jueves, 8 de octubre de 2020

La necesidad de la izquierda

 


 


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El avance incontenible del proceso de globalización que arruina las economías nacionales, la ahistoricidad consumista en que es encarcelada la cultura como consecuencia del impacto del esquema individualista, y la privatización descarada de la agenda del desarrollo, sin que la política pueda negociar las ventajas más racionales para las sociedades, pone en el ojo de la tormenta la necesidad estrecha de refundar un discurso de izquierdas que sea capaz de superar cualitativamente esa metafísica del mercado que subordina la existencia a un estado de guerra permanente[1], y que arrebata a la vida la oportunidad de concretizar su crecimiento ilimitado sin que la desigualdad y la arbitrariedad del poder posterguen taimadamente la felicidad del espíritu social. Más allá de los caprichos interminables que esbozan las identidades privadas para no socializar las ventajas económicas que ofrece el aparato productivo,  más allá del desprecio racista que mantienen incólumes los sofisticados monopolios culturales, y más allá de la instrumentalización desvergonzada del trabajo político, que la rebaja a ser una actividad oscura marcada con el sello de lo vil, creemos que la elaboración de un programa conciliado con el bien público es urgente en un momento donde el divisionismo ideológico y la corrupción de las oligarquías financieras desanima a la subjetividad a vulnerar victoriosamente la fluctuante y ubicua gramática del poder[2]. La izquierda en este contexto de violencia y de desalmada competencia organizativa se convierte en el espacio de formación y de agrupamiento de las identidades populares no para conseguir un adoctrinamiento enceguecedor que siembre el rencor y el resentimiento, sino para representar un salto cualitativo de transformación de los saberes sometidos, en un escenario cultural donde todo afán de reconocimiento esté compensado por una redistribución productiva de la riqueza social.

 

Si la propuesta de izquierdas enfrenta la multiplicidad de los dispositivos del poder a través de un solo relato que deposite la confianza del progreso en la dureza y sagacidad de un actor único, colisionará indefectiblemente con una realidad compleja en la que la agresividad del mecanismo de la historia alcanza una prolijidad asombrosa para desterritorializarse y despedazarse en micrologías cotidianas. En la medida que la praxis combativa y la predisposición para derrotar las inmanencias existenciales se propongan extraer del quietismo narcisista toda la creatividad histórica y la solidaridad suficiente para desterrar la indiferencia, será mas sencillo entender que la búsqueda de una mentalidad progresista significa combinar simultáneamente un ejercicio transcultural con una política económica que reorganice la propiedad privada en función del bienestar social, sin renunciar la desarrollo económico.

 

Actualmente que el poder de los conglomerados económicos subordina las complejas estructuras sociales para desmantelarlas o simplemente despolitizarlas, se hace necesario equilibrar el poder del capital como una primera condición para flexibilizar y amenguar la racionalidad técnica, para posteriormente, trastocarla en una lógica de la responsabilidad y del cuidado ético[3] que signifique defender la vida de los riesgosos procesos de abstracción social que la atrapan en un mecanismo de excesiva exclusión y explotación económica. El derrumbe del estado populista como productor de lo real cede su lugar a la fabricación digital del ser que deslocalizando el funcionamiento de las economías regionales supedita la constitución de  la identidad a  procedimientos desvergonzadamente mercantiles, en un contexto en que la vida naufraga irremediablemente entre la locura social y la impavidez tecnocrática. Ahora que la subjetividad esta atrincherada en la desidia hedonista o en la retirada a la barbarie, es urgente reinscribirla en la conformación de una práctica emancipada que suponga comprometer a la mentalidad subalterna en la discusión acalorada de las problemáticas sociales con el propósito de aperturar el sistema político a la inclusión productiva de las mayorías. Esto no significa sobredimensionar la capacidad del Estado como ámbito de resolución de conflictos o encarnación de una verdad absoluta que aplasta las diferencias – lo cual acarrearía un severo problema de inestabilidad democrática- sino entender que le verdadero cambio social implica reorientar las fuerzas de la inversión privada a través de una política que la contrarreste y la obligue a identificar rentabilidad empresarial con desarrollo humano.

 

Mientras que la violencia ontológica de la razón occidental vigila compulsivamente nuestros esfuerzos por concienciar sobre los efectos catastróficos del cambio climáticos y del daño ecológico, creemos que un discurso de izquierda debe ubicarse en el necesidad de redefinir su paradigma de la planificación industrial, porque de no hacerlo seguirá siendo responsable del acrecentamiento de un consumismo irresponsable que bajo el rostro de la masificación de la satisfacción social escande una visión instrumental de la naturaleza, convertido en una despensa del apetito del voraz progreso material. La necesidad de defender la vida -definida como aquella dulce película que se moviliza en base a ensoñaciones y proyectos de felicidad- de las desviaciones genéticas y programadas de la maquinaria global resulta imprescindible porque de  no hacerlo no sólo la vigencia del discurso contestatario resultaría inútil, sino que además su humanismo bohemio se tornaría en una perorata reaccionaria y esnobista que derramaría por le mundo el fundamentalismo y la desadaptación a los cambios tecnológicos. La búsqueda incesante de una compensación civilizatoria a la trasnacionalización del capital se ha de sostener necesariamente sobre la complejización de pactos sociales en donde el objetivo imprescindible sea la introducción solidaria y democrática para la creación de conocimiento, de la cual se deriva urgentemente un cuidado clínico de las diversas manifestaciones de la vida social. No basta con celebrara la socialización de los bienes económicos sino que hay que perseguir constituir subjetividades radicales que sean capaces del leer y deconstruir apropiadamente las trampas cosificadotas y la degradación del poder.

 

Crítica del individualismo:

 

Es difícil ponerse a argumentar que la realización de los sueños colectivos que las identidades populares despliegan implica desechar como anacrónico e inmoral aquel visceral individualismo, que supone frente a todas las críticas el eje ontológico alrededor del cual se autoconforma la producción de lo real. Si bien como argumentaba Durkheim, la complejidad de la división social del trabajo asegura temporalmente que la trayectoria privada se ancle al interior de un proyecto de desarrollo compartido[4], la verdad es que en realidades atravesadas por severos cuadros de anomia y de subjetividades transgresoras esta enfrente la decisión de desligarse forzadamente de permanencia de referentes generales, porque de ello depende la preservación de su integridad física y simbólica.

 

A grandes rasgos la conjetura que se maneja es que la sofisticación del éxito individual, la realización de la existencia privada, coacciona el desarrollo de una cultura de la solidaridad, porque la inexistencia de mecanismos institucionales y de agendas comunes de prosperidad que estrechen la felicidad particular con el bienestar colectivo obliga la sujeto carente de una ética social a decidir por su beneficio privado. Es la ausencia de una moralidad individual que consiente un mínimo de respeto por le bienestar del otro, debido a la normatividad salvaje de la economía de mercado, que considera como     descartable todo discurso que implique un gasto innecesario de cursilerías humanoides, lo que ocasiona que las energías productivas sean utilizadas en función de intereses privados. Mäs allá de que exista una peculiaridad bondadosa en toda personalidad, no erosionada por la instrumentalización del mercado, creemos que este resto de ideología limosnera no representa un sistema de creencias capaz de contener la corrosión de la marejada cosificadora, ya que dicha envestidura estratégica se impone como un conjunto de reglas soterradas que aplana cualquier iniciativa comunitarista como condición única para dar validez a la sobrevivencia individual.

 

No queremos condenar al ostracismo toda alternativa de equilibrio civilizado al capitalismo descarriado, pero en las sociedades periféricas esta opción no representa, ni desea proponer una serie de modificaciones reformistas a la ideología del mercado, porque se considera inviable un tránsito acordado hacia una economía social por el terrible poder  macroeconómico que el capital privado ostenta en las estructuras sociales híbridas de las regiones periféricas. En alguna medida el derrotero de la individuación y los procesos socializadores que fabrican el perfil psicológico de las conductas tipológicas exhiben enormes cantidades de disconformidad con un ambiente de estereotipos socialistas porque perciben que estos elementos ideológicos representan un  gran costo social y económico para ser ensayado con éxito. En una cultura cargada de reglas de juego mercantiles que producen individuaciones desconectadas de la reproducción de agendas comunes, la única garantía para conseguir no renunciar a problemáticas de interés público es previamente aprender a sobrevivir en una realidad saturada de esfuerzos y conductismos, aún cuando dicha habilidad se termina por convertir en una virtud que obstruye la promesa de luchar por la conservación de la totalidad social. La corrosión de espíritu social por obra de individualidades que buscan a toda costa predominar antológicamente en el ámbito cambiante de las posiciones sociales, provoca una socialización que va perfilando subjetividades que observan como algo natural instrumentalizar los bienes de la sociedad, lo cual significa que la producción de la biografía típica legitima la injusta distribución de los recursos cognoscitivos.

 

A medida que la sociedad plantea la urgencia de explicitar, sólo en el discurso, el desarrollo de subjetividades democráticas, tanto más estas se tornan en protagonismos atómicos que percibe el proselitismo de izquierda como una agresión en contra de la misma integridad del individuo que tanto lo necesita. Es decir, al profusión de lenguajes moralizadores y de toda una coyuntura ideológica de granes movimientos que persiguen la transvaloración de los significados, choca indefectiblemente con una metafísica que se ha disgregado en el corazón mismo de las contingencias individuales, la cual impacta en la autocultura personal como una barrera que presenta la transformación social como un estúpido e irresponsable sacrificio. Quizás, en sentido sólo especulativo la inviabilidad de construir una alternativa que logre resignificar y tener una cultura apropiada de capitalismo desterritorializado no se debe a la existencia de un defecto estructural que el error histórico evidencie, sino a que la prueba de una asimilación irresistible de la organicidad compleja delata la expresión cínica profunda de una individualización que nunca supo hacerse cargo  de elaborar un relato común del destino histórico nacional. La fragmentación despótica de escenarios culturales, sin que estos lograran consolidar una síntesis antropológica que superara el empobrecimiento del significado ideológico que la subjetividad inventó para esquivar la recesión de la identidad, precipitó en los senderos de la historia una personalidad que siempre se autoconstituyó a la zaga de las gigantescas ficciones civilizatorias que proyectaba, sin la suficiente valentía para asumir el costo de revolucionar drásticamente la mentalidad acomplejada y hundida en el miedo y en la esclavitud de sí mismo.

 

Como quiera que sea, la facilidad que halla la globalización capitalista para arrancarnos el derecho de edificar nuestra propia objetividad, no reposa en la perfección desmesurada de los sistemas disciplinarios sino en las varias cárceles epistémicos que hemos ido diseñando, con el propósito de atribuirnos cierta estabilidad simbólica cuando la empresa de autoconcebirnos estructuralmente se presenta como una responsabilidad demasiado difícil y aburrida de cumplir. Lo que quiero decir es que en la trayectoria de ser la unidad que expresa la diversidad las identidades colectivas se han decidido por vivir la fantasía de una gran síntesis cultural, sin comprometerse seriamente con llevar a la práctica todos los ingeniosos saberes que está prometió, porque el espíritu de nuestros pueblos careció de la necesaria energía cósmica para enfrentar la falsa totalidad. En la medida que nos hemos acostumbrado a presenciar reprimidos el holocausto de nuestros vencidos, y a sorprendernos cuando otros pueblos del mundo alcanzan la cumbre de su expresión histórica, ha dada avances importantes una subjetividad subterránea y sincrética, que si bien evadió la responsabilidad de transculturizar la rémora de nuestro desarrollo social, porque rechazo de plano el historicismo evolucionista del pensamiento monocultural, permite mantener renovadas esperanzas de que no se quede varada en una sobrediferenciación absurda y mezquina sino que progrese hacia la conformación de una conciencia pluridimensional que consiga realizar todos los saberes que la maquinaria de flujos oscurece y mantiene olvidados. Creemos que en tanto la heterogeneidad sociogenética asfixie el desarrollo de las infinitas singularidades, la individuación ontológica no dejará de ser una odisea transitiva, incapaz de superar el escollo ideológico que representa una realidad sin una auténtica base económica, y por consiguiente, atrapada en el vicio de adormecerse con toda una trama  de mentiras y falsedades que sustituyen hábilmente la emancipación, y que sentencian a la personalidad a no saber disimular con audacia los padecimientos objetivos.

 

En una individualidad que disfraza el empobrecimiento histórico de no controlar a cabalidad la producción de la realidad  material la que facilita la imposición de un discurso cuyo ámbito de construcción se ubica en la administración simulada de l caos cultural, sin llegar a comprometerse seriamente con trastocar afirmativamente una formación sociocenómica atrofiada por una ideología elitista y privatizadora. Mientras la biografía individual no consiga vincularse progresistamente con la responsabilidad compartida de preservar la normatividad social, mientras el discurso de felicidad signifique aceptar como lago natural el predominio de la razón de mercado, que en el corto plazo sólo otorga autoconservación provisional, y mientras toda improvisación y pragmatismo social represente un obstáculo que oscurece la urgente visualización reflexiva de las amenazas sociales, será muy difícil concretar la elaboración de una poropuesta reconciliada con el destino de la comunidad, porque paradójicamente la transmutación benéfica de la realidad social depende del constante deterioro de las reglas del juego democrático que nadie obedece. El divorcio abismal entre una singularidad que aprende las habilidades suficientes para defenderse de la violencia de la maquinaria social, una realidad que ante el desampara de los esfuerzos individuales se licua dramáticamente, entrega la producción de las psicologías colectivas al constante reacomodamiento de sus reservorios culturales ante las convulsiones de la diferenciación sistémica, y ante los desequilibrios funcionales que provoca la imposición del desarrollo capitalista. En la medida que la expresión de lo real  es el producto agresivo de una organización compleja se deshacen las posibilidades de construir integraciones lingüísticas exteriores a la imposición administrativa, porque no existen internalizados de manera compleja raíces ontológicas respetuosas de la integridad psicoafectiva de los otros, que son vistos como meras mercancías y objetos de instrumentalización. No es, en otras palabras, la propagación de una metafísica mercantil en las conciencias individuales la que ocasiona la obstrucción de la particularidad civilizatoria de nuestra identidad, sino una agresiva sincronización ideológica con el relato superestructural del consumo y de la relatividad cultural la que explica el atrofiamiento y el carácter inconcluso de nuestra peculiar antropología social, que no se halla comprometida con urgentes cambios estructurales que ponen en riesgo su falso y mediocre felicidad individual.

 

Puestas las cartas en al mesa, el riesgo de configurar salidas colectivas que impliquen sacrificar ventajas individuales, en un contexto donde el cambio social es imprescindible, es percibido como una empresa de orates que con el propósito de evadir el peligro de la nada termina por precipitar la dolorosa evidencia de un mundo que hace del veneno del vacío el sustrato de su realización social. El carácter anómico que experimenta la interacción cotidiana no sólo desdibuja y vuelve irrepresentable las condiciones sociales de una  gran transformación colectiva, sino que además persuade a las singularidades a difundir arbitrariamente la institucionalización de tal realidad transgresiva, porque la supervivencia de la subjetividad subalterna depende del ataque y degradación infinita de los lenguajes y repertorios culturales comunes, que son sustituidos por una lógica de omnirelatos simbólicos que no aseguran para nada asumir discursos de acción y estrategias de sentido común.

 

No quisiera que de mi realismo ontológico se desprendiera una soberana apología a la reproducción de una complejidad cultural que no admite ni desea tener puntos de contacto con edificios estructurales que perjudican y dificultan que las ideas que afianzan la identidad se tornen en programas de acción concretos. Nada más alejado de la realidad que describo. En síntesis, creo que el divorcio que existe entre una estructura social fragmentada e involucionada que es desamparada y se diluye cuanto más su corporalidad material es manipulada y absorbida por la mundialización de la economía, y una delgada película de discursos que se aglomeran alrededor de la descarada y desigual distribución del conocimiento social que nada quiere saber de responsabilidades organizacionales, a las cuales solo instrumentaliza, es un rasgo, digamos, socio-estructural que recorre todos los esfuerzos ontológicos por reconstruir un discurso histórico coherente y reconciliado con el bien común de nuestras sociedades. A medida que el carácter social es descuidado y se evapora en el biopoder hegemónico y subalterno, que enmascara el rezago de circunstancias que se conciben tradicionales de modo ideológico e inapropiado, es difícil concebir proyectos alternativos comunes, debido a que el divorcio ontológico del que hablamos torna complicado el reconocimiento de núcleos patológicos que correctamente reconstruidos podrían consolidar singularidades capaces de alterar significados que los esclavizan y los hacen morar en el miedo. Hoy en que las  realidades periféricas se desterritorializan y consumen los pocos cimientos objetivos donde hacer descansar la sensación de existir plenamente, la clave para hacer retroceder el impacto del cuerpo sin órganos, es ubicar la liberación en la adaptación permanente a la amenaza de la estandarización y del desierto del mercado, de tal modo que la identidad logre apropiarse y reprogramar el peso de las ideologías que lo someten y los engarrotan en el conformismo y en la soledad absoluta.

 

Deseconomización de la cultura crítica:

 

En las reflexiones que teje Perry Anderson a cerca del marxismo occidental  se desprende que el giro cultural, filosófico y epistemológico que adoptó éste en las sociedades de los capitalismo más avanzados supuso un retroceso ontológico con respecto a la edad del marxismo clásico economicista anterior a  la Primera guerra Mundial, que había ponderado la necesidad de construir teoría vinculado estrechamente con el trabajo político de las organizaciones obreras y sindicales. Si bien se comparte su explicación que este viraje sociológico y refilosofante se debió a la difuminación de las posibilidades de revolución política en las sociedades del capitalismo tardío, creemos que dicha culturización de la hermenéutica crítica buscó multiplicar el análisis social a cuestiones y áreas de la realidad social que eran soslayadas por el marxismo ortodoxo, y que correctamente exploradas atorgarían a la reflexión crítica una capacidad de maniobra y de ataque a una vida estandarizada que había perfeccionado la imposibilidad de la liberación humana. Debemos estar de acuerdo con Anderson que esta ruptura con el marxismo economicista significó el atrincheramiento del análisis social en un a crítica destructiva al proceso de racionalización, que había sido amortiguado por una superestructura cultural dirigida por la estandarización del consumo y de la cultura de masas, y que  tal crítica dejaba un pesimismo ontológico incapaz de elaborar un proyecto de emancipación a la inconmensurabilidad de la maquinaria social. En lo que no estoy de acuerdo con Anderson es que su argumentación no fue capaz de visualizar que este esnobismo y espiritualismo cultural representó una inspección ambiciosa del proceso de evaporación de la estructura económica que dio centralidad a una diferenciación cultural caótica y esquizofrénica.

 

Talvez el marxismo occidental – sobre todo las posturas críticas de la escuela de Frankfurt- subestimó la capacidad de respuesta de las cultura oprimidas, aplastadas por la jaula burocrática, sin embargo, su aristocratismo estético significó un aporte considerable para la posterior recepción y manifestación de un materialismo cultural que tuvo una lectura apropiada de la desmaterialización de la estratificación social y de la conformación de una sociedad compleja con valores y sistema de creencia postmateriales. En tránsito de la sociedad planificada y de la producción disciplinaria de la subjetividad a una sociedad donde el deseo y la experiencia de los escenarios postmodernos influyen en la fabricación de estilo de consumo y de una variedad de mercados especulativos que ponen énfasis en al delineación de bienes culturales y redes fluidas en constante cambio, ocasionan la urgencia de una recolocación estratégica de la cultura crítica posicionada en la premisa que el proceso de personalización, del que habla Lipovestky, inaugura la consolidación de ideologías y micro-narrativas de la dominación menos coercitivas y más democráticas, no obstante, capaces de alienar con mayor sofisticación y productividad social. Este totalitarismo líquido e individualista del que habla Ubilluz, en su libro “Los nuevos súbditos” expulsa de la política económica a los actores emergentes que se demuestran incapaces de revertir y apropiarse la naturaleza despiadada de códigos plásticos y de mayor elasticidad, debido a que estos moldes simbólicos, estos laboratorios de la innovación y de al creación de conocimiento productivo, consolidan monopolios y oligarquía culturales que arrebatan y elitizan las condiciones sociales donde se produce una corporalidad y subjetividad consciente de su papel social en al estructura social. En la medida que el avance de la desrealización ontológica cohíbe el desarrollo de salidas coherentes con el bienestar de la comunidad, en la medida que el atascamiento de la identidad variada crea rutas de desahogo más vinculadas a divorciarse de la infraestructura económica, se induce la fortalecimiento del dominio de los sistemas abstractos y de una complejidad organizada que arroja al significado en el campo de expresión de una metafísica que decide desvanecerse en el olvido e y en los vestíbulos de la precariedad y de la irracionalidad mercantil. Es la recaída de la subjetividad social en la licuación de las inmanencias y del deseo desbordado lo que provoca la absorción de las formas de producción material y simbólica por un proceso de personalización periférico y subalterno que liquida todo contacto responsable con el destino estructural del país, lo cual acelera a validez del saqueo trasnacional y coloca la producción material en un escenario de enclaves extractivos, servicios inmateriales y economías informales y de la solidaridad que constituye una severa restricción para un desarrollo real de nuestra particularidad civilizatoria.

 

Más allá de que la cultura crítica interna no halla logrado evolucionar un relato hábil y escurridizo para cuestionar y desocultar el predominio de un biopoder que coacciona la revolución expectante de la vida cotidiana y que ubica el sometimiento de los aparatos de control, en el degradamiento intencionado de las instituciones, creemos que este defecto no significa que dejen de existir lecturas avezadas y comprometidas de la realidad capitalista, que revelen el saludable reposicionamiento del discurso negativo al interior de u espacio de entropías comunicativas y de infinidad de discursos y máquinas deseantes. Es difícil decirlo pero es el fantasma de la revolución y el desarrollismo sólido la que afinca la terquedad del relato de izquierda en la desaceleración de un resentimiento asfixiante e irresponsable que se niega a adoptar una postura más coherente y honrada con respecto a la naturaleza compleja de las clases postergadas. Mientras el empuje de las subjetividades subalternas no consiga dar forma a una teoría que acepte que hoy la dominación se juega en la culturización irreversible de los lenguajes y de la experiencia social y no en hacer estallar con una sublevación general el cimiento estructural del desarrollo social, será  muy difícil persuadir a la cultura popular a desactivar y reconstruir desde su propia práctica  cotidiana la gramática de una dominación ciertamente autoritaria y empobrecedora.

 

Hoy más que nunca que el pensamiento negativo está obligado a tejer audazmente una interpretación desideologizada de la realidad, que e permita, a su vez, hacer evolucionar una síntesis emancipada de las multitudes y de los organismos reticulares, sin que tal tarea signifique abandonar las temáticas clásicas del marxismo, sino en reparar que el poder se descentraliza patológicamente como un virus astuto y evasor que paraliza la realización y atrinchera la identidad en una estandarización estúpida e inconsecuente. Creemos que de la  transvaloración de las gramáticas de la dominación y de las esferas de la descarada explotación y exclusión social se debe avanzar hacia una posición más ambiciosa y total de los problemas de las sociedades periféricas, lo cual provea a la razón subalterna de un control expectante de los sistema abstractos y de su tendencia a extraviarse en el caos de las ideologías globales y en la metafísica anárquica del mercado. La mundialización de la economía que supera las distorsiones políticas que los flujos económicos impusieron al crecimiento de las organizaciones capitalistas desdibuja en un santiamén los acuerdos y la vigilancia democrática que los Estados-nación consiguieran imponer al capital descarriado, lo cual a la larga significa el derrumbe implícito de los procesos de socialización que confeccionaron relativamente un individuo conciliado con el interés general. La decadencia del proteccionismo económico que sirvió de cimiento objetivo para que la naturaleza apropiadora de los organismos individuales no se desviara de la legitimación a la industrialización, facilitó la multiplicación de diferencias y ghetos culturales que en tensión permanente con el propósito unidimensional de construir una modernidad sólida representaron el resguardo del sentido en corazas y estrategias de supervivencia populares que expulsados de la premisa de una ciudadanía proletaria se lanzaron a  la consecución de formas de producción microempresariales, y de redes de subsistencia que sirvieron para dar validez a las mutaciones subalternas que el impacto de la lógica del mercado obliga a realizar.

 

Es en el contexto de una economía culturizada que incorpora elementos de resistencia productiva en la informalidad, que la razón populista debe ingeniárselas para reactivar la noción de un desarrollismo económico en franca cercanía con programas de largo aliento, que inserten toda la creatividad se los sectores productivos y de la fragmentación microempresarial en una política económica que sostenga su eficacia en un modelo de industrialización compleja que se valga de su alianza con la explosión de a cultura popular y de las sabidurías tradicionales. Creemos que la persecución ontológica que padece el conocimiento emancipador por obra de una metafísica mercantil, utilizando en su provecho la savia creativa de las subjetividades populares para justificar el poder del capital  financiero y el saqueo de los saberes de la biodiversidad, debe combatirse desde las entrañas mismas de la interioridad domesticada. Liberar la mente de las singularidades conformistas y empobrecedoras debe convertirse en el principal objetivo del relato de izquierdas, porque sin ese poder reconstructor y sin una apropiada lectura del engarrotamiento del desarrollo social, no se podrá concretar válidamente las urgentes transformaciones estructurales de un cuerpo social profundamente fracturado, asimétrico y enajenado con respecto al mecanismo de la propiedad privada. Pero téngase en cuenta lo siguiente: una real transmutación de los valores sociales no pede alcanzar identidades libres en tanto la presión revolucionaria no desactive de forma histórica el mecanismo intemporal  de la trasnacionalización, confeccionando una sólida base económica que concretice el voluntarismo cultural de las subjetividades emancipadas. Hay que saber descifrar el poder de la estandarización con una política coherente de las potencialidades periféricas, para que de este adecuado diagnóstico se desprendan un variado abanico de posibilidades de imaginación histórica, que proporcionen la vida deteriorada de una capacidad de reconstruir la corrupción de los rostros de la dominación, que son valga el énfasis, demasiado desvergonzados en un intento de reducir o simplificar las ingentes destrezas que es capaz de expresar los saberes sometidos.

 

El socialismo o la nación:

 

La nueva internacionalización de los movimientos sociales después de ser aplastados por el desmantelamiento del Estado de Bienestar y de las diversas luchas antiimperialistas de las sociedades de la periferia capitalista, conducen a la razón revolucionaria atener que desenvolver su accionar teórico y práctico al interior de una marejada de organismos globales y culturas desterritorializadas que confrontan directamente la estrategia de su nacionalismo metodológico, que concebía la captura del Estado como un primer paso para reformular as directrices de las políticas públicas que eran percibidas como claramente antipogresistas. Las nuevas coordenadas de palucha contrahegemónica en un espacio social donde los aparatos del Estado sirven para garantizar la administración policiaca de los agentes privados, bien llamados por Chomsky, “Estados canallas”, visualizan objetivamente que la transformación de la complejidad capitalista y de las varias redes nerviosas del biopoder deben ser combatidas desplegando una respuesta alternativa de carácter global, que persiga la reconstrucción acelerada de las injustas y multidimensionales relaciones coloniales de poder, lo que permitirá, a su vez,  la manifestación de toda la  riqueza cultural y biográfica de las identidades subordinadas. Si bien la táctica de ejercer un equilibrio ontológico desde las subjetividades rebeldes comporta debilitar la eficacia de las luchas de reivindicación a nivel nacional se evidencia una interconexión creciente de las organicidades contraglobalizadoras que en su afán de dinamizar el control de la vida democrática por sobre los flujos descentralizados del poder global, enfocan sus pougnas por fuera de los necesarios cambios regionales y locales de las identidades sometidas, descuidando ciertamente los escenarios microlocales donde se inscribe el biopoder. A larga el fortalecimiento de la experiencia cosmopolita de izquierda, desamparando los conflictos internos y cotidianos de las múltiples nacionalidades empobrecidas, establecen una inteligencia aristocrática del pensamiento negativo que olvida y toma como irrelevante las rutas de construcción nacional, pues considera que la respuesta es eminentemente  a nivel de la globalidad.

 

Aunque en la vulgata revolucionaria existe una real preocupación por las realidades particulares de cada nación, la fuerza que imprimen los  movimientos sociales se ubica en la contienda por desactivar las envestiduras coloniales del poder global, sin resguardar sensatamente el cuidado de temáticas socioeconómicas que son percibidas como problemas de gestión redistributiva o resueltas por conformaciones reticulares de una economía solidaria. Al desconectarse contundentemente la colonialidad del poder se cree ciegamente que se conseguirá una disposición simbólica y democrática para consolidar formas de producción económica que articuladas a un toda sistémico logre resolver la pobreza estructural, además de otorgar condiciones sociales para el cambio afirmativo de los índices de desarrollo humano y social. Lo que no se visualiza con certidumbre es que la inyección líquida de capital a formaciones micro-empresariales que no tiene la expectativa de integrarse a una heterogeneidad productiva nacional, y la inversión exclusiva en consolidar actitudes y economías de pequeña escala, evaden la responsabilidad de afirmar y sostener un cambio socio-estructural que no signifique perder autonomía política con respecto a los intereses de las grandes corporaciones económicas, sino que en la reconstrucción política de los circuitos macro-regionales se hilen los centros nerviosos de una economía política que represente una sólida capacidad de negociación social con al mundialización e interdependencia de los flujos económicos.

 

En la medida que los actores subalternos comprendan que el afianzamiento mancomunado de un robusto mercado nacional acrecienta un abanico mayor de posibilidades reafirmación socioeconómica, que a largo plazo beneficia que el conocimiento social sea mejor redistribuido y no confiscado por los grandes monopolios tecnocráticos, se entenderá que la tendencia maligna hacia el engarrotamiento ideológico debe ser combatida con el aprendizaje de una pedagogía de la crisis social que sepa leer que el poder económico no resiste la reinterpretación de su discurso simplificador cuando la subjetividad y la condición simbólica se propone revertir con plasticidad la tendencia a la homogeneización social Queramos o no pero la defensa coherente de la comunidad imaginada nacional deja de ser la finalidad teleológica de la razón populista para convertirse en la consolidación de un poder público que negocie racionalmente el despegue de las identidades nacionales que alcancen destrezas globales sin que tal segmentación y desintegración sistémica signifique la atrofia o perjuicio del bien común, sino que exista una coordinación reflexiva de los actores de una geocultura nacional.

 

Creemos que la síntesis histórica que inspiró los proyectos de una cohesión nacional deben ser desideologizados de tal modo que esta hegemonía febril y estandarizada acepte que su rol estratégico significa constituir eventualmente coaliciones nacionales que protejan las circunstancias sociales en que se originan las socializaciones organizativas y económicas que legitiman el crecimiento del mercado interno. En al medida que el crecimiento y desarrollo tiendan a la atomización y a la degradación de los vínculos de solidaridad, porque el éxito exige una competencia efectiva y desleal, no se podrá corregir, ni siquiera detener, la dispersión interesada de los intereses económicos y la propagación de una moral tecnocrática que manipula los residuos sociales en función de la configuración de una cultura de las relaciones públicas y de los afectos, que desestructuran y diluyen los marcos de socialización en donde se protege el desarrollo de la personalidad. El rol del Estado y el secreto de su autonomía efectiva residen en la habilidad que expresa no dejarse arrebatar el espacio público donde se despliega la lucha de intereses diversos, porque sino lo mantiene lejos de la corrosión de la privatización ontológica la vida es invadida por una instrumentalización descarada que erosiona los sistemas de protección comunitarios y los sistema de creencias tradicionales e híbridos. La descomposición de la realidad social debe ser el proceso  perverso que la ética socialista debe contener como un primer paso para que la identidad agote las condiciones sociales que el estado ofrece, y así pueda aprender a reaccionar ante las convulsiones económicas que desconectan las solidaridades y arruinan la vida doméstica. Lo social no es sólo asunto de los esfuerzos de una rala, pero combatible, sociedad civil organizada sino el producto obligado de las síntesis identitarias del Estado-nación, porque de no defenderse la creatividad colectiva y la metáfora “sociedad” no se podrá garantizar a ciencia cierta el desarrollo de productos singulares exitosos pero reconciliados con el cuidado y respeto por la vida social. La sociedad deja de ser el punto de partida que va desapareciendo lentamente del escenario de la globalización sistémica, para pasar a convertirse en al culminación perfecta de las luchas y convergencias ideológicas y recíprocas de los variados proyectos alternativos, es decir, el desarrollo de un consenso ideal que proteja y expanda la vida social hacia aquellas actividades donde la interconexión es sólo instrumental y descaradamente funcional.

 

El estado-nación es, en otras palabras, la sagrada encarnación de los anhelos progresistas y de vanguardia, la institución imaginaria donde se preparan y traducen afirmativamente los intereses diversos para concretar una antropología socialista que entienda que la estrategia es ahora revolucionar los complejos ideológicos donde se desperdicia u liquidan los deseos coherentes de la sociabilidad. El propósito es ir respropiándose de los micropoderes y de la astucia conspirativa para revertir la tendencia que demuestra la desrealización a expulsar del manejo estructural a las identidades que sufren el impacto negativo de la mercantilización y de la socialización crónica. Hay que avanzar de una defensa nacionalista de las condiciones soberanas – lo que implicaría ceder el poder a absurdas aventuras autocráticas- hacia un planteamiento inteligente que sumerja la potencialidad de dicha soberanía en el control fluido y negociado de las convulsiones lingüísticas que desafían toda negligencia sedentaria o modorra ideológica.

 

Ecología y discurso negativo.

 

La maximización de la sociedad de consumo y la multiplicación de las necesidades complejas, difíciles de ser procesadas por un sistema político que fundamentó la generación del desarrollo social en el acrecentamiento del patrón de acumulación dirigista del Estado de bienestar, se confronta con la amenaza de que el sometimiento de la naturaleza extrahumana, con todos sus recursos y sistema de biodiversidad, provocaría una crisis medioambiental que involucra el peligro de destruir las condiciones de existencia global de la humanidad. Cuanto más el sistema de consumo trastoca y desfigura el abastecimiento de la naturaleza en provecho del insaciable apetito de los estilos de vida artificiales y extravagantes. Como condición para despolitizar la subjetividad, tanto menos respuestas participativas demuestra la debilitada tradición democrática para detener el avance destructivo del capital industrial. El hundimiento de la complejidad biográfica de la personalidad burguesa en los laberintos del consumo y las sintonías híbridas de las culturas orales en la proyección mediática y cibernética de los organismos sociales, lo que condiciona el ritmo irreversible de la explotación de la naturaleza, y lo que esta provocando, por consiguiente, la aceleración de la contaminación y degradación del medio ambiente. La exageración de una vida que sólo se reconoce y sobrevive atrapada en sus invenciones lingüísticas, siempre encarnadas en tecnologías del goce y de la recreación irresponsable, conducen a la ceguera de las escandalosas mutaciones materiales que los agentes privados llevan adelante originando una mentalidad que concibe la realización únicamente a través del constante equilibrio que logra concretar la afirmación individual, despejando el camino a un monstruo tecnológico que vive asediando la vida y haciendo deliciosa la instrumentalización. El riesgo de la entropía civilizatoria conoce el mismo destino que el agigantamiento de la insignificancia y la infravaloración de la cultura. Es la proliferación celebratoria y apocalíptica de los discursos la que torna oscura la fuerza democratizadora para reconocer, a fin de cuentas, que el imparable progreso del capitalismo resulta una desviación cósmica que debe detenerse en su actual remitologización abstracta. Un reencuentro coexistencial y débil con los poderes arcaicos de la naturaleza desdibujaría el complot majestuoso que prepara el capital para asemejarse unitariamente con la vida, con el uno primordial, con el devenir, y así naturalizar cínica y publicitariamente las relaciones coloniales de dominación que se mantienen intactas.

 

Es un hecho de que las  varias empresas depredadoras de la naturaleza, celebradas por los desordenados y pretorianos Estados canallas, como son las multinacionales que están atrás de las sabidurías locales, la despensa de los recursos minerales y bióticos, y la barata y expuesta fuerza de trabajo, están ocasionando vilmente alteraciones indetenibles en las sociedades tradicionales, originando la decadencia delincuencial y la migración forzada de los últimos residuos no globalizados de las cultura vernaculares, para extraer las riquezas de los organismos naturales que justifiquen y perfeccionen la persecución cosmética y simbólica que padece la vida interior. La legitimidad que busca sembrar en la opinión pública es que el actor estratégico de estos cambio bruscos tiene la sensata intención de superar una visión tradicional y obsoleta del aprovechamiento territorial para introducir una dinámica modernizadora que integre a las poblaciones en un desarrollo sostenible que beneficie, finalmente, a la comunidad afectada por una mentalidad excesivamente negativa hacia la inversión capitalista. Sin embargo, esta ideología presuntamente desarrollista no es confirmada en la práctica, debido a que la forma administrativa que empela para extraer los recursos es incrustar fortalezas fabriles, enclaves productivos, que no desarrollan conexiones comerciales, ni institucionales con el mercado interno, lo que sólo se compensa legalmente con el pago a la comunidad de regalías, por ejemplo, mineras, que nos son pagadas realmente por las empresas mineras, que financian obras infraestructurales y de calificación de la mano de obra que nada tienen que ver con  las intenciones económicas de los asentamientos rurales o comuneros. En la medida que las comunidades campesinas se les arrebatan la posibilidad para reproducir sus economías de pequeña escala, que representan la habilidad en vivir en armonía ecológica con el territorio donde viven, se los empuja a ser sólo plusvalor material de empresas económicas a las que les importa muy poco confirmar la propuesta alternativa de un desarrollo sostenible. Es el conflicto entre sistemas de creencias que suponen un freno a una sensata modernización nacional, un cuerpo sin órganos que condene a la comunidad, sustentada en relaciones de reciprocidad a la muerte civilizatoria, la que empuja a las poblaciones rurales a abrazar ideologías regresiva y soluciones económicas delictivas como el narcotráfico, que buscan hacer tropezar y deslegitimar el sistema de enclaves productivos, que de alguna u otra manera acaba con el desarrollo endógeno de los pueblos.

 

En cierta manera lo que evidencia esta contradicción entre una vida que se niega a desaparecer con un sistema capitalista que succiona la savia de los pueblos ruarles, es la severa materialización de una lucha desigual e irresoluble, que como van las cosas, culmina en la controversial privatización de la propiedad comunal, y en la mutación imprevisible de luchas de resistencia armada y economías delictivas que solo justifican la represión de los sitema de control policiaco. Me parece que la clave para detener el avance de los organismos privados en el espacio de economías populares desprotegidas y frágiles, es subirse a la marea de la modernización con un proyecto de desarrollo ecológico que controle y varíela lógica depredadora del capital en  función de las urgencias de los actores locales y de las identidades rurales. Esto se logrará si previamente cambia notablemente el discurso sólo compensatorio y provisional del impacto ambiental por una organicidad popular que negocie y coordine a través de las instituciones específicas un programa de desarrollo nacional sostenible, que exija que la inversión privada se responsabilice del desarrollo de los circuitos regionales y locales, como principal actor económico que es, para que esta armonice su rentabilidad con las cosmovisiones del desarrollo subalterno de las comunidades rurales.

 

Conclusiones.

 

De todo lo que venimos sosteniendo se desprende que hay que abandonar el presunto esencialismo revolucionario que dirigió las luchas contra el imperialismo económico- debido a que se pensaba que la unidimensionalidad debías ser combatida con las interrelaciones explosivas de un actor exterior, como el movimiento obrero- por una estrategia que consista ontológicamente las ramificaciones biopolíticas que despliega el poder del entramado organizacional, no para administrarlo en función de la soberanía de los gobernados sino para desactivar la tendencia mistificadora que comportan, haciéndolas más cercanas, flexibles y adaptadas a las necesidades diversas de la población. No hay que confiar en que una autoridad fuerte y autocrática puede resolver en un espacio disciplinado las enormes demandas que la democracia consumista despierta, sino en que la participación productiva, descentralizada y especializada de los actores democráticos restituya una práctica política que anule la tendencia a la formación de oligarquías y grupos de interés que limitan y manipulan las instituciones de la democracia. La izquierda debe enfrentar el peligro del estatismo monolítico y autocentrado con el desarrollo creativo de una institucionalidad y organizaciones que creen una cultura cívica coherente con el desenvolvimiento de las diversas historias individuales. La política es todavía una actividad noble en donde se desafía la naturalización del poder, es un espacio de convergencia donde debe resolverse el descrédito mismo de la opción revolucionaria para convertir la democracia en un espacio de coordinación, contención e instrucción de una libertad negativa reconciliada con el bienestar general de los pueblos. La gestión del poder debe eliminar el realismo interesado de la profesionalización tecnocrática, con el sacrificio inherente a recompensas de carácter colectivo que desbaraten la envidia, las apariencias y las desviaciones del poder.

 

Creemos que la razón tecnológica y la expansión desmesurada del yo pueden ser desactivadas si lo subalterno se atreve a coexistir con un mundo saturado de invenciones cibernéticas y de dispositivos técnicos. Domar el capital significa, a  su anarquía y probabilística de flujos busátiles agregarles un decisionismo democrático, que este alerta frente a las trampas veloces e imperceptibles de las desviaciones ideológicas con la determinación de democratizar la resistencia al cansancio y la vida que vive en lo peligroso. El significado siempre es más fuerte que las torpes máscaras que nos embisten, hay que creer en nosotros mismos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] HARDT y NEGRI. Multitud

[2]

[3] LEVINAS Inmanuel. Totalidad e infinito.

[4] DURKHEIM Emile. La división social del trabajo.

lunes, 21 de septiembre de 2020

De ideólogos a consultores.

 

 



 

 

Cuestiones previas:

En estos renglones anarcas pero cercanos al riesgo de arrojarme nuevamente a la danza de la política voy a examinar un cambio imprevisto, no para  mejor sino una mutación que sobrevino con el agotamiento maligno de la modernización populista al interior de la izquierda. La historia que narro es incómoda pero se apoya en una lógica del proceso social que la vuelve verídica e insoportable.

Lego a los colectivos juveniles y a todos aquellos actores conscientes a recoger estas tesis anarcas y rebeldes con el propósito de escapar a la pesadilla que es el ultraje del espíritu de izquierda. No deseo una revolución ni una venganza purista sino una crítica constructiva del sistema gangrenado en que se ha envuelto la organicidad social de las juntas vecinales, los sistemas de subsistencia social (vasos de leche, comedores populares, club de madres), los sistemas de organización profesional alrededor de los movimientos y elites regionales/locales, la redes de organización de la promoción social (ONGs), el sistema de partidos de izquierda y derecha, y el campo académico-profesional del sistema educativo y demás instituciones del Estado. Este examen en la línea de un diagnóstico holístico no ensaya contrariamente una salida global, un gran esfuerzo de transformación cualitativa, sino el aporte de ingenuamente cuestionarla desde sus cimientos para despertar al ciudadano probo y solidario a combatirla desde la asociatividad y el desarrollo de esfuerzos individuales conectados.

 Este es un tiempo de liderazgos constructivos y creadores. Ahí donde todo esta en ruinas y se transita sospechosamente hacia un nuevo sistema global de realidad es creíble  parir nuevos referentes y propuestas de civilización. La juventud es clave, pero no esa juventud sin idea de sí misma, envuelta en el desperdicio de la autodestrucción  y la miseria utilitarista, sino una juventud que ejerza la crítica vital sin caer en el realismo y la resignación de los sistemas enfermos; un joven una joven que desborden socioculturalmente a la vida averiada desde sus entrañas y creen un nuevo sentido generacional. Pero esto es propedéutica o profilaxis marginal. Ahora señalo brevemente los contenidos de este documento irrespirable.

 

 

 

Técnica e ideología en el populismo.

En primera instancia presento la génesis cultural de esta enfermedad organizativa y social. Ahí donde se dio un corte de aguas generacional en contra de este escolasticismo, con el arribamiento de la generación de los 60s y 70s, sustento la tesis que la fuerza revolucionaria del cambio social de estos cuadros jóvenes y geniales sentaron las bases para la modernización legalista de la estructura público-privada de la sociedad. Si bien este rescate operativo de las tesis mariateguianas, de la escuela de la CEPAL y de los enfoques de la dependencia crearon una nueva capa de profesionales, dirigentes y funcionarios que planteaban un movimiento mecanicista y feudatario que aún era muy poco sofisticado y secular, la verdad es que el despertar de subjetividades oprimidas que tomaron la decisión  de migrar, de abrir negocitos aquí y allá, de aglutinarse en torno a la atracción del industrialismo y de apostar por una reorganización democrática de la sociedad, hablaban de un cambio de época con el que todos estaban de acuerdo y promovían. La idea es que este ataque a todo el cimiento de la feudalidad, del señorío y de la cultura de enclave de los grandes clubes oligarcas obedecía aun profundo diagnóstico acertado de la cuestión nacional por parte de los ideólogos y avanzadas revolucionarias que inundaban las organizaciones sindicales y barriales, los movimientos campesinos y el sistema de partidos nacionales. Hablemos de estos espacios.

En el terreno rural la toma de haciendas por parte de Hugo Blanco en la Convención (Cuzco) en los 60s, y ulteriormente como reacción en cadena en toda la Sierra rural – en especial en zona sur- y parte de la Costa no sólo obedeció a un cambio reivindicativo estimulado por ideólogos marxistas. Era sobre todo un movimiento social generado por la necesidad de combatir el desprecio y la explotación servil que sufrían los indígenas y comunidades campesinas hacia su cultura, y sobre todo como sostengo un acto natural de modernidad, una decisión  producida curiosamente por la aculturización criolla que provocó el sistema de educación pública monocultural; un acto de apropiarse de las tierras para expandir el mandato generacional, del que hablaba Degregori (DEGREGORI Carlos Iván:   ) y no un secreto milenarismo comunista que fue el discurso tomado de las tesis arguedianas escritas en sus novelas y obra antropológica[2] y en parte por de la legión de líderes y jóvenes pensadores que se autoatribuyó la dirección de estos movimientos.

El posterior desprestigio y desmembramiento de las cooperativas que propagó el Gobierno Velazquista con la Reforma Agraria del 1968 parece confirmar esta opinión. La revolución que se suscitó en el campo no fue un acto de institucionalización de las solidaridades campesinas y políticas que debían confluir en la estructura comunitarista de producción de cooperativas sino un comportamiento de liberación individual, un acto de ciudadanía que fue perdiendo contacto con la disposición organizativa y racionalizada del sistema cooperativo. Tanto había sido la profundización del sojuzgamiento gamonal del triangulo sin base, del que habla Cotler (COTLER Julio:) en la mecánica de la dominación interna, que no se desarrollo una cultura laboral en sintonía con la acumulación y productividad que esperaba la cooperativización del campo[3]. Se concibió que el mundo ritualizado y panteísta del mundo andino cuajaría en una cultura  económica eficiente y solidaria que daría forma a los mercados internos regionales y que resolvería la depresión económica y pobreza histórica del campo.

La descomposición acelerada de las cooperativas y su posterior fragmentación en una selva irracional de minifundios, como sucedió con las haciendas tecnificadas del Norte en La Libertad, Lambayeque, Piura, en la experiencia de los ingenios azucareros de la Oligarquía y luego con la propiedad colectiva de sindicatos agrarios locales, parece hablar en la dirección de mi tesis: la cultura organizativa  del campo penetrada por la corrupción dirigencial de los señoríos y grandes hacendados, se degradó aún más y reprodujo las prácticas nefastas del tradicionalismo gamonal, cuando estas poblaciones campesinas quedaron descabezadas  de los parásitos y comehechados “mistis”

Al parecer, y tal es mi observación el pésimo manejo administrativo de la producción agropecuaria, y la relativa indiferencia de la heterodoxia urbana – pues más se daba importancia al experimento de la industrialización-, hicieron que naufragara operativamente el planteamiento romántico  y justicialista de la Reforma Agraria[4]. El reordenamiento de la propiedad agraria, descapitalizada y sin burguesía para reflotarla hundió en una traba estructural de pobreza y miseria cultural al mundo rural, dispuesto, entonces, a recibir el mensaje de la catarsis violenta que recogió el movimiento sectario de Sendero Luminoso[5].

Esta guerra incomprensible en los confines de identidades y terrenos olvidados por el Estado oligárquico y después el viejo Estado populista, además del desmembramiento productivo del campo precipitarían el acto modernidad de las migraciones a la costa. Ya en un escenario desarrollista esta mano de obra migrante entraría a engrosar a la masa asalariada del proceso de industrialización, generando una presión por servicios y condiciones de vida que no sería atendida cabalmente por la modernización acelerada del país. En varios estudios sobre la acumulación migrante en pueblos jóvenes y barriadas como los de Gustavo Riofrío, Max Meneses, se describiría la difícil como dramática adaptación de las culturas provincianas migrantes en las periferias desérticas de la ciudad en base a la organización comunitaria. El traslado de los patrones culturales colectivistas a un movimiento de pobladores urbanos potenciaría la recreación democratizante de todo un tejido organizativo de juntas vecinales, asociaciones de pobladores y club barriales que permitirían la ruptura frontal con la tradicional como autoritaria cultura criolla.

En búsqueda de obtener un lugar sólido en el proceso de democratización populista y heterodoxo, esta movilidad política produciría una subjetividad política que incrementaría el poder decisorio de la clase trabajadora sindicalizada. Gran parte de la experiencias barriales de Villa el Salvador, Villa María, Comas, Los Olivos, Independencia, San Juan de Lurigancho, y los pueblos jóvenes incrustados en zonas urbano-populares más consolidadas como Mendozita (La Victoria) Mirones (Lima-Cercado) Cerro San Cosme y El Pino (El Agustino-La Victoria) evidenciarían una cultura organizativa y de presión política acorde con la política de crear una nueva identidad nacional y cívica. Aunque gran parte de las deplorables condiciones de vida de estas poblaciones urbano-marginales las unían a la consecución de metas comunes como necesidad y titulación de vivienda, servicios básicos de agua, desagüe, electrificación, telefonía fija (aún muy escasa), y zonificación urbanística (pistas y veredas), no dejaba de existir la efervescencia de una cultura comunitaria con la cual resistían los embates segregatorios y discriminatorios de la cultura criolla que era muy dura y poco receptiva a las grandes mutaciones y mestizajes que vendrían después.

En la medida que las oleadas migrantes ocupaban los tugurios antiguos de Lima-cercado (las grandes quintas, callejones de un solo caño, los solares y casonas de antaño) creando hacinamiento e inseguridad doméstica, y las zonas desérticas y chacras de los suburbios de la Lima Virreynal se producía como panorama un  nuevo horizonte cultural:

1.      Una nueva subjetividad popular de base migrante que alimentaría la politización del viejo Estado populista, en base a la universalización de trabajo asalariado y la incorporación participativa de las democracias locales-barriales.

2.      Generaría una ruptura con la habitual conformación urbano-popular de los barrios criollos (Barrios Altos, Callao, Barranco, Surco Viejo, Breña), un desenganche larvario con la ética clientelar y patrimonialista del criollismo, que posteriormente al escindirse producto de la masificación de los medios de comunicación de primera generación (TV, Radio, prensa, folletines, comics, revistas, literatura popular) cobraría un auge insospechado

3.      Deacuerdo a lo anterior se precipitaría en el seno de las juntas y organizaciones vecinales una camada abundante de nuevos dirigentes populares y actores representativos que asumirían lentamente un discurso cada vez más confrontacional y revolucionario en la medida que el populismo y el poder de las clases medias se relajarían, y la ortodoxia central de la nueva izquierda de los 70s exigía una posición cada vez más politizada al régimen ambiguo del populismo velazquista y de la novel partidocracia ochentera.

Este fenómeno de asociatividad barrial iría perdiendo terreno en las décadas posteriores debido a la atomización individualista de las reformas neoliberales (el ajuste estructural del Consenso de Washington) y retrocedería a la conformación de una estructura semi-delincuencial y corrupta que redescubriría los patrones intersubjetivos de una cultura parroquial[6] y antidemocrática en contextos urbanos (ALMOND y VERMA:)[7]. Al replegarse la cobertura universalista de las políticas sociales, al decaer frenéticamente la productividad del industrialismo de enclave, como señala Althaus (ALTHAUS:  ), al descomponerse internamente el pésimo sistema educativo y al ser descabezado el movimiento de izquierda[8] con el aburguesamiento forzoso de las clases medias individualizadas, se produciría una situación de abandono de los sectores populares, lugar que sería ocupado por la lenta formación y pujanza de economías informales y el neurótico avance de la violencia política. La lenta transición de la primera modernización populista y heterodoxa[9] a la modernización empresarial individualista[10] del Fujimorismo ocasionó una fuerte descomposición moral y cultural de las solidaridades rurales, barriales y sindicales que al lentamente apropiarse de la pastoral microempresarial del capitalismo salvaje arrebatarían a los movimientos del cambio social las bases sociales que alimentaron el jerárquico sistema de partidos que venía desde los 60s y 70s. Ahí en el seno de una pujante como misteriosa hibridación entre migrantes y actores populares de toda procedencia se desarrollaría un desborde popular, una emergencia cholificadora, como sostuvo Quijano (QUIJANO:  ) por la apropiación de ser ciudadano individual y de consumo, por incorporarse a la gramática plástica criolla, pero al precio de reforzar y reproducir una cultura anómica, trasgresora “de todo lo vale” cuyas patologías recibirían con dolor las identidades populares más empobrecidas y vulnerables. Es sintomático en este período las caracterizaciones psicoanalíticas de la cultura de la pobreza de Rodríguez Rabanal (RODRIGUEZ:) o la emblemática película  del “Grupo Chasqui”: “Gregorio” donde el drama psicológico de la miseria y el abandono moral de un niño migrante que tiene que trabajar, proyectó a los 80s como una época sin espíritu y nihilista, donde modernizarse implica hasta hoy desconocer lo que somos como sociedad.

Humanismo y profesión.

Antes de pasar a describir las transformaciones cualitativas que se operaron en los sistemas organizativos de las sociedades populares, en el reino del mercado y del utilitarismo popular, me detendré a examinar un problema que se originó en la colonialidad del saber profesional, a raíz del tipo de energías profesionales que demandó el Virreynato, y como este registro cultural en relación a las capacidades y una ética del trabajo barroca y tradicional han condicionado la producción y expansión de un tipo de saber profesional criollo, una psicología profesional que vive descohesionada de todo modelo institucional del desarrollo.

Las tesis que presento alrededor de esta problemática se delinean como sigue: La perennización de un tipo de cultura profesional colonial barroca y poco ligado a la operativización de los grandes postulados ideológicos ha posibilitado la construcción:

1.      Un Estado patrimonial y clientelar

2.      Una empresa de enclave poco receptiva a la  transformación tecnológica y científica, más cercana al sector servicios, y diseminada en un mosaico variopinto de ejército de informales que por disposición cultural no cuentan con los recursos profesionales para dar saltos cualitativos y generar un sector industrial[11]

3.      Ha recreado una y otra vez ideólogos humanistoides, con poca capacidad para la administración y la ejecución de las ideas. Esta capa de profesionales han quedado en el sector educativo público-privado como catedráticos y operadores políticos viviendo de  la proliferación de consignas y programas políticos declarativos. Su trabajo meramente ideológico y politiquero ha secuestrado los espacios universitarios creando grupos y mafias que restringen la calidad educativa y empeoran la formación técnico-científico de los universitarios que en el mejor de los casos reproducen como aparato esta patología del resentimiento. Aunque no es desestimar la rica producción intelectual que sigue creando la academia sostengo que el abismo entre la mera teoría y la planificación tecnocrática que evidencia esta escribalidad militante ha promovido la estupidez sensorial y administrativa en el ejército de graduados que se arroja al mercado profesional.

4.      Ha creado la hegemonía de una pastoral hiper-administrativa que si bien es el resultado de un cambio técnico, gerencial y de correcta conducción de los sistemas organizativos privados como públicos del país, ha coaccionado culturalmente e institucionalmente toda creatividad científica y tecnológica que ha sido expectorada de las universidades, en donde no se invierte en investigación por proteger la propiedad intelectual de los capitalismos que no transfieren tecnología. Con esto a pesar de todo sobrevive rudimentariamente en la cultura de técnicos artesanales sin educación formal y en los entornos informales que ha abierto la tecnología informática. Estoy hablando de los innumerables talleres de ingeniería metalmecánica, ebanistería y manufactura de Lima Norte y Villa El Salvador, así como el closer de Wilson con la venta de software y equipos de informática. En cierta medida las transformaciones cualitativas de nuestro pujante capitalismo microempresarial y extractivista están aperturando sistemas  de investigación aplicada en conexión con las mejores universidades capacitadas para este tema; sin embargo, este despliegue es todavía muy limitado y embrionario. Tal vez las mutaciones posteriores en materia de industrialización espontánea introduzcan una política de investigación y tecnología aplicadas, que rompa la inoperatividad de un mercado laboral repleto de administradores y gerentes.

5.      El otro problema que presenta este persistente humanismo profesional es la no distribución geográfica y descentralizada de los recursos profesionales. Ya sea por la carencia y mala constitución de los centros de educación superior, técnico-profesional o por el absorbente centralismo cultural que incuba curiosamente un sistema educativo de corte monocultural, se observa un déficit de inteligencias organizativas y de ingenieros hábiles en lugares claves que recepcionan las jugosas regalías del canon minero. La  incapacidad para introducir una lógica del trabajo burocrático y programado, y la abundancia de cuadros políticos sin destreza ejecutiva y con ganas de bloquear las iniciativas de modernización infraestructural y de desarrollo socioeconómico provoca la parálisis gerencial de los gobiernos regionales y municipales, ahí donde un clima tradicional inhibe el control local de los acelerados procesos de modernización que desata por  ejemplo la inversión  minera.

6.       Un sexto impasse que provoca este humanismo recalcitrante es la pervivencia perjudicial de una ética del trabajo improductiva y parasitaria. Ahí donde la seducción de la sociedad de consumo mezcla tiempo de ocio con tiempo laboral, donde la “criollada” y la “pendejada” politiquera esta instalada para contener la meritocracia se coaccionará toda reforma sustancial de los aparatos del Estado, ahí donde el incontenible desborde de la moral andina no cuaja sino reproduce la desidia del funcionariado, se provoca un recurso humano y una cultura organizativa poco dúctil a producir transformaciones cualitativas en el seno del modelo desarrollo. Esta moral festiva y no disciplinaria heredada de nuestros escolásticos encomenderos, hacendados y escribanos coloniales, se deposita como gramática perjuiciosa en las clases populares en la mediatización y en una pérfida erotización de la realidad, pero proviene como modelo de individualidad estilística de la hegemonía de una clase A1, de consumidores hedonistas que reproducen todos los vicios de la  sociedad cortesana de la antigua oligarquía.

7.      Y por último este humanismo ramplón ha generado a lo largo de las épocas de letargo y apogeo una desperuanización del discurso teórico aplicado de las ciencias sociales. Aún cuando sendas autoridades intelectuales han convergido en la necesidad de ofrecer lecturas nacionalizadas y etnocéntricas de las mejores contribuciones de la filosofía y de las humanidades, como Mariátegui, Vallejo, Arguedas, etc. Siempre se ha terminado por imponer un campo intelectual-académico que divorcia peligrosamente teoría-técnica y política, y que en base a esta figura han levantado una mentalidad, instituciones y formas  de intervención política que han retraído el cambio generacional y generado una devaluación accidentada de las ciencias sociales en el Perú.

En este acápite a manera de propedéutica es necesario observar con detenimiento los esfuerzos de la ingeniería institucional, la escuela norteamericana[12], que se están operando en los órganos del Estado y sobre todo en la arquitectura privado empresarial de las grandes corporaciones, para modificar las pésimas disposiciones profesionales del país. A pesar que la acelerada acumulación de los sectores productivos está modelando la productividad del trabajo – (evaluación permanente, rendición de cuentas, recompensas al producto, etc.) esta es la suerte de gran parte de los programas sociales, hoy en día-  creemos existe una fuerte resistencia a reformar la cultura profesional de los organismos públicos-privados. Si bien para el diseño de una empresa o del Estado no interesa las  complicaciones psicológicas, emocionales y culturales que tengan sus elementos, la cuestión es que respondan a las exigencias laborales y den resultados, la verdad es que tal pragmatismo de gestión choca y no desactiva la cultura patrimonial y clientelar de los cuadros burocráticos del Estado, que en cierta manera se blindan entre sí y montan mafias internas por el control corrupto de sus feudos.

El Mercado, la democracia y el tercer sector

Como venimos sosteniendo la urgencia por contar con un ejército renovado de tecnócratas y profesionales en el seno de los sistemas organizativos sociales, gremiales, estatales y privados pasa no sólo por una decisión consciente de reforma institucional. Es necesario obtener una escisión epocal, una revolución refrescante de nuevas generaciones que rompan con la aún fuerte hegemonía del ethos ortodoxo y conservador que promocionó el desarrollismo estatocéntrico. Aún cuando la gloriosa generación de los 70s promovió jovialmente estos cambios, sostengo que al reordenar su posición en plena era del ajuste estructural, y ante la debacle ideológica que sufrieron en este contexto, promovieron la consolidación de una socialización pragmatista y utilitarista que oficializó el fujimorismo, con la prensa chicha amarillista, y con el inicio de un tipo de televisión que relajaría los endebles valores de la ciudadanía. La cruenta aniquilación de la clase media tradicional, o su vergonzoso reagrupamiento en el protagonismo individual de las profesiones liberales, descabezaron de dirigencias a los sectores populares que quedaron arrojados al desempleo, la miseria y la reforzamiento de una economía popular de la subsistencia con la extensión de programas de vaso de leche y los comedores populares

Es en este contexto de salvaje adopción de las reformas neoliberales (flexibilización del mercado de trabajo, privatización de empresas públicas, ajuste fiscal, control de la inflación y reducción del gasto social) se produciría correlativo a los cambios en el modelo de desarrollo un reajuste y en muchos casos una descomposición accidentada de los sistemas de socialización primaria (familia, educación) y secundarios (identidad barrial, sistema laboral, mass media, sistema político). La desocialización que produjo lentamente la sociedad de consumo (publicidad, prensa amarilla, TV farandulera, cadenas comerciales) y sobre todo la introducción de una racionalidad del costo-beneficio que relajaría la ya debilitada normatividad social del populismo colectivista, ocasionarían un desorden regresivo a la  barbarie del sistema anarquizado de organizaciones sociales, resucitando de forma cínica un ejército de operadores políticos y caudillos locales que se granjearían el liderazgo y representación de toda política social, intervención gubernamental o campañas políticas para extender una cultura mafiosa de la clientela y de la desmoralización mercantilista que negociaría recompensas y poderes locales.

El populismo neoliberal que inventaría la “democradura”[13] del Fujimorismo reforzaría exponencialmente las patologías organizativas del sistema social expandiendo de forma escandalosa e inmoral una cultura de la trasgresión criolla que se naturalizaría como virtud cotidiana pariendo en cada región de la estructura hecha escombros, mafias y clubes parasitarios y complotadores locales. Es de advertir que la necesidad de superar el asambleísmo retórico de la partidocracia ochentera en el Congreso, como sostiene Althaus, obligó a cerrar los caminos institucionales de la democracia, para tomar decisiones con la que superar la crisis social, pero al precio de destruir referentes de una cultura cívica declarativa con el tejido mafiosa y electorero de apoyos sociales de los programas sociales dirigidos personalmente por Fujimori. Al dar regalitos, prebendas, inaugurar centros educativos y postas de salud, construir y dar títulos de vivienda, llevar el vaso de leche y el PRONAA a lugares olvidados, Fujimori – “el papa viajero”-  consiguió levantar una relación dictatorial y carismática con el pueblo, destruyendo el nefasto sistema de partidos que venía desde los 60s y así proteger y resguardar la corrupción enquistada en las esferas cívico militares del poder.

Para efectos de este ensayo el ajuste estructural, que constituyó la autonomía funcional de la economía (agroexportación, inversión minera, sector servicios) del control de la política, edificó un sistema estatal-legal ( la constitución del año 93) que garantizó desde entonces la protección sin consulta de la inversión extranjera, sin nociones de prescripción geopolíticas y de responsabilidad social, e instauró una llave de entrada autoritaria y sin domesticación de la sociedad civil a la esfera sociocultural de identidades y organizaciones sociales (ideología de mercado, lobbysmo, mercantilismo social) que sometió y aseguró el control de la mano de obra (“el cholo barato”) y que diseminó esa relación antidemocrática y corrupta a todas los rincones de la sociedad. Pasemos revista a algunas características:

1.      Como sostuve más arriba el escenario de barriadas y pueblos jóvenes fue dominada por una corriente colectivista y asociativa de dirigencias populares que alimentaron democráticamente al sistema de partidos de los 60s, pasando por efecto de la descomposición neoliberal a ser capturado por el protagonismo privado de oportunistas y operadores locales  que diluyeron la casi ausente cultura cívica, y que sometieron las buenas intenciones y liderazgos nuevos a tener que reproducir y depender de un ambiente delincuencial y apolítico, donde ser “el vivazo”, como participar del tráfico de alimentos, es el pan de cada día.  Aunque en gran parte de las realidades urbano-marginales los servicios de vivienda básica se hallan en franca resolución, son  otras problemáticas de vulnerabilidad social las que despiertan la preocupación de la vecinos: delincuencia juvenil, falta de oportunidades educativas, desempleo estructural, drogadicción-alcoholismo, recrudecimiento de enfermedades como TBC, VIH, EDAS, IRAS, niños en situación de abandono) que invaden el socius barrial perjudicando la convivencia social e instalando un clima de violencia cotidiana permanente. Estas problemáticas del desarrollo desigual podrían reactivar la vida asociativa de los espacios barriales, predisponiendo la formación de una capa de nuevos liderazgos y grupos de interés. Pero aún estas iniciativas carecen de apoyos públicos y de voluntad política de actores con más preparación, por lo que aún cunde el asistencialismo y la promesa incumplida.

2.      Un segundo escenario en permanente deterioro organizativo lo representan los campesinos asociados del medio rural (CNA- Confederación Nacional agraria) comunidades campesinas y pequeños productores de la sierra, costa y selva. En este punto, la fragmentación del diseño cooperativo y de la descapitalización del campo, debido a la insistencia en la práctica de formas de producción anticuadas y tradicionales y ante el asolamiento institucional de la violencia política, han  generado la hegemonía de una estrategia de resistencia negativa, donde se carece desde el Estado como de los campesinos organizados de un  programa realista de  modernización y de tecnificación de la producción agropecuaria. La cruenta separación del carácter étnico del productor y la organización agrícola, ha posibilitado la lenta capitalización agroexportadora en la Costa (Los Oviedo, Grupo Gloria), pero  ha bloqueado por resistencia cultural en la sierra y en la selva donde cultura y tierra están fusionados, una estrategia homogénea de desarrollo rural, que abandone de forma concertada concepciones nefastas sobre la propiedad territorial y que  permita imprimir un mercado agrícola más dinámico y con seguridad alimentaria. Más allá de que no exista una vinculación positiva entre geografía (manejo de microclimas, ordenamiento territorial), carácter étnico-cultural y polos de desarrollo urbano, lo cierto es que existe toda una gama de intermediarios, comerciantes, vías de comunicación, información sobre los mercados exteriores y apoyo de programas de desarrollo rural que han vuelto más dinámica a la sociedad rural, variando paulatinamente los indicadores de desarrollo humano[14]. Pero es esta base material e franca modernización desordenada y aún parcial, la que ha vuelto más resistentes los puntos focalizados de la pobreza rural, concentrada en las comunidades alto andina. Y más si incorporamos la incidencia de la inversión minera que altera las culturas rurales y disuelve de manera accidentada los saberes productivos ancestrales, incrustando el molino satánico del enclave minero. Es en este escenario visible como al removerse la solidaridad orgánica del campesinado este reproduce y asimila una cultura conservadora y mercantilista de la organización, tratando de restituir y salvar sus principios bucólicos y agraristas, pero en un contexto donde la ambición y el autoritarismo gobiernan el partido

3.      Un tercer espacio donde el envejecimiento del paradigma heterodoxo populista ha calado profundo en las vanguardias sindicales. Aquí se lanza la tesis que la violencia de la flexibilización del mercado de trabajo – esto quiere decir precariedad laboral, inestabilidad laboral, condena de la sindicalización, no derecho a huelga, o anulación de derechos sociales- desestructuró los agregados sindicales en la sección moderno-industrial, que implosionó con la primarización de la economía[15]. Es decir, la presión desestabilizadora de las fuerzas sindicales oponían la mano de obra ideologizadora a los intereses monopólicos de la acumulación del sector público. El propósito desde siempre fue imprimir una ruptura revolucionaria con el Capitalismo de Estado del Velazquismo y apoderarse de la base material faústica que su gestión construyó con mucho esfuerzo y deficiencia. El derecho a la sindicalización interfirió con las intenciones estructurales del capitalismo interno de generar saltos cualitativos en la división social del trabajo, siendo el costo la poca adaptabilidad de la mano de obra a los planes de alcanzar un sistema industrial, y el manejo racional competitivo de su productividad. La idea de reforzar la posición política de las vanguardias sindicalizadas contribuyó a la erosión de las relaciones sociales de producción, justificándose un cambio urgente que al tardarse precipitó el desvanecimiento del ciudadano asalariado, y la indiscutible y nefasta liberalización del mercado de trabajo. No es de extrañar que la filtración de elementos subversivos y la maquiavélica persecución de las dirigencias sindicales por obra del Fujimorismo, crearon masivos despidos, la fragmentación del mundo de trabajo, el movimiento estructural hacia la informalidad, y la desaparición de la relación asalariada de trabajo por figuras jurídicas más flexibles y serviles a la explotación. El sindicalismo clásico cavo su tumba al no incorporar procedimientos de evaluación y de competitividad en las esferas de la mano de obra, lo cual garantizó su posterior descrédito y el inicio de una cultura depresiva hacia el trabajo estandarizado, prolongado y poco creativo. De cierta manera la recuperación paulatina de espacios de negociación sindical y la inserción en las esferas empresariales de elementos de responsabilidad empresarial y calidad de vida han significado el inicio de evoluciones positivas en el tema reivindicativo, pero estas temáticas asimiladas aún son muy embrionarias y secundarias ante el carácter dogmático de la CGTP, CUT, centrales sindicales en las empresas más dinámicas, y demás niveles gremiales donde aún se cuece la revolución. En este sentido es legítima la observación de que la  pervivencia de un ideario lleno de consignas como la lucha de clases resulta el caldo de cultivo de la descapacitación de la fuerza de trabajo y la manutención de dirigencias sindicales que viven del discurso de mejoras salariales, de memorias de acuerdos y reclamos, sin ser un verdadero peligro para el avance del capitalismo[16]. En este nivel  es urgente la modernización ideológica de la lucha de los trabajadores no para hacerle el juego a las mutaciones empresariales de  los grupos de poder, sino para permitir la conservación y mejoramiento de un instrumento de protesta y de negociación que debe domesticar socialmente a las fuerzas de la globalización económica. Pero hoy esta lucha y recuperación sindicalista depende del nivel de autonomía y manejo democrático de los gremios, hoy capturados por los operadores, del nivel de coordinación y de propuesta con los demás actores y movimientos sociales emancipatorios, y de la capacidad para ofrecer una lectura integral y representación progresista de las multivoces del proletariado social.

4.      La implosión perjudicial de las organizaciones sociales de base, con el ajuste estructural, arrebató no sólo al Estado sino al sistema de partidos el control cívico sobre la recolección correcta de demandas y necesidades sociales, sino que tal desplome de la socialidad organizada quebró toda probabilidad de introducir cultura cívica o democrática en el campo y la ciudad desde abajo, ocupando eses vacío de democratización y de ausencia de sociedad civil una red desordenada de ONGs izquierdistas, eclesiásticas, socialdemócratas y liberales. En líneas generales. Ellas se multiplicaron para llenar el vacío social orquestado por la retirada del Estado populista del seno de la sociedad popular; como se supone este repliegue buscaba cortar todos los lazos de fiscalización y de asociatividad que pudieran emerger en el tejido social, lo cual daño al ya alicaído sistema de partidos y dejo expuestos a los sectores populares al deterioro conductual e individualización producido posteriormente por el sistema audiovisual y sociedad de consumo. El apoliticismo enervante, la desafección cívica hacia grandes referentes o ideologías orientadoras crearon las condiciones para la proliferación política de oportunistas y operadores corruptos, que enfermaron la base social o simplemente la infectaron de clientelismo y prebendas, destruyendo toda conexión entre las nuevas generaciones y el sistema político, y dejando el terreno libre a una clase política tradicional que  haría de la democracia, y de su endeble institucionalidad un negocio personalista de administradores y manipuladores de información, corruptores y sirvientes al que demuestre poder económico. Frente a este problema de vulnerabilidad social y desorganización de los sectores populares proyectaron su tarea de repliegue político los viejos cuadros de izquierda. Al ser barridos del Estado populista ellos conservaron la agenda social del trabajo comunitario con los sectores empobrecidos y golpeados por la crisis cultural y económica de los 80s, edificando un interesante trabajo operativo de desarrollar capacidades y empoderar a la población, con el aprendizaje de saberes técnicos, experiencias microempresariales, talleres productivos para jóvenes y madres, trabajo con poblaciones infantiles y adolescentes, entrenamiento y participación ciudadana. El propósito al inicio fue recepcionar de manera no lucrativa el dinero de apoyo social de la cooperación internacional de los centros avanzados capitalistas, para construir un colchón de organicidad social frente al impacto de las crisis socioeconómicas de los 80s y 90s en  toda la región. Pero específicamente en el Perú ese trabajo social no consiguió por cálculo político de los poderes políticos de las ONGs, a recrear una sólida sociedad civil plural y organizada, sino que en muchos casos la representación y liderazgo que lograron a niveles de poder más altos  reprodujo estructuras clientelares y asistencialistas, haciéndole el juego al miserabilismo de la política social fujimorista por equilibrio estratégico[17].No se duda de que en cierto modo la sostenibilidad social de los aprendizajes que defendieron las ONGs sirvieron como compensaciones sociales a la salvaje inserción del mercado; que en ellas se dieran los pasos iniciales para la formación de cuadros técnicos y consultores especializados en temas diversos de la estructura del Estado; y que desde ellos – sobre todo en las ONgs DESCO, Alternativa, IEP, CEPES, CEDAL, CEDEP, etc.- se generó la reserva democrática de contención al autoritarismo fujimorista y la ulterior recuperación de la democracia institucional. Ese no es el problema, el punto es que en muchos casos la cercanía con el trabajo social del tercer sector popular, y su alejamiento real de la modernización y sofisticación del poder estatal crearon cuadros profesionales con profundos desconocimientos de los niveles superiores de gobierno, y sin ningún interés personal por modificar esta infraestructura sociocultural en poder efectivo de cambio social. Al igual que los niveles sindicales, gremiales, barriales no hubo la preocupación por encarnar una propuesta realista y operativa de cambio social, y no hubo la integración programática de generar estas condiciones previamente en sus experiencias de intervención social de forma conjunta porque tal resultado hubiera sido el liquidamiento de las condiciones de pobreza y por lo tanto la pérdida de apoyos objetivos que hacen posible su existencia institucional... Por ello en red este poder civil si bien es acogedor de la democracia y de ciertos niveles de manejo responsable y desideologizado de la economía, no representa sino una empresa de poder, que ha logrado últimamente ciertos niveles de manejo tecnocrático – con el Toledismo y hoy con la gerencia municipal de Susana Villarán- pero cuya supervivencia a pesar de las reformas sociales hacia el social-liberalismo, y el crecimiento real de los indicadores del desarrollo humano de forma parcial – principalmente en la Costa y en las ciudades-  no representa sino una oligarquía mesocrática que negocia con los saberes aplicados del desarrollo social sin ningún escrúpulo vendiendo su conocimiento social de la realidad popular, como consultores acríticos que son a los nuevos poderes particulares, sin influir políticamente en las barbaridades y represiones de la derecha económica. Hoy tal vez con la etiqueta de “la inclusión social” – tema incorporado proselitistamente por Humala y la izquierda esclarecida- se percibió la oportunidad operativa de  poner en práctica la reforma social, tal vez cultural, del modelo de desarrollo, es decir, progresar de manera social y humana. Pero pronto al desproporción para llevar a cabo esta tarea, animada sólo en la retórica populista, y el desenmascaramiento de intenciones caudillistas y personalistas – el caso Chehade, nepotismo y corrupción en la varios niveles del gobierno- han sido los motivos perfectos para ser desalojados de los niveles de gobierno real del Perú. El tema de inclusión social ha sido arrebatado a sus sacerdotes y utilizado detal manera por la derecha para servir de pretexto para iniciar la neutralización política de la intervención de las ONGs, reformándolas o simplemente expulsándolas al cinismo del consultor o asesor de temas sociales.

5.      Un último espacio que no ha sido considerado como resultado de la degradación político-cultural de las organizaciones sociales de base, y demás niveles superiores, es el sector informal de microempresarios. Esto no quiere decir que no sufra de grados complejos de corrupción y de pragmatismo utilitarista, pero estos problemas son resultado de otra naturaleza cultural, y parte de la apropiación reactiva de “[18]la sabiduría escéptica” de las ciudades para predominar. Se podría sostener que no obstante carecer de esquemas clásicos y pensados de desarrollo social, y ser el terreno material  para el desarrollo de un ethos grotesco y ritualista en  espacios urbanos, estos migrantes de todas las latitudes del país si respetan la lógica interna de sus rudimentarias organizaciones económicas, supliendo la falta de competencias administrativas y de sofisticadas divisiones de trabajo interno por la pujanza del trabajo y el uso intenso de mano de obra migrante.  Es en estos polos de desarrollo microempresarial – Gamarra, Lima Norte, Villa El Salvador, El centro de Lima, e innumerables talleres productivos y manufactureros, donde las mutaciones insospechadas del ahorro popular y del mundo del trabajo vienen precedidas de cambios en los estilos de vida y en los sistemas de representación cultural, quebrándose así la vieja hegemonía de la modernización criolla, mal llamada “cholificación”, y dando paso a un caleidoscopio complejo de identidades y culturas donde la asociatividad y el esfuerzo individual retoma la vieja idea arguediana de un Perú “de todas las sangres” o la heterotopía de la que habla Vattimo en sus análisis de la cultura postmoderna (VATTIMO:  ). A pesar de la segregación social, el racismo y niveles crueles de violencia social en todos los frentes, existe incólume el proyecto de un encuentro democrático intercultural de todos los pueblos y cosmovisiones que conforman el accidentado mundo que es el Perú, una integración que puede encarnarse en una nueva cultura organizativa más hecha a la idiosincrasia sensorial de nuestra tierra. Ese es el reto.

 

 

Activismo y relaciones comunitarias.

Como en otra parte examine[19] la disociación clase-juventud a inicios de la segunda modernización individualista y consumista[20] creo las condiciones sociopsicológicas  para la formación de un espíritu juvenil, en permanente divorcio del sistema político, y en general con todo sistema de normas establecido. Lo sostengo con todas sus letras, el surgimiento del acontecimiento juvenil en la historia del Perú contemporáneo no obedeció sencillamente a un salto cualitativo de la cultura sensorial por sobre la cima de la homogeneización estatocéntrica, sino que su manifestación propiamente postmaterial y esteticista fue un resultado del desmarque violento y justificado de la descomposición social que experimentó el modelo de desarrollo heterodoxo. De cierta manera la pervivencia de estas culturas juveniles –fenómeno propiamente en las ciudades- ligada a condiciones concretas de pobreza estructural y falta de oportunidades, condicionaron la deslegitimación cultural del sistema de partidos, pero también la nefasta desestructuración de la secularización cultural, la reproducción y reforzamiento de un tejido social anticívico y el desmadre de una moral anómica. La fragmentación cultural de las bases sociales ante “el sálvese quien pueda” del ajuste estructural neoliberal no sólo ahondaron la crisis cultural de las asociaciones voluntarias del campo y la ciudad, sino que provocaron la renuncia irreversible de las fuerzas juveniles populares de todo proyecto colectivo de país, cayendo sus identidades golpeadas por la diseminación y atomización objetiva en las garras de una cultura marginal, en la violencia y la delincuencia cotidiana, y en el culto a un estilo de vida anárquico y tribal que sólo adoraría y legitimaría la credibilidad del consumismo seductor. La derrota de la subversión senderista arrojó el despliegue de la criminalidad a un escenario sin peligros ideológicos y enemigos alternativos para el capitalismo, pero el costo fue la siembra de una vida en red trasgresora en todos los niveles (delincuencia común, narcotráfico, corrupción organizativa) que impacto sobre la juventud empobrecida, decidiendo estas culturas de cierta manera a reproducir clandestinamente una economía delictiva informal que le diera acceso al postmodernismo consumista de la cultura criolla. Ahí donde el deseo gobierna la razón y la convierte en un racionalismo pragmatista y utilitarista, se desarrolla de modo subterráneo una economía libidinal, una economía política ilegal que solventa el despilfarro y el desborde de los deseos, una mutación tan insospechada que deteriora el poco puritanismo laboral que pudiera existir en la base, quebrando con el tiempo, todo mandato generacional[21] hacia la profesionalización, y provocando, por lo tanto, todo deseo de organizarse en una estructura política, a la cual sólo filtrarían para servirse de ella.

No estoy haciendo sólo un juicio moral hacia las culturas juveniles de modo absolutista. El hecho de que me haya detenido en la juventud popular, abandonada por el modelo de desarrollo, el sistema educativo y la elitización asfixiante de las culturas oficiales, obedece a un criterio previo de querer explicar el poco nivel de organicidad política que se evidencia en los colectivos juveniles de izquierda de hoy. Más allá de una observación general creo de modo exploratorio que los colectivos juveniles reflejan internamente este conflicto anómico, esta desarticulación esteticista con el sistema social de la modernización autoritaria, y que aunque la juventud concita una opinión crítica, un trabajo comunitarista en todos los rincones de la sociedad sigue reproduciendo una distancia “alpinchista” con el sistema de dominación al cual rechazan, ocasionando la entrega delegativa al Estado autoritario. Señalemos algunos rasgos sociales de estos colectivos:

1.      En primera instancia, estos colectivos carecen de una elemental  organicidad interna; no poseen las referencias idearios políticos definidos aunque se reclaman marxistas, y se desvinculan intencionalmente de las organizaciones tradicionales de la izquierda por considerarlas anacrónicas, centralistas y autoritarias. Ese esta actitud anarquista hacia cualquier referencia normativa lo que impide la renovación dirigencial, y el cinismo profesionalizado de la movilidad individual. Son no partido.

2.      No se posee más que una conexión embrionaria con las juventudes populares. Si bien en el seno de las universidades públicas existe tal contacto este aún esta secuestrado por el emprendedurismo individual y el avance del radicalismo estudiantil, como el FER (Frente de estudiantes revolucionarios-UNMSM) lo cual impide inundar de eticidad democrática a la base social. Además de cierta manera hipotética esta brecha política entre los colectivos mesocráticos de las universidades público-privados y la juventud popular es causada aún por una mentalidad de representación humanitaria, que se refleja en el activismo juvenil de las ONGs de izquierda. No hay me parece, una real dimensión solidaria y si una estigmatización academicista de estos grupos juveniles con los que no se desarrolla una real equidad de saberes. Esto se expresa en las marchas y movilizaciones, donde sólo hay una representación escasa de la juventud, que es de procedencia universitaria y de sectores medios.

3.      A pesar de su asombrosa producción de subjetividad artística y cultural (teatro, artes plásticas, danzas, cultura del deporte, turismo ecológico, voluntariado social, formación de grupos musicales, etc.) que habla de cierta manera de la conformación de un nuevo horizonte cultural, que aún no encarna en instituciones definidas, creo con  certeza que esta rica ontología sigue secuestrada y alimenta aún a los monopolios criollos del consumo, de los afectos y de los saberes estéticos, incorporando las creaciones folklóricas y de la estética artesanal a un constructo que lee con exactitud los gustos de las sociedades populares. No obstante no ser la cultura popular una reproducción de las elites, si existe en forma un criterio oculto de veneración de los arquetipos cosméticos del mundo criollo occidental, aún cuando la creatividad juvenil inventa escapes trasgresores con sus pasiones y vivencias rebeldes. Creo que la no incorporación de este esteticismo militante en el seno de los programas políticos renovados ocasiona su elitización descarada; la práctica de un esnobismo, hedonismo irresponsable que convierte el arte en una ideología de la manipulación.

4.      Creo de forma sospechosa que todo este alardeo de desobediencia y rebeldía no rompe de raíz con la moratoria social y el funcionalismo organizativo de la cultura adulta posterior. En  realidad este menosprecio de la ley paterna y de la jungla de obligaciones en el sistema de trabajo rutinario, es más que una real fidelidad a lo alternativo del socialismo, o la democracia radical, una forma de vida que reniega de su captura posterior, lo cual me dicta a conjeturar que en plena madurez o en realismo desencantado reasume la cultura inauténtica y oportunista, corrupta y calculista del universo hegemónico, recreando por decepción un escepticismo y descompromiso hacia toda forma de vida social[22].

En este sentido, al haber delineado de forma hipotética algunos rasgos de esta rebeldía pre-profesional es lógico sostener que la madurez posterior crea una psicología social y un perfil laboral que asume acríticamente los activos y pasivos del trabajo que se desempeña, acogiendo los idearios y sistemas de conocimiento de su entorno laboral para conseguir eficiencia, movilidad profesional y ventajas salariales. De cierta manera su grado de compromiso alcanza recomendaciones sugerentes en el terreno profesional, pero no las protagoniza o simplemente las desecha por el juego de poder intrínseco a las jerarquías administrativas. Es más da permiso a sus instancias superiores y decisoras a usar de la manera más personal y rentable sus productos de trabajo, aún cuando, a veces, tal conocimiento sirva para favorecer intereses particulares y mafiosos. El hecho de que exista una distancia sutil entre los productos intelectuales del trabajo y sus aplicaciones prácticas lucrativas genera un cinismo profesional que deja intactas las mafias laborales que se apoderan del sector público y empresarial, y va lentamente mermando y volviendo mediocre la capacidad de trabajo individual y colectiva. Es este cinismo profesional de la sobrevivencia y de la actitud mercantilista lo que se impone como cultura del trabajo y se naturaliza hasta las instancias universitarias de la vida juvenil[23], tornándose una virtud moral que erosiona significativamente la solidez de toda estructura administrativa. Este es el caso dramático de las profesiones ligadas a lo social, donde no sólo están severamente expulsadas de los niveles más tecnocráticos de decisión y del poder ejecutivo, sino que además son relegados a un trabajo social con la población para recoger datos cualitativos y cuantitativos[24], que después son usados para armar líneas de base y estudios de impacto ambiental – los más conocidos- cuyas conclusiones son utilizadas a espaldas y en contra de los intereses sociales. Aún cuando es complicado el margen de maniobra del trabajador social, y me incluyo, si hay un nivel de recomendación y de influencia donde la voz comprensiva e intercultural del científico social puede sugerir, como son los planes de relaciones comunitarias y planes de participación ciudadana pero este escenario es aún muy embrionario y está plagado de profesiones inapropiadas y sin ninguna capacidad de análisis social (abogados, ingenieros, arquitectos, mayormente).

Creo que este abismo social entre la prédica social y la capacidad real para operativizarla en bienestar social, descoloca moralmente al consultor social teniendo que convertirse por recursos económicos en un vulgar mercenario de la información social y de la lógica de organización de los pueblos. Aún cuando hay muchos “PPKausas”[25] desperdigados por ahí creemos que la reserva moral y la ética profesional de  nuestros jóvenes valores y talentos sociales no debería correr la suerte de una estructura profesional enferma y defectuosa, pero eso es una lucha que implica una decisión individual y colectiva que hoy es sólo una promesa.

 

Conclusiones. Hacia un modelo de  integración. Teoría-tecnocracia-clase política.

Como acápite final y a manera de conclusión ensayaré los lineamientos sueltos de un modelo de integración profesional, como aporte sociológico para superar la jaula de hierro delincuencial y autoritaria que representa nuestra estructura organizativa interna. Si bien la tarea es titánica y rebasa las fuerzas de mi reflexión exploratoria, aquí sólo soltare algunas ideas directrices que deben ser aterrrizadas en acción operativa:

1.      En el nivel de la teoría (ciencias y humanidades) es necesario superar de manera real los serios límites organizativos, epistémicos, políticos y morales que existen en la producción científica. Es urgente independizar al librepensador y a la curiosidad de la ciencia de las manipulaciones y conveniencias políticas de los financistas y operadores políticos a raudales, recreando e imponiendo un nuevo consenso ortodoxo alrededor de líneas y temática de investigación más útiles a la recomposición de la vida social[26]. Esto quiere decir que es recomendable beber de los múltiples enfoques científicos y filosóficos que saturan la sociedad digital para refrescar y liberar de los prejuicios eurocéntricos y dogmáticos de la reflexión científica y las humanidades. Es necesario descolonizar no sólo las ideas sino inventar nuevas aproximaciones metodológicas y técnicas al objeto de estudio cambiante y consciente, acciones concretas de comunicación y trabajo en equipo en  los establecimientos universitarios que deshagan esa vieja idea weberiana de la separación ciencia e ideología que nos ha vuelto tan apolíticos y frívolos (WEBER:). No hay que alimentar ese esnobismo recreacional o esa escribalidad sin sujetos políticos, sino publicitar y hacer trabajo de base con las ideas y la comprensión-logoterapia. Pero no para alimentar liderazgos autoritarios o estrellas de cine, sino para retroalimentar la teoría y al campo académico de nuevo vigor intersubjetivo; una comunidad científica que recoja del pueblo los saberes residuales –de los que habla Foucault[27]- y los verdaderos conocimientos tecnológicos-culturales para empoderar al sujeto político descentrado y golpeado por la desinformación de la jungla digital. No es una búsqueda de ideologización política lo que se propone, ni adoctrinamiento para confrontar, sino enseñar a las sociedades populares a redescubrirse y deconstruirse con tolerancia y autonomía. Hay que romper ese alejamiento de la ciencia del discurso popular, pero no en pos de una secularización autoritaria o moral científica, sino en búsqueda de una sociedad que sintetice lo antiguo y lo moderno, una sociedad que se autoconozca y se autoreproduzca. Hay que finalmente salir de esa sabiduría intelectualista y abrirse a la investigación participativa que escuche al sabio de la calle y del campo para construir un discurso de segundo orden que haga de la hermenéutica de la sospecha y de la superficialidad postmoderna una técnica real de educación democrática. ¡Basta ya del desperdicio cool de la inteligencia o de la atrofia tecnológica!; es preciso dejar de sentirse los sacerdotes en medio de auditores cínicos o en revistas que nadie lee. Frente a la dispersión de lo empírico, de los postmoderno la unidad de la teoría. Es  preciso tal síntesis pero esto es sólo obra de niños y desquiciados

2.      En las últimas décadas el descrédito de la teoría marxista y de variados especulativismos a su alrededor, han atrofiado la comunicación entre la academia  y el trabajo operativo social. Al abandonarse los cambios holísticos (reforma, revolución) las  ONGs ha  apelado a un reformismo microsocial o etnometodológico[28] donde la acumulación de esfuerzos individuales o redes intercomunales (los pueblos de Villa El Salvador son un ejemplo de esta actividad autogestionaria) crearon una  nueva cultura cívica y solidaria, y lo que es importante, nuevos sujetos políticos y cotidianos. Aunque tal objetivo se ha dado de forma escurridiza a raíz del crecimiento económico del PBI nacional (7% en promedio en el último año) y de los demás indicadores del desarrollo humano, la verdad es que late en las matrices de la cultura popular una asociatividad de la subsistencia y del emprendedurismo empresarial todavía muy lejos del aprendizaje del diálogo y la comunicación a varios niveles. Ya sea la desinformación o el arraigo de al cultura de la pobreza la tarea del desarrollo de capacidades ha sido complicado, y se ha quedado en meras sensibilizaciones o en celebración de talleres informativos que son un “saludo a la bandera” debido a la insostenibilidad de recetas en donde se aguarda la iniciativa individual o se predetermina indicadores ajenos a la realidad cruda de la vulnerabilidad y de la pobreza estructural. El ya decidido protagonismo sin atisbos de cooperación social y la desaparición de la sociedad nacional como referente simbólico a raíz de esta pulverización del sujeto consciente, convierten el trabajo de las ONgs en esfuerzos a medias y en muchas veces al servicio de reproducción de un dependentismo social preocupante y ridículo. Hay disposiciones y hábitos culturales, étnicos, artesanales en la sociedad real que pueden ser reflotados como cimientos de tecnología intercultural (la biodiversidad en el manejo de la economía cultural de la selva), pero esta apuesta no se concatena aún con un programa socioeconómico alternativo al de la mera acumulación de corte racionalista por la razón de que no se constituye una técnica social, física y biológica, que gestione articuladamente el territorio. El tecnócrata es ciego sin la ciencia, saber que podría que recoger el corazón trasversal de los fenómenos sociales, y ser replicado en un diseño organizativo total sano y eficiente. Como la academia carece del refresco autóctono de lo peruano y se deja hundir en disquisiciones doctrinarias, y la técnica sólo gerencia y acumula los problemas en soluciones improvisadas del “copia y pega”, es necesario un trabajo recíproco que libere a la teoría y a la praxis de postulados impracticables o de la mera acción voluntarista de los desinformados o descontentos. Esto por ahora sin  una atmósfera realista de cambio es obra de otro espíritu, de otra fuerza generacional, pero esto es sólo un proyecto al que le falta tomar cuerpo y dirección.

3.      Un último impase que observo para unificar el campo profesional y revitalizar así a las organizaciones de abajo hacia arriba, es la pervivencia nefasta de un club interminable de operadores, lobistas, y mercenarios políticos que ha  atrofiado con tal alevosía la estructura política que su predica y audacia se ha convertido en una virtud moral de incapaces y  delincuentes. El principal daño que han ocasionado a la sociedad no es como sostiene incluso ellos con desfachatez, el haber entregado a la sociedad a las manipulaciones y transformaciones inciertas del capitalismo  interno y trasnacional, sino haber dejado intacto esa cultura del “pendejo” y del “vivazo”, del “divide y vencerás” en el corazón del pueblo, convirtiendo toda acción de bienestar social en populismo barato, donde su idea siciliana de perennizarse en el poder ha reproducido una raza de seres corruptos y complotadores, que no les importa la responsabilidad del cargo que ocupan, y no les importa nada realmente. En este sentido creo hay que romper esa sólida subordinación de los niveles académicos y tecnocráticos a su concurso personal, pues ello, lo sostengo, es la fuente principal del deterioro y pérdida de la calidad de las contribuciones científicas y el sojuzgamiento de las capas profesionales a un sistema de poder que los denigra y los anula. Creo que el embate a estos criminales del alma debe ser público y urgente, pero es sólo tarea de hombres nuevos y con magia. Hay que resucitar a la palabra.

 



[1] Titulo que parafrasea la contribución anterior de mi amigo Tomás Miranda Saucedo, y que es observada también en las observaciones ácidas de Sloterdijk a la izquierda europea.

[2] Observaciones de una gran Catarsis indianista se hallan en los diarios que incorpora en la novela de “Los zorros de arriba y los zorros de abajo” y en el pensamiento de sus cuentos en “Agua”, sobre todo en “El sueño del Pongo”

[3] La experiencia exitosa de las cooperativas del norte de La Libertad y Lambayeque parece rebatir esta hipótesis, pero como dice mi amigo interlocutor Tomás Miranda, hubo una ofensiva posterior desde el poder para desbaratar estas economías en su afán de privatizar el campo y reducir los poderes regionales incómodos.

[4] Más  allá del traspié en la estructura agraria que supuso la Reforma agraria si consiguió eliminar a poderes regionales y locales que habían pulverizado al país, y habían impuesto su ley personal. En el terreno de la efectividad creo estuvo el error; existió una mala lectura de la posible organización del campo y de las respuestas del recurso humano

[5] Esta escena se deja ejemplificar en la novela “El tiempo del descanso” de Rodrigo Montoya, donde el personaje de “La Gringa” empieza a capitalizar el descontento en el campo y a organizar a los comuneros y campesinos

[6] ALMOND y VERMA. En el contexto de nuestra discusión politológica cultura patrimonial, donde las instituciones públicas son privatizadas en mafias o chacras personales, que a veces toman la forma de amiguismos, nepotismos, y clientelas.

[7] Estas apreciaciones son recogidas además de los estudios sobre organizaciones de base popular realizados por Tanaka, acerca del asociativismo popular y de la incubación de una cultura autoritaria. También han sido recogidas de mis observaciones de las organizaciones políticas de Mirones, Barrios Altos, Puerto Nuevo Callao, y actualmente en Puente Piedra y Carabayllo

[8] Izquierda Unida, se disolvería, y la izquierda prácticamente desaparecería en los noventa con el Fujimorismo

[9] En Touraine el Estado en América Latina se encargaría del desarrollo desde adentro, pero en BAUMAN Zymungt. Modernidad Sólida este Estado autoritario sería la encarnación de la modernidad sólida

[10] En la línea de los planteamientos de LIPOVESTKY Gilles. La era del vacío como era de la individualización, sin base económica y sin modernización autoritaria

[11] Tal vez esto se este modificando con la rápida profesionalización de los sectores más dinámicos de las economías populares, pero hay todavía una brecha cualitativa y de forma de poder que coacciona esta  tentativa; por eso siguen la informalidad en red.

[12] Escuela de diseño político que sostiene  a grandes rasgos que la manera como se construyen instituciones determina el moldeamiento de la cultura que opera en ese medio. Nuestro mejor representante en el Perú es Martín  Tanaka

[13] El termino es de Sinesio López

[14] Estudio realizado por Richard Web y Cuanto

[15] El estudio de estas condiciones de producción corresponde a los esfuerzos de Efraín Gonzales de Olarte, en su libro “Neoliberalismo a la peruana”

[16] El nivel de discusión que existe en los espacios sindicales y frentes de defensa es aún muy  reivindicativo e inoperativo, sin una real injerencia técnico sobre lo que solicitan. De muchas maneras se conservan como medidas de mejoría social recetarios keynesianos, e idearios que no cuentan con aplicación y que serían reaccionarios para el actual momento del capitalismo. Es necesario insertar la solución y la propuesta en el terreno de las organizaciones de izquierda y comunitarias.

[17] Es claro que el trabajo social y el empoderamiento- término acuñado por el Banco Mundial- han conseguido rediseñar los lazos comunales y barriales rotos por la pobreza y la recesión económica, pero esta dinámica ha decidido caminar por el camino de la privatización popular,  paradigma que intentan revertir las ONGs como Alternativa, DESCO, etc. Pero sin el éxito de antaño donde los niveles de asociatividad recreaban una cultura más dirigista. Esa ausencia de politicidad en el seno de las bases ha quitado poder paulatinamente a las ONgs, que hoy se deciden por el paradigma del individualismo metodológico

[18] Esta característica de la cultura peruana de las ciudades y en  espacios criollos populares que se refiere a la viveza psicologista de conocer al otro pero no para corregir  o mejorar el entorno, sino para valerse personalmente de el y reproducirlo al final. Esta idea esta explicado en un documento del CISEPA-PUCP por Sinesio López en su descripción de la escisión criolla.

[19] “Historicidad y juventud en el Perú contemporáneo·”

[20] Idea trabajado en las ideas del proceso de personalización  de Gilles Lipovestky, en los análisis  de la modernización reflexiva de Ulrich Beck

[21] Esta categoría hace referencia al resultado inusitado de la educación pública en el campo: la decisión de migrar y alcanzar educación para mejorar y ser considerado ciudadano, es un acto de modernizarse a la peruana. Idea de Carlos Iván Degregori

[22]Tal vez la forma como se construye la identidad juvenil es sólo ideológica, dado el profundo juicio negativo que la adultez le profiere, siendo esta moratoria objetiva una manera de contener y arruinar la creatividad histórica que posee la juventud. El ser joven es vivido como una edad transitoria una vida desperdiciada que es engullida por las fauces de la supervivencia, hecho que arroja al individuo autosuficiente a negar todo lo que planeo para sí mismo.

[23] Es visible en las últimas épocas la ofensiva de desconectar la atmósfera politizada y reflexiva de los claustros universitarios mediante una formación meramente técnica y operativa, donde se gestiona y se resuelve problemas sin escrúpulos morales para ello. Como prueba es visible el currículo profesional de las facultades de sociología de la UNMSM, Universidad Federico Villareal, Universidad San Agustín, Universidad Pedro Ruíz Gallo.

[24] De muchas maneras el activismo implícito de los sociólogos y antropólogos de campo es neutralizado con la recolección vil de información y de impresiones con la promesa de mejorar las condiciones de vida, cuando no se posee real poder decisorio al respecto.

[25] Juventud política que apoyo en el último proceso electoral a Pedro  Pablo Kushinky, denotando un apoyo ferviente al modelo de desarrollo, con actitudes políticas neoliberales alejadas del tradicional espíritu de izquierda de la juventud

[26] Es urgente repensar los fundamentos de la socialidad ofreciendo planes de desarrollo que recuperen y regeneren el desarrollo social, roto por la pobreza y la metástasis de la crisis de valores. Pero esto se tiene que hacer reorientando de manera responsable las preferencias en la investigación y reconectando a la ciencia con las demandas de la población; no sólo una visión celebratoria.

[27] Es en los saberes que van al margen donde reside el tiempo y la vida alternativa, pero es un postulado que muchas veces recibe la estigmatización y el control social y no cuaja, pero es ahí donde debe pasarse de la afirmación declarativa a la asociatividad subalterna, a la planificación comunitaria

[28] En esta línea se práctica la técnica de provocar pequeños esfuerzos individuales que en acumulación pueden generar cambios auspiciosos y seguros. El cambio holístico es muy raro y no depende más que del azar histórico. Este pensamiento en la línea de la ingeniería fragmentaria de Popper,

La desunion de una familia

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