Ley, anomia y política




El Perú es un país donde el divorcio entre la cultura y territorio ha parido un sistema social distorsionado donde las leyes y moral colectiva que se levantan para regularlo y gobernarlo no permiten la seguridad y convivencia pacífica de la ciudadanía. Y este problema de conciliación gubernamental y existencial profundizan la división entre los grupos sociales, creando una experiencia individual y colectiva donde acaece el racismo y el clasismo social. La forma en que para los peruanos el territorio es inusual y extraño ha generado una estructura social donde prima la heterogeneidad estructural como la informalidad sistémica. Históricamente este divorcio estructural ha posibilitado una evolución cultural donde ha sido difícil gobernar a los grupos sociales y saber extender un circuito infraestructural que permita la integración económica y social. La influencia hoy del dogmatismo y del modo oligárquico como se ha representado la sociedad peruana ha generado una lucha política y cognitiva donde se instrumentalizan los tejidos institucionales y jurídicos para imponer su hegemonía sobre la sociedad. Esto es, se ha edificado una legislación que complica el gobierno natural de la democracia y las libertades civiles creando un pluralismo jurídico donde la conciencia política se fractura en legislaciones parciales y privatistas que fomentan la informalidad y el desgobierno.


Es en las culturas ancestrales donde el gobierno natural del territorio y su profundo conocimiento generaron sistemas culturales donde la regulación de la sociedad era algo que armoniza a con el territorio. Es con la colonia y más aun con el accidente republicano donde la separación entre territorio y cultura da forma a una civilización peruana donde prevalece el caos y la anarquía política. La división cultural entre los grupos sociales del país ha generado que las leyes y eticidad no calcen de forma democrática y homogénea sobre los pueblos, provocando históricos desencuentros y discordias que han construido la formación de un país que hace de la belicosidad política e intergeneracional una manera de hacer civilización. Nuestra democracia no es un marco político y social donde concurren los actores históricos de nuestra nación, porque ha sido una construcción formal que no se traduce en un contrato histórico y social. En ese contexto, donde prima la anarquía y la incomprensión entre los grupos sociales es que la ley se vuelve una lucha por imponer los intereses y concepciones territoriales de los diversos representaciones sociales, y no un tejido nervioso que sirva para generar el consenso y la integración social. Ahí donde no hay contrato crece indebidamente la anomia y la disfunción social, que acrecientan las divisiones y las mezquindades históricas. Y este derrotero anómico y disfuncional de nuestra culturas es lo que ha elaborado una ley donde se carece de obediencia y prima la trasgresión y el aprovechamiento público. Y el pueblo al no ser el causante ni convidado de estos líos y divisiones históricas y al no sentirse incluido en los formalismos políticos ha desplegado un camino propio sin reglas y sin Estado donde no hay educación ni formalidad. La hostilidad del medio político y de los grandes intereses ha arrojado a las culturas populares a la reproducción de creencias y formaciones sociales divorciadas de toda la dominación simbólica que genera el poder y los vericuetos del sistema global.

Está informalidad que es un mecanismo de supervivencia que usan las culturas populares para evadir el yugo del poder oficial deslegitima las construcciones formales de la democracia creando una sociedad que venera lo ilegal y clandestino. El proceso institucional y tejido jurídico que intenta regular y dar orden a los grupos sociales sirve para las personas que consiguen adecuarse al orden político de las libertades civiles. Cómo está aceptación implica esfuerzo, pero sobre todo adaptación cultural a los intersticios que ofrece la realidad política la respuesta frente estos impactos objetivos es en el Perú una huida masiva hacia los territorios irracionales e informales de la economía, donde todo coquetea con el crimen y la sabiduría práctica del superviviente. La expansión de lo informal acrecienta una decisión libre que usa los caminos de las redes sociales y de las tecnologías de la información para reproducir su capital, y que es permitido pues estimula el consumismo y la legitimación del orden global. La racionalidad del poder cosecha servidumbre pero a la vez permite con el desorden de las economías ilegales un accidente estructural que imposibilita la gestión de los recursos públicos o que hace ingobernable la sociedad política. Es la informalidad un proceso cultural donde existe la validación del capitalismo, pero subsiste a la vez un enorme descontento cultural y emocional con la insignificancia de la realidad objetiva. Es lo existente en donde se gasta la supervivencia, pero en donde el actor individual hace gala de la suficiente plasticidad para imponer sus sueños y objetivos personales. Al final para el actor social la vida es una épica de acciones y reproducciones imperantes que hacen posible la vida del sistema como el significado simbólico de los lazos y sensaciones en cada experiencia o vivencias real. En este quehacer de lo informal la ley no existe, más que como un atropello y obstáculo que frena la subsistencia de la vida concreta, y que es cada vez más deslegitima da porque no representa más que los intereses de los que viven sangrando el poder o de los que no se reconocen como individuos. Ahí donde no existe adaptación al sistema siempre crecerá una deformación ilegítima de la realidad social que negara la soberanía de lo supuestamente legítimo, pero al precio de minar los valores liberales de la democracia. Es en esta autonomía que cobra la informalidad, donde crece el imperio de lo criminal y violencia sistemática en contra de todo lo que significa el valor empresarial del individuo y de la autosuficiencia individual.

Asistimos a una destrucción sistemática de la democracia occidental. Todas las instituciones naturales que la hacen posible son bombardeadas por las acciones reactivas al individualismo metodológico, porque simplemente este método representa para muchos una experiencia con la cual no desean cargar o responsabilizarse. Los valores del mundo político y social son abandonados por un movimiento violento y vulgar que ha hecho de la degeneración del capitalismo y la democracia un modo de vida. Y estás hordas de trúhanes parasitan las estructuras del Estado y las instituciones con el fin de volverlas disfuncionales, con el solo objetivo criminal de hacer camino a las economías ilegales y someter a la sociedad a la realidad de la tiranía y de la esclavitud moderna.

Llamasen políticos, fascistoides o comunistas, todos estás pandillas de desobligados hacen de su repulsión frente al sistema y del discurso de la pobreza un negocio personal que atesora poder y una vida fácil. Muchas veces frente este tipo de delincuente político la dignidad del hombre autosuficiente se eclipsa o retrocede en la indiferencia o desafección cívica. El costo es grande, pues compromete la satisfacción de una vida real con significado, pues se le arrebata al individuo los medios para generar vida y felicidad. Es válido pensar que el camino del éxito es difícil y solitario, y que es más fácil y también legítimo esperar que alguien como los padres o el Estado nos resuelvan la vida, pero pensar así le entrega nuestra libertad a quien dice luchar a favor de nuestros intereses. Quien niega su vida con la servidumbre al Estado creará un infierno para si mismo y para muchos, pues no se atrevió a luchar por un mundo en común. Frente a una vida que no dura para siempre será míl veces más legitimo acumular autonomía y vivenciar por si mismo la realidad que esperar en la nada a que la vida cambie. Solo la acción del que desea ser libre le dará un propósito a la vida dada, y eso es lo que hará que frente a las perdidas y tragedias de la vida, nos hará más fuertes y sólidos frente ante nuestra inminente aniquilación. Solo en la muerte sabemos que tanto hemos hecho por nosotros mismos, y si claramente se ha Sido un degenerado o estúpido está experiencia final será tremendamente dramática y dolorosa. Es este el precio del hombre populista: que nunca le dió un valor real a su vida, sino que se deshizo en acciones para destruir los valores de la civilización frente a la cual se alzó. Hay que recordar, los ideales que nunca sirven corrompen la existencia y te hacen siempre un genocida o tirano. La mayor expresión de la anomia y de la ilegalidad es luchar en contra del sistema que uno mismo es.

En este contexto de crítica al hombre populista, asistimos en estás épocas a la fuerza del hombre comunista y porque no, por la exageración de los métodos deconstructivistas de las izquierdas al reavivamiento del nazismo y el fascismo. Estás plagas del capitalismo y que se levantan en contra de la economía de mercado, son los que asaltan el Estado y deforman la legislación con el objetivo de derruir la democracia y volver disfuncional a la sociedad. Para ello legislan y crean dispositivos que se venden como salidas radicales a los problemas del país. Está suerte de enmarañamientos legales buscan imponer el comunismo en la sociedad, y reestructurar el Estado como una gran burocracia que decide la suerte de la riqueza económica. Está legalidad frenan las inversiones privadas, y caotizan las relaciones sociales de la democracia, degenerando la formación y educación de los pueblos, con el solo objetivo de alimentar holgazanes y delincuentes. Se construyen leyes que colisionan con otras leyes, reglamentos que asfixian la iniciativa privada, y que degeneran  la formación de los hombres libres. Es la religión profana de los populistas de izquierda y derecha la que opaca la fuerza de la vida activa, haciendo de los tejidos institucionales de la política y Estado un laberinto de leyes y declaraciones que nadie obedece y que sirven para estrangular el desarrollo social económico y democrático. Es en este modelo del nihilismo más puro dónde acaece la oscuridad del hombre anómico e ilegal, aquel que interpreta las leyes y asaltan la racionalidad del Estado para favorecer las dictaduras y los regímenes de esclavos. Solo en esta locura del populismo es donde afloran los dependentismo y los peores personajes de la delincuencia y la violencia instalada.

Es en el escenario más frágil del tejido social donde la conservación de la moral común o la llamada eticidad de la sociedad civil se vuelve un imposible para la legitimidad del contrato social. Es un hecho que producto del capitalismo sin Estado que hemos tenido en los últimos 30 años se ha experimentado el despliegue de una clase trabajadora que no es educada y que no tiene a servicios de salud eficientes. Este cuadro ha hecho que mucha gente se enriquezca sin darle su gratitud a la democracia liberal, aún cuando comparta su economía anárquica o desordenada. Se comparten los valores toscos del capitalismo al precio de dinamitar la moral social, lo que quiere decir que se da la propagación de una cultura inmoral y trasgresora que no es regulada por las normas de la eticidad y la ley. La racionalidad moderna se afianza en la fuerza de la economía del mercado, pero al mismo tiempo los tejidos más frágiles e íntimos de la sociedad son invadidos por la codificación y la lógica más autoritaria del mercado. Todo es susceptible de ser vendido, por eso nada tiene un valor humano por fuera del dinero. La. Violencia desnuda y el maltrato de nuestros objetivos personales son pisoteados por una cultura donde todo tiene el uso para el comercio o el placer más vulgar. Este proceso social autoritario de la cultura es un resultado del retroceso del Estado en la civilización peruana, como el predominio de una lógica de mercado que no ha Sido ablandada por la educación y la familia. La forma como se ha gastado el liberalismo en el Perú ha generado una fuerza increíble para la innovación y el emprendimiento económico, pero no ha ido acompañada de una civilidad democrática, que le de sentido a la vida.

La reacción de la cultura frente al capitalismo como modelo cultural, aunque se comparta de modo frenético su ética del trabajo, ha generado de modo inesperado que ahí donde hay crítica al capital haya asimismo depravación y crimen. Los flancos descuidados del sistema social son utilizados para reproducir de modo nefasto una cultura de la delincuencia que se ha propuesto de destruir los lazos sociales e infectar los de asalto y violencia. No es solo vivir a costas del sistema sino usar las herramientas de la sociedad para ponerlas al servicio de economías ilegales, que buscan sofocar los valores del mundo individual. Está estrategia es una alteración fundamental de la sociedad, para volverla un caos y entregarla a tiranos y sátrapas de siempre. El delito hoy tiene una función ideológica y a la vez mercantil. La ley no puede regular todo aquello que atenta contra la vida y su reproducción.

Las conclusiones que se extraen de este artículo son que en estos tiempos de vida acelerada legislar y obedecer la ley son una actividades demacradas por la anomia y el autoritarismo. El uso de las leyes para anarquizarlas entre si entregan la sociedad a las fauces de los enemigos del capitalismo. Gobernar el Perú es una aventura difícil e inexplicable sobre todo porque en nuestro desorden cultural es posible el funcionamiento de la economía y de la vida social. En esta fragilidad es muy fácil apagar los motores de la producción y asfixiar al Estado peruano, sobre todo cuando existe un tremendo descontento con el proyecto civilizatorio que nos han empotrado. Este artículo es un aprendizaje para generar un proyecto en común que a veces se hace muy tardío. En esa armonía remota que alguna vez fue deberíamos reencontrar lo que nos hizo domar la naturaleza alguna vez, mientras tanto hay que volver a pactar con el capital antes que los incendiarios nos devoren.

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