sábado, 5 de mayo de 2018

El Lenguaje y las formas. Las trampas de la objetividad.




Ronald Jesús Torres Bringas
ronsubalterno@gmail.com


Hablar ha sido desde siempre una forma de otorgar sentido a las cosas que nos rodeaban. Ahí donde había conciencia de lo que existía el lenguaje ha sido y es un reservorio de figuras y significados con los que se sabe de una cultura, esta conoce y se afirma en un mundo cada vez más misterioso e imprevisible. El afán de seguridad ha ido de la mano con la certeza, y con la búsqueda de la objetividad en el saber. Cada decisión es el producto de una interpretación sobre el mundo, un mapa de procedimientos que nos permite  guiarnos entre cosas y materiales que nos sorprenden y que asemejamos a lo conocido. El lenguaje en cada cultura es la fuente de su idiosincrasia y de su lucha con una naturaleza indomable. El lenguaje es el instructivo con el que el hombre interactúa con lo existente, lo interpreta e interviene en él. Su urgencia por reafirmarse a cada instante y esquivar el accidente del que se cuida ha hecho que las palabras sean formas de conjurar y domesticar lo que acecha como una amenaza contra la existencia. El lenguaje es la red de sonidos y canciones en las que las personas retratan la red de energías y aires del que han sido arrojados, y de modo paradójico los sistemas complejos de iconos y representaciones con las que preserva su deseo de imponerse y cambiar una realidad a la que no conoce más allá de una razón instrumental. Conocer sigue siendo un acto de hechicería que ha extraviado su amistad con la tierra sorda y actúa desde la ceguera del poder para seguir aferrándose a ella.

Pensar y hablar eran lo mismo. En la inocencia las palabras eran sonidos musicales con los que se hablaba con las cosas que nos respondían. El lenguaje y sus expresiones eran música y devenir que narraba muchas historias pero a la vez hablaba de un mismo punto. El lenguaje era el canto con el que las culturas se conectaban y conservaban en una unidad viviente pero que tomaba muchas formas y rostros sin que se tuviera conciencia de ello. La tierra de la que somos tierra con vida creaba los sonidos con los que nos movíamos en ella, el lenguaje eran sonidos que emanaban de nuestros roces y conexiones emocionales con la tierra, eran parte de un cortejo con todo lo vivo. Cada palabra imitaba el sonido que la naturaleza ensayaba, era un recital de sonidos y guturaciones producto de la mimesis con las plantas y animales. Primero no fue el verbo, sino las emociones sonoras que nos permitieron estar entre seres vivientes que también resonaban y rondaban por ahí. Hablar y sentir eran parte de una misma psicología. Las cosas cantaban y reían, jugaban y acontecían. El lenguaje no era un reservorio ni una tecnología para diseñar y hallarse en el mundo, sino la sinfonía con que cada singularidad y pueblo se conectaba con el cosmos, y a la vez vivía entre dioses y hombres. Hablar era sentir como parte de la piel. El sonido mediaba a la vida con las capas y los misterios de un mundo cargado de sueños y era un modo de dialogar con el y transmitir y cambiar las cosas sin alterar su eterna integridad vital. Oralidad y cuerpo eran cercanos a una amistad con otros cuerpos a los que se les amaba y se jugaba con inocencia.

En un mundo donde el hablar era centralizado en un origen sin espacio y tiempo no se pensaba lo que se hablaba. Pensar seria luego un acto de ciegos tratando de recobrar lo perdido. Identificar lo que ya no se siente o se avergüenza de sentir haría del habla un acto de nombrar formas y por tanto de fragmentar la vida ya no como un sujeto con vida y que grita. Hablar y pensar sería un acto de cirujanos y de carniceros en búsqueda del combustible de la vida, o de la piedra filosofal que ya no se  puede ver. Desde aquel entonces el miedo formaría sacerdotes especializados en cultivar conceptos como expresión rizomática y soberbia de disociar la vida, de analizarla y de descomponerla para rencontrar sus secretos y hallar, de este modo, las mezclas precisas que nos descubran la magia de los orígenes perdidos. Analizar lleva la premisa de volver a re ensamblar y potenciar lo orgánico. De cierto modo el ingreso en la regresión espiritual de los occidentales partió de alteraciones erradas producto de mezclas prohibidas, de enemistad entre elementos que desorganizaron los ecosistemas y produjeron las atmósferas hediondas y virulentas que se respiran en la sociedad de consumo. El hambre de sentido hace que los elementos extraídos del mundo natural, inanimados, cosificados sean convocados en forma de conceptos, medios iconográficos mediante los cuales se administra lo que se escabulle y se torna misterioso. La naturaleza al ser redescubierta como materia de consumo es disociada y estudiada para dar de tragar a los desiertos industriales, donde cada insumo arrancado arma ambientes y estructuras artificiales donde la necesidad es sanar un cuerpo que es resultado de dicha disociación. El concepto que es acercamiento a un algo que se pierde, produce en su búsqueda obsesiva por evitar la descomposición de los organismos enfermos, mas enfermedad que sólo se reequilibra con más destrucción de lo natural en forma de tratados y taxonomías. La saciedad de la que proviene todo sistema de consumo compulsivo, provoca con sus mezclas impropias y desordenadas un éxtasis de serenidad que se troca en toxicidad y exposición de la vida a un ecosistema enfermo y en constante guerra contra la vida.

De cierto modo impensar la vida inmediata conllevo a sentir el todo como una unidad sintiente. El inicio del pensar, es decir de cosificar la vida en forma de nombres, iconos y representaciones supuso la personificación de un poder, de un cuerpo que se diferencio de un mundo en el que se sintió por encima de la creación vital. Esa soledad enmascarada de soberbia y superioridad condujo a la necesidad de entender la vida como cargada de formas inagotables, de insumos y materiales que podían ser manipulados y  mezclados al libre antojo de una entidad que sufre por ese arrojamiento la epidemia de formas en que se pierde y se vuelve insignificante. En el lenguaje el nombre ha sido la tecnología que ha presumido de fetichizar la vida incognoscible, y con ello ha multiplicado de conceptos y formas interminables a una sociedad artificial, donde cada invocación a las cosas no vivientes reposa en una seguridad acechada por el caos, y la destrucción permanente. Las formas que viven de lo que se debe ver y probado no han insinuado ningún entendimiento de ese todo huidizo e irrespetado, sino que al alterarlo en pos de la productividad implacable han simulado penetrarlo y concebir su lógica. Ese acceso que ha reposado sobre formas unilaterales y simples de aprecio del todo, han realmente forzado la complejidad de la vida sobre la garantía de saberes superficiales que han pulverizado la armonía natural. De la curiosidad misteriosa de los alquimistas que intentaban recrear las configuraciones complicadas del mundo sagrado estropeado pasamos a la locura de la química de los estupefacientes incesantes, donde el experimento sobresaturado e inconsciente consume a los hombres en deliciosos venenos que prometen un placer que asesina la vida. Las mezclas intransigentes en las que descansa orgullosa la técnica nuclear, las principales multinacionales farmacéuticas, o la ingeniería genética modifican la vida en pos del control total de los secretos mágicos de la biología. Su real propósito es retratar el mito perdido como negocio de felicidad simulada, sobre el sitio de monstruosidades y alteraciones de vida muerta que sean completamente ignoradas por una conciencia que hace de su destrucción su mayor beneplácito paradójico. Una infinidad de formas producidas en laboratorios, en las ciudades y en los sistemas de conocimiento secular expresan la ignorancia para hallar el camino a mezclas apropiadas que nos acerquen al origen. Todo el desorden actual que es exagerado por negocio sucio se originó en una concepción materialista de la vida que le quitó a la naturaleza su armonía ancestral. La soledad y el hambre de sentido de un homo sapiens que requería calmantes para su desamor inacabable le ha llevado a construir por una megalomanía demencial y belicista a hacer del planeta y a los propios seres humanos en un laboratorio gigantesco de aberraciones y suplantaciones solo por producir, apropiar y comer desmesuradamente.

Como un comentario aparte el interés de este ensayo no es exactamente conversar sobre el origen de las morfologías en las sociedades humanas. De cierto modo consciente o inconscientemente las culturas son formas complejas sustraídas al curso misterioso y profuso del mundo natural, pero es en las sociedades avanzadas, es decir, en aquellas donde la locura de hacer de cada milagro que nace en la vida una formación descomunal, inexplicable y descontrolada de civilización, donde la terrible necesidad de recrear el origen perdido conoce desordenes tan peligrosos que la misma idea de forma o de orden ha desaparecido con el sentido que esta alardea proporcionarnos. Matar el espacio o suplantarlo en formas cibernéticas de vida artificial como el internet, el cine o la simulación a gran escala que intenta desterrar la fantasía de nuestros cuerpos, llamada industrialización, es a groso modo el remedio de conjurar el paso indetenible del tiempo. La conciencia sobre la muerte, sobre la corrosión de un mundo vital donde incurrimos en graves alteraciones sacrílegas nos ha hecho vivir en velocidades asfixiantes y laboriosas como síntoma de que las formas extrañas y amenazantes en las que vivimos no consiguen por ningún medio regresarnos esa ignorancia originaria donde la aniquilación de lo vivo era tal vez una imposibilidad como algo irrelevante. Un ser que ha hecho su inteligencia y su supremacía en base a la tortura de los animales y las plantas, de la tierra y sus dioses solo puede ser el castigo de la muerte como parte de la gran ignorancia de lo que es y puede llegar a ser. Una concepción distinta de las formas, una sensación distinta sobre su presencia alrededor de nosotros puede quebrar el aliento fétido del tiempo y de la nada como el fin de una ridícula fábula historia y antropocentrismo humano.

La forma promete que el contenido que vive en ella viva de nuevo. De cierto modo esa fue la promesa de la ciencia en Grecia, en las soledades psicológicas de Descartes, en la concepción epistémica de Kant, en Hegel y Marx. La vuelta a la patria originaria no era algo en discusión sino las fórmulas que llevaban a ello. La modernidad que arranca del concepto como forma central de administrar y expresar ese contenido vital, es de cierto modo el camino de grandes urbes y simulaciones consumistas donde ese origen esencial es buscado con ahínco. El poder actual como el de ayer halla su legitimidad en endulzarnos con ese corazón escondido, así como de detener su hallazgo o manipularlo para muy pocos. Hoy como ayer la concepción real de cómo retornar a esa esencia perdida, donde el mito es el destino, es desconstruir las formas complejas y añejas en que vive atrapado con modorra nuestro ser excepcional. Y no creer que la movilización de la totalidad como sistema organizado hacia un poder irreconocible e inconmensurable digamos también organizado y vigilante puede regresarnos sobre los escombros de luchas interminables y antagonismos demagógicos a ese punto inicial de paz y de equilibrio.

Una vida encerrada sobre formas extrañas y sofisticadas sólo puede ser de una dialéctica ilustrada y tecnificada reproducciones miniaturizadas de sistemas de control y de aprovisionamiento interminable de energía, en tanto esas vidas no decidan conectarse y mover esas formas y principios de realidad alterados, donde sus secretos vitales se desperdician en la locura administrada. Rebasar las formas y recrearlas es hacer que el ambiente como las conexiones vitales que le dan matiz y colorido animado expresen el espíritu expulsado y armonioso de una época. La promesa de la forma conceptual como la de los lenguajes y la Dialéctica de la Ilustración es la desnudez como punto de llegada a la realización de una vida cansada, reprimida y harta de no poder vivir sin límites y reglas, de levitar en el espacio sólo con desearlo. El desconocimiento de sí mismo como reproducción de una historia de abstinencias y de guerras estúpidas, ha llevado a que el olvido de lo extraordinario que reside en el ser humano se traduzca en saberes y sistemas de conocimiento que nos han alejado de la tierra y de nuestros cuerpos, sólo por hallar en la velocidad del esfuerzo productivo llamado tiempo infernal o en los sistemas inmunológicos de las urbes definido como espacio, contaminados y extraños, una medicina falsa a la idea y sensación de que cada época muere con todas sus promesas, y nosotros con ella. Es Lógico y a la vez absurdo que la restauración de todo equilibrio en las sociedades descanse en corroerlo en base a la muerte y a la indigencia de la vida. Es como escuche de un indígena el mundo esta hecho al revés, porque perdió su pureza.

Pero el camino que me ha llevado hasta aquí es hacer comentarios más precisos sobre el porque el conocer se aleja de lo que promete regular. En esencia el problema de hallarnos en laberintos de artefactos y de espectacularidades y sentirnos a pesar de todo tan solos y arrojados al abismo de la nada, exánimes, sin haber vivido con honestidad, es que el nombrar y asemejarlo a lo que representa se ha vuelto una trampa que nos pulveriza en el tiempo, y nos deja sin bailar y escuchar la música sin la que la vida sería imposible. Haber decantado en las formas y no poder ser más que una decoración de los habitáculos donde nuestras vidas pasan y se refugian responde a una mala lectura, a un error, a una ilusión de poder y de seguridad que nadie enfrenta y que se ha olvidado como parte de un Yo saturado de egoísmo. Como narre en mi ensayo “El Sujeto y la máscara” el desprecio de lo sagrado, del mana vital del que procede lo vivo, y a su vez el miedo a que retorne como amor contra el poder,  ha permitido que la sabiduría y la curiosidad por rescatar ese saber sagrado mediante conceptos, y teorías halla succionado los néctares de las flores en las carcasas productivas del Estado y sus poderes agresivos. En esa aventura secreta de matar lo vivo para hacerlo objeto de uso, o tal vez para devorarlo como piel jugosa ha residido el despertar de lo diferente, de lo que es no igual a mí. Y eso sólo pudo surgir de la debilidad como de la envidia de no ser como un niño y un león lúdico, de haber tenido que cubrirse para abusar y saciar su soledad y terror originario. Representar ha sido un acto de atrapar lo vivo como algo estático, sin importar que esta viva, cambie y se mueve. El primer error de los sacerdotes y de los amantes de la inmortalidad fue contar la historia fatal de que se puede detener lo vivo. En esa seguridad en el saber y en cambiarlo sin respetarlo y saber como danza y juega ha residido la obsesión de los filósofos y de los oráculos por mentir y demostrar certeza. La identidad entre formas y vida es algo genuina cuando lo vivo se expande en la piedra, y la sangre clama vigor y animalidad. En ello conceptos como libertad, y luz partían de una naturaleza que se aventuraba a crecer y diversificarse con grandeza, porque lo nombrado era amigo de lo vivo, era su emisario a que los Dioses y lo hombres vivirían entre iguales.

El alejamiento de los nombres y lo vivo se inicio cuando la personificación del poder requería conservar su supremacía sobre lo que amaba y desdeñaba al mismo tiempo. El racismo y las diversas formas de discriminación y antagonismo han sido trucos para explotar lo que se deseaba con locura pero no se podía cautivar con una sonrisa. Perder la energía de la alegría ha conducido a las fronteras, a los Estados y a la guerra como forma de controlar lo deseado, de defenestrarlo para saborear sus aromas secretos. Los débiles, los despreciables cambiaron en base a la coacción las interpretaciones sobre lo que se redescubría y a la vez los métodos con los que se presumía conocer lo vivo. Ese atentado contra la vida forma legiones de escribanos y expertos en escribir sobre lo que no existe, y de desviar la inteligencia de la vida que se espanta de los maltratos y huye hacia lo más bello y accidentado. Lo que se esconde del poder no es sólo la coartada de lo vivo de que lo sagrado siga haciendo travesuras, es también parte de la negligencia y miseria de los pensadores de esconder lo excepcional y ocultar la vileza de la humanidad. Lo fuerte ha existido desde siempre, para acallar los talentos y los milagros, y siempre tendrá rapsodas y escribanos dispuestos a crear mundos que no existieron, así como ha modificar nuestras concepciones sobre nuestros cuerpos y riquezas para ser sólo soldados o el aserrín después de los grandes banquetes de la simulación y del cinismo. En este clima la vida halló en lo privado algo que es el surgir de la conciencia en base al sufrimiento de no poder ser alguien genuino. Y a través del tiempo por miedo o por simple venganza a lo que no deja vivir, por corrupción o porque cree que la máscara es fuerza y goce seguro también cambia lo que sucedió, y las fragancias que rodearon las épocas. En ese mundo los nombres y los conceptos han sido el resultado de mentiras convenidas, como de la desvergüenza de los rumores y los chismes por hallar un poco de protagonismo en una selva donde los hombres han perdido el valor para amar con originalidad y decencia.

Los extravíos de saberes esenciales, como las regresiones cognoscitivas en las que cae la historia de las civilizaciones  han mancillado la grandeza del hombre en lo absurdo que resulta que el poder y ciencia sean la mancuerna que gobierna nuestra vida y sus alimentos. Lo cartesiano y las concepciones antropocéntricas de las que parte lo clásico como lo puritano han perseguido desde siempre matar la vida entre códices y enigmas de erudición pensante, de detener lo romántico y lo que tiene la osadía de contagiar la desnudez en base al control experimental y analítico de la naturaleza como un almacén de insumos inertes. Los arquitectos del contrato social, esos aguafiestas de lo vivo, así como los ingenieros de las relaciones sociales y la revolución política han partido de la evidencia, y de la contrastación empírica como formas de ahogar que la vida ría y haga el amor nuevamente. Los antiguos piratas y ladrones de los tesoros del mundo urdieron la idea de un amanecer del orden y progreso, de domesticación y de madurez. Su ciencia sacrosanta no fue como sugieren los amantes de la solidaridad una búsqueda curiosa por escuchar los regalos de la creación divina de otro modo sin faltarle al todopoderoso, sino el arma de la inteligencia para hacer de Europa el destino de una especie que se ha sentido desde tiempos inmemoriales poseedora del gobierno sobre la tierra llena de pecado y de pasión. En esa reacción lo científico de la guillotina, de las invenciones artesanales, si bien nacieron de los músculos y filamentos de un pueblo necesitado de higiene y de renacimiento pronto las grandes ideas han sido colecciones del poder, así como han reclutado a sus sacerdotes y su ingenio técnico para divorciar a la vida de cualquier pensamiento que reoriente a la ciencia hacia el mito y conviva con el.

 Esa invención de la interioridad y exterioridad…. Cartesiana de marca…. Esa idea, “vi hacia adentro y encontré un mundo” frase realmente de cobardes, y esa soberbia idea de que la razón se respiraba en la pólvora de los marselleses y los revolucionarios franceses, como si fuera un espíritu que resurgiera de siglos y siglos de barbarie, es la expresión de como estados de ánimo que abrazan el poder y lo aconsejan han confeccionado métodos y técnicas de investigación que han reforzado la cosificación de la naturaleza, y han aplastado los ardientes deseos de lo sagrado. El mito de Europa es haber encontrado en la ciencia un método de dominación del mundo, para no sentirse perseguida por los fantasmas de su traumático error heredado, y haber contado la historia muy divertida que ellos son la cúspide de la historia y la encarnación de la razón. El control político de los saberes, como de las técnicas, y de los programas tecnológicos para modificar la tierra en base a una idea de dominio, y a una imagen execrable de odio, ha cometido el delito de asesinar la genialidad del mundo, y de convertir todo lo que es único y maravilloso en materia que mejora los rendimientos imparables de la producción. Ahí donde el progreso obedece a dar de tragar y hacer supervivir lo que tiene miedo, lo que se enorgullece de su fealdad, se desarrolla un mundo de campos y academias de saberes tradicionales, asalariados, y creyentes en desperdicios de vehemencia y rebeldía que  tapan los avances despegados de una ciencia cada vez menos controlada e ignorada por la sociedad repleta de circos y adicciones. Lo técnico como lógica libre de regularidad social se aleja de aquello que con afán busca conocer y hacer suvenires, Y en ese fracaso sus logros y experimentos a medias son las chatarras que sirven para involucionar los sentidos y la inteligencia de los subordinados que viven como rebaño de idiotas llenos de orgullo y excitación en los ordenadores.

A modo de síntesis y de reordenamiento he contado que el origen de que la técnica y sus hallazgos estropeen la tierra para embellecer las ciudades y sus cuarteles de placer, reside en que 1. La identificación entre concepto y vida reposa en una limitación miserable que entiende la vida como inerte e inmóvil. La tierra cambia y es impredecible. Esta viva, y en la medida que esto se ignora los nombres se alejan de lo nombrado y pierden sentido para las personas. 2. He sostenido que el control político del saber así como la degradación de los enfermos de la historia a no poder vivir ni dejar vivir han extraviado joyas y jardines con los que la vida humana ha seguido presa de la indigencia y de la corrupción. Esa mancuerna entre ciencia y poder, que es la fuerza de los que han insultado a la Madre tierra no sólo hace del progreso una idea vacía y fétida sino que nos ha arrebatado de que la ciencia y sus piedras preciosas lleven impregnadas nuestros sueños y nuestras grandes preguntas por ser plenos y volver a la inocencia, a armonía de la inmortalidad. Lo dicho a cerca del mundo, la forma y sus técnicas para producir saber, así como las herramientas complejas para hacer de la sociedad una forma superior de naturaleza ¡ que buen chiste! Donde la ciudad es la cueva donde los ciegos quieren seguir siendo ciegos, las personas ya no son personas sino los artefactos y ambientes sin los que no podrían existir, sin los que no son nada. El extrañamiento del mundo es a no dudarlo el resultado de que las culturas no se sienten en sus herramientas y piedras, estas junglas de cemento no  son parte de su sangre y sus risas. 3. Y en esa alteración que el poder ejerce sobre lo vivo, la vida huye, porque los ambientes y sus ecosistemas se derruyen y fisionan, no se derraman como emociones sedimentadas en proyectos institucionales de pueblos unidos y organizados.

El mundo molecular y los secretos más energéticos de la vida, como la electricidad y el porque los aires y los cuerpos se mueven, es hoy el real propósito de la multidisplinariedad, pero lo estudiado cambia, en la medida que se lo disecciona o se le descubre.   Todo lo que tocas lo cambias, porque la vida sensible y amenazada se pervierte y ataca a lo que considera una herida en su centro vital. Cuanto más se accede al mundo para tragárselo el poder se ve gobernando desiertos sin oasis, islas de náufragos donde el aburrimiento y la muerte lo desfiguran y conforman. Hoy se busca con ahínco lo que antes se desechó y temió, sin renunciar a los infiernos. Y de cierto modo esa idea que todo problema que la tecnología genera se resuelve de modo técnico, es similar a la idea más sabia que el comportamiento del homo sapiens, ósea de los planchaditos europeos y sus bastardos, es como el del virus que hoy nos ataca: “llegan a un lugar y agotan los recursos y luego se van en busca de otros mundos” (Agente Smith). No desarrollan un equilibrio con el medio de modo natural. El remedio esta en que la técnica se reencuentre con las emociones, se redefina en ella, que lo social y sus nuevas sensibilidades refresquen la frialdad de lo cibernético, sin que la iniciativa y las invenciones del trabajo se pierdan.

En mi país gran parte de esta enfermedad es que los sistemas de conocimiento en los que se apoya las simulaciones del gobierno peruano, las ideas fuerza que la historia ha contado, y las epistemias desde las que se investiga y forma ejércitos de profesionales sin ninguna afinidad afectiva con una idea de organismo social, han constituido desde antaño una tecnología de administración del espacio nacional que lo desintegra y lo entrega a la privatización del poder más nefasto. Si hoy es fácil que La bonanza como el cáncer convivan en esta tierra increíble, es que nuestra inteligencia así como sus compinches han infravalorado y desconocido los orígenes míticos de donde procedemos. Desde los cronistas, hasta los mercenarios del conocimiento el poder ha corroído el amor por esta tierra. Y si hay algo que debo presumir es que la obligación de que lo ganado y nuestros tesoros indescriptibles no se pierdan en las lágrimas del tiempo pasa por la responsabilidad de que la noble tarea del leer y escribir repiense al Perú desde el estado de ánimo exacto. Que genere las emociones y los sentimientos originales que fundamenten un espíritu que se osifique en nuevas formas de representación organizada, cultura material, economía y régimen de gobierno. Un nuevo lenguaje donde el peruano reviva la fuerza de una geología de quebradas y junglas donde se respira el eco de un remedio para el mundo. Lo paradójico de hoy es que el peruano ha perdido ese sentimiento original, lo desprecia y se avergüenza de él, y vive dividido entre infamias y leyendas estúpidas. Nuestra identidad y el pueblo pasan porque se vuelva a sentir cantar a las piedras pero con el respeto de un guerrero alegre que sabe que debe luchar contra la gangrena que trajeron los barbones….

23 de Mayo del 2014


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