conocimiento que hace posible una nación como organismo, y por lo tanto, la
refundación de un nuevo sujeto histórico. Más allá de que se entienda o no es
en el ámbito universitario donde se gesta de modo emancipatorio la idea de
América Latina y con las décadas posteriores el programa revolucionario más
ambicioso de descolonizar nuestras tierras como fue el estado populista o
desarrollismo nacional. Por eso sostengo, que en realidad los conflictos de
clase, de clase dominante en contra de clase dominada no es la lógica correcta
del cambio social que predomina de modo esencial, sino que el real conflicto el
que no permite el nacimiento institucional y global de las nuevas
subjetividades descansan en el conflicto entre generaciones. Esta lucha de
espíritus que poco a poco poseen asidero material y político, se define por el
desigual conflicto entre la generación de la modernidad sólida y autoritaria, y
la generación de la modernidad reflexiva y pluricultural. Saber propiamente que
este enfrentamiento ha sido disfrazado y poco evidenciado es saber que las
fuerzas reactivas que corresponden a esta modernización autoritaria
(neoliberalismo, y marxismo ortodoxo) están con éxito neutralizando la institucionalización
de este principio de realidad que late en la juventud, no sólo como he dicho,
infravalorando culturalmente a estas culturas juveniles con los clises de
postmodernos e irracionales, sino además constituyendo un sistema de poder
anticuado y policiaco que contiene y ahoga la posible vinculación entre razón
histórica y energía juvenil.
El problema es que al resaltarse la lucha de
clases se conserva estúpidamente una
forma de hacer política y de construir ideología que desalienta a la juventud a
participar de modo vital en la organicidad política, pues se evidencia de modo
descarado o inconsciente que tal antagonismo resulta una falsa lucha, que
cumple la justificación de la represión, y que el neoliberalismo no se siente
amenazado por una política contestataria que busca al igual que el la conquista
del poder supremo, y no un real cambio social y de civilización. No se si las
mentalidades más lúcidas de esta mentalidad contestataria se habrán dado cuenta
que la prolongación ideológica de estos escombros antimodernos, como son el
neoliberalismo oligárquico y el marxismo ortodoxo, están cohibiendo y
desperdiciando toda la enorme profusión de nueva subjetividad inmanente y democrática que
existe en el país, pues me parece que este enmascaramiento con una falsa lucha
y la atrofia represiva de esta nueva sensibilidad al final van a llevar a
destruir las bases culturales donde reposa al fin y al cabo toda idea
progresista y revolucionaria.
Tal vez el dilema que
padecemos todas las mentalidades progresistas es que esta reacción antigeneracional
a lo nuevo, clicheteándolo de ideológico o postmoderno esta expresando la
terquedad de un espíritu escolástico y destructivo a tener que dar un paso al
costado, sin saber que no basta con un recambio de caras acaso con los bien
llamados “chacales” y operadores políticos, ya viejos por la racionalidad
instrumental, sino un cambio cultural e ideológico en el seno de las
organizaciones sociales de izquierda. Ahogando el cambio cultural al interior
de la izquierda tiñen de vulnerabilidad sentenciando al desastre político una
idea de solidaridad cuyos epígonos no han sabido darle una forma peruana y
operativa.
Regresando al argumento de la
universidad, soy de la idea que la defensa ideológica y programática de la
Reforma Universitaria es clave para la revitalización del movimiento
estudiantil, pues en este conjunto de propuestas hasta ahora populistas no sólo
se juega el destino de la universidad como organización educativa, capaz de
leer cognoscitiva y científicamente la feroz globalización, sino que además
esta en juego el lugar ontológico donde se piensa categóricamente el tipo de
país y contrato social que queremos. Además de un rostro humanista y
democratizador la universidad es un espacio cultural donde se diseña a los
productores culturales y tecnocráticos que ingenian los matices de nuestra
formación social. Ver a la universidad y a sus sujetos históricos como el
origen cultural y político es clave para dar fortalecimiento institucional y de
valores a los demás entramados institucionales, ya que la obstrucción de esta
relación universidad-Estado con la mercantilización de la educación superior y
con la fuga de la gestión de conocimiento a agentes particulares, genera
ciertamente profesionales descorazonados, que no sólo aceptan con audacia las
taras culturales del edificio estatal y empresarial, sino que además reproducen
una cultura institucional de mafias y clientelas privadas en el seno de la
administración pública.
El debilitamiento de la
apuesta por la Reforma universitaria hoy juguete proselitista para atraer la
voluntad de los estudiantes, ver tradicionalmente el espacio universitario como
canteras de reclutamiento bajo las banderas de la reforma estudiantil debilita
al movimiento de los estudiantes y a la larga la naturaleza reflexiva para
imaginar una nueva relación Estado-sociedad. Desactivadas las conexiones con
una real educación de calidad, ya que la masificación indiscriminada permitida
bajo la idea de una real democratización, y la instalación parasitaria de una
mafia reaccionaria en la administración de las casas de estudio neutralizan el
verdadero espíritu crítico, lo que presenciamos es la escandalosa tragedia de
una universidad atrapada por la mediocridad humanistoide y la aguda indiferencia
de la mayoría de la población universitaria, que en la afirmación individual
vomitan el total aniquilamiento del movimiento estudiantil y el desarrollo de
una piscología “alpinchista” y egocéntrica que no desarrollo ningún lazo de
servicio y de amor por la formación que los modela.
Como he dicho en otra parte,
gobernada la universidad por una izquierda conservadora y por sus monigotes
sirvientes que basa el adoctrinamiento
de los jóvenes en el rencor a la sociedad capitalista, sin pensarla realmente,
para extender la manipulación corrupta de los recursos públicos de la casa de
estudios como pragmática que toda agrupación política debe abrigar, lo que veo
es el arrojo al mercado de trabajo de
técnicos irresponsables, sin verdadero afecto por las complejidades de su mundo
profesional, y humanistas estúpidos incapaces de ver más allá de sus consignas
y activismo retrógrado. Por ello, me parece que el verdadero enemigo histórico
de la universidad y de la reforma universitaria no se ubica en los grupos
radicales que lentamente la empiezan a ocupar, sino que se ubica en la cultura
de operadores corruptos y holgazanes que se sirven de los espacios
universitarios para reciclarse y vivir a expensas del desarrollo incipiente del
conocimiento y de la técnica. Por ello el enemigo a vencer no esta por fuera de
la universidad, en un Estado que de modo estratégico ha abandonado a la
universidad, pues cumple su rol de garantizar la privatización de la educación
pública, sino en los mismos entramados burocráticos de la política
universitaria, donde esta cultura política ha destruido al movimiento
estudiantil y con él toda posibilidad de una verdadera alternativa de país. Una
reforma universitaria no es pues un ejercicio de transición de la herencia de
espíritus escleróticos y anticuados, sino una verdadera liquidación cultural
del pathos que ha sepultado todo recambio generacional, pero esto sólo se podrá
hacer cuando la juventud piense por sí misma, con autonomía creativa y para
cerrar las heridas que cincuenta años de decadencia han infringido en la
mentalidad política de nuestro país.
De cierto modo he descrito de
modo sociológico que esta cultura de operadores es la que inhibe el desarrollo
de la universidad, pues esta tiene un origen histórico que detallaré en algunos
puntos sueltos, pues creo que desentrañar sus ramificaciones ayudaría para
deconstruirla y disolverla una real democratización de la universidad:
1. Al
parecer el primer origen de esta mala política de operadores y mercenarios se
halló en el equivocado desplazamiento político del discurso gremial por sobre
el arielismo universitario. Esta situación no significó una real socialización
o subalternización del discurso contestatario en el seno de las juventudes sino
un estúpido reduccionismo del discurso desarrollista y marxista que entorpeció al pensamiento y lo
conminó a ser la retórica a favor de las ambiciones de poder y de intereses
pseudopopulares que vieron con mayor descaro la universidad como un espacio de
reclutamiento de sus empresas de izquierda revolucionaria. La juventud fue
rechazada por esta pasión nihilista que produjo una cultura violentista y
digamos poco capacitada para pensar racionalmente el cambio social, y que poco
a poco desplegó intereses partidarios y obstáculos egotistas para conseguir un
cambio cualitativo de la herencia colonial. El ahogamiento de este discurso
generacional de los 70s por un eufemismo de clase es lo que explica el
desperdicio del momento epocal de un
cambio racional y operativo, pues produjo en las garras de un marxismo
ortodoxo y simplificado una juventud que no pensaba realmente por sí misma sino
en función de un proyecto político que su misma impaciencia historicista
hundió.
2. Un
segundo momento de reforzamiento de esta mala política sucede con el desencanto
que se produce en la juventud a raíz de la disolución de la izquierda unida
(IU) hacia fines de los 80s y con el inicio del fujimorismo. Fuga que rompe las
conexiones entre la juventud popular y el movimiento de izquierda, y la arrojó
a los orígenes culturales de nuestra piscología postmoderna, con la
contracultura, y que deshace producto de la gran decepción que recoge la
izquierda con la crisis política y económica de los 80s en el electorado, el
mecanismo detallado de trabajo comunitario que se había edificado entre los
líderes clasemedieros de la izquierda y las categorías populares. Al
contaminarse las canteras sociales de la partidocracia revolucionaria de un
autoritarismo apolítico se destruye a la larga la legitimización social e
ideológica de la izquierda, que no sólo se repliega ante la persecución
fascista del fujimorismo en el discurso social de las ONGs sino que entrega las
unidades barriales y gremios sindicales a una cancerosa cultura de operadores,
sin bandera y sin escrúpulos para cumplir su voluntad. Producto de esto los
colectivos que se recuperan lentamente en los 90s desarrollarían un rechazo
eticista y una mentalidad antipartido, que se refugió en el arte y en la
animación sociocultural. La universidad quedó desguarnecida ante la mafia de
operadores, antaño fervientes revolucionarios.
3. Un
último momento en que se hace coyuntural el movimiento estudiantil, y por lo
tanto, se hace una crítica severa a la cultura de operadores, es con la caída
del régimen fujimorista, que fue de paso una ruptura con la dictadura cultural
depravada de este gobierno, sino que concitó un shock de renovación moral contra la criollada y
corrupción de la dictadura. A pesar que el inicio de estas luchas en contra del
fujimorismo estuvieron lideradas a cargo de estudiantes indignados por las manipulaciones políticas
de Fujimori y Vladimiro del Tribunal Constitucional, pronto la erosión del
gobierno traslado el centro de las protestas a una vanguardia política de
izquierda y de demócratas de todo origen que opacaron el papel que la juventud
movilizada desempeñó en esta coyuntura; por lo cual al conseguir la vuelta de
la democracia con Alejandro Toledo, el movimiento de estudiantes regresó a su
inquietante pasividad. A pesar que las elecciones democráticas por el cogobierno
universitario volvieron también retorno o se reforzó esa cultura política del
cálculo conservador y del pragmatismo político, con viejos rostros y con nuevos
“chacales” que reprodujeron estos malos hábitos. Haber dejado que las
reivindicaciones estudiantiles pasen a un segundo plano y sean
instrumentalizadas por fines políticos hizo que se perdiera todo intento de una
real democratización, viendo la universidad como un botín que aseguraba la
reproducción de parasitismos y clientelismos descarados.
En suma, para sintetizar este
acápite soy de la conclusión que la neutralización política y cultural de la universidad
pública, a pesar de las grandilocuentes propagandas de Reforma universitaria
esconde el pretexto perfecto para descabezar al movimiento estudiantil y
negarle toda posibilidad de una transformación cualitativa de nuestro espíritu
decadente y pragmático que prevalece. En tanto no se impongan con alegría y
revolución esta gran producción de subjetividad y que se está desperdiciando,
con la exclusión policiaca de las generaciones que vienen, no se podrá
fortalecer el carácter plural de las demás luchas sociales (clase, étnicas,
género, etc.), y por lo tanto, se asesinará el nacimiento institucional de una
nueva formación social y de valores del país.
Perspectivas:
Universidad e innovación productiva.
Hasta aquí he destacado de
modo sociológico, que la reforma de la universidad pública contiene como primer
premisa que su interna democratización desactive la cultura autoritaria y
patriarcalista que la inunda. Es decir,
la universidad es el foco de las ideas
humanistas y el fortín ético donde se vigila los contornos culturales del
sistema democrático, enlazando propiamente esta utilidad para la vida social
como el cimiento a partir del cual es posible la discusión el diseño de Estado. del modelo de desarrollo más coherente para
nuestro país. Aunque esta discusión se esta llevando en las casas de
estudios de modo estereotipado y
repetitivo, creemos que sus conclusiones están lejos de la planificación
operativa que estas ideas populistas y sólo reivindicativas deberían tener,
alejando al estudiantado de la necesaria técnica y gerencia social, que sus
propuestas voluntaristas deberían firmemente desarrollar.
Creo atinadamente que el
primitivismo en que se encuentran las ideas sociales no sólo responde al
historial de dogmatismo y manipulación política que ha sufrido la universidad,
sino a que estos islotes de pensamiento crítico han sido divorciados del
conocimiento productivo y tecnocrático en donde sirven de contexto y aún más. Ese
histórico humanismo recalcitrante, del que habla Mariátegui, como rezago
estructural del pensamiento profesional de la Colonia ha hecho un daño
irreparable a nuestro conocimiento peruano, pues no sólo ha facilitado la colonialidad
eurocéntrica a nuestros centros del saber social, sino que además se ha
distribuido como un actitud negativa hacia la disciplina y el trabajo fuerte,
recreando personalidades poco conectadas con la ciencia y la producción de
tecnología en la psicología social de la universidad, y por lo tanto,
descalificados para triunfar en el merado de trabajo, o si quiera reformularlo
constructivamente.
No sólo no existen las
estructuras profesionales y estatales para romper con este academicismo improductivo,
pues históricamente el Estado ha hecho todo lo posible por aplazar tal
institucionalidad del hecho científico-técnico, sino que sobre todo no ha
acontecido que los espíritus barrocos y literarios de la universidad demuestren
tal intencionalidad, por lo que la carencia en el desarrollo tecnológico y
científico ha separado a la universidad
objetivamente de toda influencia económica. El que se discuta el modelo
de desarrollo de modo eufemístico y generalizador, poniendo como alternativa un
postulado ético como es el socialismo, que es completamente inoperante,
evidencia que en los espacios académicos existe poca conexión para tecnificar
descolonialmente este socialismo que se respira en sus contornos. Por ello el conocimiento
productivo no se halla en la universidad, y ha sido privatizado por agencias
internacionales y corporaciones mundiales que desligan toda posibilidad de
ingeniar la construcción nacional y diversificada de una auténtica técnica
socio-industrial. Porque se reproduce biopolíticamente una piscología y un
abanico interminable de procedimientos y simplificaciones administrativas que
involucionan y se divorcian de las sensibilidades y solidaridades productivas
de nuestro medio, es que presenciamos una estructura del mundo del trabajo
francamente rudimentaria y poco sensibilizada para reconstruir un espíritu
industrial desde nuestra propia praxis sensorial y material.
En esta sociedad informatizada
y del conocimiento donde el desarrollo tecnológico y la automatización
industrial descansan en una vida cultural totalmente alterada y
desmaterializada de toda identidad cultural fija y territorial, la universidad
cumple un papel innegable, no sólo porque debe reorganizarse para no desaparecer,
sino sobre todo porque de su readaptación depende el rescate de un conocimiento
técnico y social auténticamente nacional y que domestique las corrientes
feroces de la globalización Hacer que nuestra rica y arcaica sensoriedad asuma
revolucionariamente un matiz productivo y operativo sin producir enajenación y
homogeneidad, es clave para recuperar la
producción de la realidad cultural, hoy
totalmente desconectada del capitalismo tecnocultural que ha hecho de los
reniegos frívolos de la vida un sistema que se sirve ideológicamente de esta
anarquía material y simbólica. En la universidad habría que ingeniar este nuevo
lazo cultural y técnico, que doblegue al muro postmoderno del lenguaje que nos
ha desviado y perturbado como cultura y sociedad económica.
La universidad es un
laboratorio de subjetividad. Hacer que se reorganice asimilando las
contrariedades y afirmaciones de nuestra formación sociocultural es la premisa
para liberar al saber científico de las prenociones absurdas que lo aíslan y lo
desconectan de un real encuentro comunicativo entre saberes diversos. Aún
cuando esta comunicación se esta dando de modo tímido predomina el tradicional
desencuentro objetivo entre culturas. Participar para que la disposición
organizativa de la universidad exprese este diálogo intercultural entre
disciplinas académicas y modos de acción políticos, permitiría liberar a la
ciencia de la época de las asperezas sectarias y egocéntricas que la mantienen
aprisionada, y que generen resentimiento en el seno de las universidades.
Generar este encuentro dialógico entre saberes no sólo garantice la
construcción de una comunidad ideal, sino que facilita dirigir este
conocimiento intercultural que se produzca a revitalizar oportunamente las
conexiones sistémicas entre la cultura y los diversos modos productivos de
nuestra civilización. Y así puedan darse los pasos previos para otorgarle una sensibilidad
intercultural y científica a la construcción de una técnica y de una
planificación operativa que lea y actúe descolonialmente el cambio tecnológico
de esta sociedad del conocimiento. Ahí donde en la universidad se esta jugando
el futuro o porvenir de la gestión de conocimiento es necesario ensamblar
experimentalmente en la discusión y en la vida universitaria las enormes
potencialidades que ofrecen nuestros saberes sociales y competencias tecnocráticas,
para de este modo la universidad pueda gerenciar e influir en el destino de la
ciencia y la tecnología tal como se ha gestado y devenido en este país. Son
tres las premisas estructurales que la reorganización de la universidad debería
contener para incorporarla exitosamente a la globalización:
1. Toda
universidad pública debe conservar el desarrollo de carreras y sistemas de
conocimiento civilizacionales, que permitan la restauración filológica y
arqueológica de nuestro pasado y que permitan conservarlo para las siguientes
generaciones. Cuidar la herencia de estos saberes civilizacionales permite
difundir una valoración histórica y hermenéutica de lo que somos y seremos, y
que este saber sea la matriz en donde se gesten los valores de amor cívico de nuestras
instituciones y culturas.
2. De
modo intermedio es necesario generar un espacio público interno para la
creación y conservación de las subjetividades democráticas que se generan
espontáneamente, llamando al debate constructivo y aplicativo de cada idea
social o democrática que se genera. Mantener este carácter democrático es la
clave para construir una identidad estudiantil, y un pensamiento social que
desarrolle valores y un manejo intercultural de las relaciones humanas. Creo
que en este punto es necesario interculturalizar los saberes que están cifrados
en la universidad liberándolos de los tradicionales caminos sectarios y dogmas
que han existido.
3. Debe
de introducirse me parece una relación de competencia y de conocimiento
meritocrático que genere valor agregado a la economía. Es necesario que la
universidad controle el mercado de trabajo, no precisamente reformulándolo sino
cientifizarlo y construyendo tecnología desde las ciencias duras y
empresariales. Conseguir esto permitiría rediseñar aunque sea primariamente el
complejo sistema técnico-administrativo que nos encapsula, y que mantienen en
la atrofia sensorial a nuestra conciencia científica ancestral.
Creo que estas premisas estructurales
o actitudes hermenéuticas podrían servir como cimientos culturales para renovar
parcialmente la identidad cultural de las universidades públicas. Aún falta
señalar como líneas maestras, a maneras
de ideas sueltas cuales serían las reformas que debería poseer toda universidad
para liberarla del modo centralista y monocultural como hasta ahora se ha
conducido. Según Follari debería darse:
1. Modificación
de la cultura institucional. Abrir la universidad a la sociedad popular,
desformalización de las clases, expandir el formato clase video, incluir en la
cultura universitaria expresiones de la cultura popular, llenar la universidad
de gente que discuta en foros, seminarios, conferencias la relación entre la
sociedad y el sistema universitario. Esto sería un modo de limpiar la
universidad de esa cultura vertical y mediocre que la ha inundado, convocando
al diálogo y generando el laboratorio intercultural que se requiere.
2. Reapuntalamiento
de las carreras de humanística y ciencias sociales. Es decir, no permitir que
las fuentes de financiamiento estén solamente concentradas en la generación de
tecnología, para fines productivos, sino recuperar la importancia de los
estudios culturales en el momento en que el cambio cultural esta recomponiendo
o erosionando el suelo de nuestras antiguas creencias. Es legítimo que los
estudios culturales cumplan la misión de evidenciar los impactos psíquicos y
las nuevas constelaciones de subjetividad que están naciendo con el propósito
de aprovechar institucionalmente las sensibilidades de nuestra época.
3. En
relación a lo anterior, caídos el socialismo real y el populismo, y ante una
socialdemocracia improvisada y oportunista, que no sabe proteger lo social del
libre mercado, es necesario convertir la universidad en el espacio en donde se
piensa, discuta, e investigue los nuevos modelos de reorganización social de
modo crítico pero sobre todo con consecuencias operativas y programáticas. Para
esto, es necesario cuestionar los viejos sistemas de pensamiento y representación
social que dominan como religión la universidad.
4. Llevar
la universidad a los espacios de la escuela pública. Es decir, no sólo
cuestionar el habitual “pedagogismo” acrítico en que ha convertido a la escuela
de educadores y el discurso gremial, sino romper esa vieja costumbre elitista y
de no hacer trabajo comunitario a niveles considerados de menor prestigio. El
objetivo sería recomponer socialmente el
escenario de guerra y de deserción escolar, con bajos rendimientos en que se halla la escuela
pública reconstruyendo e sentido de la enseñanza, con valores y conocimiento de
apoyo tutorial y de compartición de experiencias.
5. Que la
universidad llegue a los medios masivos. Escapar al coto cerrado de
academicismo y pequeños círculos en que se ha convertido el ejercicio
intelectual. En esta época donde sino estás en TV no existes, es urgente que el
intelectual aparezca en la videocracia, para discutir los fundamentos del
cambio social y tecnológico en que nos hallamos, no con el objetivo de
masificar estas ideas o puntos de vista – hoy neutralizados ´por la farándula y
la espectacularidad del entretenimiento- sino generar algunas conciencias
sensatas e ilustradas a la causa de la ciencia y del saber.
6. Romper
las habituales fronteras entre la ciencia y la cultura. Dejar de lado ese
reaccionario positivismo que ve a la ciencia como una actividad no influenciada
o contaminada de las asperezas de a vida cotidiana asumidas como ideológica. Es
necesario que la ciencia se abra a la cultura y haga interactuar a las
epistemologías existentes con el propósito de modificar los presupuestos
gnoseológicos de nuestro saber social. Según mi punto de vista, este no diálogo
entre la ciencia y la cultura, ha convertido a la primera en una etiqueta
positivista vacío de todo programa o apuesta creativa.
7. Apelación
a las nuevas redes informáticas y comunicacionales. Esto con el objetivo de no
sólo dominar el abecedario de este nuevo lenguaje generacional sino utilizar
este gigantesco mundo que es internet como cimiento para la generación de
conocimiento y difusión del mismo.
8. Incorporar
a la universidad pública criterios centralizados de administración y de
evaluación social, con e objetivo de domesticar y evitar la tendencia a que la
universidad pierda relevancia en la gestión del conocimiento cada vez más
privatizada. Pero también inducir criterios de competitividad y construcción de
sistemas de postgrados que posean influencia productiva en el modelo de
desarrollo, con centros de investigación y formación de decisores.
9. Fuerte
relación entre varias universidades. Reforzar el sistema de cooperación entre
las universidades públicas y privadas para proteger del poder, la importancia
de la educación superior, ya que en ella debe determinarse el mercado de
trabajo. Esta última apuesta es la más difícil de cumplir, pero es la que
permite su real autonomía y no ser así rebasada por la mercantilización de la educación pública.
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