La muerte del Arielismo




No soy docto ni un hermeneuta declarado, pero en la líneas de este artículo intentare demostrar con la fuerza de la lógica como el horizonte cultural y espiritual que inauguró en América Latina la publicación de Ariel de José Enrique Rodo en 1900, han depreciado la experiencia intelectual y el diseño del saber social en un escenario donde el orgullo latino y cristiano del subcontinente ha sido expresión de una total debacle. No es nuevo este despertar de las fuerzas intelectuales las que conducen a las fuerzas de la producción por el camino del desarrollo y la industria, sino un sentido común más pensante o el arrastre de la economía. Se podría decir, que está crítica que ensayo llega tarde pues ese espíritu cultural ya ha hecho el suficiente daño a América Latina como para hundirla en la remora estructural y en la improductividad. La escasez en el pensamiento, la difuminación de los grandes relatos, el completo reinado de la técnica y la recaída en la barbarie que suponen los comunistas y el hispanismo han ocasionado el enraizamiento de una enfermedad en la cultura que la sumergen en la ignorancia y la oscuridad de sus pulsiones. No intento negar nuestras tradiciones sino advertir que la hegemonía democrática del Arielismo, con todo su realismo magico han divorciado a las fuerzas de la sociedad de su connubio con la economía a pesar que hoy el pueblo vive devorado por la explotación y el capitalismo. Es un paso adelante, en medio del extremismo y el oportunismo de los mandarines de siempre, y un llamado a la juventud a que se libere de si misma y recomienze en la originalidad. Necesitamos inteligencia y un proyecto social y abandonar de una vez ese comportamiento festivo y desobligado.


La democracia está en las fauces del oscurantismo. No ha perecido pero está a punto de ser engullida por nuestra desidia y ese individualismo retrograda que nos reduce a la locura y a las bajas inclinaciones. El mundo latinoamericano vive confundido entre la polarización ideológica y la privatización de la experiencia social. Las ideas se han separado de sus afluentes políticos y populares, siendo labradas en la esclerosis del pensamiento que son hoy los claustros universitarios. Lo que debería ser una actividad noble y potente ha sido colonizada por los grandes demagogos y los hábiles irracionalistas de la época. No quiero llegar al insulto pero la actividad pensante se ha convertido en la artimaña de los intereses particulares como de los vicios más viles que hoy pasan como grandes categorías. La escolástica de las humanidades y de las ciencias sociales es la marca de una época que asesina el razonamiento y el análisis por hacer del discurso social un negocio muy rentable y parasitario. Lo que antes era el intelectual en medio de un ideal de proyectos de nación y utopías delirantes hoy se ha convertido en un sacerdocio de marketeros que nos venden ideas de justicia social y conservar la vida. Esa alma curiosa y estética de los originarios filósofos sociales de principio del s XX dió paso a un personaje desgarrado por las contradicciones culturales de la modernidad, cuya característica principal es dejarse llevar por la supervivencia y los deseos más irracionales. Nuestros intelectuales han sido cautivados por la vanidad y los grandes sesgos ideológicos. Ya sean de izquierdas o derechas ya nadie sigue con obsesión la verdad, sino que en este régimen de posverdad y desinformación resulta muy conveniente declararse pensante y creer que la calle o el dinero te pueden hacer un ideologo o pensador. El Arielismo era todo menos una conducta acomodaticia sino un manifiesto por ser consciente del espíritu de Latinoamérica y desde ahí crecer y surgir como cultura. Hoy muchos intelectuales pueden sentirse herederos este elan vital, pero no hacen más que propaganda, mientras esconden sus más dogmáticos intereses. 


Desde sus orígenes, Rodo debio optar por Caliban y su industralismo. Al exaltar el espíritu sensorial y romántico de los latinoamericanos creyó escapar a la frialdad del racionalismo y su cosificacion pero lo que hizo fue envolver más de cien años al sur en una rutina de subdesarrollo y pobreza. Está raíz espiritualista estaba ya presente en la región debido al carácter sincretico y religioso de las clases populares, pero ya avanzado en la república en medio de la anarquía está carácter espiritualista llegó a traducirse en un ropaje que no rompía con la tradición y la matriz colonial. La posición de Ariel es marcar diferencias con la especialización y exagerado racionalismo del mundo anglosajón, cuando al mismo tiempo buscaba una síntesis entre la cultura del sur con la modernidad. A la vez que se inclinaba por un camino colectivo de los países de la región mediante la siembra de los valores clásicos y el cristianismo no se abandonaba lo mejor del progreso y la democracia. En ese sentido, Rodo abogaba por una educación democratica y la expansión de estos valores estetas y mitológicos en el pueblo. Aunque era consciente que en medio de las masas y muchedumbres incultas y violentas era casi imposible reeducar a la región, no ceso en su intento de convencer a los ilustrados e intelectuales que había que diferenciarse de Europa y sus hijos bastardos. La derrota de España en guerra con EEUU en 1898 significó además de la perdida de Cuba y Puerto Rico a favor de norteamérica un síntoma de la presencia política e imperial de este país por influir en el poder y saber de las nobeles culturas latinoamericanas. Aunque el estilo materialista y pragmatico de EEUU ya se extendía imparable por la región, Rodo quizo con su Ariel recuperar la mística artística y reflexiva para nuestros pueblos,  siendo su propósito fundar una unidad latinoamericana como fue el sueño de Simón Bolivar. Pero no era un camino en la economía o en las formaciones sociales de la región sino un mecanismo de difusión espiritualista que impactará en las conciencias y el tejido social.


De este periodo son las lecturas elitistas e hispanistas de nuestros pensadores arielistas de principios de s XX, como fueron los hermanos  García Calderón, Destua, Belaúnde y Rivaguero;  quienes fueron los primeros pensadores que al ensayar miradas de conjunto de la realidad nacional, buscaban hacer latente el carácter particular de la idea de nación. Es decir, estos pensadores se preguntaban por el inconcluso proyecto de nación, el problema del indio, el problema de la identidad, y la cercanía cada vez más impositiva de EEUU en la región. Es a partir del Arielismo, una suerte de ideología que no actuaba más que en la cultura, que insurgiría las críticas radicales y concretas de González Prada, Mariategui y Haya de la Torre. Ellos sostuvieron que los arielistas no eran realmente objetivos y realistas, que no usaban la ciencia y el método lógico, sino que oscurecian en la especulación la solución de problemas que eran tremendamente crudos y concretos. En este sentido, Mariategui oponia a ese sueño idealista un pensamiento socialista que usaba valores mitológicos para divulgar la revolución social. Aún se mantenía anclado en apreciaciones ideoogicas porque era consciente del matiz espiritualista y cualitativo de nuestra cultura latinoamericana y del indigenismo en el Perú. No era propiamente el proletariado el llamado a hacer por ahora la revolucion sino una figura más compleja de identidades y reencuentros culturales. Pero es de decir, que la lectura heterodoxa de Mariategui terminaba por seguir anclada en el esnobismo y en cierto tinte aristocrático, como advirtió Haya de la Torre en correspondencia con el. Su sesgo marxista y a la vez ideografico lo encerraba en la filosofía, todo esto debido a que la época no daba para las condiciones materiales que eran necesarias para la revolución. 


Es con la llegada del desarrollismo y las posiciones económicas de la CEPAL que este ideologismo anclado en los cielos se trastocaria con la llegada de la objetiva y penetrante ciencia social. Más que intelectuales estos grupos harían de las premisas del socialismo acción y práctica política. Con un vigor inusitado las fuerzas de esta nueva izquierda eclipsarian la influencia filosófica y especulativa sin conservar los aportes más positivos de la época anterior. El resultado fue depositar la fuerza de la política en el adoctrinamiento dogmático subordinando el centro del análisis y las miradas holisticas a la celebración de la violencia como mayor expresion de la teoría revolucionaria. Las guerrillas de los 60s y el gobierno revolucionario de las fuerzas armadas, más la insurgencia del terrorismo de Sendero en los 80s pueden leerse como síntomas de un romanticismo político que hacia de la aventura y la violencia política una expresión subterránea de ese Arielismo espiritualista. Aunque el discurso de las izquierdas se mostraba lógico y científico no dejaron de ser expresión de una práctica política que ensalzaba la lucha armada como partera de la historia. En ese sentido, se volvieron una confesión profana que movilizaba las energías de la cultura; aunque se presentaran como lucha de clases la violencia despertó extremos de esa katarsis indígena de la que hablo Arguedas y que es síntoma de ese indigenismo anclado en lo más remoto de nuestros sentimientos nacionales. Desde esa época aunque se vendieron como esfuerzos académicos, la creación intelectual se subordina al proceso político y demagógico, logrando con éxito la construcción de la historia y resignificando a su gusto la producción del saber social. Desde el tercer sector, las redes de Ongs y en las mafias del Estado y universidades, la izquierda ha sabido reciclarse y rehacerse para cambiar la lógica de la historia y generar división y lucha de clases. Ese radicalismo que promociona objetividad no esconde más que prejuicios y un corazón destruido por el negocio de la pobreza y el resentimiento. Su espiritualismo es destruir la cultura y la vida para resucitarla en la utopía, aunque esto no es más que locura política. 


Ha proseguido este romanticismo ideológico desde la economía y el estudio de las formaciones sociales 70s hasta lo 90 s y los años 2000 y la actualidad al examen de la cultura y las representaciones sociales. La izquierda ha depositado en el método posmoderno de la deconstrucción de Derrida y en los esfuerzos analíticos de la cultura el nuevo intereses de distorsionar la realidad con la idea errada de querer cambiar las mentalidades y así crear enemistad, lucha de clases y adoctrinamiento. El resultado no ha Sido en la diversidad de fuentes donde se genera la lectura decolonial alterar para bien las relaciones de fuerza sino fragmentar y descomponer moralmente a la sociedad, provocando anomia e incertidumbre. Siguiendo a Gramsci, la escuela de Frankfurt y a Quijano como Dussel estos nuevos herederos del romanticismo marxista han infringido los espacios de la cultura y la intimidad para depositar en estos lugares esquizofrenia y vacuidad de la experiencia. La soledad y una vida en la insignificancia es el producto de una cultura intelectual que reduce la inteligencia al activismo y a la pancarta subversiva. En las muchedumbres lo que en verdad se escucha son gritos de ayuda y falta de amor. El Arielismo ha sido deconstruido como oposición antimperialista, y lanzado al estudio de la cultura burguesa para hacerla explosionar pues está vive en la alienacion y la discordia. Hoy el pensamiento decolonial habla de dominación simbolica cuando en realidad su propósito es un proyecto de asaltar el poder y someter esa cultura a la tirania. Ya sean los radicales o los caviares ambos se han dejado seducir por el dinero del poder y buscan mediante el discurso de la pobreza someter y castigar a  las sociedades reificadas que no desean vivir el paraíso que la izquierda promete cada cinco años o de forma dictatorial. 


Ahí no queda la influencia del Arielismo. De forma subrepticia y como reacción a las demencias de la izquierda se ha venido organizando en Europa y América Latina la reacción conservadora. Vendiendose como respuesta nacional y soberana a las distorsiones del socialismo los conservadores hablan de restaurar el sentido común y la real naturaleza de las cosas. Temas como la familia, el aborto, las migraciones, la posición frente al cambio climático, el feminismo y las minorías sexuales, son el caldo de cultivo para un reajuste social y reencantar el mundo con la figura de lo humano y la vida. En América Latina el conservadurismo se extiende mediante el fenómeno evangélico y las posiciones retroactivas de las élites económicas, como de sectores de las culturas populares que exigen un retorno a la eticidad y las buenas costumbres. El hispanismo en Perú es ese movimiento escondido que revalora la tradición de la colonia y de la religiosidad como referencias históricas para constituir valores sociales. Aunque se desenvuelven en los terrenos de la economía, en los últimos años están queriendo recapturar los espacios de la cultura y las universidades para ganar hegemonía en la construcción del sentido común, y así salvar la tradición de los laberintos del libertinaje y el consumismo. Es propio decirlo, en el Perú nuestra cultura es conservadora, su raíz católica y evangelica, así como expresiones hegemónicas del criollismo y la cultura andina expresan un elan vital muy reservado que vive entre el ensueño, lo mágico, telúrico. Este sincretismo entre religiosidad y naturaleza en lo peruano dejan expuestos ese panteísmo y a la vez estilo indigenista que vive en lo más profundo de las culturas populares. Ahí es donde el Arielismo nos habla de una cultura peruana mística y a la vez capitalista que reinterpreta la modernidad y la razón. Incluso la elite y el empresariado peruano con su negativa a arriesgar en la capitalización del mercado peruano expresan convicciones tremendamente conservadoras y rentistas, sin querer jugarsela por mayor valor agregado. No es fácil explicarlo pero la falta de oportunidades y de empleo calificado como el fenómeno de la informalidad de deben a la negativa de las dirigencias empresariales y al Estado para generar real capital humano. El abandono de la educación, la salud, y la completa mercantilizacion de la universidad publica y privada, representan la ausencia de un conocimiento más profesional y tecnológico que deje valor y riqueza. Esta es la razón de que la generación y regeneracion de la mano de obra de vuelta en un mercado interno de bienes y servicios muy versátil pero precario e informal. El desempleo, la informalidad y un tejido empresarial que no premia la innovación y el emprendimiento nos hablan de una formacion social donde es difícil capitalizar e industrializarse. La camisa de fuerza que implica mantener un modelo primario exportador sin que el Estado promueva los bienes de capital está desperdiciando las energías de la clase trabajadora y sentenciandola a pesimos salarios y a la miseria económica. 


En relación a lo expuesto el Arielismo ha condicionado una particular ética de las profesiones en el Perú. Aunque la supervivencia y la economía de mercado están alterando este panorama disforzado y diletante en el desarrollo de las carreras profesionales aún se nota el talante colonial en la elección de una carrera profesional. Lejos estamos de formar científicos y tecnólogos que engruesen el carente mercado de trabajo, por lo general lo que abundan son perfiles profesionales y vocaciones inclinadas por el arte, las letras y el espectáculo. Aunque es de cada quien elegir el que hacer con su vida, es obvio percibir un condicionamiento cultural en la opción vocacional, que expresa que la juventud a veces no sabe lo que quiere. En este sentido, hay un bloqueo profesional en la formación profesional debido a la influencia poderosa del sensualismo arielista, y en las últimas décadas debido al romanticismo marxista presente en la educación escolar y universitaria. No es un secreto que aún existe en el perfil profesional peruano un severo ausentismo vocacional, proyectos de vida que se alejan de la profesionalidad y que se deciden por el autoempleo y el emprendimiento. Esto hace que no se pueda construir un potente capital humano que le dé valor cognoscitivo a la producción. Por ahora subsiste una ética de trabajo profundamente intensa en productividad pero a la que le falta conocimiento técnico y científico. No es un rechazo romántico o vitalista a un mundo administrado por el capital, sino un proceso aun más profundo de exclusión laboral y profesional, que hace ver al joven promedio que estudiar no siempre implica desarrollo y movilidad social en el Perú. El Arielismo como expresión de un horizonte cultural ha condicionado la profesión de esferas y diletantes, que aún permanecen en los extremos de una fuerte cultura del trabajo, aunque esto coexiste con una intensa división del trabajo que aún es muy precaria y simple. Por lo general, los medios y esa cultura narcisista de las redes premian la alienacion estética por encima de una realidad donde los jóvenes no quieren inscribirse en los circuitos industriales de la producción. Aún el Estado y las dirigencias nacionales no fomentan una revolución educativa que cambie el capital humano del país, porque existe un desden por alterar el carácter primario de la economía y no se desea avanzar hacia la ciencia y la industria. Aún nuestra elite no piensa en términos de nación.


El horizonte arielistas que le daba un espíritu de originalidad a la region latinoamericana se troca en desvergüenza y snobismo. Aún nuestros gobernantes no poseen una proyeccion hacia el futuro, no hay visión que escape al hombre populista y dependiente. En nombre de la originalidad y la unidad de la región ideologías humanistoides y marxistas dirigen las energías de la juventud hacia la rebelión y la desobligacion. Aún nuestra juventud no se siente adscrita a ideas fuerza, por lo que vive aislada en la anomia y el libertinaje, sin saber cómo incluirse en un proyecto de nación, al que nadie lo invita. En el abandono e incomprensión nuestro joven gesta culturas paralelas y criminales que lo divorcian de la vocación profesional y el servicio. La juventud no halla en esta camisa de fuerza que es la economía nacional ningún atractivo para ser incorporado al mercado de trabajo, todo porque ningún líder político revoluciona la educación, y transforma el capital social y humano de nuestra estructura social. Lo que era un ideal de autenticidad y desarrollo espiritual se convierte en perversión de un ideal no porque no consiguiera imponerse sino sobre todo porque ha triunfado en la modelación la cultura y los saberes sociales. Esa docencia política y a la vez espiritual que se requiere en el pueblo se ausenta de la sociedad, porque los grandes intereses no desean que el conocimiento se democrátize en el pueblo. Antes decía que si la juventud se emancipara liberaría a la izquierda de si misma. Pero hoy sostengo que los jóvenes deben marcar distancia formativa y política de ese ideal pervertido que es el socialismo, no porque se distorsionara sino porque arroja a la libertad juvenil a un simplismo de corrupción y violencia que desaprovecha olímpicamente las energías de las generaciones profesionales. Debemos avanzar hacia el indutraialismo y la fuerza del desarrollo y dejar atras ese poema libertario y esnobista que fue America Latina, para encontrarnos como economia eficaz en este laberinto que es hoy el comercio global. 


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