sábado, 10 de junio de 2023

A nuestros gatos





Mi tía cuca le tenia un amor inconmensurable a nuestros gatos. Tanto que luego que ella partiera jamás volvimos a tener otra mascota gatuna en la casa. Nuestro último gato el mirineau, era un animal muy inteligente y callejero. Siempre andaba en la calle mechandose con los perros o simplemente vagando con otros gatunos amigos suyos. Cada vez que mi finada tía lo llamaba a comer ella se acostaba y el gato inmediatamente restregaba sus uñas en su barriga y ronroneaba encima dd ella. A ese gato nunca le dimos comida especialmente para gatos  sino que comía cabezas de pollo sancochadas, atún en conservas y a veces leche. Era un gato que rara vez se le vio casar un roedor, pero suponemos que si lo hacía, pues era una mascota que venía en la madrugada todo chuseado y todo maltratado por las peleas que tenia en la calle.


Mi finada tía Cuca, les demostraba mucha consideración a tal magnitud que cada vez que un gato fallecía ella lloraba amargas lágrimas por varios días, y se dedicaba a tejer y tejer hasta que el dolor se iba. Siempre le conseguíamos otro gato, sobre todo porque en la casa que teníamos en Barrios Altos había muchos ratones y hasta la posibilidad de que una rata del desagüe se nos metiera. Una vez una rata se peleo con uno de los gatos, el suertudo recuerdo que se llamaba, y la logro ahuyentar de la casa, pero el gato no volvió a ser el mismo. Se portaba raro y se opinaba en las ollas de la comida y en la ropa recién lavada del ropero. Ese gato tuvimos que sacrificarlo, no sin antes mi madre tener una discusión con mi tía cuca por los inconvenientes de nuestro amigo gatuno.

Una vez tuvimos una gata. Se llamaba Isolina.  Era una mascota muy cariñosa e inteligente. Pero empezó a haber problemas con ella cuando se largo al techo y regreso preñada. Tuvo sus hijos en el altillo de la casa, y nosotros aún niños nos dedicamos a criarlos. Mi madre puso el grito en el cielo. Me mandó a mi tía conmigo a que sacrificaramos los gatos con el veterinario.  Lo hicimos y tuve que botar a los gatitos muertos en el contenedor de la basura de la avenida de los inkas.  Cuando regrese a casa nuestra gata lloraba y maullaba por sus crías, y por muchas semanas se le lleno la panza de leche y lloraba de dolor. Hasta que un dia se le pasó y volvió al techo a ausentarse un buen periodo.  Nuestros gatos eran así callejeros y peleoneros. Cuando alguien se peleaba con nosotros los gatos nos defendían a arañazo limpio.

Recuerdo que cuando era épocas navideñas y de final de año, nuestro gato no podía soportar los estruendos de los pirotécnicos que inundaban las estrechas calles de Barrios Altos. Simplemente el gato desorientado se escondía al fondo de la casa, y se escuchaba un ligero maullido seguramente, porque lo volvía loco el estruendoso fogonazo de cohetes en las calles. Recuerdo bien que los perros ladraban a todas partes y se ponían ariscos con todos los vecinos.

Una vez nuestro gato fue molestado por un perro policía en la puerta de la casa, y como nuestro gato era mechero, se le fue directamente a los ojos. Cuando los perro venían en mancha se le erizaba a mi gato la cola y se subía a la ventana lejos del alcance de sus compadres los perrunos que lo querían echo trizas. Ese gato recuerdo hizo llorar hasta un pitbull y fue doloroso encontrarlo tirando espuma por la boca cuando alguna vecina descorazonada le dio bocado. Pero así es la gente, desalmada con los animales.

Cuando mi tía Cuca partio a mejor vida, decidimos no volver a tener mascotas. Hubiera sido un honor continuar la tradición de la tía, pero era todo una responsabilidad la comida del gato y tener siempre su arenero del gato. Mi madre ya no quería tener esfuerzo, y llorar la muerte de un garito hubiese sido recordar con dolor a la finada tía. Recuerdo aún la noche de su muerte. Mi madre nos contaba que hacía las doce de la noche ella ingreso a la habitación de mi Cuca que estaba en el hospital y una sensación cargada del ambiente se despedía de ella. A la hora llegaba mis tíos a darle a mi abuela y madre la dolorosa partida de mi Eleana. Ella había muerto a los 48 años, víctima de un cáncer de cerebro. Había pasado sin problemas una riesgosa operación,  pero no soporto el postoperatorio.  Murió de un paro respiratorio en el hospital Dos de Mayo lejos de su casa. Mi segunda madre, quien siempre velo por los suyos, había dejado un gran vacío en el corazón de sus seres queridos. Siempre la recuerdo y como si fuera un angelito pido a mi tía que me cuide y que las cosas me vayan bien. 

Accidental desquite





Hace meses que no la veía. Ella había sido la luz en un tiempo de tinieblas. El corazón en una época de rivalidades y rencor. No quería encontrarse conmigo. Me había demorado tanto en recuperarme que la presencia de un romance era ahora imposible. Por mensajes de texto y messenger insistía varias veces para tomarnos un café o tal vez solo hablar. La verdad yo ardía en deseos de besarle y sentir nuevamente su aroma de abedul. Pero ella no atracaba a una posible reunión.


En la selva había pasado meses curandome de una larga enfermedad. Me había comunicado con ella y la notaba distinta, como con reticencia para conversar conmigo. Y no es que fuera sincera conmigo, jamás lo fue, solo era que por encima de lo que sentíamos eramos buenos amigos y eso era algo que yo respetaba. Bueno en la selva el maestro me había dicho por visiones con tabaco que ella preguntaba si me había muerto. Todos se habían enterado de mis males por travueso y esperaban el desenlace de esa historia clínica bastante lamentable. Cuando me sinceraba el maestro curandero sobre ella, no podía creerlo. Era demasiado mal para mis favores y detalles. Quedé con la duda y decidí a concentrarme en mi sanacion.

Cuando luego de meses me repuse finalmente volví a Lima con una apariencia más delgada y con menos años encima. No me vi con nadie. Ya no confiaba en ninguna persona que en el pasado decía ser mi amigo. En mis visiones y sueños había visto envidias y rencores, maldiciones y dolor. Lo mejor era solo trabar conversación con algunas personas. Entre ellas Susana, la bella educadora de la que el curandero me dijo tantas cosas malas. Y como dije antes ella se negaba a verme. No lo sabía, pero lo supe luego de recuperar mis redes que estaba empatada con otro caballero. No parecía ser alguien equivocado sino un hombre al que ella esperaba. Lo reconozco una relación conmigo hubiese sido un error y tóxica. Pero a pesar de saber todo eso quería volver a verla.

Insistí varias veces hasta que al final ella me mandó una indirecta. Me dijo que nunca había tenido tiempo para leer un libro de Kundera que le había regalado con tanta estimación. Y eso era decirme que no le importaba. Explote y le dije que esa indirecta era algo vil de su parte, que a un amigo eso no se le hace. Ella me bloqueo, después de decirle que jamás la volvería a molestar. Y eso fue algo que sustente y decidí olvidar la y volver a viajar a la selva. Antes de eso me hice un tatuaje de la pintura la espada y la gangrena en mi hombro derecho y me dispuse a viajar a Ferreñafe  donde quedaba la ciudad natal de un finado amigo a quien jamás pude volver a ver. No busque a su familia, sino que fui al cementerio. Ubique su tumba y mientras lloraba, pues me sentía responsable de haberlo echo muy sensible con mis enseñanzas filosóficas,  rezaba por su alma. Salí de la ciudad esa noche sin ver a nadie. Regrese a Lima y mientras caminaba con mi mochila por el terminal terrestre de Plaza Lima Norte, la vi venir hacia mi acompañada por su enamorado un hombre más alto, con barba y pelucon.

La salude sin darle un beso y le apreté la mano al susodicho enamorado. Sentí que una sensación de indiferencia se apoderaba de mis pensamientos mientras hablábamos temas simplones y fuera de contexto. No sé cómo fije mi vista y percepciones en su boca. En esa pequeña boca que jamás había posado mis labios. La jale contra mi cuerpo y le robe un beso enorme e irresistible. Lo siguiente fue el puño derecho de su novio sobre mi cara, y un par de patadas mias sobre su rostro, que lo tumbe al suelo, terminando aquel pleito. Recuerdo que una sonrisa maledicente se dibujo en mi rostro, y mientras recibía los peores insultos de parte de ellos, me aleje hacia Tomas Valle entre la multitud, chape mi bus y todo ya era tragado por el favor del pasado. No se porque pero eso era lo que ella merecía. Sus anteriores desplantes, todo el tiempo que invertí en que fuera mi mujer, me hicieron recordar bastante lo que el maestro curandero me había dicho sobre ella. Que deseaba mi muerte. Yo solo pude desearle buenas vibras. Al llegar a mi  casa me lave la boca varias veces, el amor se trocó en desprecio. 

Adios a la colombiana






Cuando termine con la colombiana quede destrozado en mi orgullo. No ere el hecho de que estuviera enamorado de ella, sino que se atrevió a terminar me en un 14 de febrero, y eso era maligno. Me sentía estafado, decepcionado en mi mismo. Lo que se me ocurrió aquella noche fue desestresarme en un night club, y olvidarme de aquella bruja a la que había llenado de atenciones y dulzura. Lo que hice al entrar al templo fue escoger a la mejor mujer que viera sola y seducirla a más no poder.


Eso hice. Ella se llamaba Ingrid. Era una charapa espectacular. Era mi compañera de noche. Una mujer al que el dinero podía comprar y que te mostraba cariño y deseos consumados, solo porque uno tenia hinchada la billetera. Salí con ella varias veces a bailar a vista y paciencia de los otros hombres que veián el espectáculo de nudistas y mujeres desbordadas de placer.

En un momento ya con algunas copas encima se me ocurrió pedirle sus servicios íntimos, pero el recuerdo de Morgana era penetrante. A lo único que reaccione fue a decirle que me esperara, que iba al baño  y me escabulli del templo, precipitandome hacia la calle. Tomé un taxi y mareado por el licor y el aire de la madrugada empecé a derramar pequeñas lágrimas de dolor y de impaciencia. Creo que el taxista se dio cuenta, porque puso música para que se me pasara la conmoción nerviosa, pero era inútil, un dolor enorme en el corazón me agobiaba y una gran frustración se apoderaba de mis pensamientos.

Llegue a mi casa casi al amanecer. No le dije nada a mi madre. Necesitaba hablar con alguien, pero me trague mi furor, esperando que pase el día, haciendo ejercicios y pesas para relajarme y se me fuera el drama emocional que fuera mi vida. Era Lunes ya y por la noche fui a mi cita con el sesionista y le conté lo que me había echo Morgana, y asintió con la cabeza que todo había sido una fuerte perrada. Sólo busco que me calmara y que por intermedio de la logoterapia botara toda la frustración que sintiera.

Salí a la calle y camine por el mar en la noche. Aún el recuerdo del perfume de esa mujer era melifluo. Y me dolía en el orgullo recordarla. Sabía que debía estar con otro, con alguien que si podía cumplirle sus caprichos y era envolvente no poder sacar de mi ser las escenas íntimas y fervientes que había tenido con ella. Maldije cada segundo o momento que tuve a lado de ella. Pero esa colombiana tenía justo el veneno por el que un hombre sufre. Llegue a Barranco, era lunes en la noche, y caminaba cerca de la plaza principal. Me senté en el parque principal. Cogi mi celular y le escribí unos palabras de despedida, casi sin darme cuenta. Volví a leerlas y era amor y rabia lo que había escrito. No era el momento para flaquear, quizás ni lo leyera, no importa, una tonada de las baladas de Guillermo Davila me sobrecogió el pensar. Tome un bus y regrese a casa maltratado y sin ganas de hablar con nadie.

Era martes y debía regresar a trabajar al sur. Era un lindo verano y tenía responsabilidades que resolver con las poblaciones de Cañete. El trabajo me mantuvo ocupado y por varios espacios del día el dolor del amor no correspondido se esfumó de mi cabeza. Las risas de mis compañeros de trabajo y las buenas comidas y tragos del sur sirvieron de un dulce néctar que aplaco mi rencor. Y así estuve por varios días, trabajando hasta tarde, olvidando un poco más y más a Morgana. Y pude cavilar que ella no valía nada, que mejor era no buscarla ni pensar en ella. Que en Cañete el fuego de otra mujer podía ser el bálsamo a mi desconsuelo. Y así fue.

Ella era Marjorie. Una dulce y fatal cañetana con la que tuve una pasión antojadiza. Ella no me amaba. Ni tampoco yo. Pero si que luego de pasear por las discotecas y saliéramos de San Vicente terminábamos desnudos en mi hotel, dueños de una pasión irrefrenable. Su aroma de mujer y su juventud devolvieron a mi ser el orgullo de hombre que tanto necesitaba restituir. Ella era la ecuación que debía desvestir para derrotar al dolor de una mala mujer.

Me fui de Cañete dejando la promesa a Marjorie que volvería a verla. No fue verdad. Tenía la suficiente experiencia para no embotarme con nadie y me sumergí en mis escritos filosóficos para darle una nobleza superior a mi locura dd creador. No sé cómo se pasaron los meses y olvidé con drogas, licor y mujeres a Morgana. Su recuerdo era solo un mal aire. Un chiste mal contado. Era para mi una humillación que me la nombrarán o la recordará.

Hasta que en una madrugada vi mi messenger y había una nota de Morgana. El cuerpo se me estremeció de cólera. No sólo había leído lo que escribí una noche, sino que me invitaba sibilinamente a que nos viéramos y habláramos. No me decía ningún motivo. Yo ya no la quería,  pero su piel era una formula de manjares que deseaba poseer otra vez. Le contesté el mensaje y ya era de noche de un sábado cuando la esperaba en miraflores. Ella llegó radiante en minifalda azul y con su cabellera azabache que tanto suspiros me arrancaba. Fuimos a una discoteca a tomar unos tragos y mientras fingiamos que nada había pasado entre nosotros, yo la apretaba más contra mi cuerpo, sintiendo su respiración cada vez más agitada y sus ojos inyectados de deseo. Le propuse privacidad del modo más vulgares posible y ya estábamos desnudos haciendo el amor como dos animales. Me hundía en su piel y me envolvía en su sabor. Era una experiencia trágica la que se apoderaba dd mi ser. Quería amarla de nuevo, pero el orgullo y la conciencia me decían que esto no era real, que era otro engaño. Estuve con ella piel con piel, hasta que sobrevino el amanecer y ella ingreso a la ducha para asearse.

No me duche con ella. Me volví a vestir y le escribí que no me volviera a buscar en el messenger. Que nada sería igual y que había sido una mala idea que pensáramos en acaso volver. Nunca jamás sería la luz dd mis ojos. Que se largara de mi vida. Escribí este mientras me precipite a la calle, chape mi bus y en unos minutos ella me timbraba al celular, y como no le respondia me escribía que ka perdonara que como yo no hay otro. Que nada en la vida es real sin mi. Eludi el dolor que me causaba dejar atrás a Morgana, pero me dije: que nada bueno sale del engaño. Y que ya antes me había comparado y dejado por pobre. Volví a viajar con la mente clara en mis propósitos y con ninguna roca que pudiera destruirme. Creo que volví a llorar por ella, no lo percibí. Solo recuerdo que el aliento de esa boca jamás lo volví a sentir jamás. Adiós musa de la salsa. Y se fue Yare, se marchó Yare.

La desunion de una familia

  Hace unos meses conversaba con una vecina que es adulto mayor. Le decía que a pesar de tener 75 años se le veía muy conservada y fortaleci...