viernes, 12 de agosto de 2016

Algunas ideas sueltas sobre violencia y relaciones de pareja




Es complicado saber la razón por la que existe violencia sexual en los hogares o en las relaciones de pareja.  El primer argumento que uno atisbaría es que el mundo se hace violento porque la retirada de la razón de las relaciones sociales hace que las relaciones y vínculos sociales se desequilibran y desagregan. Una época como la nuestra donde todo es episódico, precario, e inestable haría que también las relaciones en los hogares se tornen problemáticas y que lo que antes sugeríamos como solido y natural, la familia, hoy se vuelve critica y en  proceso de transformación. Pero este dato es un tanto generalizador y no da en lo esencial y empírico del problema.

Si aterrizamos en la psicología cotidiana de los hogares peruanos veremos que la familia sigue siendo un campo de relaciones hoy todavía muy presente en los hogares peruanos. Y que a parte del sistema educativo la familia sigue siendo un colchón de resistencia frente a la crisis de racionalidad que experimenta el país. Pero en las últimas décadas sobre todo con el proceso de urbanización y la crisis cultural que vivió nuestra sociedad producto de la violencia terrorista de hace sólo dos décadas, esta se ve erosionada por una cultura de raíz autoritaria que hace que los hogares duren menos tiempo y las parejas no lleguen a entenderse.

En los últimos quince años con el proceso de desarrollo capitalista que ha vivido el país los procesos depresivos y el estrés colectivo han generado que las relaciones sociales también se vean impactadas por una racionalidad que multiplica la soledad y el sin sentido de la vida. El tejido de las sociedades populares aprovisiona del suficiente asociativismo para amortiguar el proceso de desencantamiento del mundo del que hablo Weber. Pero la modernidad que avanza inexorable inunda de violencia y desórdenes afectivos los lazos de la sociedad consiguiendo que los escenarios propensos a los sentimientos también se desarraigan, y que lo que antes era natural en su aprendizaje hoy se vuelva tema de educación competitiva. Los afectos no se dan de modo democrático sino que se entra en guerra por ellos. Se debe aprender a conseguirlos y practicar una moral de competencia para  sostenerlos.

Como vengo diciendo existe una cultura autoritaria de raíz colonial que exacerba la violencia en los hogares. Muchos desean contraer relaciones de mayor afectividad como es natural, pero cada vez pocos están preparados para las crisis de convivencia que se dan en las relaciones de pareja. El naufragio en la racionalidad quita sensibilidad a las personas y las torna en una frustración constante por no hallar el afecto que desean. No siempre la cultura del éxito es la salida para hallar cariño y comprensión, pero la capacidad de la que se precian algunos es premiada con el reconocimiento y el afecto, aunque todo no sea más que provisionalmente. El autoritarismo con que se impone la modernización en nuestra cultura contagia de violencia las relaciones sociales y hace que la psique se vea impactada por un concierto de manipulaciones entre los géneros que atisba la violencia y hace que toda arda. Tanto la intriga como la violencia que la anterior genera envuelven de dolor y frustración a las personas y las empuja a hacer del amor un resultado que se paga con una racionalidad del delito y de la hipocresía.

En el aspecto estructural es la superposición de un diseño modernista en nuestra cultura lo que de modo indirecto ocasiona la violencia de todo tipo. Como es algo que no se puede parar sino algo a lo que nuestra cultura debe adaptarse, tal adaptación es complicada y aislada, haciendo que nuestra modernización suigeneris disuelva con el tiempo todo tejido social, y lo empuje a la segregación constante. Hoy esa modernización se hace no sólo un problema institucional o sistémico, sino que penetra en los vínculos más sentimentales y afectivos, creando una autonomía de la cultura autoritaria que vuelve todo efímero y ocasional.

Esto quiere decir que en el lado microsocial la violencia es vista como un momento irracional de autoridad que trata de imponer posesión sobre la persona. Se llega a la agresión porque la persona con la que se desarrolla un vínculo afectivo es vista como un objeto de propiedad privada y no como una persona con derechos y conciencia propia. En el lado machista, o con la crisis del patriarcado la idea de posesión, que es una idea de raíz masculina, hace que el hombre se vea arrastrado por el cuerpo de la mujer, y dependa psíquicamente de el. Cuando existe exasperación o crisis de pareja el hombre de modo irracional imprime autoridad y desata violencia porque el vínculo de posesión es más fuerte en él que en la mujer. Sin educación y desguarnecido por un individualismo que todo lo egotiza las personas no están preparadas para formar una relación de pareja porque el miedo y la racionalidad egotista con la que piensan no les permiten reconocer al otro en sus defectos y virtudes.
En la medida que las personas ven las relaciones de convivencia como relaciones temporales y de placer efímero, no llegan a entender el amor como una relación que puede perdurar y brindar un colchón de afecto constante. Esto es las personas temen que las relaciones de pareja los hieran o saquen a relucir los defectos su historia subjetiva, por tanto sólo prefieren jugar que estabilizarse y madurar. No ven el amor como una relación de confianza que puede desarrollar inteligencia emocional y racionalidad afectiva. Aun cuando se desea ardientemente sentirse amado prima el cálculo y la desconfianza, hasta que la costumbre y el idilio logren estabilizarse y conocerse el uno al otro. Se hace un mal uso de la libertad que la sociedad entrega, y el mal como moralidad que predomina en las relaciones sociales puede desatar crisis emocionales y exasperar los ánimos, llegándose al maltrato psicológico en incluso al feminicidio.

Mientras nuestra sociedad no llegue a controlar el proceso de modernización en que se ve inmerso el país desde una matriz de pensamiento propia y oriunda, la violencia seguirá presente en nuestro tejido social como una reacción neurótica frente a un sistema que provoca sugbyugación y un sinsentido de la vida. Los mismos movimientos feministas, y el protagonismo de las mujeres en los últimos tempos deberían ser redirigidos para entender como despertar la sexualidad de nuestra cultura sin desatar la discordia y el rechazo entre los sexos. Mientras sigan pensando las relaciones de pareja con  fórmulas eurocéntricas, como si estuviéramos en Europa, se seguirá desatando una violencia irracional en los sectores populares, como una reacción a un proceso de modernización que todo lo disgrega, y que el feminismo no ha llegado a comprender, pues sólo ve el lado femenino de la relación de pareja en los hogares. La ira causada por la frustración de no ser feliz y libre infectaran las relaciones afectivas, y harán de las emociones escenarios de locura y desequilibrio psíquico. El drama de la libertad es que se llega a la acción inmoral porque se tiene que sobrevivir y prevalecer como conciencia, y ello se ha naturalizado como acción social legal. En este sentido la violencia se naturaliza como acción de sentido entre los sexos porque reordena el equilibrio frente a la intriga y la manipulación que ambos sexos practican como relación cínica en la vida.


Creo en la equidad entre los sexos, y en el amor que se pueden dar. Pero mientras se tenga miedo a ser amado y amar con todas las fuerzas, las relaciones se inundarán de indiferencia y dolor emocional. Tanto la masculinidad en crisis como el feminismo en ascenso harán que los sexos se dividan y no se conozcan, provocando que el afecto de pareja se vuelva una capacidad despiadada que hay que aprender por mor de la sanidad mental. Hay que volver los ojos a la familia y a la creación de valores saludables entre el hombre y la mujer. No hay que llegar a conocerse llenos de prejuicios y entendimientos baratos, sino simplemente amarse y dejar que todo fluya.

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